Si bien ya nos hemos referimos a
este tema (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/search/label/explicadores),
ahora reincidimos porque creemos que la ocasión lo amerita.
El surgimiento del cine significó
un gran conmoción en su momento y por más que directores y actores hicieran muy
bien su trabajo, fue necesaria la presencia del explicador debido, según Jean-Claude
Carrière, a que el nuevo lenguaje no estaba exento de dificultades.
Buñuel, que
nació en 1900, con el surgimiento del cine, me contaba que cuando iba a
Zaragoza a ver una película en 1907 o 1908, había un "explicador" que
con un bastón aclaraba lo que estaba pasando en la pantalla. El nuevo lenguaje
todavía no resultaba comprensible.
Miguel Gila rememora con
admiración a ese personaje indispensable en los inicios del cine.
Las películas eran mudas, pero en el
foso que había junto al escenario, cerca de la pantalla, un quinteto de músicos
o un pianista amenizaba la proyección. Y aunque las películas tenían, de vez en
cuando, un letrero con lo que decían o pensaban los personajes, a veces ponían
un explicador que se situaba sobre el escenario, a un costado de la pantalla, y
con un puntero largo la señalaba y decía: "Ahora viene el malo y se lleva
a la chica con el caballo". Y entraba el malo, que siempre tenía un
pequeño bigotito, y se llevaba a la chica con el caballo. Y seguía el explicador:
"Pero llega el bueno y al enterarse de que el malo se ha llevado a la
chica, sale en su persecución". Y aparecía el bueno y, tal como había
dicho el explicador, salía en persecución del malo. Y así, de esta manera tan
peculiar, a los espectadores no se nos pasaba nada por alto. Yo sentía una gran
admiración por aquel explicador que sabía todo lo que iba a pasar en la
película.
(Entre paréntesis, no dudo en reconocer que
muchas veces requeriría de la presencia de un explicador que me permita
entender aquello que estoy viendo en algunas películas actuales).
Por su
parte, Irene Vallejo los relaciona a otros referentes del mundo de la oralidad.
“El cine, que empezó siendo un espectáculo mudo, persiguió ansiosamente el
tránsito al sonoro. Mientras duró la etapa silente, las salas dieron trabajo a
unos curiosos personajes, los explicadores, que pertenecían a la antigua tribu
de los rapsodas, trovadores, titiriteros y narradores.” Su labor, cuyos efectos
eran tan tranquilizadores para el público, iba mucho más allá de explicar lo
que estaba sucediendo.
Su tarea
consistía en leer los rótulos de las películas para el público analfabeto y
animar la sesión. En los comienzos, su presencia era tranquilizadora porque la
gente se asustaba al ver por primera vez una proyección. No entendían cómo
podía brotar una calle –o una fábrica, un tren, una ciudad, el mundo- de una
sábana. Los explicadores ayudaban a suavizar el extrañamiento del cine, cuando
las imágenes en movimiento entraron en nuestras vidas. Acudían provistos de
artilugios como bocinas, carracas y cáscaras de coco para reproducir los
sonidos que se veían en pantalla. Señalaban a los personajes con un puntero.
Respondían a las exclamaciones del público. Improvisaban expresivos monólogos
al hilo de la acción. Interpretaban, daban carácter a la silenciosa trama.
Desataban carcajadas. En el fondo, intentaban llenar el inquietante vacío que
creaba la ausencia de voces.
Como
era de suponer –continúa Vallejo- hubo quienes se destacaron ampliamente en el
ejercicio de este oficio. “Los explicadores más divertidos y elocuentes
llegaron a ser anunciados en los programas de los cines porque muchos
espectadores acudían a las salas atraídos por ellos, y no por las películas.”
Para ilustrar lo anterior alude a un caso concreto.
Heigo
Kurosawa fue un admirado benshi,
narrador de películas mudas para el público japonés. Se convirtió en una
estrella; la gente acudía en masa a escucharlo. Introdujo a su hermano pequeño
Akira, que por entonces quería ser pintor, en los ambientes cinematográficos de
Tokyo.
La
llegada del cine sonoro no solo significaría el final de la carrera de algunos
actores de la etapa silente. “En torno a 1930, con la vertiginosa llegada del
sonoro, los benshi perdieron su
trabajo, su fama se eclipsó y fueron olvidados. Heigo se suicidó en 1933.”
Concluye
Irene Vallejo señalando que “Akira dedicó toda su vida a dirigir películas como
las que aprendió a amar en la voz de su hermano mayor.”
Por
cierto que Akira Kurosawa nunca renunció a su vocación de pintor lo que queda
en claro al apreciar algunas de sus películas que son extraordinarias pinturas,
magníficas obras de arte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario