Es
sabido que durante mucho tiempo las obras artísticas fueron anónimas. En un
inicio se debió a la inexistencia de la escritura. Luego a que en las pequeñas
comunidades no costaba reconocer a sus autores. Posteriormente -y durante mucho
tiempo- lo contrario hubiese revelado un gesto de soberbia ya que el artista
únicamente representaba el medio, pero la autoría indiscutida de toda creación
era atribuida a Dios. A Wislawa Szymborska le interesó el tema
Los
artistas existieron y crearon desde el principio de los tiempos, pero solo se
les recordaba en las pequeñas comunidades en las que vivían y, por lo general,
hasta que dejaban de formar parte de ellas. Es lógico pensar que, hasta el
nacimiento de la escritura, ninguno de sus nombres pasara a la posteridad. Pero
ni siquiera las civilizaciones que sabían leer y escribir tenían la costumbre
de recordar a sus escultores, constructores, pintores y a sus más excelsos
artesanos. Antes de Grecia, esto solo sucedía en Egipto y muy de vez en cuando.
Así es
como para Szymborska, quien en ello coincide con diversas fuentes, los artistas
comienzan a ser identificados en Grecia. “Entre los inolvidables méritos de la
antigua Grecia se encuentra también que consiguió arrancar al artista del
anonimato.”
Pero,
y aquí viene un punto muy interesante, discrepa en cuanto a que el anonimato fuera
aceptado de buena gana.
Alguien
podría decir que, dado que en ningún sitio existía dicha costumbre, los
artistas no encontraban tan doloroso su anonimato. Pero yo no estaría muy
segura de esta afirmación. No a todo el mundo, por ejemplo, se le daba igual de
bien partir la piedra, y al que era diestro en ello, probablemente le gustara
que, cuando lo hacía, el resto notase la diferencia. Tampoco los maestros del
arte rupestre eran todos iguales.
Y como
es frecuente en su forma de encarar los temas, Szymborska abre un resquicio de
sospecha ante tal supuesto
¿Alguno
de los investigadores actuales de estas pinturas pondría la mano en el fuego y
afirmaría de manera rotunda que esos signos repartidos aquí y allá son fruto de
la casualidad? Quizás expresasen algo que el autor no supo decir de otra
manera: “¡Eh, atención, este enorme toro galopante y lleno de vida lo pinté yo,
y os pido por favor que no lo confundáis con aquel otro, el de la pared de
enfrente, rígido y mal acabado!”.
Así
las cosas, esta disimulada identificación de autor tendría una doble
intencionalidad: asumir la propia obra y deslindarse de los mamarrachos ajenos.
Ayer
como hoy.
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