Títulos, certificados y diplomas están
revestidos de un aire de respetabilidad que abona a la llamada meritocracia en
tanto credenciales que hacen posible el desarrollo de promisorias carreras
académicas, políticas y funcionariales.
Sin embargo, no han faltado irreverentes que
otorgan un uso diferente a este tipo de reconocimientos.
Es el caso -de acuerdo a lo narrado por
Alberto Savinio- del pintor Arnoldo Böcklin
La idea del vuelo dominaba la mente de
Böcklin. Toda hoja de papel que caía en sus manos la posaba en una palma, la
agitaba ligeramente a fin de que aquélla se desprendiese, la miraba cernerse en
el aire, bajar planeando lentamente. El correo le hizo llegar un día el diploma
de la Universidad de Basilea, que lo nombraba doctor honoris causa.
Böckin cogió esa preciosa hoja de papel, no la leyó, sino que despacito, con
una delicadeza infinita, la hizo volar por todo el estudio.
Otros eran sus objetivos de alto vuelo.
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