jueves, 28 de septiembre de 2017

Comunismo sexual


En lucha declarada contra las convenciones vigentes algunos movimientos sociales contestatarios e intelectuales de vanguardia han buscado construir una sociedad libre y equitativa en cuanto a las relaciones sexuales. Sin embargo, y como en tantos otros terrenos, los problemas teóricos fueron más fácilmente resolubles que las cuestiones prácticas; Pascal Bruckner cita un ejemplo de ello  

Dominique Desanti cuenta cómo una comunidad californiana estaba basada en el principio de la rotación sexual: todas las noches, cada uno debía acostarse con algún otro, de manera de establecer una perfecta igualdad. Sólo que la chica gorda y fea cada vez tenía más dificultades para encontrar compañeros; los varones pasaban su turno y ella se encontraba de noche, bajo la galería de la casa, diciendo: “¿Quién me quiere?”. En ese comunismo sexual, las viejas barreras subsistían. 

Podría pensarse que esta preocupación en torno a las relaciones sexuales equitativas surgieron en grupos de jóvenes en los años 60’s del siglo pasado. Nada más lejos de la realidad y Jean-Claude Guillebaud aclara el punto.

Las utopías sexuales siempre han perseguido el imaginario de las sociedades. Desde el origen, los hombres y las mujeres han soñado con una ciudad ideal donde nada contraríe sus deseos, donde prevalezcan el placer del cuerpo y su inocencia. Aristófanes, en La asamblea de las mujeres, trata de imaginar una comunidad de esta especie, gobernada –toda una señal- por las mujeres. Praxágora, la heroína, que arrastra a las atenienses a tomarse el poder, invoca un decreto que instauraba una comunidad de bienes y de sexos. Ya no habrá ni pobres ni ricos, y las mujeres se acostarán como quieran con todos los hombres. Pero Aristófanes está muy atento a la idea de justicia y comprende que tal asamblea conllevaría posiblemente una injusticia más grave: la que castigaría irremediablemente a los feos y a las feas, que quedarían descalificados ante la crudeza de los deseos libres, mientras los bellos y los fuertes se beneficiarían exclusivamente de una nueva libertad. 

En la obra de Aristófanes –citada por Guillebaud- solo queda hacer frente a esta inesperada dificultad con una variante de discriminación positiva.

La cabecilla de La asamblea de las mujeres, por afán de justicia entonces, hace adoptar una ley complementaria, que establece expresamente, en beneficio de los desgraciados y los torpes en el amor, lo que hoy llamaríamos una “discriminación positiva”. Las mujeres podrán entregarse libremente a los bellos y a los grandes, pero solo después de haber concedido sus favores a los pequeños y feos. Del mismo modo, los hombres deberán servir sexualmente primero a las viejas y feas. Admirable intuición griega que deja al aire nuestra torpeza contemporánea. Mediante ese sencillo codicilo teatral, Aristófanes recuerda que en materia amorosa, como en otras cosas, una libertad demasiado ilimitada aumenta la iniquidad al desinhibir el egoísmo de los mejor dotados. 

¿Nada nuevo bajo el sol?

martes, 26 de septiembre de 2017

La tentación del no ver


Vivimos confrontados a la injusticia, la inequidad, la pobreza. Quienes disfrutamos de privilegios que nos alejan de situaciones límites, estamos permanentemente tentados a “pasar sin ver” (como afirma el dicho mexicano), a hacer de cuenta que los demás son lo de menos.   

En este espacio habitualmente recurrimos a sucedidos, historias, anécdotas. En este caso se trata de una excepción porque el tema considerado nos remite a un pequeño fragmento de un cuento cuya autoría corresponde a Julio César da Rosa. 

Cualquier individuo que estuviera necesitando un pueblo como aquél para venderle verduras, en cualquier pueblo que estuviera necesitando un individuo como Carmona para comprarle verduras, habría juntado plata vendiendo verduras. Cualquier individuo, menos Juan Carmona. Años anduvo empujando pueblo adentro aquella carretilla llena hasta los topes y empujándola pueblo afuera sin un rábano adentro. Años. Pero Carmona no era hombre para volver a las casas con la carretilla llena, allí donde se había encontrado con tanta gente de barriga vacía. 



Cuenta Julio César da Rosa la manera en que Carmona se vio enfrentado a la tentación del no ver.

-Lo que usted tiene que hacer para no ver esas cosas, es cerrar los ojos.


Le dijo una vez un cliente de allá del centro. Juan tuvo que morderse, para no contestarle lo primero que le vino a la boca: “Pero pasa que no los cierro, ¿y?”. Se mordió. Entonces pudo preguntarle:
-¿Y después?
-Después, ¿qué?
-¿Cómo duerme?
-Lindo no más. Usted no vio nada.
-Mire, ve igual. Hay cosas que no se ven con los ojos.
Empuñó los brazos de la carretilla y salió al tranco largo, para cortar. No fuera cosa de perder un buen cliente por discutir bobadas.

Ver o no ver, esa es la cuestión. O cuando menos su inicio.

martes, 19 de septiembre de 2017

Confucio y el silencio


Muchos somos quienes disfrutamos de las palabras, del lenguaje oral y del escrito, de escuchar y de hablar. Y es a nosotros a quien parece dirigirse Confucio (siglos VI y V a.C.) atribuyendo al silencio un rol trascendente; para ello nos guiaremos con el análisis magistral de Simon Leys al respecto. 
Elias Canetti (…), en el breve ensayo que escribió sobre Confucio, dijo algo que se les había escapado a la mayoría de los especialistas. Según él, las Analectas es un libro importante no sólo por lo que dice sino también por lo que no dice. Este comentario es iluminador. De hecho, las Analectas hacen un uso muy significativo de lo que no se dice, lo cual es también un recurso característico de la mentalidad china que más adelante acabaría hallando alguna de sus aplicaciones más expresivas en el campo de la estética: el uso del silencio en la música, el uso del espacio en blanco en la pintura, el uso de los espacios vacíos en la arquitectura.
Confucio desconfiaba de la elocuencia; despreciaba a la gente locuaz, odiaba los juegos de palabras ingeniosos. Da la impresión de que para él una lengua ágil debía reflejar una mente superficial; cuando la reflexión es más profunda, surge el silencio. Confucio observó que su discípulo favorito solía hablar tan poco que, a veces, hasta podría uno preguntarse si no sería un idiota. A otro discípulo que le había preguntado sobre la virtud suprema de la humanidad, Confucio le dio una respuesta característica: “Aquel que posee la virtud suprema de la humanidad es reacio a hablar”.
Es así como Confucio –de acuerdo a lo señalado por Leys- reconoce el límite de las palabras, las zonas que le están vedadas.
Lo esencial está más allá de las palabras: todo aquello que puede decirse es superfluo. (…) Confucio habría suscrito la famosa proposición de Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, hay que callar”. Confucio no negaba la realidad de lo  que está más allá de las palabras, se limitaba a advertir contra la necedad de intentar alcanzarlo con palabras. Su silencio era una afirmación: hay un reino sobre el que no podemos decir nada.
Tanto de la muerte como de la otra vida no es posible hablar por lo que el silencio se convierte en la mejor forma de decir; continúa Simon Leys 
Los silencios de Confucio se producían esencialmente cuando sus interlocutores intentaban hacerle hablar de la otra vida. (…) Consideremos este pasaje famoso: “Zilu le preguntó sobre la muerte. El Maestro le dijo: “No conoces la vida; ¿cómo podrías conocer la muerte?”. Canetti añadió este comentario: “No conozco ningún sabio que, como Confucio, haya tomado la muerte tan en serio”. Negarse a responder no es un medio de eludir el tema sino, por el contrario, es la afirmación más vigorosa, porque, en realidad, las preguntas sobre la muerte siempre “apuntan a un período posterior a la muerte. Toda respuesta a ellas es una escapatoria que no toma en cuenta la muerte y la escamotea, tanto como a su incomprensibilidad. Si hay algo después, como antes había algo, la muerte en cuanto tal perdería su peso”. Confucio se niega a seguir la corriente con este juego de prestidigitación sumamente indigno.
Simon Leys relaciona al silencio con algunas manifestaciones artísticas y narra una anécdota esclarecedora acerca del tema que nos ocupa.
El silencio de Confucio, lo mismo que el espacio en blanco en una pintura (que concentra e irradia toda la energía interna que hay en ella), no es una retirada o una fuga; conduce a un enfrentamiento más profundo e íntimo con la vida y con la realidad. Cerca ya del final de su vida, dijo un día a sus discípulos: “No quiero hablar más”. Los discípulos se quedaron perplejos: “Pero, Maestro, si no habláis, ¿cómo podremos nosotros, pequeños como somos, seguir recibiendo alguna enseñanza?”. Confucio replicó: “¿Habla el cielo? Sin embargo, las cuatro estaciones siguen su curso y los centenares de criaturas continúan naciendo. ¿Habla el cielo?”.
Al final de su análisis, el propio Leys se llama a silencio: “Yo, ciertamente, he hablado demasiado.”

jueves, 14 de septiembre de 2017

Eulalio Ferrer y los anuncios clasificados/2


Los anuncios clasificados (también conocidos como APP: anuncios por palabras) constituyen una rica fuente de información que da cuenta tanto de su tiempo como del lugar de que se trate. Eulalio Ferrer Rodríguez fue tras ellos guiado por su interés en temas culturales y específicamente publicitarios.

Cabe precisar que todas las citas de esta serie de artículos corresponden a obras de don Eulalio, en particular a La historia de los anuncios por palabras (México, Ediciones de Comunicación, 1987).

El fútbol también se valió de ellos, como en el caso del conocido director técnico que clama por seriedad institucional.

Curioso es, también, el APP (anuncio por palabras) que el entrenador de fútbol Helenio Herrera insertó el 9 de abril de 1971 en el diario italiano “Il Messagero”, al ser despedido del Club Roma:

Busco un club con presidente serio, con el que pueda firmarse con toda confianza y colaborar lealmente, que respete los acuerdos escritos o hablados que sienta cariño por su club y tome en serio las ambiciones de victoria del director técnico, los jugadores y los aficionados.

Pero también están los anuncios que vincularon el fútbol con la guerra.

En 1969, El Salvador, el más pequeño de los países de Centroamérica, se enfrentó a un conflicto armado con Honduras, cuyas resonancias alcanzaron el espacio impreso de los APP (anuncios por palabras). Comerciantes e industriales de El Salvador publicaron diversidad de avisos, mezclando el fervor patriótico y las alabanzas al ejército con la propaganda comercial. He aquí algunos de ellos, tomados de las páginas del Anuncio Clasificado del “Diario de Hoy”, de San Salvador, correspondiente al 4 de septiembre de 1969.

* El ejército ha sido la garantía para la defensa de nuestra patria. La mejor garantía que puede darle a su vehículo es equiparlo con repuestos originales. Auto Parts le ofrece la línea más completa para toda clase de vehículos americanos y europeos. Auto Parts, 3a. Avenida Norte y la. Calle Poniente. Tels. 21-4274, 21-4735 y 21-6341. (...)
* Marchamos siempre adelante. ¡Estuvimos en el frente! Deleitando el paladar de nuestros soldados con los sabrosos Chicles Periquito. Perfuman el aliento. Fábrica de dulces y chicles La Mascota. Colonia Nicaragua No: 240. Tel. 21-35-98.
* El ejército salvadoreño defiende nuestra patria y Auto-muffle Salvadoreño defiende sus oídos del ruido del motor de su vehículo, ofreciéndole muffle para todo tipo de carros. ¡Atención! Auto-muffle Salvadoreño le atenderá próximamente en su nuevo local. (...)
* El regalo ideal para nuestros héroes lo encuentra en Joyería y Relojería Invicta. Gran variedad de relojes, joyas en general y artículos típicos. A precios rebajados. Visítenos. la. Calle Oriente 136, frente al Lutecia. Teléfono 21-3627. Recuerde que tenemos abierto sábado todo el día y domingo hasta las 12.

No podían permanecer ajenas las cuestiones del amor, la búsqueda de la media naranja (que si tenía un buen pasar, tantito mejor).

(...) procede de la “Gaceta de Viena”, en Austria:

Un joven muy favorecido por la naturaleza, músico por gusto y por profesión, desea casarse con una dulce joven o viuda que haya cultivado el mismo arte. Como en el servicio de Apolo ha sido favorecido con todos los dones, excepto el de la riqueza, sería muy conveniente que la señora poseyere cierto caudal.

No faltó quien, dolido ante la infidelidad, quiso participar al público de los pormenores de la traición sufrida.

(…) en Boston, nace el “New England Courant”, entre cuyos APP más singulares se cita el que apareció en 1724:

Sepan todos los hombres que lean el presente que el veinticuatro, entre las once y las doce horas de la noche, a la esposa mía la sorprendí en la cama con Samuel Butler, estando ambos desnudos y en una muy indecente postura, contraria a la paz de nuestro señor, el rey. Lo cual declaro por mi mano el día veintiséis de junio, año del Señor de 1724.
En este mismo rubro podemos ubicar a quien a base de insistencia quería recobrar el amor perdido. No faltó que le respondieran.

Seguramente la serie más larga y continuada de avisos personales en el “Times” es la que publicó el excéntrico millonario E. J. Wilson, con el propósito de recuperar a su esposa, que le había abandonado. Durante 15 años, con sus iniciales E. J. W., el inconsolable marido insistió periódicamente en sus anuncios, reproduciéndolos, a veces, en París y Estocolmo a donde viajaba la perseguida señora. Los archivos del “Times” conservan el aviso con el que ella, y por cuenta de su celoso marido, quiso tranquilizar a éste: Te engañas. No amo a nadie. Respeto los lazos de los viejos tiempos. Inicia, si lo deseas, una investigación pública. Mary.

Seguiremos con el tema.

martes, 12 de septiembre de 2017

Crónica de un terremoto


Hace unos días buena parte del territorio de México fue cimbrado por un sismo de proporciones considerables y la mayor parte de los estragos se presentaron en  los estados de Oaxaca y Chiapas. En Ciudad de México no hubo daños mayores pero quienes aquí vivimos quedamos, como sucede habitualmente, conmocionados por el acontecimiento lo que se aprecia en las preguntas obligadas por estos días: ¿dónde te agarró el temblor?, ¿lo sentiste feo?, ¿saliste a la calle?, etc. Y cada quien cuenta muchas veces sus vivencias sísmicas.

¿Cómo se vivían los movimientos de tierra en el pasado? Seguramente desde siempre produjeron gran impacto y prueba de ello es el extenso artículo publicado por el Duque Job -Manuel Gutiérrez Nájera- en el periódico La Libertad del 23 de junio de 1882 (citado por Blanca Estela Treviño).

¡Si hubieras podido contemplar el espectáculo que presentaba la ciudad en ese instante! La mueca trágica y el guiño cómico se miraban confundidos, como en los dramas de Shakespeare. Los dependientes saltaban el mostrador de las tiendas e iban a arrodillarse en medio de la calle. Los jugadores se asomaban a las puertas de Iturbide con los tacos en las manos. Un escribano bajó las escaleras de su casa en mangas de camisa. Aquella acartonada lady yanqui se tendió boca abajo sobre el piso. Todos interrogaban los edificios oscilantes con miradas de pavor, como el náufrago, sacudido por las olas, interroga el oscuro seno de los mares.
Los rieles del tramway, movidos por el terremoto, se agitaban espejeando como dos víboras de plata.
Y de las puertas cuyas mamparas se columpiaban tristemente, salían como en tumulto, hombres de bata, damas cubiertas apenas por el ligero peinador, niños trémulos, e iban a arrodillarse en medio del arroyo, con las manos cruzadas sobre el pecho, clavados los ojos en el cielo.
El sol, indiferente, derramaba su luz cruda sobre esta escena desgarradora. Las aves, sintiendo que los edificios vacilaban, salían de las cornisas y tejados agitando sus alas con espanto. En ese instante los ateos creían en Dios.
La madre corría a la cama donde descansaba el pequeñuelo, para llevarlo por la calle. Los prudentes se colocaban en los quicios de las puertas. Los que no decían ¡Jesús!, proferían lo más enérgico de las interjecciones españolas. Mientras las torres de la Catedral se dirigían sendos saludos, inclinando sus enormes sombreros de campana, un ratero hacía cosecha de relojes en la plaza.
En los salones de las fondas, quedaban los sombreros y bastones, huesos a medio roer y botellas volcadas en el suelo. La grasa se cuajaba en los platos y el vino se evaporaba en las copas. Algunos salieron a la calle con la servilleta puesta, y otros levantaban al cielo sus manos armadas de tenedores. Ninguno, sin embargo, atendía en esos momentos a los cómicos episodios ni a las figuras caricaturescas. (…)
La Catedral se asemejaba a un hipopótamo fabuloso que fuera a triturar con su pezuña de granito las copas de los fresnos y el gran Zócalo de piedra. Las fachadas hacían muecas de clown, y las cruces en lo alto de las torres parecían gimnastas en trapecio.

Los segundos o minutos que dura el fenómeno parecen, en realidad son, interminables.

¿Cuántos minutos habían transcurrido? Un segundo o un siglo. El tiempo no se mide con los cronómetros. Es un viejo enfermo, que de improviso corre como un mozo.
En aquellos instantes de terror, los minutos fueron horas, días, años, como lo son para los tomadores de opio. Las ideas se atropellaban en los cerebros, como los espectadores al salir de un teatro que se incendia. Medimos el tiempo como lo mide el pasajero en el puente de un barco que va a hundirse.
Por una delicadeza de las leyes naturales, en ese instante se detuvieron los relojes.

Y en ese período –tal como señala el Duque Job- las ideas catastróficas vienen en tropel.

En aquellos segundos de congoja, las ideas pasaron por los cerebros con una rapidez de cinco mil leguas por hora. Un panorama de cataclismos, desarrollándose al girar, como la tela de un transparente, presentó sus cuadros torcidos, sus figuras chuecas y sus escenas de desplome, a la imaginación de aquella muchedumbre. (…) Yo vi bailar en el espacio azul la esbelta cúpula de Santa Teresa, como si algún gigante de buen humor hubiera lanzado al viento su montera; me pareció que las columnas del teatro avanzaban sobre mí a paso de carga; sentí sobre mi cabeza las herraduras del caballo que monta Carlos IV, y en un momento de pavor creí que la estatua de Colón jugaba a la pelota con el mundo. El viento movía los anchos pliegues de los hábitos que visten los frailes en el monumento de Colón y las guedejas pétreas de sus barbas. La robusta matrona que representa la ciudad de México, me llamaba con movimientos de sirena. San Agustín, en el bajorrelieve de la Biblioteca, sufría un vértigo, y el ángel que corona la torre de Jesús agitaba sus alas, como águila que va a tender el vuelo. ¡Oh, cuántas ideas caben en dos minutos y treinta y tres segundos! Las casas se desmoronaban ante mis ojos, como castillo de barajas; las piedras caían mezcladas con cabezas, y apenas si quedaban algunos paredones oscilando, como ebrios en la puerta de una taberna. Caídas las fachadas, se miraba el interior de algunas casas: desmelenados y aturdidos bajaban los vecinos por las ruinosas escaleras, cuyas gradas se movían como pedales de piano; en una alcoba alzaba desde la cuna sus bracitos flacos un pobre niño abandonado; las grandes vigas se columpiaban un momento en el espacio, y caían a plomo aplastando cabezas y desquebrajándose; remolinos de polvo se levantaban ocultando todo, y un inmenso clamor, compuesto de imprecaciones y plegarias, subía al cielo.

Pocas felicidades son tan intensas como la experimentada al final del terremoto cuando –afirma el Duque Job- todo vuelve a su sitio.

De repente pasó la borrachera, los santos de piedra se recogieron en sus nichos, cesó el cancán de las torres, y se fueron desvaneciendo en el espacio los cuadros que dibujaba la imaginación. (…) 
Pero ha pasado ya la pesadilla, despertamos y volvemos en torno la mirada. Las cosas todas están en sus puestos. La tierra no se mueve, los armarios están tranquilos. (…)
Los transeúntes se saludan en las calles, como si volvieran de un largo viaje. Comienza a borrarse de los rostros la palidez del miedo, y respiran con más desembarazo los pulmones. Los que han tenido más terror, experimentan las agradables emociones del convaleciente que vuelve a la vida. Las rosas parecen más frescas, y más bellas las mujeres.
Se ve el cielo más azul, y se acaricia la cabeza del niño que todavía solloza en un rincón. De cuando en cuando, sin embargo, se alza la cabeza para mirar si no se mueven los candiles y si el cordón de la campanilla se está quieto. Las cuarteaduras de la pared inspiran miedo.
Por la noche, las jóvenes acercan sus catres a la cama de la madre, y despiertan a cada instante sobresaltadas, creyendo que se repite el terremoto. El botiquín de la casa, abierto de par en par, muestra los deshechos paquetes de tila y las rugadas hojas de naranjo. Los padres refieren con espeluznantes detalles el terremoto que derribó la cúpula de Santa Teresa. Los chiquitines se duermen en las rodillas de la madre, y los novios amartelados de las niñas hablan poco de amor. Al día siguiente, están muy concurridas las iglesias. Se oye misa con gran devoción, y al salir del templo los novios, aprovechándose del tumulto, se aprietan la mano furtivamente.
En la noche, el amante cobra con usura el beso que no pudo recibir la víspera.
Toma el té. Ya ha pasado el terremoto. Estamos juntos y te arrío. La muerte no acobarda más que a los enamorados que están ausentes. Si ha de venir, que nos mate a los dos de un mismo golpe. (…)
Pero la tierra no vacila ya; tu corazón late más sosegado, y la lámpara azul de tu alcoba no se columpia como la Sara del poeta. Ven conmigo; acabemos de comer. 

Si en pleno terremoto -como dice el Duque Job- hasta “los ateos creían en Dios”, ahora que todo acabó para muchos ya es hora de regresar a su ateísmo.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Eulalio Ferrer y los anuncios clasificados/1


Los anuncios clasificados (también conocidos como APP: anuncios por palabras) constituyen una rica fuente de información que da cuenta tanto de su tiempo como del lugar de que se trate. Eulalio Ferrer Rodríguez fue tras ellos guiado por su interés en temas culturales y específicamente publicitarios. 

Cabe precisar que todas las citas de esta serie de artículos corresponden a obras de don Eulalio, en particular a La historia de los anuncios por palabras (México, Ediciones de Comunicación, 1987).

Los anuncios tienen su historia y se considera pionero del género un exhorto que procura ayuda para encontrar a un esclavo huido, al tiempo que aprovecha la ocasión para ofrecer sus telas.

El anuncio más antiguo que registran los historiadores de la publicidad data de hace 3,000 años aproximadamente. Los arqueólogos lo descubrieron en las ruinas de Tebas y se conserva en el Museo Británico. Recordemos su texto:

El esclavo Shem ha huido de la casa de su noble amo Hapú, el tejedor. Todos los buenos ciudadanos de Tebas están invitados a participar en su búsqueda. El esclavo mide 1.55, es de complexión robusta y tiene ojos cafés. Se recompensará a la persona que proporcione datos para encontrar a Shem, con media moneda de oro. La persona que lo capture y lo devuelva a la casa de Hapú, el tejedor, será recompensada con una moneda de oro. La Casa de Hapú ofrece las mejores telas de Tebas.

Mucho después los anuncios por palabras encontrarían lugar en los periódicos. Así fue como algunos de ellos les ofrecieron espacios privilegiados mientras que las noticias pasaban a sitios secundarios; se llegó a extremos 

(...) El “Times” mantiene y acentúa la categoría del anuncio como noticia de primera plana. Toda ella está destinada a anuncios breves, con las siguientes clasificaciones: Primera columna, diversiones. Segunda columna, sociales. Tercera columna, solicitudes de empleos. Cuarta columna, avisos sociales. A tal extremo se mantiene esta clasificación que los historiadores han reprochado severamente al “Times” que no mereciera los honores de su primera plana una noticia tan resonante como la victoria de Wellington sobre Napoleón en Waterloo. Esta apareció en la página interior del número 9,554 del 22 de junio de 1815. No hubo lugar para ella en la primera plana, ocupada por avisos de empleos, pérdidas, muebles, servicios, etc. Ni la Revolución Industrial, con todos sus cambios económicos, a mediados del siglo XVIII, modificaría la política del diario. 

Artistas poco conocidos también recurrieron a ellos para publicitar sus obras y no faltó quien posteriormente alcanzara alta consideración en el mercado del arte. 

Quienes hoy buscan, como tesoros privilegiados, los famosos Caprichos de Goya ¿pueden imaginarse que el propio pintor los anunciaba a un precio irrisorio? Pues así lo testimonia el “Diario de Madrid”, en su edición del 6 de febrero de 1799 (...):

Colección de estampas de asuntos caprichosos, inventadas y grabadas al aguafuerte por don Francisco de Goya. Persuadido el autor de que la censura de los errores y vicios humanos (aunque parece peculiar de la elocuencia y la poesía) puede ser también objeto de la pintura, ha escogido como asuntos proporcionados para su obra, entre la multitud de extravagancias y desaciertos que son comunes en toda la sociedad civil y entre las preocupaciones y embustes vulgares, autorizados por la costumbre, la ignorancia o el interés, aquellos que ha creído más aptos a suministrar materia para el ridículo, y a exercitar al mismo tiempo la fantasía del artífice. Se vende en la calle del Desengaño No. 1, tienda de perfumes y licores, pagando por cada colección de a 80 estampas, 320 rs. vn.

Llama la atención que en ciertos periodos históricos los anuncios cumplieron cometidos que estaban muy lejos de su función manifiesta.

Se supo que tanto en la primera Guerra Mundial, como en la última, los agentes alemanes se comunicaban a través de los APP (anuncios por palabras) del “Times”. De igual manera —y con fines opuestos— eran utilizados por la Scotland Yard. Y, más recientemente por la CIA.

Tal vez algunos de los citados a continuación pudieran ser ejemplo de ello.

En 1848 el periódico (“Times”) publica una serie de avisos intrigantes, escritos en el más puro lenguaje críptico:
* No podías hablar. ¡Fue tan repentino! Yo soy un buen jinete. El verde es mi color favorito. Quiero dinero.
* Pequeña casa. Peligro. Cruza el mar.
* Desde el viernes por la mañana, muero de hora en hora. ¿Dónde estás y cuándo volverás? J. S.
* Mis colores están clavados, no atados al mástil. T.
* Cloves. Muchas cosas se me han impuesto. Saquemos fuerzas del pasado. Requiere encontrar pájaro. Infeliz.
* Dreirdre. Vuela enseguida. Todo descubierto. Hugo.

Seguiremos con el tema.


martes, 5 de septiembre de 2017

La política como espectáculo


Con insistencia, y desde muy diversas fuentes, se ha venido poniendo énfasis en el proceso mediante el cual la política ha devenido en espectáculo y entretenimiento; a ello se refiere Zygmunt Bauman.

El ciclo de mentiras, negación de las mentiras y exposición pública de estas no hace más que inyectar fuerza en el valor de entretenimiento que ya de por sí tienen la política y los políticos actuales: una virtud nada menor en un mundo obsesionado por (y adicto a) el “infotenimiento”.

Desde otra corriente de pensamiento, Mario Vargas Llosa también alude a los efectos que ello supone para la democracia.

No tengo nada contra el espectáculo, el espectáculo me parece formidable y a mí me divierte muchísimo. Pero si la cultura se vuelve solo espectáculo, creo que lo que va a prevalecer en última instancia más que el sosiego es el conformismo. Una especie de conformismo, de resignación, de actitud pasiva. Y en la sociedad moderna capitalista, la pura pasividad del individuo significa no el reforzamiento de la cultura democrática sino el desplome de las instituciones democráticas. Porque esa actitud va en contra de la participación activa, la participación creativa y crítica del individuo en la vida social y en la vida política y cívica.

Es importante acotar que este proceso no es exclusivo de nuestro tiempo. Carlos Granés –citando a Albert Camus- ilustra lo sucedido a mediados del siglo XX.

No es del todo extraño que los políticos asuman la lógica del espectáculo. Algo emana de las estrellas y las vedettes que fascina. A Camus no le cabía en la cabeza –como escribió en Combat el 22 de noviembre de 1944– que al día siguiente de la toma de Metz los periódicos dieran más importancia a Marlene Dietrich, que casualmente también andaba por ahí. Sus palabras fueron proféticas: “No pensamos que los diarios deban ser forzosamente aburridos. Simplemente no creemos que en tiempos de guerra los caprichos de una estrella sean necesariamente más interesantes que el dolor de los pueblos...”

Según Granés los propietarios de los medios sacaron sus conclusiones e hicieron los ajustes que entendieron necesarios.

Pues bien, empresarios como Rupert Murdoch, que compró News of the World en 1969, aprenderían la lección contraria: el dolor de los pueblos podía convertirse en espectáculo y entretenimiento, y los tabloides serían cualquier cosa menos aburridos. De aquella desasosegada nota de Camus también se desprendía otra lección. Si la mera presencia de una actriz le roba el titular a una batalla clave de la Segunda Guerra Mundial, ¿qué político no iba a querer contagiarse de esa aura?

Asimismo la actividad política se ha venido desprestigiando en forma acelerada a partir de la sucesión de escándalos de corrupción que han ido reduciendo las fronteras del asombro. Las consecuencias de ello no se han hecho esperar, tal como apunta con preocupación Mario Vargas Llosa.  

Uno de los fenómenos para mí más inquietantes de la sociedad contemporánea es esa desmovilización de los intelectuales, de los artistas frente a los temas cívicos, el desprecio absoluto a la vida política, considerada una actividad sucia, innoble, corrompida, a la que hay que darle la espalda, con la que no hay que de ninguna manera ensuciarse. ¿Cómo puede a la larga sobrevivir una sociedad democrática sin una participación de la gente más pensante, de la gente más sensible, de la gente más creativa, de la gente con mayor imaginación?

En muy pocas palabras Émile Zola nos dejó una severa advertencia que podemos aplicar al tema de la política en tanto espectáculo y entretenimiento: “Sigan riendo, si les gusta reír; pero tengan cuidado, porque desde este momento se están riendo de su propia ceguera.”

viernes, 1 de septiembre de 2017

Siete años de Habladuría


En el mes de septiembre de hace siete años nacía este blog con un perfil más o menos definido (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2010/09/entre-el-vicio-y-el-oficio-compilador.html) Desde mucho antes estuve compilando anécdotas acerca de muy diversos temas y diferentes lugares. Algunas las tomé de periódicos y revistas pero la mayoría las hallé en libros adquiridos en librerías de viejo que he sabido recorrer con entusiasmo digno de mejores causas. Fue en aquel entonces que la extraordinaria artista y amiga Magos Nava me sugirió la idea de abrir un blog. Aceptada la propuesta, Magos se dio a la tarea. En los inicios sus ilustraciones acompañaron los artículos publicados y hasta el presente es la responsable del diseño del blog.

Al comienzo subí un artículo semanal, pasado el tiempo (y salvo excepciones) pasé a dos. En estos siete años las visitas han superado el número de 150.000. Difícil saber cuántas de ellas responden a seguidores del blog y cuántas a quienes llegan puntualmente y en forma azarosa por sus búsquedas temáticas. Me inclino a pensar que son muchas más las segundas que las primeras. También hay que tener en cuenta las visitas realizadas por robots que actúan en las redes.

El total de artículos que se han ido sumando al blog rebasan los 570. Algunos de ellos han sido publicados en periódicos y revistas. Asimismo he tenido noticias de menciones realizadas en distintos programas radiales. Ciertos textos han sido utilizados como material de apoyo en clases de preparatoria o universidad, así como en diversas instancias de educación no formal. He tenido la oportunidad de narrar en forma presencial algunas anécdotas que integran este blog en diversas ciudades de México, como Cancún, Chihuahua, Ciudad de México, Ciudad Juárez, Guadalajara, Guanajuato, León, Oaxaca, Pachuca, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí,  San Miguel de Allende, Veracruz, Zacatecas, etc. así como también en Buenos Aires y Montevideo.

Estrechamente vinculado con este blog, estoy impulsando la difusión en diversos ámbitos del Almacén de anécdotas, citas y afines (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2017/04/almacen-de-anecdotas-de-gerardo-mendive.html?spref=tw)

En principio hay Habladuría para rato, dado que en el taller de armado  dispongo de muchos “pies de artículos” que permiten aspirar a mantener este espacio. Tengo el anhelo de que parte de este material pase a ser libro, columna periodística o espacio radial fijo. 

Una vez más quiero expresar mi profundo agradecimiento y reconocimiento a Magos Nava. Sin su apoyo este blog no sería posible. Y también va mi agradecimiento a los lectores habituales de Habladuría, a los intermitentes y a quienes lo fueron en algún momento.

Y sean bienvenidos aquellos que se sumen a partir de este momento.  
                                                                                                                   Gerardo Mendive