Ya
hemos presentado en este mismo espacio una lectura crítica de las órdenes (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2015/05/elias-canetti-acerca-de-las-ordenes.html)
así como también un elogio a la desobediencia (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2014/09/elogio-la-desobediencia.html).
Ahora
toca la otra cara del asunto y para ello recurrimos a una historia narrada por
J. Lacarriére, estudioso de la vida ascética (en los siglos IV y V).
(…) ¿qué
hace este otro anacoreta? Riega un palo seco, en pleno desierto, con el agua que acarrea de un pozo situado a tres
kilómetros de allí. Se trata de Juan el
Pequeño (él mismo se da este apelativo por modestia), famoso
precisamente por haber llevado a cabo este milagro de obediencia y de
perseverancia: ¡regar durante dos años, por orden de un “antiguo”, un palo seco
en pleno desierto hasta que
reverdeciera! Y el palo, dice Paladio, reverdeció, en efecto.
Cabe
destacar que al mencionar a un antiguo
el texto refiere a un monje o anacoreta mayor, con más experiencia en la vida
ascética. Prosigue Lacarriére
Cuando
Juan Coppin visitó los monasterios de
Wadi Natrún, le llamó la atención, “entre todas
estas construcciones, una pequeña cúpula que formaba parte de una
iglesia dedicada a Juan el Pequeño y, al
lado de ella, se muestra aún el árbol producido por el palo que él regó durante
dos años por orden de su superior. Se le ha dado el nombre de Chadgeret el Taa, que significa el Árbol de la
Obediencia”.
Fue
así como adquirió sentido la obediencia y perseverancia de Juan el Pequeño ante
una orden que a todas luces parecía disparatada.
Asimismo
no puedo dejar de manifestar mi simpatía ante el hecho de que tantos siglos
después estemos hablando de la vida de Juan el Pequeño (en un mundo en el que
ya estamos cansados de tantos grandes).
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