martes, 27 de febrero de 2024

Más allá de las franjas etarias

 Llega un momento en la vida en que cumplir años puede tomarse con cierta ambigüedad: agradecimiento por el privilegio de un año más y azoro ante la suma que ya va siendo abultada.

En un contexto como el actual que invita a mantenerse con aires de juventud todo lo que sea posible, no faltan los mensajes consuelo: que lo importante no es el exterior sino el interior de la persona, que los 70’s de hoy equivalen a los 50’s de antes, etc.

Y uno feliz con esos mensajes que hacen más llevadero el inexorable paso del tiempo, para decirlo con una expresión tan convencional.

Sin embargo, hay espacios que no se han sumado a esta tendencia como el que tiene que ver con la cotización de los seguros de gastos médicos. Allí hablan solamente los números, todo lo demás les tiene sin cuidado, les hace los mandados.

Pero también se presentan otros casos dignos de análisis, como el que alude Rosa Montero en un artículo al que tituló “Extramuros”; veamos de qué se trata.  

Acabo de advertir un hecho inquietante: que todos los estudios de opinión que en el mundo hay están habitualmente divididos por franjas de edad, y que esas franjas, ay dolor, terminan siempre en el filo apocalíptico de los 44 o 45 años. Y así, los encuestados se reparten en segmentos que van, pongamos, de los 15 a los 24, de los 25 a los 35, de los 36 a los 44, y luego, abruptamente, se llega a la frontera del espacio exterior y todo se reduce a un humillante apartado que tan sólo especifica: “de 45 en adelante”.

Esto lleva a que la escritora realice algunas consideraciones en relación a tal clasificación, en la que por cierto advierte cierta dosis de dureza innecesaria.

Ya sé que no somos eternos, y que el tiempo pasa, y que uno se va haciendo un cuarentón, y después un cincuentón, y después un sesentón, y poco después un muerto, pero aun así, ese ominoso derrumbe en las encuestas me parece demasiado brutal. Es como si más allá de las columnas de Hércules de los 45 sólo viniera la mar del fin del mundo, el océano incógnito por el que se desploman irremisiblemente todos nuestros barcos, nuestras carnes, nuestras esperanzas, nuestras horas, todo nuestro futuro despeñado.

En el artículo referido Rosa Montero no omite las posibles razones de tal división. “Tal vez los responsables de las estadísticas, que se supone que deben de conocer los intríngulis del comportamiento humano, establezcan esta división porque a partir de los 44 o 45 la mayoría de los encuestados ya no modifica su opinión (…)” Claro está que ello no constituye precisamente un mensaje alentador: “(…) interpretación ésta que no sólo no me consuela nada, sino que me espanta, porque no hay mejor manera de morirse en vida que sentarte encima de tus propias ideas y ya no menearte de ese ínfimo rincón del universo.”

Como no quiere concluir sus disquisiciones con mal sabor de boca, Montero (se)ofrece un mensaje más esperanzador.

Sea como fuere, ahora que estoy pisando el borde mismo de la nada me fijo más que nunca en aquellas personas que ya lo traspasaron hace tiempo, por ver si es que te autodestruyes o qué pasa. Pues bien, tranquilidad: los hay mayores de 45 con aspecto muy vivo. Pese a todo, extramuros no debe de ser un lugar tan terminal como parece.

Todo esto escribía Rosa Montero en el ya lejano año de 1996.

El tiempo le dio la razón, detrás de extramuros hay mucha vida por delante.


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