En este mismo espacio ya nos hemos
referido al acierto que significaron algunos titulares en diversas notas de
prensa (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2015/03/el-arte-de-saber-titular.html).
Ahora veremos otra dimensión del mismo tema.
Si bien hay que reconocer que no es tarea sencilla la de acomodar en pocas palabras el contenido de una extensa declaración, está claro que algunos son especialistas en titular lo que no es. Arturo Pérez-Reverte introduce el tema precisando los costos que ha llegado a tener una desafortunada cabeza de nota: “Conozco a escritores, actores, políticos y deportistas enemistados para siempre con compañeros de profesión o en graves aprietos por un titular infiel.”
El siguiente paso es compartir algunas
situaciones de este tipo que lo tuvieron como protagonista; vayamos a la
primera de ellas
Hay simplificaciones que son letales, y
yo mismo fui objeto de ellas alguna vez, como todos. Mi favorita es la de
cuando, tras una conferencia en la que dije que a veces era más reprobable
moralmente el político infame que se beneficiaba del terrorismo que el terrorista
propiamente dicho, ya que este último corría riesgos y el otro ninguno, un
diario tituló, en primera página: “Pérez-Reverte
prefiere un terrorista a un político”.
Otro ejemplo refiere a las vivencias del
escritor en tanto corresponsal en situaciones de guerra.
Con mi última novela tuve oportunidad de
ampliar la hemeroteca. Una revista publicó una entrevista en la que, entre
otras cosas, yo decía que la guerra tiene un olor que se queda en la nariz y en
la ropa y que tarda mucho en disiparse. Tanto debió de gustarle la idea al
redactor jefe o al director, que, en un exceso de celo melodramático, decidieron
titular en primera: “Llevo el olor de la
guerra pegado a mi piel”. Con lo cual, supongo que con toda la buena
voluntad del mundo, me dejaron como un perfecto gilipollas.
Y Pérez-Reverte guarda para el final aquellos
titulares que considera deberían llevarse el primer premio en el género.
De todos modos, la perla de mi última
presentación novelera es de las que costarían la amistad de amigos y colegas,
de no ser porque los amigos y colegas saben, por experiencia propia, con quién
nos jugamos los cuartos. Durante una conferencia de prensa, un periodista
preguntó si, en mi opinión, Marsé, Vargas Llosa o Javier Marías podrían haber
escrito El pintor de batallas, mi
última novela. Mi respuesta fue la única posible: con el mismo asunto, mis
colegas –amigos, además- habrían escrito magníficas novelas, pero no ésta. Para
escribirla así, añadí, necesitarían mi biografía, y cada cual tiene la suya.
El comentario, recogido por una agencia
de prensa, fue difundido correcta y literalmente; pero al día siguiente, un
diario puso en mi boca, en titulares gordos: “Ni Marsé ni Vargas Llosa tienen mi biografía”, otro precisó: “Vargas Llosa o Marías no habrían podido
escribir esta novela”, y un tercero: el premio Reverte me Alegro de Verte
al tonto del culo de este año, tituló: “Vargas
Llosa es incapaz de escribir esta novela”.
Solamente amistades de muy buena madera
tienen las reservas necesarias para sobrevivir a estos titulares.
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