martes, 25 de febrero de 2020

Respuestas al (sin) sentido de la vida


En este mismo espacio ayer presentamos varias consideraciones a las que unía cierto tono de escepticismo en relación al sentido de la vida. Ahora andaremos otros caminos al traer a colación la opinión de diferentes autores que encuentran o construyen sentido a su existencia.

Cabe precisar que en este terreno preferimos hablar en plural: sentidos de vida que van cambiando en el transcurso del tiempo personal y del social, por lo que el sentido de ayer puede que sea el sinsentido de hoy. En ocasiones la búsqueda se orienta hacia dentro de uno mismo pero con mucha frecuencia la atención está puesta en el afuera; tal vez por ello Juan Gil-Albert afirma que “hay que vivir ilusionados, pero sin hacerse ilusiones.”

Antes de ceder la palabra a los autores convocados, compartiré una experiencia personal. Hace unos meses vi el documental “Monrovia, Indiana” (Frederick Wiseman, Estados Unidos, 2018). La película da cuenta de la forma de vida en esa pequeña localidad de los Estados Unidos y subraya la simplicidad que conlleva: nacer, casarse, tener hijos, trabajar en el campo, participar en las fiestas populares, comer –a veces bárbaramente-, asistir a eventos de gran convocatoria como la exposición de autos antiguos o la feria de colchones, sociabilizar en la cantina, concurrir al remate de vehículos industriales para la faena del campo, tomar parte en ceremonias religiosas en diversas iglesias cristianas, participar en la logia masónica, todo ello en un ambiente de marcado nacionalismo… Los habitantes de Monrovia no viajan (ni falta parece que les hace), no comentan noticias (ni nacionales ni internacionales). La memoria y la tradición son reverenciadas y un ejemplo de ello es la rememoración ante estudiantes de bachillerato de la hazaña del equipo de básquet de la localidad, logro alcanzado hace ya varias décadas… La vida transcurre en casas grandes y camionetas gigantescas. Finalmente el documental muestra las honras fúnebres llevadas a cabo en el cementerio de la localidad para despedir a un insigne ciudadano.

Concluida la película me quedé pensando en la falta de sentido de una vida que transcurre de esa manera, en lo aburrido de esa forma de existencia, en la falta de actividades y horizontes culturales de la ciudad, etc.

Pero poco después se me ocurrió que seguramente lo mismo opinarían ellos de mi forma de vida, a la que no le encontrarían ningún chiste. La tentación de siempre: ver el mundo situándonos en el centro, considerando que nuestra forma de vivir indudablemente es mucho mejor que la del otro.

En realidad cada quien (por supuesto que influido por su identidad familiar y comunitaria) es dueño de encontrar sentidos donde otros jamás los hallarían. En relación a ello, Juan José Millás dice que “(…) el sentido se encuentra allí donde no se busca. El sentido siempre está en la periferia.”

Pero vayamos a las opiniones que habíamos anunciado. Para Andrés Trapiello, retomando a Azorín, el sentido de la vida va tras el instinto.

Al empezar el año, uno (…) cree que puede ordenar algo su vida, y programar las etapas del camino. Más tarde se olvida de ellas, porque olvida el camino de una vida que a menudo no lo tiene. Y si somos vidas sin argumento, la vida, que no tiene un camino trazado, se entrega, sí, como decía Azorín, a su instinto, el único que podrá sacarla del laberinto (…)

Sin embargo, de acuerdo con Simon Leys, “(…) nuestro instinto exige con pasión que las cosas tengan un sentido (…). Una vez pasado, necesitamos dar un sentido a todo cuanto nos sucede de inesperado.” Y concluye recordando la sentencia ya clásica de Nietzsche a este respecto: “podemos soportar el cómo de lo que sea con tal de que sepamos el porqué.

Para Michel Tournier el sentido de la vida va por el lado de la curiosidad, el conocimiento, la admiración, el arte.

Curiosidad, es decir, apetito de descubrir, de ver, de saber. Y también admiración.
No hay nada como la admiración. Exultar porque te sientes abrumado por la gracia de un músico, la elegancia de un animal, la grandeza de un paisaje, incluso el horror grandioso de un infierno, son cosas que dan sentido a la vida. (…) Nuestros límites, nuestras insuficiencias, nuestras pequeñeces tienen su cura en la irrupción de lo sublime ante nuestros ojos. Como dijo Ingmar Bergman, la música de Juan Sebastián Bach nos consuela de nuestra impiedad.

A los escritores -no nos detendremos en ello dado que ya hemos dedicado un artículo al tema- también se les pregunta a menudo acerca del sentido de su escritura, que en muchos casos es lo mismo que interrogarlos por el de sus vidas. Hay respuestas, como la que cita Alejandro Zambra, que constituyen una pieza literaria. Escribo por si acaso, respondía José Santos González Vera cuando le hacían la clásica pregunta sobre el sentido de escribir.”

Hay quienes enfrentan la fragilidad de la vida con una buena dosis de humor y este sería el caso –según comenta Roberto Alifano- de Jorge Luis Borges.

El sentido del humor bien puede ser la clave para comprender la vida o para sobrellevarla. En el caso de Borges era también una forma de escepticismo; consciente de la fragilidad de nuestra existencia, se tomaba en broma y tomaba en broma muchas de las cuestiones a las que otros suelen otorgar una trascendencia inmerecida.

Mientras que para Susan Sontag el valor de la vida reside en el compromiso social que se pone de manifiesto en la atención hacia los otros.

No creo que haya ningún valor inherente en el cultivo del yo. Y no creo que haya cultura (usando el término de manera normativa) sin un estándar de altruismo, de cuidado por los otros. Sí creo que hay un valor inherente en ampliar nuestro sentido de lo que puede ser una vida humana.

Por su parte Miguel García-Baró pone énfasis en el lugar que ocupa la fe para dar trascendencia al trabajo cotidiano, “(…) lo que yo creo que es fundamentalmente el concepto de fe: un algo más que yo no puedo cumplir pero sin lo cuál no tiene sentido la parte de cumplimiento que yo estoy dando a mis tareas evidentes”.

Al mismo tiempo, y por paradójico que parezca, muchos son quienes buscan el sentido de la vida en el sentido de la muerte. Es el caso de Antoine de Saint-Exupéry (citado por Arturo Garcé) “(…) porque lo que da un sentido a la vida da un sentido a la muerte”. Raffaele Mantegazza profundiza en ello al afirmar que en la educación –contrariamente a lo que sucede habitualmente- debe estar presente la muerte porque ello conduce a amar la vida y darle sentido.

Lo que nosotros podemos jugar con la muerte es el juego del sentido. En esta época preñada de muertes insensatas, podemos desafiar la muerte al devolver el sentido de nuestra vida, al exhibir su sentido, el sentido del morir. Para ello se requieren proyectos educativos muy fuertes, suficientemente arraigados y lo bastante trágicos como para erigirse en auténticos desafíos a la muerte, que sólo pueden serlo si se cubren con la dimensión del sentido. (…)
Es necesario mostrar que el verdadero desafío al que hay que invitar a la muerte no es el juego de vivir y morir –que ha inventado ella y es, por lo tanto, su terreno- sino los innumerables juegos que la humanidad ha creado precisamente al borde del límite: el arte, la poesía y el amor.
Desafiar a la muerte no puede significar, por ejemplo, intentar no morir o morir de modo arriesgado, según la moda rock o de forma enrollada. Puede significar, en cambio, colmar de sentido las migajas de vida que, por un instante, hemos sustraído a la muerte. Y para hacerlo hay que llenar de muerte la educación, hacer sentir su escalofrío en las escuelas y en los servicios educativos, para que éstos puedan convertirse en espacios de elaboración de un posible desafío. No a la muerte, naturalmente, sino al morir solos o abandonados, al morir a los 15 años contra un poste eléctrico, maldiciendo o bendiciendo un airbag que no ha querido abrirse.

A lo anterior, Gabriel Rolón añade el factor tiempo. “La vida de un hombre tiene sentido porque el tiempo no es eterno. Por eso me maravillan los relojes de arena, porque con cada grano que cae, me recuerda que nada es para siempre y que un día ni siquiera yo seré.”

Tal vez recorriendo la misma línea que sigue Philip Roth –citado por Rodrigo Fresán- en cuanto a que “(…) la vida es ese breve período en el que estás vivo”, Claudio Naranjo concluye en que “el sentido de la vida es estar vivo”.

Para finalizar de momento con este tema del sentido de la vida, hacemos nuestras las palabras de José Jiménez Lozano cuando afirma que “nunca le pagaremos a Aliosha por el consejo: Amar la vida más que su sentido.”

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