jueves, 11 de junio de 2020

La búsqueda de la fealdad


Ya hemos incursionado –y continuaremos haciéndolo- en el tema de la vida ascética. Así fue como dimos con Pacomio (siglo IV) a quien hoy volvemos. Se pregunta J. Lacarriére: “¿Hasta dónde un asceta tiene derecho a sentirse orgulloso de sí mismo, a sentirse contento de su ascesis o de su obra?” Lacarriére (siguiendo el testimonio de monseñor T. Lefort, biógrafo de Pacomio) aclara el punto.

He aquí la sorprendente respuesta que da el  propio Pacomio en el siguiente episodio: “Una vez que Pacomio hubo terminado la  construcción del monasterio de Monease, en el cual había ajustado algunas  columnas, sintióse orgulloso de su obra y la encontró bella. Mas temió en seguida que este sentimiento viniera de la vanidad y por ello se apresuró a desplazar las columnas para dar al edificio un aspecto desagradable”.

Lo anterior –continúa J. Lacarriére- invita a cambiar la mirada sobre el arte defectuoso.

He aquí una explicación del arte copto en la que seguramente jamás han pensado  los críticos. ¿Quién sabe, en efecto, si ciertos aspectos de este arte, ese dibujo tosco y a menudo deformado de los rostros, esa ausencia de cualquier preocupación acerca de la estética en su arquitectura, no obedecerían a una  repulsa perfectamente consciente de la belleza? ¿Quién sabe si la fealdad, la  asimetría del arte en cuestión: y lo que se cree ser su torpeza, no fueron sentidas  por los artistas coptos como curiosos medios de salvación, como una suerte de ascesis artística en que la repulsa de la belleza desempeñaría el mismo papel  que la repulsa del cuerpo en la ascesis física?

Interesante esta idea de “ascesis artística” que propone Lacarriére.

Finalmente, a partir de este tema es posible enunciar algunas metáforas, un tanto rebuscadas pero no por ello menos pertinentes, respecto a situaciones de la actualidad. Pero de momento se las ahorramos al posible lector, que seguramente encontrará las suyas.

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