En este mismo espacio hemos visto que a las reseñas
de libros que formulaba Wislawa Szymborska en la prensa polaca había
que temerles, porque cuando la reconocida poeta ponía manos a la obra no se
andaba con miramientos. Una de esas tantas ocasiones tuvo lugar al comentar el
libro Jan Vermeer Van Delft.
Compilado por Kuno Mittelstädt, (Varsovia, Arkada, 1970).
Comienza
manifestando la imposibilidad de acometer la obra. “Expresar con palabras las
obras de Vermeer es un esfuerzo en vano” y ante ello propone una alternativa
poco ortodoxa: “En su caso, un cuarteto musical con dos violines, un fagote y
un arpa sería un medio de expresión mucho más apropiado.”
Pero esa
posibilidad está fuera del alcance de los historiadores del arte que “están obligados a hacer el esfuerzo verbal,
ya que esa es su vocación y su profesión”. Hasta aquí la introducción y a continuación
vienen sus consideraciones en relación a la obra reseñada.
Kuno
Mittelstädt halló una salida relativamente sencilla: representar la pintura de Vermeer
sobre el trasfondo de su época, y al mismo maestro como a su portavoz. Desgraciadamente,
no hay creador que pueda expresar completamente su época y, a este respecto,
Vermeer resulta ser un bardo de un pedazo de realidad muy limitado e íntimo.
¿Pero acaso esto mengua la grandeza de su obra?
Ella
misma contesta: “Por supuesto que no, ya que la grandeza con frecuencia reside
en otros aspectos”, pero en su opinión “Mittelstädt no lo quiere comprender”.
Ante ello ¿qué hace el historiador del arte?, buscar “en las obras del maestro
holandés elementos de crítica social, así como indicios de rebelión contra la
floreciente burguesía.” El propósito se mantiene, aunque los hallazgos no
lleguen; de tal manera que “si no puede encontrarlos, trata de ver en algunas
obras lo que no hay”.
Esta
última aseveración deja en claro que no exageramos al decir que las críticas de
Wislawa Szymborska pueden son contundentes. A continuación presenta las razones
de su afirmación.
Así, por
ejemplo, en el célebre cuadro Alegoría de
la pintura percibe un irónico contraste entre la cocina del artista y la
modelo ataviada como una musa. La artificial
pose de la modelo es aquí un “mecanismo de desenmascaramiento” de los
gustos de una burguesía encaprichada con la idealización de la vida y las
alegorías.
Pero
la apreciación de Szymborska a ese respecto es muy diferente.
La modelo
a la que se atribuye el rol de desenmascaradora es una muchacha que
modestamente dirige al suelo su tierna mirada y que está envuelta por un azul
arrebatador; naturalmente, ha sido colocada en una pose determinada, pero para
que esta sea lo menos ostentosa y forzada posible.
Llega
el toque final con buena carga de ironía: “La interpretación nos parecerá
sensata siempre y cuando no miremos al cuadro”.
Me
imagino que -a diferencia de lo que sucede habitualmente- los escritores se
cuidarían mucho de que sus libros no llegaran a manos de la autora de estas
reseñas.
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