Periódicos, revistas, radio y televisión dedicaron importantes espacios a
difundir y comentar tal acontecimiento. Las críticas se multiplicaron haciendo
evidente que ya no rige el viejo principio de que la prensa no se mete en
asuntos propios de la corona.
Un sector de la sociedad criticó particularmente el hecho de que don Juan
Carlos anduviera dilapidando recursos (solamente el permiso de caza podría
haber costado alrededor de 30.000 euros) cuando España atraviesa la crisis
económica más severa en muchos años.
Otros enfocaron sus cuestionamientos hacia la flagrante contradicción del
rey que por una parte participa y colabora con muchas organizaciones
ecologistas y por la otra disfruta de la caza de elefantes como mero pasatiempo
o actividad de entretenimiento.
No faltaron tampoco quienes subrayaron que dadas las circunstancias de que
la familia real (por cierto, ¿las otras son virtuales?) enfrenta una serie de
problemas internos, el momento eras el menos propicio para que el rey dejara su
casa para ir de caza.
Si no fuera mala paradoja se podría decir que en esta ocasión el monarca,
tan prudente en otras circunstancias, se condujo como elefante en cristalería. Prueba
de que las críticas estuvieron muy bien dirigidas fue que pocos días después el
rey debió pedir disculpas en la forma clásica apta para todas las edades y
circunstancias: "Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir".
Sin dejar de reconocer la sensatez de las críticas anteriormente
enunciadas, quisiera proponer otro cuestionamiento. Desconozco la manera en que
se condujo don Juan Carlos pero existe una larga tradición que cuando los poderosos
van de caza, o pesca, soportan mal la frustración por lo que sus asistentes
deben tomar todos los recaudos necesarios para que el regreso jamás sea con las
manos vacías.
Tal fue el caso del dictador Francisco Franco y es nada menos que Miguel
Gila, quien años después se convirtiera en reconocido humorista, quien da
testimonio de ello.
(…) Franco se enteró de que existía un pez de
río al que llamaban lucio, del que decían que era muy bravo y difícil de pescar,
y dio la orden para que en el río Tajo, a su paso por Aranjuez, se echaran
millares de alevines de lucio; pero la impaciencia del Caudillo por pescar
aquel pez de río, motivó que ordenara que se utilizaran lucios traídos de no sé
dónde, ya de un tamaño considerable. Alguien, con el deseo de hacer feliz al
Caudillo, mandó acotar el río con unas redes metálicas en unos dos kilómetros,
de manera que los lucios no podían salir de aquella prisión. Y así, cuando el
Caudillo iba a la pesca del lucio le aconsejaban que lo hiciera en aquel lugar.
Sacaba cantidades fabulosas.
Gila tuvo la oportunidad de experimentar la satisfacción de semejante éxito
en el arte de la caña y el anzuelo. Sin embargo, pronto se aburrió. “Peliche y yo nos
hicimos muy amigos de Mariano, el guarda encargado de vigilar el coto. Mariano
nos avisaba el día que el Caudillo no iba de pesca y nos daba permiso para que
pescáramos nosotros, pero era tal la cantidad y la facilidad con que sacábamos
los lucios que llegamos a aburrirnos.” Pasaron los años y Miguel Gila se vio
obligado a emigrar como tantos otros españoles. Cierto día una nota de prensa
lo regresó al tema. “En agosto de 1966, viviendo ya en
Argentina leí una noticia publicada en España, en la que se decía que el
Caudillo había pescado una ballena de veinticinco toneladas, y treinta y seis
ballenas dos semanas más tarde. Me acordé de los lucios y pensé: ‘Eso es que en
el Cantábrico le han hecho un coto para pescar ballenas’.”
De ninguna manera
cuento con pruebas que me permitan sostener que el rey Juan Carlos se conduce
en la caza con las mismas mañas que lo hiciera “el tío Paco” en la pesca, pero
no puedo dejar de transcribir un artículo de prensa firmado por Ana Anabitarte y
publicado en El Universal el 10 de
junio.
(…) En el año 2006 (…) los medios de comunicación rusos (…)
publicaron que el rey había matado a “un bondadoso y alegre oso llamado
Mitrofán” que era mantenido en un centro turístico de un pueblo.
Varios diarios relataron que Mitrofán había sido
encerrado en una jaula y conducido al lugar de la caza, donde “lo emborracharon
con abundante vodka mezclado con miel y le obligaron a salir al campo
convertido en un blanco fácil” para el monarca, que “lo abatió de un tiro”.
En España fueron dos los periódicos que se atrevieron a
publicar la noticia. El Mundo fue el
que la desveló. El País la desmintió
citando fuentes de la Casa Real.
En fin, sin desconocer la experticia de don Juan Carlos en cuestiones de
caza (que es ampliamente reconocida) la duda en este caso también queda
sembrada: que si los asistentes “entregaron” al elefante, que si lo tenían
atado, que si era un animal muy viejo e incapaz de defenderse, etc.
Ilustración Margarita Nava |
Cabe destacar que en estos temas se cuenta con la versión “oficial” que no
es posible contrastar; esto lo tenía muy claro Loqman en una de sus fábulas a
la que refiere Jean-Claude Carrière.
Loqman cuenta en sus fábulas que un día un hombre se
encontró a un león. Los dos entablaron una discusión sobre sus respectivos
trabajos, y el león se jactó de su fuerza y su impetuosidad, que aseguraba
incomparables.
En aquel momento pasaron frente a una pintura que
representaba a un hombre estrangulando a un león con las manos.
El hombre se echó a reír señalando la pintura.
-Ah –dijo el animal-, si hubiese leones pintores…
En fin, tal vez sea conveniente pregonar que quienes tienen afición por
actividades de caza debieran conducirse con el lema que promueve la FIFA en sus
torneos: juego limpio. Y que el mismo aplicara sin restricciones o cortapisas
también para los poderosos que ya sabemos cómo se las gastan.
1 comentario:
Lo opuesto a Theodore Roosevelt, quien en una gira por Ohio fue invitado a cazar osos, encontrando un osezno joven, sus acompañantes de modo servil lo animaban a que lo matara, pero él sintió que era indigno aprovecharse de tanta ventaja y compadecido del joven oso lo dejó ir. De ahí salió la usanza del juguete"Teddy Bear"
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