En
diversas ocasiones aludimos en este espacio a la obra del doctor Oliver Sacks.
Ahora nuevamente regresamos a él para detenernos en la forma en que expresa
admiración hacia A. R. Luria, su maestro e inspirador.
En 1958,
cuando estudiaba medicina, el gran neuropsicólogo A. R. Luria vino a Londres
para dar una charla acerca del desarrollo del habla en un par de gemelos
idénticos, y supo combinar la capacidad de observación, la profundidad teórica
y el calor humano de una manera que me pareció reveladora.
En 1966,
después de llegar a Nueva York, leí dos libros de Luria: Las funciones corticales superiores del hombre y El cerebro humano y los procesos psíquicos.
Este último, que incluía abundantes historiales clínicos de pacientes con
lesiones en el lóbulo frontal, me llenó de admiración.
En 1968,
leí La
mente de un mnemonista de Luria. Durante las primeras treinta
páginas pensé que se trataba de una novela, pero de repente comprendí que en
realidad era un historial clínico: el historial más profundo y detallado que
había leído nunca, con la capacidad dramática, el sentimiento y la estructura
de una novela.
Luria
había alcanzado renombre internacional por ser el fundador de la
neuropsicología. Pero él consideraba que sus historiales, extremadamente humanos, no eran menos importantes que sus
grandes tratados neuropsicológicos. La
empresa de Luria -combinar lo clásico y romántico, la ciencia y el relato- se
convirtió en la mía propia, y su “librito”, como él lo denominaba siempre (La
mente de un mnemonista sólo tiene ciento sesenta páginas), transformó el
foco y la dirección de mi vida, y me sirvió de ejemplo no sólo para Despertares, sino para todo lo que he
escrito.
En el
verano de 1969, después de haber estado trabajando dieciocho horas al día con
los posencefalíticos, me fui a Londres en un estado de agotamiento y excitación.
Inspirado por el “librito” de Luria, pasé seis semanas en casa de mis padres,
donde escribí los nueve primeros casos de Despertares.
Cuando les ofrecí el libro a mis editores de Faber & Faber, dijeron que no
les interesaba.
Cuando
Sacks descubrió la posibilidad de “combinar lo clásico y romántico, la ciencia
y el relato” se le abrieron las puertas hacia una comprensión diferente de la
neurología, por la que se apasionaría. Seguramente por ello siempre guardó un
profundo respeto y agradecimiento hacia su maestro.
El afecto
y reconocimiento fue recíproco entre maestro y discípulo. Una muestra de ello
es que la obra que había sido descartada por la editorial, recibió elogios por
parte de Luria lo que constituyó un respaldo de consideración.
(…) me
llegó otra carta en la que Luria me contaba que había recibido el ejemplar de Despertares que Richard le había
enviado:
Mi querido doctor Sacks:
He recibido Despertares y lo he leído de un tirón y con gran placer. Siempre he tenido la
certeza de que una buena descripción clínica de los casos desempeña un papel
fundamental en la medicina, sobre todo en la Neurología y la Psiquiatría. Por
desgracia, la capacidad de describir, que tan común era en los grandes
neurólogos y psiquiatras del siglo XIX, ahora se ha perdido, quizá por culpa de
un error básico: pensar que los dispositivos mecánicos y eléctricos pueden
reemplazar el estudio de la personalidad. Su excelente libro demuestra que la
importante tradición de estudiar los casos clínicos se puede revivir con un
gran éxito. ¡Muchísimas gracias por este delicioso libro!
A. R. Luria
Yo
veneraba a Luria como fundador de la neuropsicología y de la “ciencia
romántica”, y su misiva me proporcionó un gran placer y una especie de
seguridad intelectual que nunca había experimentado.
Con el
paso del tiempo Oliver Sacks estrechó el vínculo con su maestro, quien le comentó
dos anécdotas en relación a sus maestros. El primer caso, que tuvo que ver nada
menos que con Freud, es agradable.
(…) Luria
me contó que de joven, a los diecinueve años había fundado la Asociación
Psicoanalítica de Kazán, de grandilocuente título, había recibido una carta de
Freud (que no se enteró de que le estaba escribiendo a un adolescente). El
propio Luria se quedó maravillado al recibir una carta de Freud, la misma
emoción que yo experimenté al recibir la suya.
La
otra historia –que tiene como protagonista a otro reconocido científico- es muy
diferente.
(…) me
relató la increíble historia de cuando conoció a Pávlov: el anciano (Pávlov
tenía entonces más de ochenta años), que tenía un aire a Moisés, rompió el
libro de Luria por la mitad, arrojó los fragmentos a sus pies y gritó: “¡Y usted
se llama científico!” Este asombroso episodio fue relatado por Luria con tal
viveza y gracia que consiguió transmitir su aspecto cómico y terrible al mismo
tiempo.
De
esta manera, y una vez más, queda de manifiesto que el camino de los grandes
académicos e investigadores tiene momentos muy difíciles que solo pueden ser
superados por la fuerza de su vocación y el compromiso con su misión.