En un
mundo en que los manuales están a disposición para convertirse en aquello que
se desea ser, no podían faltar los instructivos que hagan posible llegar a ser
un buen escritor. Eso sí, por lo general no cuentan con la simpatía de los
profesionales en el oficio; Wislawa Szymborska hace la reseña de uno de ellos.
Sólo el
principio ya es desalentador. En la portada de El arte de escribir aparece el siguiente subtítulo: Grandes secretos literatos al descubierto:
Ernest Hemingway, John Steinbeck, Kurt Vonnegut y otros. (…) El libro
pertenece a la familia de las guías “cómo ser joven, rico y talentoso”.
No oculta
Szymborska sus severos reparos en cuanto a la utilidad que ese libro (que
contiene “muchas recetas y muy diversas”) preste al aspirante a escritor.
Puedo
imaginarme a ese escritor novel que, fruto de la ingenuidad de su alma, pone en
práctica a la vez todos los consejos que aquí le ofrecen. El pobre debería escribir
solo en primera persona y, al mismo tiempo, solo en tercera; exclusivamente con
frases cortas, pero también con largas; pensar en el lector, y a la vez, no
pensar en absoluto en él.
Con estas
indicaciones el principiante quedaría agobiado y confundido por lo que el
resultado es más que predecible. “Naturalmente, se atascaría en las dos
primeras palabras y ya nunca más volvería a la literatura.”
En la
pluma de Juan José Millás no le va mejor a una de las tantas obras que pretenden
enseñar a escribir una novela.
Leo, para
comprobar si las escribo bien, un libro sobre cómo escribir una novela. El
autor debe de venir del mundo de la repostería, pues se expresa como un
pastelero. Asegura que antes de empezar hay que tener todos los ingredientes
dispuestos sobre la mesa de trabajo. Aquí la harina, aquí la levadura, aquí la
sal, aquí la canela, aquí la nata, etcétera. Dice que la harina es la trama, de
modo que tiene que ser de muy buena calidad. ¿Y cómo se nota la buena calidad
de una trama? Probándola, asegura, con un dedo.
Por su
parte José Jiménez Lozano se refiere a quienes pretenden compartir sus secretos
de sastrería literaria y les pregunta:
“¿Por qué jugar con cualquier cosa para hacer
retórica bien sonante y de bien cortada
frase, que al fin y al cabo es cosa de sastrería y tiene bien poco que ver
con la literatura?” Sin menospreciar al arte de la repostería ni al de la
sastrería, es posible concluir que cada actividad tiene sus especificidades.
En
definitiva sigue siendo válida la observación de W. Somerset Maugham: “(…) hay
tres reglas para escribir una novela. Por desgracia, nadie sabe cuáles son”.
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