Se trata de una antigua costumbre: personas mayores que
hacen consideraciones en relación a la juventud de su tiempo. Es el caso de
Luis de Zulueta que en su libro La nueva edad
heroica (publicado en 1942 y donde retoma una serie de conferencias suyas
que ya cumplieron cien años) alude a los jóvenes españoles.
Al escribir ahora estas páginas en los días de esta
segunda guerra mundial, recuerdo que fue cabalmente durante la guerra pasada
cuando publiqué mi primer libro.
Formé aquel breve volumen con tres conferencias que,
ante un auditorio juvenil, pronuncié en noviembre de 1915 en la Residencia de
Estudiantes de Madrid. Lo titulé “La Edad Heroica”.
Para mí, la edad heroica es la juventud. La edad de
los mayores esfuerzos y de las conquistas espirituales decisivas.
El exceso de energía que tienen los jóvenes, en su
opinión, lejos de ser un problema constituye una virtud.
Por lo común, los educadores, los padres y maestros
–decía yo entonces- creen que hay en la juventud un exceso, un sobrante de
energía y vitalidad, que se manifiesta en formas explosivas, a veces
francamente reprobables, porque son contrarias a las conveniencias del
individuo y a los fines de la sociedad. Y, observando esto, procuran entonces
reprimir, contener, enfrenar (enfrenar suele ser la palabra empleada), esa
energía excesiva, sin darse cuenta de que, por el contrario, debería ser
intensificada y elevada a un plano superior, en el cual se desbordase en
manifestaciones más nobles y más puras.
Nunca, a mi juicio, se peca por sobra de energía;
siempre por falta de energía verdadera.
Por otra parte de Zulueta pone énfasis en la
importancia de combatir “los males morales” no con la idea de suprimirlos sino
de “ahogarlos en la abundancia del bien”.
No deben combatirse los males morales directamente,
como si algo fuera preciso suprimir, sino indirectamente, suscitando impulsos
mejores, “ahogando el mal en la abundancia del bien”… Los vicios no se
aniquilan, se superan.
A poco de haber iniciado el siglo XX –cuando la entonces
denominada “Gran Guerra” estaba aun en su primera fase- Luis de Zulueta
vislumbraba frivolidad y falta de horizontes en la vida de los jóvenes.
Es preciso hacer sentir a los jóvenes –añadía yo en la
primera de aquellas conferencias- que, con todo su bullicio, con todas sus
algaradas estudiantiles, viven, en general, una vida pobre, triste, oscura, sin
emociones intensas, ajena a los grandes anhelos del mundo. Estudiantes hay en
cuyo horizonte mental apenas encontraríamos otra cosa que la sórdida casa de
huéspedes (…) el café o el billar con el ambiente lleno de humo de tabaco y de
chistes repetidos; la clase a que se asiste rutinariamente para no perder el
curso. ¿Qué más? Tal cual retazo de ramplona literatura, el periódico grosero o
algún harapo de música chabacana, el cuplé del día, que durará todo el año,
repitiéndose centenares, miles de veces, hasta la idiotez.
Y concluye con palabras que al cabo de los años no han
perdido vigencia. “No olvidemos lo que significa la juventud. En la juventud es
perdido el día en que no se descubre un nuevo horizonte. Es perdido el día en
que no se anhela un mundo nuevo.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario