Una vez más es preciso aludir
al célebre dicho en cuanto a que si no es cierto está bien contado.
Nos referimos a la manera en
que Luis Melnik describe el origen de la popular expresión echar el muerto.
La caloña era una pena pecuniaria que se
imponía por ciertos delitos o faltas. Los municipios de algunas provincias de
España debían oblar caloña cuando aparecía un cadáver en la vía pública
resultado de un acto violento y los guardias civiles no eran capaces de encontrar
al homicida. Los representantes de la ley, aturdidos ante la posibilidad de
tener que pagar tributo, alzaban el cuerpo, lo transportaban y arrojaban a un
municipio vecino. Acto que pasó a conocerse como echar el muerto y recogido por el tiempo como forma de desembarazarse
de un problema y endilgárselo a otro.
En relación a lo anterior se
imponen algunas reflexiones.
Por una parte recuerdo que no hace
mucho tiempo al ser cuestionado por la cantidad de personas que tuvieron muerte
violenta dentro de los límites del municipio en que se desempeñaba, el
funcionario responsable del área contestó que muchos de esos muertos eran del
municipio vecino y que eran abandonados en el suyo con el objetivo de disminuir
las cifras de la violencia en la circunscripción vecina.
Por otro lado si las autoridades
actualmente debieran oblar caloña por los crímenes no resueltos, es seguro que
sus salarios no serían suficientes para cumplir con esa obligación.
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