martes, 18 de febrero de 2020

Una aproximación a los jóvenes de comienzos del siglo XX


Se trata de una antigua costumbre: personas mayores que hacen consideraciones en relación a la juventud de su tiempo. Es el caso de Luis de Zulueta que en su libro La nueva edad heroica (publicado en 1942 y donde retoma una serie de conferencias suyas que ya cumplieron cien años) alude a los jóvenes españoles.

Al escribir ahora estas páginas en los días de esta segunda guerra mundial, recuerdo que fue cabalmente durante la guerra pasada cuando publiqué mi primer libro.
Formé aquel breve volumen con tres conferencias que, ante un auditorio juvenil, pronuncié en noviembre de 1915 en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Lo titulé “La Edad Heroica”.
Para mí, la edad heroica es la juventud. La edad de los mayores esfuerzos y de las conquistas espirituales decisivas.

El exceso de energía que tienen los jóvenes, en su opinión, lejos de ser un problema constituye una virtud.

Por lo común, los educadores, los padres y maestros –decía yo entonces- creen que hay en la juventud un exceso, un sobrante de energía y vitalidad, que se manifiesta en formas explosivas, a veces francamente reprobables, porque son contrarias a las conveniencias del individuo y a los fines de la sociedad. Y, observando esto, procuran entonces reprimir, contener, enfrenar (enfrenar suele ser la palabra empleada), esa energía excesiva, sin darse cuenta de que, por el contrario, debería ser intensificada y elevada a un plano superior, en el cual se desbordase en manifestaciones más nobles y más puras. 
Nunca, a mi juicio, se peca por sobra de energía; siempre por falta de energía verdadera.

Por otra parte de Zulueta pone énfasis en la importancia de combatir “los males morales” no con la idea de suprimirlos sino de “ahogarlos en la abundancia del bien”.

No deben combatirse los males morales directamente, como si algo fuera preciso suprimir, sino indirectamente, suscitando impulsos mejores, “ahogando el mal en la abundancia del bien”… Los vicios no se aniquilan, se superan.

A poco de haber iniciado el siglo XX –cuando la entonces denominada “Gran Guerra” estaba aun en su primera fase- Luis de Zulueta vislumbraba frivolidad y falta de horizontes en la vida de los jóvenes.

Es preciso hacer sentir a los jóvenes –añadía yo en la primera de aquellas conferencias- que, con todo su bullicio, con todas sus algaradas estudiantiles, viven, en general, una vida pobre, triste, oscura, sin emociones intensas, ajena a los grandes anhelos del mundo. Estudiantes hay en cuyo horizonte mental apenas encontraríamos otra cosa que la sórdida casa de huéspedes (…) el café o el billar con el ambiente lleno de humo de tabaco y de chistes repetidos; la clase a que se asiste rutinariamente para no perder el curso. ¿Qué más? Tal cual retazo de ramplona literatura, el periódico grosero o algún harapo de música chabacana, el cuplé del día, que durará todo el año, repitiéndose centenares, miles de veces, hasta la idiotez.

Y concluye con palabras que al cabo de los años no han perdido vigencia. “No olvidemos lo que significa la juventud. En la juventud es perdido el día en que no se descubre un nuevo horizonte. Es perdido el día en que no se anhela un mundo nuevo.”

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