jueves, 20 de febrero de 2020

Una historia en el metro


Aun no se ha hecho un más que merecido reconocimiento público a los medios de transporte en su calidad de proveedores de relatos. En trenes, barcos, autobuses, aviones, automóviles, microbuses, tienen lugar sucesos que dan ganas de contarlos. Claro está que en este entorno el metro ocupa un lugar destacado y como muestra de ello va la historia que comparte Juan José Millás.

En el metro, sentado, con el aire acondicionado golpeándome en la nuca. Voy leyendo un libro de poemas que de vez en cuando me obliga a levantar un poco la vista, para dirigir un verso. Levantar la vista, dada la posición inclinada de mi cabeza, significa tropezar con los pies de los viajeros. Veo zapatos menesterosos, calcetines caídos, bordes desgastados de pantalones. También las piernas desnudas de las mujeres con falda. En esto, entre todo ese muestrario, descubro un pie maravilloso, prácticamente desnudo, con las uñas pintadas de un rojo intensísimo. La sandalia sobre la que se asienta, de tacón de aguja, solo tiene dos tiras, la del talón y otra muy delgada que atraviesa en diagonal la extremidad. El erotismo clásico que desprende el conjunto me obliga a regresar, avergonzado, al libro. Entonces me doy cuenta de que solo he visto un pie, no su pareja. La busco por los alrededores sin resultado alguno, y cuando levanto la vista siguiendo la línea del cuerpo advierto que pertenece a una chica a la que le falta una pierna. Lleva una falda muy ligera, por encima de la rodilla, y sustituye la pierna ausente (la derecha, a la altura, calculo, del muslo) con una muleta sorprendentemente ligera y funcional. Es muy guapa y va muy bien arreglada, con los labios pintados del mismo rojo intenso que las uñas del pie y una melena negra, muy espesa, que le llega a los hombros. Le calculo unos treinta años. Me levanto, le ofrezco mi asiento y lo acepta con una sonrisa de gratitud.

Los protagonistas de este encuentro descubrirán que tienen algo en común: el gusto por la poesía y más concretamente por la obra de una reconocida poeta.

Una vez sentada, hace el gesto de querer decirme algo. Agacho la cabeza para colocar la oreja a la altura de su boca y me dice:
-Me encanta esa poeta.
Se refiere a Idea Vilariño, la autora del libro que iba leyendo yo. A continuación, casi en un susurro, recita unos versos suyos que precisamente acabo de leer:
-“Qué fue la vida / qué / qué podrida manzana / qué sobra / qué desecho.”

Llegará el momento en que cada quien seguirá su camino y es cuando Millás formula algunas preguntas.

Me pongo en pie aturdido, con la respiración entrecortada, preguntándome por qué el destino nos envía, sin avisar, estos ángeles que entran en nuestras vidas y salen de ellas como una corriente de aire.
En efecto, dos paradas más allá, la chica sin pierna se incorpora sobre su sandalia de tacón de aguja, me lanza una sonrisa de afecto y abandona el vagón. Durante unos instantes, la veo caminar por el andén como una gaviota que tuviera dificultades para emprender el vuelo, arremolinándose la falda en torno a la ausencia.

Y es que como dice Idea Vilariño

Todo es muy simple mucho
más simple y sin embargo
aún así hay momentos
en que es demasiado para mí
en que no entiendo
y no sé si reírme a carcajadas
o si llorar de miedo
o estarme aquí sin llanto
sin risas
en silencio
asumiendo mi vida
mi tránsito
mi tiempo.

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