martes, 18 de agosto de 2020

Anécdotas de gente de cine y teatro


En otra oportunidad hemos presentado anécdotas del teatro. Ahora traemos algunas que provienen tanto del teatro como del cine.

Es sabido que para que haya espectáculo tiene que haber obra, director, actores, espacio y público. Si el último falta a la cita pues entonces ya no hay función. Y no vaya a creerse que la relación entre autores y público siempre es armoniosa; lo cuenta Rafael Escandón

Después de representarse la primera comedia de Oscar Wilde, la cual fue un rotundo fracaso, se presentó el autor al club disimulando lo acontecido en la noche anterior.
-¿Cómo resultó la función? -le preguntó un amigo.
-He de comunicarle -confesó Wilde con cierta tranquilidad- que la comedia fue un éxito, pero el público fue un fracaso.

En relación también al público pero en otro tenor, Eugenio Barba -citado por Jorge Dubati- da a conocer sus secretos a la hora de presentar una obra.

Cuando hago un espectáculo tengo en cuenta a cuatro espectadores imaginarios pero muy concretos. Uno es un niño que entiende literalmente todo lo que ve y que tendría que mirar sin aburrirse. Otro es un ciego que no puede seguir las acciones pero sí una lógica sonora que lo fascine. El tercero es un sordo, que sólo puede ver. El cuarto espectador es aquel a quien llamo Borges: es alguien que ha leído todas las bibliotecas del mundo y que puede reconocer en pequeños detalles todas las referencias que contiene el espectáculo.
En otro orden de cosas llama la atención la puntería que tuvo la madre de Gary Cooper a la hora de descubrir la vocación de su hijo. Lo cuenta Vittorio Gassman (quien es citado por Luis Ventoso)

Gary Cooper, de jovencito, miraba fijamente al vacío, en silencio. Su madre le preguntó: “¿En qué piensas?”. Contestó: “Absolutamente en nada”. Y la madre: “Entonces serás un buen actor”.
¿Y qué pasa con un actor ya mayor? Con su habitual humor José Sacristán (próximo a cumplir 80 años y citado por Alberto Ojeda) da cuenta de su experiencia

(…) ahora en lugar de pedirme el currículum de mis actuaciones, lo que me piden son análisis clínicos y radiografías para ver cómo tengo los triglicéridos, los leucocitos, los leucocenimos... Saben que me quedan cuatro días. Yo aprendí de mi maestro y amigo Fernán Gómez que la mayor demostración del éxito en este oficio es la continuidad.
Ahora bien, para los actores no es tarea sencilla decidir si un papel es para ellos o no: en ocasiones aceptan lo que debieron rechazar y en otros casos rechazan lo que debieron aceptar. Un ejemplo de esto último es el que narra Michel Tournier
Simone Signoret cuenta que Henri Georges Clouzot, cuando estaba a punto de rodar El salario del miedo, ofreció a Jean Gabin el papel que finalmente interpretó Charles Vanel. Gabin se creyó obligado a declinar el ofrecimiento, porque se trataba de un personaje cobarde, totalmente incompatible con su “look”. Así dejó pasar de largo una de las obras maestras del cine para dedicarse a interpretar, como es bien sabido, una serie de bodrios lamentables, que por lo menos respetaban su famosa “imagen”.
Una muestra de que las actrices pueden llegar a ser muy convincentes y son capaces de convencer a alguien de cualquier cosa es la que propone Wislawa Szymborska

Gracias a ella [Maria Kalergis, 1822-1874] (…) se pudo interpretar a Ofelia en Varsovia. Hasta su aparición, estaba prohibido representar a Hamlet debido a la escena del regicidio. La señora Kalergis ya se encargó de explicar a quien hizo falta que el motivo del asesinato era puramente familiar.

Y para el final dejamos una reflexión de Luis Buñuel acerca de un sueño recurrente (en realidad una pesadilla) que es común a la gente del oficio.

(...) sueño (…) frecuente entre la gente de teatro y de cine: tengo que salir a escena dentro de pocos minutos a representar un papel del que no sé ni una palabra. Este sueño puede alargarse y complicarse mucho. Yo estoy alarmado, incluso horrorizado, el público se impacienta y silba, busco a alguien, al regidor, al director y le digo: Esto es espantoso, ¿qué hago? Él me responde fríamente que me apañe, que el telón va a levantarse, que ya no se puede esperar más. Me ahoga la angustia. Traté de reconstruir algunas imágenes de este sueño en El discreto encanto de la burguesía.
Es así como los pequeños acontecimientos, una vez más, permiten acercarnos a la vida de directores y actores.

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