Aun no se ha hecho un más que merecido reconocimiento
público a los medios de transporte en su calidad de proveedores de relatos. En
trenes, barcos, autobuses, aviones, automóviles, microbuses, tienen lugar
sucesos que dan ganas de contarlos. Claro está que en este entorno el metro
ocupa un lugar destacado y como muestra de ello va la historia que comparte
Juan José Millás.
En el metro,
sentado, con el aire acondicionado golpeándome en la nuca. Voy leyendo un libro
de poemas que de vez en cuando me obliga a levantar un poco la vista, para
dirigir un verso. Levantar la vista, dada la posición inclinada de mi cabeza,
significa tropezar con los pies de los viajeros. Veo zapatos menesterosos,
calcetines caídos, bordes desgastados de pantalones. También las piernas
desnudas de las mujeres con falda. En esto, entre todo ese muestrario, descubro
un pie maravilloso, prácticamente desnudo, con las uñas pintadas de un rojo
intensísimo. La sandalia sobre la que se asienta, de tacón de aguja, solo tiene
dos tiras, la del talón y otra muy delgada que atraviesa en diagonal la
extremidad. El erotismo clásico que desprende el conjunto me obliga a regresar,
avergonzado, al libro. Entonces me doy cuenta de que solo he visto un pie, no
su pareja. La busco por los alrededores sin resultado alguno, y cuando levanto
la vista siguiendo la línea del cuerpo advierto que pertenece a una chica a la
que le falta una pierna. Lleva una falda muy ligera, por encima de la rodilla,
y sustituye la pierna ausente (la derecha, a la altura, calculo, del muslo) con
una muleta sorprendentemente ligera y funcional. Es muy guapa y va muy bien
arreglada, con los labios pintados del mismo rojo intenso que las uñas del pie
y una melena negra, muy espesa, que le llega a los hombros. Le calculo unos
treinta años. Me levanto, le ofrezco mi asiento y lo acepta con una sonrisa de
gratitud.
Los protagonistas de este encuentro descubrirán que
tienen algo en común: el gusto por la poesía y más concretamente por la obra de
una reconocida poeta.
Una vez
sentada, hace el gesto de querer decirme algo. Agacho la cabeza para colocar la
oreja a la altura de su boca y me dice:
-Me encanta esa
poeta.
Se refiere a
Idea Vilariño, la autora del libro que iba leyendo yo. A continuación, casi en
un susurro, recita unos versos suyos que precisamente acabo de leer:
-“Qué fue la
vida / qué / qué podrida manzana / qué sobra / qué desecho.”
Llegará el momento en que cada quien seguirá su
camino y es cuando Millás formula algunas preguntas.
Me pongo en pie
aturdido, con la respiración entrecortada, preguntándome por qué el destino nos
envía, sin avisar, estos ángeles que entran en nuestras vidas y salen de ellas
como una corriente de aire.
En efecto, dos
paradas más allá, la chica sin pierna se incorpora sobre su sandalia de tacón
de aguja, me lanza una sonrisa de afecto y abandona el vagón. Durante unos
instantes, la veo caminar por el andén como una gaviota que tuviera
dificultades para emprender el vuelo, arremolinándose la falda en torno a la
ausencia.
Y es que como dice Idea Vilariño
Todo es muy
simple mucho
más simple y
sin embargo
aún así hay
momentos
en que es
demasiado para mí
en que no
entiendo
y no sé si
reírme a carcajadas
o si llorar de
miedo
o estarme aquí
sin llanto
sin risas
en silencio
asumiendo mi
vida
mi tránsito
mi tiempo.
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