Un día
sí y otro también llegan noticias de las amenazas que enfrenta la ciudad de
Venecia: si hay sequía, los canales están casi secos; cuando llueve en abundancia,
la inundación causa estragos y un artículo de National Geographic en español se refiere a ello.
Una
inundación es rutinaria. La sirena suena, bajan las puertas protectoras de
acero. Se calzan las botas, esenciales para cualquier guardarropa veneciano. Se
montan los cuatro kilómetros de pasarelas: tablones elevados sostenidos por
patas metálicas. La vida continúa.
Aquí,
donde todo lo que cualquiera necesita para vivir y morir debe transportarse en
barco, sobre puentes y subirse difícilmente por escaleras, el tiempo se mide
por la amplitud de las mareas; el espacio está delimitado por el agua. Las
matemáticas de la distancia, un conteo de los pasos y los horarios de los botes
resultan instintivos para todo veneciano.
Existe
consenso en cuanto a que el mayor peligro que se cierne sobre la ciudad es el
del turismo, actividad que –según la misma fuente- tiene su origen en el pasado
remoto.
El
turismo ha sido parte del paisaje veneciano desde el siglo XIV, cuando los
peregrinos se detenían ahí, en ruta hacia Tierra Santa. Con la Reforma en el
siglo XVI, se rezagó, pero recobró impulso en el XVII cuando europeos de clase
alta, resueltos a adquirir el fino lustre de la experiencia cultural, se
embarcaban en un “grand tour”.
Y a continuación
proporciona algunas cifras que permiten observar la magnitud del fenómeno.
Número de
residentes venecianos en 2007: 60,000. Número de visitantes en 2007: 21
millones. En mayo de 2008, por ejemplo, durante un fin de semana feriado,
80,000 turistas cayeron sobre la ciudad como langostas sobre los campos de
Egipto. (…)
La Serenissima, como se conoce a
Venecia, es todo menos serena.
Por su
parte Paula Hardy propone un cálculo a futuro en relación al número de turistas
que “se estima que en 2025 serán 38 millones”.
Turistas
que tienen que poner sus sentidos en alerta porque, como señala la nota del National Geographic en español, es una
ciudad no sólo digna de mirarse sino también de escucharse.
Venecia
debe escucharse tanto como mirarse. Por la noche el ojo no se distrae con el
resplandor de sus domos dorados.
El oído
puede discernir el golpe de los postigos de madera que se cierran, los talones
que golpean hacia arriba y hacia abajo los escalones de piedra de los puentes,
el dramatismo abreviado de las conversaciones susurradas, el golpear contra el
malecón de las olas creadas por los botes, el ruido entrecortado de la lluvia
que cae sobre los toldos de lona, y siempre, siempre, el pesado y triste sonido
de las campanas.
Sobre
todo, el sonido de Venecia es la ausencia del ruido de automóviles.
En las
ciudades muy visitadas por el turismo es habitual que los vecinos tengan
reparos y propongan algún tipo de limitación. Venecia no es excepción y, según
la nota de National Geographic en español,
Massimo Cacciari (quien fuera alcalde de la ciudad) pensó en aplicar “un
pequeño examen de admisión” y en cobrar “una pequeña cuota” a los aspirantes a
turistas.
Diversos
medios informan que en breve será aprobada la llamada “tasa de desembarco” para
aquellos turistas por el día, quienes no pernoctan en la ciudad. Existen otras
propuestas para enfrentar el problema; Irene Hernández Velasco da cuenta de una
de ellas.
[Mateo
Secchi, fundador de Venessia.com
propone] establecer un numerus clausus
a partir del cual la ciudad eche el cierre e impida que entre ni una sola
persona más. "Es exactamente igual que cuando yo hago una fiesta en mi
casa: si invito a 20 amigos nos divertimos todos, si invito a 30 empezamos a
pasarlo mal y si se presentan 50 directamente nos asfixiamos", cuenta.
Secchi
cifra en 80.000 personas el número máximo de personas que La Serenísima es capaz de acoger al día. "Ocurre 10 veces al
año, pero esas diez veces hay que ser valiente y echar el cierre",
sentencia.
Calcular
el número de turistas que entran en Venecia resultaría posible gracias a los
geolocalizadores de los móviles. Y clausurarla también: "Basta con cerrar
el puente por donde acceden a Venecia los coches y los trenes e impedir que en
el puerto atraquen nuevas naves. Punto".
Por
supuesto que no todos los vecinos están de acuerdo con estas restricciones al
turismo, actividad que deja una importante derrama económica que beneficia a parte
de la población.
Ahora
bien, para tener una perspectiva más amplia del tema conviene echar una mirada
al pasado. José Luis García Martín -en su reseña del libro de John Julius
Norwich Venecia en el siglo XIX (Granada,
Almed, 2009)- cita la pregunta que formulara Goethe en el siglo XVIII: “¿Qué se
puede decir de nuevo sobre Venecia?”. Y a continuación deja en claro que los
vaticinios acerca de su desaparición no son recientes.
(…) Otro inglés
excéntrico que contribuyó como pocos a la fama de Venecia fue John Ruskin, el
esteta minuciosamente erudito. Según se viene repitiendo desde el siglo XVIII
(y quizá desde antes), creyó que la ciudad estaba a punto de desaparecer y por
eso quiso, en Las piedras de Venecia,
su obra más famosa, dejar constancia de todos los pormenores de aquel lugar
único. Contrató escaleras y andamios para no dejar moldura ni escultura sin
estudiar ni dibujar. Su mujer Effie (…) escribió en una carta: “John causa un
enorme asombro en todos cuantos le observan en Venecia y me parece que no saben
bien si se trata de un perturbado profundo o de alguien muy sabio. Nada
consigue distraerle y, tanto si la plaza está atestada de gente o vacía, lo
vemos haciendo daguerrotipos con un paño negro cubriéndole la cabeza o bien
trepando por los capiteles repletos de polvo, o incluso con telarañas como si
acabara de regresar de un viaje con una bruja en su escoba. Después cuando baja
al suelo se queda de pie, inmóvil, para que Domenico le cepille cuidadosamente
ante el asombro de los espectadores que le rodean”.
En
pleno siglo XIX John Ruskin -en Las piedras
de Venecia y otros escritos sobre arte (edición de Pedro Gómez Carrizo, con
selección y traducción nada menos que de
Carmen de Burgos. Madrid, Biblok Book Export, 2016)- afirma
Venecia (…)
se nos ofrece aún en el último período de su decadencia; fantasma tendido sobre
la arena del mar. Aparece tan débil y tan tranquilo, tan desnudo de todo, salvo
de su encanto, que se puede, al contemplar sus pálidos reflejos en la laguna,
preguntar cuál es la ciudad y cuál es la sombra.
Quisiera
trazar su imagen antes de que se pierda para siempre y recordar, en cuanto me
sea dado, la enseñanza que parecen murmurar cada una de las olas invasoras que
vienen a batir como las campanas errantes las piedras de Venecia.
En
cosas que no nos conciernen José Luis García Martín -cubriendo la discreción
con un paréntesis que vamos a respetar- comenta que Effie, la esposa de Ruskin,
“(un día se atrevió a preguntar, algo extrañada, a su madre si era normal que,
después de varios años de matrimonio, continuara siendo virgen)”.
Dejemos
de lado esas cuestiones de la vida íntima y para cerrar el tema, nada mejor que
citar nuevamente a García Martín.
“El que
está en Venecia, cree estar en Venecia. Solo el que sueña con Venecia está
verdaderamente en Venecia”, podríamos decir parafraseando a Ramón Gómez de la
Serna. Quizá eso explique el inmarchitable atractivo de la ciudad.
Seguramente
ese inmarchitable atractivo tiene que
ver -según el mismo José Luis García Martín- con que “cuando se cree haberlo
dicho todo sobre Venecia, siempre queda lo más importante por decir”.
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