Que los olores nos traen
recuerdos, no es novedad para nadie. Algunos olores de la niñez quedan
impregnados en la memoria para toda la vida. Los hay asociados a lugares,
sabores, sensaciones y momentos; constituyen una provocación a la memoria.
Eso le sucedió a Andrés Trapiello
quien en diversos pasajes de sus textos les concede un lugar especial; para
muestra basta un botón.
Al pasar junto
al portal me ha venido un olor peculiar, entre guiso de coles y ozonopino, que
ha sido suficiente para traerme a la memoria a aquella mujer (…) una de esas
viejas solanescas, es decir, solitarias, avaras, dementes… Ésta se parecía a uno
de esos maniquíes que pintaba Solana, desgreñada, medio ciega, fumando sin
interrupción y no acertando nunca a sacudir la ceniza dentro de un platillo que
tenía delante.
Y sigue la evocación que viene a
cuento entre guiso de coles y ozonopino.
(…) la vieja
sentada junto a la ventana, mirando a la calles, sin hacer nada, dejando que un
sol invernal entibiara algo aquellos huesos. Cada vez que se llevaba el
cigarrillo a la boca, sin atinar tampoco mucho, el humo se le metía en los ojos
que le lloraban (…)
Gracias a aquel olor peculiar nos
llegan noticias de aquella señora de tonalidad solanesca, figura de la España
negra.
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