jueves, 5 de marzo de 2020

Encuadernaciones


La costumbre de encuadernar libros ha caído en desuso (tal vez alguien podría acotar: leer libros es lo que en realidad ha caído en desuso…) Existen pocas profesiones –medicina, abogacía- en que todavía es uso frecuente. Durante mucho tiempo entre quienes desempeñaban esta labor hubo verdaderos maestros encuadernadores cuya labor era muy apreciada. Aun quedan, casi como especies en extinción, algunos pequeños negocios que a ello se dedican.

No es tan conocida la parte tenebrosa, que también la tuvo, de esta actividad. Álvaro Armero –basándose en la obra de Jorge Ordaz Confesiones de un bibliófago- aborda la cuestión.

(…) El bibliófago glosa más adelante un tema realmente terrorífico: el de las encuadernaciones con piel humana, y se refiere en particular al coronel Céspedes, una noche en la que estaba inspiradamente locuaz. Lo que dijo entre pulgarada y pulgarada de rapé, fue, en esencia, lo siguiente: Se contaba que en tiempos de la Revolución francesa, los mismísimos pellejos de aristócratas guillotinados eran llevados a una curtidoría en Meudon, de donde salían convertidos en cueros para encuadernaciones y otros usos no especificados.

En caso que el lector aun no nos haya abandonado, puede dar otro paso en el conocimiento –siguiendo a Armero- de esta perversidad estrechamente vinculada al mundo de los libros.

Si bien esto no pudo probarse nunca, es cierto que durante años se comentó la existencia de un ejemplar del Contrato Social de Rousseau, cuyas cubiertas estaban forradas con la piel de un destacado aristócrata del ancien régime, el cual en vida ¡se había carcajeado públicamente de las teorías del ginebrino! También había oído hablar Céspedes de una Constitución del 1793, encuadernada con la piel de un fanático sanscoulotte.

¡De no creer!

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