Ya hemos
incursionado –y continuaremos haciéndolo- en el tema de la vida ascética. Así
fue como dimos con Pacomio (siglo IV) a quien hoy volvemos. Se pregunta J.
Lacarriére: “¿Hasta dónde un asceta tiene derecho a sentirse orgulloso de sí
mismo, a sentirse contento de su ascesis o de su obra?” Lacarriére (siguiendo
el testimonio de monseñor T. Lefort, biógrafo de Pacomio) aclara el punto.
He aquí
la sorprendente respuesta que da el
propio Pacomio en el siguiente episodio: “Una vez que Pacomio hubo
terminado la construcción del monasterio
de Monease, en el cual había ajustado algunas
columnas, sintióse orgulloso de su obra y la encontró bella. Mas temió
en seguida que este sentimiento viniera de la vanidad y por ello se apresuró a
desplazar las columnas para dar al edificio un aspecto desagradable”.
Lo
anterior –continúa J. Lacarriére- invita a cambiar la mirada sobre el arte
defectuoso.
He aquí
una explicación del arte copto en la que seguramente jamás han pensado los críticos. ¿Quién sabe, en efecto, si
ciertos aspectos de este arte, ese dibujo tosco y a menudo deformado de los
rostros, esa ausencia de cualquier preocupación acerca de la estética en su
arquitectura, no obedecerían a una
repulsa perfectamente consciente de la belleza? ¿Quién sabe si la fealdad,
la asimetría del arte en cuestión: y lo
que se cree ser su torpeza, no fueron sentidas
por los artistas coptos como curiosos medios de salvación, como una suerte
de ascesis artística en que la repulsa
de la belleza desempeñaría el mismo papel
que la repulsa del cuerpo en la ascesis física?
Interesante esta idea de “ascesis
artística” que propone Lacarriére.
Finalmente,
a partir de este tema es posible enunciar algunas metáforas, un tanto
rebuscadas pero no por ello menos pertinentes, respecto a situaciones de la
actualidad. Pero de momento se las ahorramos al posible lector, que seguramente
encontrará las suyas.
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