martes, 10 de marzo de 2020

De mujeres, alcohol y periodismo


Durante mucho tiempo en el oficio del periodismo los varones fueron la enorme mayoría. Tal vez sigan siendo más, pero en años recientes se observa frecuentemente la presencia de mujeres que firman notas, entrevistas, columnas de opinión y que dirigen medios.

La fama en cuanto a que a los periodistas suele gustarles el alcohol, ha sido muy bien  ganada, a pulso literalmente. Miguel Ángel Aguilar, periodista español de larga trayectoria -en ocasión de ser entrevistado por Daniel Ramírez- abordó el tema.

En las redacciones existían ciertos hábitos, entre ellos el de llevar una petaquilla forrada en cuero llena de whisky, ron o ginebra. (…) 
A lo largo de una jornada de diez horas, el periodista se había bebido su petaca. La ingesta era con lentitud, sin apresuramiento.

Sin embargo, y al igual que aconteciera con la ley seca, la prohibición de ingesta de alcohol en las oficinas resultó contraproducente.

En un momento dado se prohibió el alcohol en las redacciones, tanto el de sus cafeterías como el traído de casa. Fue muy duro. Eso disparó el alcoholismo. Los periodistas bajaban a los bares de alrededor. Como no podían hacerlo cada dos horas, en lugar de una copa se bebían tres en cuarenta minutos.

Pero más allá de lo que significara como conquista sindical, el consumo de alcohol dentro de las redacciones –según sostiene Aguilar en la entrevista aludida- mejoraba notoriamente el nivel de desempeño. “A muchos de los mejores periodistas que he conocido les ayudaba el alcohol, les hacía más inteligentes. A algunos les atocinaba y les entorpecía, pero a otros les aportaba lucidez. También atrevimiento.” Y el símil, ¡triste comparación!, no se hace esperar: “En la guerra, cuando había que sacar a los muchachos de la trinchera, se repartía el coñac saltaparapetos. Se distribuía en una dosis generosa y se iba hacia delante”.

Ahora bien en estos tiempos en que las mujeres constituyen la vanguardia del llamado periodismo de investigación da la impresión que (más allá de que les guste o no tomarse algunas copas), no requieren de ello para envalentonarse, para jugarse la vida, para –en el decir de Miguel Ángel Aguilar- ir hacia adelante.

Nunca estaremos lo suficientemente agradecidos con ellas por sacar a la luz lo que se hizo en lo oscurito, por hacer del conocimiento público lo que se aspiraba a hacer de uso privado.

Mientras tanto –y cabe aclarar que por supuesto existen muy honrosas excepciones- no son pocos los periodistas que siguen tomando sus alcoholes (posiblemente añejados y de muy buena cosecha) adquiridos al muy elevado precio de remuneraciones y gratificaciones obtenidas por callar, por convertirse en líderes de una opinión pública dirigida desde los poderes, por manipular, por mentir. ¡Que la peor de las crudas caiga sobre ellos!

No es cuestión de venganza sino de justicia; se lo merecen.

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