Sobran
motivos para resistir ante tantas situaciones del mundo en que vivimos.
Seguramente esta afirmación no es exclusiva de nuestro tiempo, pero en él
adquiere carácter de urgencia.
Claro
que existen quienes aceptan o se resignan a diversas realidades; principalmente
por cuestión de privilegios o desconocimiento. Como lo decía Giovanni Papini: “(…)
no hay señal más cierta de un espíritu mezquino que sentirse satisfecho de
todo.”
Hace
ya algunos ayeres Demócrito había dejado la advertencia: “(…) me río del
hombre, lleno de estupidez (…) [que] se esfuerza por poseer cada vez más para
ser cada vez menos.” Tal vez a ellos aludía León Tólstoi: “Algunas personas
pasan por nuestra vida para enseñarnos a no ser como ellas.”
Y
entonces se trata de resistir, de rebelarse.
Los
caminos para hacerlo son muchos y no faltan las polémicas a ese respecto.
En
esta ocasión no entramos en ello; nos limitamos a convocar a dos mujeres que dejaron
huella en este terreno.
Es
el caso de Anne Dufourmantelle
(…) Porque el recurso interior pasa por la revuelta y
la resistencia; suerte de ascesis anti-consumista, es una capacidad de entrar
en resonancia con el mundo sin dejarse captar.
Así es como engañaremos esta soledad para ir a buscar
una piel nueva, una mirada diferente que nos diga quiénes somos, liberándonos
al mismo tiempo de ese lastre de ser uno mismo, aunque sea brevemente, incluso
por un fragmento de noche.
Por
su parte Doris Lessing conoció del enorme esfuerzo personal de ser rebelde, así
como del sentido de intentarlo.
Ser rebelde lleva la
vida entera,
borrarte los
privilegios de la piel,
inscribirte en la
soledad del desacuerdo,
dejar atrás a los
usurpadores....
No hay premio a una
rebelde
más allá de poder regar
sus flores en el tiempo que apropia,
salir a dar de comer a
las aves una mañana donde el capital devora, sonreír con los dientes maltrechos
ante la desventura del desayuno, ser indigente en la casa que nadie sueña.
Las rebeldes saben de
qué están hechos los premios,
rechazan los mendrugos
que lanza la mano del opresor.
Una rebelde tiene como
único premio la vida, porque de ella nadie se apropia, en ella nadie la usurpa,
porque es la única
tierra propia de cada rincón donde duerme.
Su rebeldía alcanza
siempre a cobijar el desánimo del progreso
y si de paso una
rebelde tiene la alegría en soledad, ha vencido al mundo.