Hay docentes que no quieren hacer las
mismas preguntas de siempre, que buscan innovar pero sucede que a veces se le
va la mano. Lo cuenta Gabriel García Márquez
Un maestro de literatura le advirtió el
año pasado a la hija menor de un gran amigo mío que su examen final versaría
sobre “Cien años de soledad”. La chica se asustó, con toda la razón, no sólo
porque no había leído el libro, sino porque estaba pendiente de otras materias
más graves.
Aunque la situación se presentaba
complicada, la alumna pudo ir bien preparada a la prueba gracias al apoyo de su
padre.
Por fortuna, su padre tiene una
formación literaria muy seria y un instinto poético como pocos, y la sometió a
una preparación tan intensa que, sin duda, llegó al examen mejor armada que su
maestro.
Y fue entonces –continúa García Márquez-
cuando surgió lo inesperado.
Sin embargo, éste le hizo una pregunta
imprevista: qué significa la letra al revés en el título de “Cien años de
soledad”. Se refería a la edición de Buenos Aires, cuya portada fue hecha por
el pintor Vicente Rojo con una letra invertida, porque así se lo indicó su
absoluta y soberana inspiración.
El desenlace es previsible porque “la
chica, por supuesto, no supo qué contestar.”
Lo que ya de plano constituye una
paradoja –concluye García Márquez- es que el propio artista también habría sido
reprobado por tan creativo profesor: “Vicente Rojo me dijo, cuando se lo conté,
que tampoco él lo hubiera sabido.”
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