En
diversas oportunidades nos hemos referido en este espacio a Pacomio, conocido
monje que vivió en el siglo IV. Fue así que conocimos una extraña historia en
torno al vínculo del uso de capuchas con la cantidad de aceitunas ingeridas (https://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2019/03/la-historia-de-pacomio-las-aceitunas-y.html).
También nos aproximamos a las razones para la búsqueda deliberada de la fealdad
(https://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2020/06/la-busqueda-de-la-fealdad.html).
Hemos incursionado en la materia guiados por J. Lacarriére, prestigioso
especialista en el tema.
En
esta ocasión, y con la misma conducción, nos asomaremos a las privaciones y
destrato a que se sometía a los aspirantes a monjes con el objetivo de
confirmar la fortaleza de su vocación.
(…) ¿cómo
vivía un monje pacomiano? Ante todo, no se convertía en monje quien quería. La disciplina ascética
impuesta por Pacomio era de tal naturaleza que exigía poner a prueba la
sinceridad y voluntad del candidato antes de ser aceptado en la comunidad. (…) se
convirtieron en una especie de ritual, poco más o menos idéntico para cada candidato:
-
cerrarle ante sus narices la puerta del monasterio;
- dejarle
esperar varios días (diez días, según Casiano) a la entrada del monasterio, sin
dirigirle la palabra;
-
obligarle a prosternarse, echarse a tierra ante cada monje que entraba o salía,
etc.
No vaya
a creerse que allí acababa el fraterno hostigamiento a quienes
solicitaban ser admitidos en la comunidad; continúa Lacarriére
Una vez
sufrida esta primera prueba, el candidato era admitido al interior y confiado
por algún tiempo al portero, luego a un “dueño de casa”. Allí, se continuaba el
“test” de su voluntad y su desapego del mundo. Se le daban los quehaceres más
repugnantes, a veces, incluso le escupían encima o bien no le prestaban
atención, o se le anunciaba que su madre, su hermana, su hijo o su hermano
estaba muriendo y le reclamaba, por ver si todo apego al mundo estaba bien
muerto en él. Por supuesto, estas pruebas variaban según los casos. Dependían,
por lo general, de la discreción del superior. Pero la disciplina y la
obediencia, dado que son principios evidentes, inseparables de toda vida
comunitaria, no merecen la pena de que nos detengamos más en ellas.
Lacarriére
no lo menciona, pero es posible que con semejantes procedimientos de
bienvenida, muchos aspirantes se regresaran por dónde habían llegado…