Ya deben existir estudios estadísticos
que esclarezcan a quiénes están dedicados los monumentos en las diversas
ciudades y países. ¿Qué porcentaje a mujeres y a hombres? ¿Cuántos a militares
y a civiles? ¿Qué relación hay entre la cantidad de monumentos a políticos,
científicos, deportistas, religiosos, etc.? Algo así como dime a quién destacas
en tus monumentos y te diré quién eres.
Ahora nos ocupa una variante de este
tema. Hace tiempo Noel Clarasó –reconociendo una deuda histórica- propuso que
las diversas ciudades y regiones de España emplazaran monumentos a sus
productos emblemáticos. A modo de ejemplo hacía algunas sugerencias:
A los higos secos, en Fraga.
A la mantequilla, en Soria.
Al melón, en Colmenar.
Al porrón lleno, en Priorato.
Al tomate y al plátano, en Canarias.
A la alcuza, en Jaén.
Al espárrago, en Aranjuez.
A la faca, en Albacete.
A la bicicleta, en Eibar.
A la sardina, en Santurce.
Al calcetín, en Mataró.
Al chorizo, en Cantimpalos.
A la butifarra, en Vich.
A la paella, en Valencia.
A la fabada, en Asturias.
A la venencia, en Jerez.
La intención de Clarasó era que su lista
fungiera únicamente como punto de partida para dejar sembrada la idea que
debería ser enriquecida por las diversas comunidades. De ahí que añada
Y a tantas otras
cosas en tantos otros sitios que nutren nuestra arrogancia nacional, y que nos ayudarían
a justificarla ante los extranjeros si estuvieran inmortalizados en monumentos,
todos con la debida inscripción.
No estaría de más preguntarnos ¿qué
monumentos elegiríamos? y ¿dónde estarían emplazados? si decidiéramos retomar
la propuesta de Clarasó por estos rumbos.
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