martes, 3 de marzo de 2020

Los explicadores, ayuda para entender un nuevo lenguaje


Si bien ya nos hemos referimos a este tema (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/search/label/explicadores), ahora reincidimos porque creemos que la ocasión lo amerita.

El surgimiento del cine significó un gran conmoción en su momento y por más que directores y actores hicieran muy bien su trabajo, fue necesaria la presencia del explicador debido, según Jean-Claude Carrière, a que el nuevo lenguaje no estaba exento de dificultades.

Buñuel, que nació en 1900, con el surgimiento del cine, me contaba que cuando iba a Zaragoza a ver una película en 1907 o 1908, había un "explicador" que con un bastón aclaraba lo que estaba pasando en la pantalla. El nuevo lenguaje todavía no resultaba comprensible.

Miguel Gila rememora con admiración a ese personaje indispensable en los inicios del cine.

Las películas eran mudas, pero en el foso que había junto al escenario, cerca de la pantalla, un quinteto de músicos o un pianista amenizaba la proyección. Y aunque las películas tenían, de vez en cuando, un letrero con lo que decían o pensaban los personajes, a veces ponían un explicador que se situaba sobre el escenario, a un costado de la pantalla, y con un puntero largo la señalaba y decía: "Ahora viene el malo y se lleva a la chica con el caballo". Y entraba el malo, que siempre tenía un pequeño bigotito, y se llevaba a la chica con el caballo. Y seguía el explicador: "Pero llega el bueno y al enterarse de que el malo se ha llevado a la chica, sale en su persecución". Y aparecía el bueno y, tal como había dicho el explicador, salía en persecución del malo. Y así, de esta manera tan peculiar, a los espectadores no se nos pasaba nada por alto. Yo sentía una gran admiración por aquel explicador que sabía todo lo que iba a pasar en la película.

(Entre paréntesis, no dudo en reconocer que muchas veces requeriría de la presencia de un explicador que me permita entender aquello que estoy viendo en algunas películas actuales).

Por su parte, Irene Vallejo los relaciona a otros referentes del mundo de la oralidad. “El cine, que empezó siendo un espectáculo mudo, persiguió ansiosamente el tránsito al sonoro. Mientras duró la etapa silente, las salas dieron trabajo a unos curiosos personajes, los explicadores, que pertenecían a la antigua tribu de los rapsodas, trovadores, titiriteros y narradores.” Su labor, cuyos efectos eran tan tranquilizadores para el público, iba mucho más allá de explicar lo que estaba sucediendo.

Su tarea consistía en leer los rótulos de las películas para el público analfabeto y animar la sesión. En los comienzos, su presencia era tranquilizadora porque la gente se asustaba al ver por primera vez una proyección. No entendían cómo podía brotar una calle –o una fábrica, un tren, una ciudad, el mundo- de una sábana. Los explicadores ayudaban a suavizar el extrañamiento del cine, cuando las imágenes en movimiento entraron en nuestras vidas. Acudían provistos de artilugios como bocinas, carracas y cáscaras de coco para reproducir los sonidos que se veían en pantalla. Señalaban a los personajes con un puntero. Respondían a las exclamaciones del público. Improvisaban expresivos monólogos al hilo de la acción. Interpretaban, daban carácter a la silenciosa trama. Desataban carcajadas. En el fondo, intentaban llenar el inquietante vacío que creaba la ausencia de voces.

Como era de suponer –continúa Vallejo- hubo quienes se destacaron ampliamente en el ejercicio de este oficio. “Los explicadores más divertidos y elocuentes llegaron a ser anunciados en los programas de los cines porque muchos espectadores acudían a las salas atraídos por ellos, y no por las películas.” Para ilustrar lo anterior alude a un caso concreto.

Heigo Kurosawa fue un admirado benshi, narrador de películas mudas para el público japonés. Se convirtió en una estrella; la gente acudía en masa a escucharlo. Introdujo a su hermano pequeño Akira, que por entonces quería ser pintor, en los ambientes cinematográficos de Tokyo.

La llegada del cine sonoro no solo significaría el final de la carrera de algunos actores de la etapa silente. “En torno a 1930, con la vertiginosa llegada del sonoro, los benshi perdieron su trabajo, su fama se eclipsó y fueron olvidados. Heigo se suicidó en 1933.”

Concluye Irene Vallejo señalando que “Akira dedicó toda su vida a dirigir películas como las que aprendió a amar en la voz de su hermano mayor.”

Por cierto que Akira Kurosawa nunca renunció a su vocación de pintor lo que queda en claro al apreciar algunas de sus películas que son extraordinarias pinturas, magníficas obras de arte.

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