Por principio todo sueño es factible de ser interpretado en el diván pero
hay algunos que sobresalen; tal vez sea el caso del que comparte Juan José
Millás.
Sueño que voy a
comprar el periódico y que cuando llego al quiosco, en vez del vendedor
habitual, está atendiendo una chica a la que no conozco. (…)
Advierto
entonces que la belleza que posee, intensísima, es también muy inestable, muy
volátil, que diría un economista.
Como en las buenas películas, el desarrollo va adquiriendo mayor intensidad.
El caso es que,
de súbito, la belleza, como una nube que se deshilacha, desaparece del rostro
de la joven sin que ella parezca darse cuenta. En su versión fea es horrible.
Pero lo más curioso es que no ha sido necesario realizar grandes cambios. Su
fealdad estaba tan cerca de su belleza (y al revés) que bastaba un ligero
movimiento del rostro para que aparecieran una o la otra.
A veces sucede, tal como relata Millás, que los sueños de asocian con
escenas de vida. “Me vienen a la memoria dos hermanas a las que conocí hace
años, en mi primer trabajo, y que, pareciéndose mucho, muchísimo, una era muy
guapa y la otra era un horror.”
Tal vez entre los improbables lectores haya quien se arriesgue a
interpretar estas imágenes en que los límites entre belleza y fealdad son tan difusos.
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