miércoles, 19 de agosto de 2020

Tommaso Campanella y el dentista


Al conocer las tribulaciones que muchas personas sufrieron a lo largo de la historia (remota y reciente) así como la dignidad con que resistieron, invariablemente me pregunto: ¿cómo hicieron?, ¿cómo aguantaron?, ¿cómo no acabar dando la declaración que los verdugos esperaban?

Fernando Escalante Gonzalbo presenta el perfil de uno de ellos.

Es casi inevitable simpatizar con Tommaso Campanella (1568-1639): fraile dominico, agitador, acusado varias veces de herejía, conspirador, torturado por la Inquisición, preso en las cárceles del Santo Oficio por más de treinta años, que vivió a la espera del fin del mundo, acosado por terribles figuraciones astrológicas (…)

Conocer los detalles de su proceso con las torturas a que fue sometido, impresionó a José Jiménez Lozano.

Touché por este terrible pasaje del proceso inquisitorial de Campanella: el de la puesta a cuestión de tormento en el caballete. (…) Y así estuvo durante treinta y seis horas ante sus jueces y sus verdugos.
Cuando atravesaba la sala real iba rezongando, y un alguacil le oyó que decía: “Ils pensaient que je serais assez couillon pour parler” [pensaron que sería tan idiota como para hablar].

Jiménez Lozano también se hace las preguntas que formuláramos al inicio.

Se sienten escalofríos al sólo pensar que a uno podría pasarle lo que a Campanella. ¿Cómo resistir la tortura? ¿De dónde sacar las fuerzas? ¿De qué madera estaban hechos estos hombres? Uno se siente ante ellos, como un niño ante un Tarzán: por dentro y por fuera.
Tomo con fuerza mi volumen de La ciudad del Sol, a ver si se me contagia algo esa fuerza de su autor. Tenía poder para soñar, porque tenía poder para resistir y para reírse de sus verdugos.

Es así que llega la comparación que tan mal parados nos deja; prosigue José Jiménez Lozano: “¡Qué vamos a escribir nosotros que no pasamos calor en verano, ni frío en invierno, y que no soportamos a palo seco un dolor de muelas!” Y termina con una confesión al respecto

El amigo E. sabe muy bien que en “el sillón de tortura” de su clínica no soy Campanella precisamente. Y no duele nada, sólo se trata de la territio: las tenazas, las agujas, las palas de hurgar, que tienen nombres técnicos pero son para mí como instrumentos de “la puesta a cuestión” o tortura.

Hay veces en que es necesario leer a otros para comprender mejor lo mismo que en tantas ocasiones uno piensa y siente.

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