En
un artículo que ya tiene sus ayeres, Luis Ignacio Helguera reconocía su interés
por “explorar las personalidades y las obras de algunos escritores raros (Virgilio Piñera, Pedro F. Miret,
Pita Amor, Saki, Roland Topor, Aloysius Bertrand, Charles Bukowski, entre
otros) (…)”. Pero admite que lo que nunca imaginó es “que se desataría en estos
desconcertantes inicios del siglo XXI un boom
de interés en los raros”.
¿Cuál
era el motivo de ir tras la obra de estos escritores marginales? Helguera no deja lugar a dudas: “Mi
inclinación por los raros era (es) una consecuencia natural de mi fobia a los bestsellers, a los autores que hay que
leer, a las modas literarias.”
Sin
embargo el poder de estas últimas resulta avasallador al infiltrarse por
múltiples resquicios en el mundo de las letras.
Pero
la moda no respeta nada: todo lo doma la moda (a la moda, dómala, debiera ser palindrómicamente). Hasta lo más
raro, lo más singular, acaba, por lo visto, absorbido por esa frívola glotona,
por esa gran puta.
Una
vez más queda de manifiesto, como sostiene Javier Gomá Lanzón, que la moda
termina incorporando las transgresiones, las vuelve parte del mercado.
Llegados
a este punto, Luis Ignacio Helguera se interroga acerca del destino de los
raros de otrora.
¿No
eran acaso auténticos raros Horacio Quiroga, Felisberto Hernández o Juan Rulfo
cuyas obras circulan hoy en idiomas y ediciones múltiples? ¿No era un raro
Pessoa, sobre cuyos últimos días publicó recientemente Antonio Tabucchi, autor
de moda, un librito de éxito?
Pero
el carácter inequitativo de la confrontación no llevaría a Helguera a desistir
de su compromiso con los raros. “¿Es una casualidad que el escritor raro José
de la Colina y el que escribe estas líneas coincidamos actualmente en la
impartición de cursos sobre escritores raros o extraños?”
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