martes, 9 de abril de 2019

El escritor y sus personajes


El tema no es nuevo y puede formularse en los términos siguientes: en el proceso de creación literaria, ¿el personaje responde a la voluntad del escritor o éste –por el contrario- se limita a dar forma a lo que le dicta el personaje? La polémica viene de larga data y permanece abierta.

Son muchas las ocasiones en que el lector quisiera para determinado personaje un mejor destino que el que le concede el autor. Muestra de ello es el enojo de Henry de Montherlant en relación a Cervantes; Simon Leys presenta el caso.

Henry de Montherlant, uno de los escritores franceses más notables de nuestro siglo (novelista, dramaturgo y ensayista), estaba profundamente imbuido de la cultura española. Pasó mucho tiempo en España (…), su conocimiento fluido del español le permitió leer Don Quijote en el original.
Lo releyó cuatro veces durante su vida, y también él experimentó una irritación creciente por el tosco tratamiento que Cervantes dispensaba a su sublime personaje. 
(…) lo que más irritaba a Montherlant (lo que no podía perdonarle a Cervantes) era que ni una sola vez en todo el libro expresara el autor una palabra de compasión por su héroe, ni una palabra de reproche contra los toscos abusones que se burlaban de él y le acosaban.

Sin embargo en opinión de Simon Leys es precisamente este respeto a Don Quijote, uno de los factores que ha convertido a la obra en un clásico.

Esta reacción (…) refleja una vez más una paradoja (…) Lo que indigna a los críticos de Cervantes es concretamente la fuerza principal de su arte: el secreto de su semejanza con la vida. Flaubert (que, por cierto, veneraba Don Quijote) decía que un gran escritor debe permanecer en su novela como Dios en la creación. Dios lo creó todo, y sin embargo no está visible en ningún sitio, no se le oye en ningún lugar. Está en todas partes pero invisible, silencioso, ausente en apariencia, indiferente. Le maldecimos por su silencio y su indiferencia, que consideramos prueba de su crueldad.

¿Qué hubiese sucedido si Cervantes, dejando de lado su aparente pasividad, asumiera la defensa de Don Quijote? El mismo Leys responde.

Pero si el autor hubiese de intervenir en sus narraciones (si en vez de dejar que los hechos y las acciones hablen por sí mismos, hablase él con su propia voz), se rompería enseguida el hechizo, seríamos conscientes de pronto de que no es la vida, de que no es la realidad, de que es sólo un cuento.



Por su parte José Jiménez Lozano –en conversación con Gurutze Galparsoro- comenta su experiencia al respecto.


La cuestión de los personajes está siempre en que quien narra se olvide de su yo y viva la vida de ellos, ya sean hombres o mujeres. Cuando el narrador renuncia al yo para ser otro, también renuncia a su circunstancia o condición sexual. Seguramente es lo que quiso decir Flaubert cuando aseguró aquello de “Madame Bovary soy yo”, pero creo que debió decir: “Yo fui Madame Bovary”.


De ahí que Jiménez Lozano afirme, en la conversación mencionada, que tanto críticos como lectores están perdidos cuando hacen una interpretación psicológica acerca de algún personaje al que identifican con el autor.

Los lectores y los críticos tienden a identificar a los personajes, o a algunos de ellos con el autor. Se equivocan bastante o, si eso realmente sucede, entonces es que el escritor ha fallado y ha proyectado su yo, haciendo del personaje un mensajero, una especie de marioneta.
Le contaré un hecho. Recuerdo que me hicieron una entrevista en el momento en que me hallaba escribiendo Los compañeros, y yo contesté a una determinada pregunta con las ideas y las mismas palabras más o menos de un personaje de esa novela, que hablaba por su cuenta. Me quedé con ganas de citarle, que hubiera sido lo honrado, pero no lo hice porque me pareció pretencioso o impudoroso citar una novela mía, pero en realidad el personaje no es hechura ni propiedad mías, y yo le desvalijé, me apropié de sus palabras.
Ahora bien, un crítico desde fuera estará por creer que yo pienso lo que digo en la entrevista y lo puse en labios de ese personaje, pero no es así. Yo no había pensado ni de lejos en ese asunto hasta que se lo oí a mi personaje.

Otro punto de vista sobre esta cuestión lo ofrece Jean-Claude Carrière –en entrevista con Álex Vicente-. Carrière es un guionista con amplia trayectoria, trabajó con Luis Buñuel y compiló el libro “El círculo de los mentirosos” que reúne narraciones populares de muy diversos orígenes.

-En el interior de cada uno de nosotros existe un obrero invisible, que sigue trabajando cuando nosotros desconectamos. A menudo dejo mis guiones reposar dos o tres meses. Cuando vuelvo a trabajar en ellos, encuentro soluciones inmediatas a problemas que me parecían irresolubles.
-¿Cómo se lo explica? 
-El inconsciente siempre resulta fundamental, también al escribir. Para que un personaje sea completo, siempre hay que dotarlo de un subconsciente propio. Todo escritor debe conferir zonas oscuras a sus personajes. Y cuando hacen cosas absurdas o impropias de ellos hay que dejarles tomar ese camino imprevisto.
-Es decir, que el autor nunca debe tener la pretensión de controlarlos totalmente. 
-Claro que no. Eso es lo peor que te puede pasar. Eso sería el teatro burgués del siglo XIX, donde los personajes eran puros estereotipos y uno ya sabía cómo reaccionarían ante cualquier acontecimiento nada más salir a escena.

Para dejar en claro su opinión, Jean-Claude Carrière evoca un acontecimiento que no tiene desperdicio.

Siempre cuento una anécdota que lo resume muy bien. Durante el ensayo de una obra de Pirandello, una actriz le dijo que no era capaz de entender a su personaje: “¿Cómo es posible que diga esto en la página 27 y luego, en la 50, haga lo contrario?”. Pirandello le respondió de forma brillante: “¿Y a mí qué me cuenta? Yo solo soy el autor…”.

Finalmente regresemos a Simon Leys quien afirma que en el respeto a sus personajes el escritor se juega nada menos que la credibilidad de su texto. “Cuando reprochamos a Cervantes su falta de compasión, su indiferencia, su crueldad, la brutalidad de sus bromas, olvidamos que, cuanto más odiamos al autor, más creemos en la realidad de su mundo y de sus criaturas.”

Una más de las tantas paradojas de la literatura.

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