viernes, 29 de mayo de 2020

Oliver Sacks evoca a su maestro


En diversas ocasiones aludimos en este espacio a la obra del doctor Oliver Sacks. Ahora nuevamente regresamos a él para detenernos en la forma en que expresa admiración hacia A. R. Luria, su maestro e inspirador.

En 1958, cuando estudiaba medicina, el gran neuropsicólogo A. R. Luria vino a Londres para dar una charla acerca del desarrollo del habla en un par de gemelos idénticos, y supo combinar la capacidad de observación, la profundidad teórica y el calor humano de una manera que me pareció reveladora.
En 1966, después de llegar a Nueva York, leí dos libros de Luria: Las funciones corticales superiores del hombre y El cerebro humano y los procesos psíquicos. Este último, que incluía abundantes historiales clínicos de pacientes con lesiones en el lóbulo frontal, me llenó de admiración.
En 1968, leí La  mente de un mnemonista de Luria. Durante las primeras treinta páginas pensé que se trataba de una novela, pero de repente comprendí que en realidad era un historial clínico: el historial más profundo y detallado que había leído nunca, con la capacidad dramática, el sentimiento y la estructura de una novela.
Luria había alcanzado renombre internacional por ser el fundador de la neuropsicología. Pero él consideraba que sus historiales, extremadamente  humanos, no eran menos importantes que sus grandes tratados  neuropsicológicos. La empresa de Luria -combinar lo clásico y romántico, la ciencia y el relato- se convirtió en la mía propia, y su “librito”, como él lo denominaba siempre  (La mente de un mnemonista sólo tiene ciento sesenta páginas), transformó el foco y la dirección de mi vida, y me sirvió de ejemplo no sólo para Despertares, sino para todo lo que he escrito.
En el verano de 1969, después de haber estado trabajando dieciocho horas al día con los posencefalíticos, me fui a Londres en un estado de agotamiento y excitación. Inspirado por el “librito” de Luria, pasé seis semanas en casa de mis padres, donde escribí los nueve primeros casos de Despertares. Cuando les ofrecí el libro a mis editores de Faber & Faber, dijeron que no les interesaba.

Cuando Sacks descubrió la posibilidad de “combinar lo clásico y romántico, la ciencia y el relato” se le abrieron las puertas hacia una comprensión diferente de la neurología, por la que se apasionaría. Seguramente por ello siempre guardó un profundo respeto y agradecimiento hacia su maestro.

El afecto y reconocimiento fue recíproco entre maestro y discípulo. Una muestra de ello es que la obra que había sido descartada por la editorial, recibió elogios por parte de Luria lo que constituyó un respaldo de consideración.

(…) me llegó otra carta en la que Luria me contaba que había recibido el ejemplar de Despertares que Richard le había enviado:

Mi querido doctor Sacks:
He recibido Despertares y lo he leído de un tirón y con gran placer. Siempre he tenido la certeza de que una buena descripción clínica de los casos desempeña un papel fundamental en la medicina, sobre todo en la Neurología y la Psiquiatría. Por desgracia, la capacidad de describir, que tan común era en los grandes neurólogos y psiquiatras del siglo XIX, ahora se ha perdido, quizá por culpa de un error básico: pensar que los dispositivos mecánicos y eléctricos pueden reemplazar el estudio de la personalidad. Su excelente libro demuestra que la importante tradición de estudiar los casos clínicos se puede revivir con un gran éxito. ¡Muchísimas gracias por este delicioso libro!
A.   R. Luria

Yo veneraba a Luria como fundador de la neuropsicología y de la “ciencia romántica”, y su misiva me proporcionó un gran placer y una especie de seguridad intelectual que nunca había experimentado.

Con el paso del tiempo Oliver Sacks estrechó el vínculo con su maestro, quien le comentó dos anécdotas en relación a sus maestros. El primer caso, que tuvo que ver nada menos que con Freud, es agradable.

(…) Luria me contó que de joven, a los diecinueve años había fundado la Asociación Psicoanalítica de Kazán, de grandilocuente título, había recibido una carta de Freud (que no se enteró de que le estaba escribiendo a un adolescente). El propio Luria se quedó maravillado al recibir una carta de Freud, la misma emoción que yo experimenté al recibir la suya.

La otra historia –que tiene como protagonista a otro reconocido científico- es muy diferente.

(…) me relató la increíble historia de cuando conoció a Pávlov: el anciano (Pávlov tenía entonces más de ochenta años), que tenía un aire a Moisés, rompió el libro de Luria por la mitad, arrojó los fragmentos a sus pies y gritó: “¡Y usted se llama científico!” Este asombroso episodio fue relatado por Luria con tal viveza y gracia que consiguió transmitir su aspecto cómico y terrible al mismo tiempo.

De esta manera, y una vez más, queda de manifiesto que el camino de los grandes académicos e investigadores tiene momentos muy difíciles que solo pueden ser superados por la fuerza de su vocación y el compromiso con su misión.

jueves, 28 de mayo de 2020

La mamma


Un tema clásico del vínculo familiar es la relación entre suegras y nueras que ha dado lugar a múltiples consideraciones y chistes. Traigo la cuestión a colación porque hace ya unos cuantos años leí una nota de prensa que llamó mi atención.

(...) los hombres italianos tienen una característica especial que les diferencia de los españoles o los japoneses por mucho amor que éstos tengan por sus progenitores: les unen unos fuertes lazos con la figura materna, la celebérrima mamma.
A pesar de haberse convertido en adultos, casados y padres, el 43% de ellos continúa viviendo a menos de un kilómetro de su madre, según una encuesta del Instituto Nacional de Estadística italiano (ISTAT) hecha pública el año pasado [2000].

La nota agregaba que había una marcada diferencia según las zonas del país. “La muestra italiana diferencia claramente el sur del país, donde el porcentaje de los hijos a tiro de piedra de sus madres alcanza el 48%, de las regiones del norte, donde desciende al 34%.”

Por asociación libre recordé un artículo de Rafael Escandón en el que se refiere a una situación que tuvo lugar en otro escenario.

Muchas personas recurren a los consejeros de los periódicos en busca de soluciones para sus problemas. Una de las personas más conocidas en los Estados Unidos con esa profesión es Abigail Van Buren, a quien le llueve la correspondencia diariamente. No dejan de ser interesantes muchas de sus sugerencias.
Un día recibió una carta que rezaba así:
“Querida Abby:
“No sé que puedo hacer con mi esposo. Quiere tanto a su madre que muchas veces ignora nuestro compromiso matrimonial. Un día le pregunté que si su madre y yo fuéramos en un bote y si éste se volteara, ¿a cuál de las dos recogería primero? Y tuvo el descaro de decirme que primero salvaría a su madre. ¿Qué hago?"

La respuesta de Abby –continúa Escandón- fue un tanto lacónica:

"¡Aprenda a nadar!"

miércoles, 27 de mayo de 2020

Mademoiselle Boulanger


Nadia Boulanger considerada, según Silvia Fesquet, como  “la mejor maestra de música de todos los tiempos”, tuvo alumnos que destacaron en muy diferentes escenarios y a lo largo de su trayectoria recibió múltiples reconocimientos.

(…) entre cuya impresionante lista de discípulos renombrados se ubican desde Astor Piazzolla hasta Quincy Jones, pasando por Michel Legrand, Egherto Gismonti, Narciso Yepes, Philip Glass, Aaron Copland, Burt Bacharach y otras decenas de monstruos sagrados de la música del siglo XX. Caballero y Gran Oficial de la Orden de la Legión de Honor de la República Francesa, Medalla de Oro de la Academia de Bellas Artes de Francia, Orden del Imperio Británico, Orden de la Corona del Reino de Bélgica son algunos de los honores que recibió a lo largo de sus 92 años de vida (…)

Agrega Fesquet que esos logros que hubiesen podido hacer perder la cabeza a muchos de sus colegas, a ella no la cambiaron en nada.

Discreta hasta en la forma en que se presentaba –anteojos de marco fino, severos tailleurs, pelo recogido en la nuca- siempre cultivó un perfil bajísimo, reconcentrada en su trabajo, en sus alumnos, en el rescate de la memoria de su hermana Lili, excelente compositora muerta a los 24 años, y poco más. Católica ferviente, la música fue su única pasión y, solterísima, hasta el fin de sus días se la conoció como Mademoiselle Boulanger.

Los testimonios de sus alumnos, así como de otros músicos que la conocieron, coinciden en resaltar el desmesurado nivel de exigencia de sus clases. Muchos eran quienes aspiraban a ser sus alumnos pero debían dar un examen para dar muestra de su calidad y compromiso con su propia formación.

Estamos ante un verdadero personaje que caracterizó la vida parisina de su tiempo; Silvia Fesquet ofrece algunos datos biográficos.

Juliette Nadia fue el nombre que le dieron cuando nació en París el 16 de septiembre de 1887, hija del compositor Enest Boulanger y de Raissa Myschetsky. (…)  Su mítico departamento del 36 de la rue Ballu, con dos pianos de cola y un órgano, y fotos dedicadas de Paul Valéry, André Malraux o André Gide, era el lugar donde examinaba a los postulantes a alumnos y dictaba sus clases. Dicen que podía arrancar muy temprano a la mañana y seguir trabajando hasta bien entrada la noche.
“Del mismo modo en que creo en Dios, creo en la belleza, en la emoción y en la obra maestra”, decía.
Mentora de Igor Stravinsky, amiga de Manuel de Falla y Valéry, compañera de estudios de Maurice Ravel, primera mujer en dirigir un concierto para la Royal Philarmonic Society de Londres, la Orquesta Sinfónica de Boston y la Filarmónica de Nueva York, Nadia Boulanger se despidió del mundo el 22 de octubre de 1979, con la misma discreción con que había contribuido a embellecerlo.

Quien quiera conocer más de su vida puede recurrir al libro de Bruno Monsaingeon “Conversaciones con Nadia Boulanger”, que es el resultado de los diálogos que el autor sostuvo con ella durante años. Según algunos críticos se trata de una obra que no tiene desperdicio.

martes, 26 de mayo de 2020

El llanto en el escenario


Los buenos actores ponen su existencia al servicio del personaje que deben interpretar, de tal manera que su propia vida queda parcialmente de lado. Se trata del arte del desdoblamiento. Siempre se ha dicho que los grandes en el oficio de las tablas son capaces de llorar en un momento determinado sin necesidad de artificios, mientras que los otros deben recurrir a pequeños trucos para provocar sus lágrimas.

Ahora bien el llanto del actor puede ser -de acuerdo con Julio C. da Rosa- a todo volumen y acompañado de grandes aspavientos, pero no es de extrañar que detrás de esta explosión se oculte la debilidad de una actuación poco convincente.

(…) el llanto teatral, premeditado, estudiado y ensayado; estridente y escandaloso. Un llanto que puede compararse con la tormenta de verano: mucho barullo y poquísima agua. Sollozos como rugidos, capaces de hacerse oír a varias cuadras y alborotar a medio mundo; casi siempre a cara escondida, porque es a ojos secos.

Así hay quienes suponen que cuanto más aparatosa sea la acción, crecen las posibilidades de hacer sentir al público lo expresado por el actor. Pero ello está muy lejos de ser cierto, tal como afirma Frank Vercruyssen.

Como actor hay que entender la evolución de la curva emocional del personaje y luego usar las propias capacidades para adaptarse. Pero el actor tiene sus propias curvas emocionales, que son admisibles en el escenario. Yo como espectador me pongo mucho más triste con un actor que no subraya la tristeza y es más bien neutro, que con uno que rompe en llanto. Esta libertad, esta oxigenación que existe entre el actor, el personaje y el texto es muy importante para nosotros.
Así en el escenario, al igual que en la vida, hay manifestaciones de bajo tono que conmueven mucho más que las estridentes. Tal vez a ello se refieran los críticos cuando subrayan la sobreactuación de cierto personaje en el desarrollo de una obra.

lunes, 25 de mayo de 2020

Manuel Zapata Olivella


Entre las tantas categorías en que se puede dividir a las personas, encontramos la que separa a los sedentarios de los nómadas. A los primeros les gusta establecerse en un lugar, les cuesta mucho viajar, dejar su casa, incursionar por nuevas realidades. A los segundos, por el contrario, les desagrada establecerse en un sitio, lo suyo es el movimiento, el camino, siempre están de paso. A este último grupo pertenecía Manuel Zapata Olivella y José Luis García González proporciona un breve perfil de su vida.

(…) a partir de su adolescencia manifestó su vocación de aventurero, de “vagabundo”, como él mismo decía. Suspendió sus estudios de medicina en la Universidad Nacional de Bogotá para emprender a pie un viaje por la América central. En 1943, contrariando la voluntad del padre, salió desde Cartagena de Indias y recorrió a pie todo el istmo centroamericano hasta llegar a México; luego pasó a los Estados Unidos.

Pero no vaya a creerse que Zapata Olivella solo cambiaba de lugares sino que lo mismo ocurría con sus variadas ocupaciones.

Hizo de todo, desde asistente de un astrónomo ambulante hasta de modelo de Diego Rivera. Desde boxeador noqueado con el nombre de Kid Chambacú hasta periodista free lance. En EE.UU. tuvo contacto con la realidad social del negro norteamericano. Esto, según él mismo lo afirmó, lo llevó a una “toma de conciencia”. Conoció en Nueva York a Langston Hughes y a Ciro Alegría y escuchó sus recomendaciones y sintió su solidaridad. El peruano Alegría le escribió el prólogo a Tierra mojada.

En pocas palabras, José Luis García González define al personaje. “Viajero incansable, Manuel Zapata Olivella, que no le tenía temor a los accidentes, realizó periplos por distintas regiones del mundo. Su actividad fue incesante.”

Pero en esta pequeña reseña de vida, aparece otro personaje digno de mención: la tía Estebana que “cuando niño, le aplicaba emplastos sobre las rodillas y lo bendecía, lo mismo que a sus otros hermanos, contra el mal de ojo.” Cuenta García González que una noche la tía Estebana “enterró en el suelo a la entrada de la casa un pañuelo negro con tres clavos y una pequeña cerradura con llave. Cuando le preguntaron para qué hacía eso, respondió: para que el sobrino Manuel no sufra y se le abran todas las puertas.”

Ahí queda la receta por si ocupan.

viernes, 22 de mayo de 2020

Nada


Siempre me quedó el recuerdo de aquella anécdota que nos contó un profesor cuando cursaba el bachillerato. Aunque después la repetí infinidad de veces, nunca había dado con un registro de la misma. Hasta ahora que la encuentro referida por Aníbal Ponce, quien a su vez deja constancia de la fuente: “citado por Leroy, La vie du comte de Saint Simon”.

Se sabe que Luis XVI escribía en su agenda los sucesos más importantes de su vida. En ocasiones, no encontrando ninguna cosa digna de anotar, escribía simplemente esta palabra: “nada”. (…) Y los hechos revelaron este detalle singular: uno de los días en que Luis XVI escribió en su agenda la palabra “nada” fue el 14 de julio de 1789…

En una primera, y obvia, lectura el asunto remite a la total inconsciencia del rey en relación a lo que se estaba cocinando entre la gente. El día en que dio inicio uno de los acontecimientos más decisivos de la historia contemporánea, él ni siquiera se daba por enterado. A partir de allí, la consecuencia viene servida en charola: ¡qué lejos puede llegar a estar un gobernante en relación al pueblo! (tal como mencionamos en otra ocasión http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2015/04/desayunarse-tarde-o-el-aislamiento-de.html)

Y claro está que la metáfora se presta para diferentes usos: ¿no sigue sucediendo algo de esto entre nuestros gobernantes? Y aplicado a la vida personal, ¿de cuántos sucesos claves de mi propia vida ni siquiera tengo idea?

El asunto tiene también otras interpretaciones. ¿Luis XVI quiso ocultar lo que acontecía?, ¿él mismo vivía en el engaño?, ¿sus ayudantes lo mantenían a prudencial distancia de las realidades desagradables?

Todo esto se basa en el supuesto que la Revolución Francesa no surgió de un día para otro.

Sin embargo hay otras miradas sobre el asunto, una de ellas es la de Arlette Farge.

Al revés de las tesis que sostienen algunos historiadores, la Revolución era completamente imprevisible: ni siquiera el 13 de julio había alguien que pudiera predecir la toma de la Bastilla el 14 de julio. La Revolución fue inesperada, sobre todo según las formas que adoptaría (…)

Así pues la historia (y la historiografía) se repite y sobre un mismo acontecimiento existen distintas interpretaciones.

Será cuestión de seguir averiguando.

jueves, 21 de mayo de 2020

La locura relativa


Los límites entre cordura y locura son confusos, frágiles, imprecisos. Y mucho tiene que ver en ello el contexto cultural, los usos y costumbres comunitarios. Los ejemplos abundan y ahora recurrimos a uno que proporciona Sheldon B. Kopp.

Cierta vez fui testigo de un caso que irónicamente arroja luz sobre el hecho de que la definición de locura es producto de una cultura determinada y del poder político del control social psiquiátrico. Cuando trabajaba en el Hospital de Salud Mental de Nueva Jersey, un hombre extraño apareció en una esquina de Trenton, vestido con una larga sábana blanca y murmurando tranquilamente una “jerigonza”. Su sola presencia amenazaba la certidumbre de cordura de toda la comunidad “afortunada”. En bien del hombre de la sábana, un ciudadano más cuerdo llamó a un policía. De esta manera el pobre hombre pudo ser puesto bajo llave en asilo local.
Sus esfuerzos por explicar su extraño comportamiento fueron vanos porque era evidente que estaba loco de remate, o para ser más científicos, se le diagnosticó como esquizofrénico, del tipo crónico indiferenciado, síndrome que se asemeja a una lata de basura en la que todo cabe. A cualquiera le sería difícil comportarse normalmente ante ese método de diagnóstico según el cual se suponía que el paciente estaba loco hasta que se probara lo contrario, no estando representado por un abogado, y sin saber que todo lo que dijera podía ser usado en su contra.

La evolución del caso fue diferente a la que se hubiese podido esperar; continúa Kopp

Afortunadamente para el paciente de la sábana y de la extraña jerigonza, el día siguiente fue día de visita. Evidentemente había llamado a su casa e informado del aprieto en que se hallaba. Esa mañana otras veinte personas vestidas con sábanas blancas llegaron al hospital. Además de estar ataviadas tan extrañamente como él, hablaban la misma jerigonza que resultaba imposible de comprender para el plantel psiquiátrico. Resultó ser (para diversión del psiquiatra residente) que estos hombres y mujeres eran todos miembros de la misma secta religiosa rural, un grupo religioso que definía su identidad en parte por vestirse con la pureza de las telas blancas y en parte por ser inspirados por Dios para hablar lenguas extrañas.

El profesional que lo atendía y el “paciente” provenían de dos entornos diferentes. “El psiquiatra del caso era un católico practicante (que semanalmente comía y bebía el cuerpo y la sangre de Jesucristo) y pensó que eran una banda de locos.” Llegado a este punto, Sheldon B. Kopp tiene un buen deseo para con el médico: “Que el cielo lo ayude si alguna vez se extravía en una comunidad en que su propia filiación resulte igualmente oscura.”

La conclusión del caso no se hace esperar. “El paciente fue dejado en libertad por la tarde. Un hombre como ese es un lunático. Veinte constituyen una comunidad cuerda y aceptable.”

miércoles, 20 de mayo de 2020

Oskar Maria Graf


Hubo escritores que no dudaron en deslindarse de los regímenes totalitarios imperantes en sus países. La asimetría de la lucha no fue causa suficiente para hacerlos desistir y su fuerza interior hizo que desdeñaran los llamados a la prudencia, la cordura y la razón, que a veces le formularan sus propios colegas (“presuntuosos escribidores coyunturales”, al decir de Graf).
Gracias a Francisco Uzcanga Meinecke tuve noticias del personaje que ahora se presenta.
En la necrológica que publicó el New York Times el día después de su muerte [28 de junio de 1967] se lee que Graf fue “uno de los primeros y más radicales opositores al régimen nazi”. Cierto: (…) alzó muy pronto la voz contra la barbarie que se avecinaba. Prueba de ello es el ya legendario artículo que publicó el 12 de mayo de 1933 en el Wiener Arbeiterzeitung, apenas dos días después de la quema de libros en la plaza de la Ópera de Berlín y delante de las universidades de otras veintiuna ciudades alemanas. Oskar Maria Graf echaba en falta ver su nombre junto a los de Karl Marx, Heinrich Heine, Sigmund Freud, Erich Kästner, Ernst Toller, Kurt Tucholsky, Heinrich Mann, Alfred Kerr, Carl von Ossietzky, Anna Seghers, Erich Maria Remarque, Walter Hasenclever, Stefan Zweig, Franz Werfel, Klaus Mann, Bertolt Brecht, Alfred Döblin, Max Brod, Lion Feuchtwanger…, hasta completar una lista de noventa y cuatro autores. Poco después los nazis atendieron a su petición y organizaron una quema expresa de los libros de Graf en el patio interior de la Universidad de Múnich.
La labor de traducción y compilación a cargo de Uzcanga Meinecke nos permite conocer el contenido del artículo aludido, en que Oskar Maria Graf exige al régimen nazi que queme sus libros.
¡Quemadme!
Como casi todos los intelectuales de izquierdas y socialistas convencidos de Alemania, también yo he sufrido en carne propia las bendiciones del nuevo régimen: durante una ausencia casual, la policía apareció en mi piso de Múnich con la intención de detenerme. Confiscó gran parte de mis manuscritos, que será imposible recuperar, materia para investigaciones que me costó muchísimo reunir, la documentación comercial al completo y buena parte de mis libros. El destino más probable de todo esto es la hoguera. He tenido por tanto que abandonar mi hogar, mi trabajo y –lo que es quizá más triste- la madre patria para evitar el campo de concentración.
Pero la sorpresa más agradable me la acabo de llevar ahora mismo: según el Berliner Börsenkurier, mi nombre figura en la “lista blanca de autores” de la nueva Alemania y, a excepción de Somos prisioneros, se recomienda la lectura de mis libros; esto es, ¡me acaban de proclamar uno de los exponentes del “nuevo” espíritu alemán!
En vano me pregunto: ¿qué he hecho para merecer esta afrenta? El Tercer Reich ha renegado de la verdadera literatura alemana, ha repudiado a casi todos los escritores de rango, los ha condenado al exilio y ha impedido que sus obras se publiquen en Alemania. La inopia de unos pocos presuntuosos escribidores coyunturales y el desenfrenado vandalismo de los actuales detentadores del poder se unen para exterminar aquella parte de nuestra literatura y nuestro arte que tiene validez universal, y para suplantar la idea de lo “alemán” por el más cerril nacionalismo. Un nacionalismo capaz de aplastar sin pestañear la más mínima aspiración de libertad, un nacionalismo que puede dictar una orden para que mis amigos, socialistas íntegros, sean perseguidos, encarcelados, torturados, asesinados o incitados al suicidio por pura desesperación.
Y los representantes de este bárbaro nacionalismo, que no tiene nada, absolutamente nada de alemán, ¡tienen la osadía de reivindicarme como uno de sus “intelectuales”, de incluirme en su llamada “lista blanca”, que ante la conciencia universal sólo puede ser una lista negra!
¡No merezco esta deshonra!
Por todo lo que he vivido y escrito, tengo el derecho a exigir que mis libros sean condenados a las llamas purificadoras de la hoguera y no acaben en las manos sangrientas ni en los cerebros podridos de la banda criminal de las camisas pardas.
¡Quemad las obras del espíritu alemán! ¡Será tan inextinguible como vuestra afrenta!
Nada que agregar.

martes, 19 de mayo de 2020

El caso extremo de prestar un libro


Ya nos hemos referido en otras ocasiones al tema de prestar libros y también al de no devolverlos. Ahora veremos el testimonio a este respecto de un gran exponente del arte bibliográfico, nada menos que José Luis Melero.

Nunca he podido prestar libros. Sufro mareos y palpitaciones cuando uno de ellos anda entre manos ajenas. Por eso mis amigos y conocidos saben que mis libros están siempre a su disposición…, pero en mi casa. Esa ha sido mi norma habitual de conducta.

Sin embargo en muchas ocasiones, tal como le aconteció a Melero, se presenta un pero…

Pero las normas están para saltárselas de vez en cuando. Yo también me he saltado esta ley sagrada de no prestar libros en algunas –pocas- ocasiones. Y siempre con amigos muy íntimos y escogidos, de los que sé que van a cuidármelos como les fuera la vida en ello. Ahora una pareja de buenos amigos me ha pedido que le preste para llevarla a una próxima exposición en Huesca la edición príncipe de Cerbero son las sombras, el primer libro de Juan José Millás, publicado en Madrid en 1975 en una modestísima editorial (las Ediciones de El Espejo), que había ganado el Premio Sésamo un año antes. Es un libro raro y difícil de conseguir, tanto que no han encontrado a nadie por aquí que pudiera facilitárselo.

Dilema complejo en que –seguramente luego de arduas negociaciones- el don de gentes se impone al celoso guardián de biblioteca. “Y al final, aun sabiendo que me voy a tener que atiborrar de ansiolíticos y tranquilizantes, han decidido pedírmelo a mí. Y lo malo es que no puedo ni debo decirles que no.”

Lo que para otro pudiera ser el simple acto de prestar un libro, para José Luis Melero adquiere otras connotaciones que no son fáciles de compartir y para ello recurre a un símil de carácter familiar.

Pero va a ser como si uno de mis hijos se fuera a vivir una temporada con una familia extraña. O peor aún: porque con mis hijos hablaría todos los días por teléfono, les escribiría tiernos correos o vigilaría su estado de ánimo a través de la “webcam”. Pero, ¿cómo saber a diario qué tal se encuentra mi pequeño e indefenso Millás? ¿Cómo, después de veinte o veinticinco años conviviendo juntos, llenar el vacío que deja entre Visión del ahogado y El jardín vacío, sus fieles y hoy desconsolados compañeros de estantería? ¿Qué sentirá al viajar solo por vez primera, él que no ha salido nunca de casa?

Su generosidad queda de manifiesto, tanto como sus temores: “Qué semanas se me esperan. (…) No se las deseo a nadie.”

lunes, 18 de mayo de 2020

La difícil vida de los japoneses en EU durante la 2ª Guerra Mundial


Entre los temas recurrentes aquí considerados, encontramos el de identidad, guerra, discriminación, prejuicios, masas, minorías, propaganda, etc. El que hoy nos ocupa, guiados por Guillermo Jordán, tiene que ver con varios de ellos y trata de miles de japoneses que fueron marginados por el hecho de serlo. Y como sucede con frecuencia en relación a diversos pueblos, ahora los veremos como víctimas mientras que en otras circunstancias hubo japoneses que actuaron como victimarios.

¿Cómo fue la vida de los japoneses que habitaban en Estados Unidos durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial? Las cosas se les complicaron -¡y de qué manera!- luego del ataque japonés a Parl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Hay que diferenciar -de acuerdo con Jordán- a los Issei -emigrados- y los Nissi –nacidos en Estados Unidos pero hijos de japoneses; las represalias hacia ambos grupos (en particular en California) no se hicieron esperar.

En California, se prohibió a los Issei - Nissi el acceso a empleos oficiales; les revocaron los permisos para ejercer profesiones universitarias y a los pescadores les fueron embargadas sus embarcaciones.
Se investigó a todos los japoneses que vivían en California y el fiscal Earl Warren no los encontró culpables de sabotaje o espionaje, pero aseguró que esa aparente inocencia demostraba la perversidad de los nipones.
Se desató una campaña contra "El peligro amarillo". El 29 de marzo de 1942, un famoso columnista, cuyos artículos se reproducían en casi todos los periódicos estadounidenses, escribió "¿por qué hemos de tratar a los ‘Japs’ con miramientos? Usan las calles, ocupan los asientos de tranvías y autobuses. Que apechuguen con todo, que sufran, que pasen hambre y que se mueran. Personalmente,  detesto a los japoneses, y me refiero a todos ellos sin excepción". Concluía el  articulista.

Fueron muchas las actividades en que se los discriminó. “Las compañías de seguros cancelaron las pólizas de los japoneses, fueran Issei o Nissi. Los lecheros se negaron a servirles y los tenderos a venderles comestibles. Los bancos rehusaron hacer efectivos sus cheques.” En California –continúa Jordán- se fue agravando este sentimiento anti-japonés al grado de expulsarlos.  Pero, ¿quién querría recibirlos?

¡Fuera de California!, gritaron los yanquis blancos. Y ocho mil japoneses, nacionalizados estadunidenses o nacidos en los Estados Unidos, emigraron al centro del país.
Entonces, el Colegio de Abogados de Nevada concluyó: "Opinamos que si los japoneses son peligrosos en Berkeley, California, también son peligrosos aquí”.
Chase Clark, gobernador de Idaho, dijo a la prensa: "Los Japs viven como ratas, procrean como ratas y actúan como ratas". Otro gobernador, Homer M. Adkins, declaró: "Nuestra gente no está famiIiarizada con las costumbres y  peculiaridades  de los japoneses, y dudo que sea una medida saludable obligarlos a que vengan a vivir a Arkansas".

No es difícil imaginar el miedo, si no que pavor, con que vivieron en aquel entonces.

Para los ocho mil japoneses que decidieron abandonar California, la vida se tornó  un tormento. En las peluquerías topaban con letreros que advertían: "Se afeitan  Japs. No respondemos de los accidentes". En los aparadores de los restaurantes  se anunciaba: "La dirección de este establecimiento envenena a las ratas y a los japoneses".
Se les negaba el servicio en las gasolinerías, y en Denver, Colorado, una  muchacha japonesa trató de entrar a un templo y el pastor le cerró el paso y le dijo: “¿No te encontrarías más a gusto en tu propia iglesia?”.
El 27 de marzo de 1942, todos los Issei y Nissi que vivían en Estados Unidos, tuvieron 48 horas para disponer de sus casas, negocios y mobiliario. Sólo se les permitió llevar sus efectos personales en equipaje de mano. Los despojaron de sus navajas de afeitar y les decomisaron las cuentas bancarias. Los afectados  perdieron 70 millones de dólares en tierras de cultivo. 35 millones en frutos y cultivos. Casi 500 millones de dólares en rentas y depósitos. Y valores por una suma incalculable.
A los niños que no podían tenerse en pie, les colgaron etiquetas, como si se tratara de mercancía, y todos fueron subidos en camiones, mientras escuchaban los gritos de “¡fuera, Japs!"  en nada diferentes de las multitudes nazis que en Europa gritaban: "¡Raus, juden, raus!".
Estos japoneses fueron instalados en los hipódromos –fuera de servicio por la guerra- y las familias acomodadas en los establos.

Concluye Guillermo Jordán que “Roosevelt mismo habló de estos sitios como de campos de concentración".

Con el final de la guerra las cosas irían cambiando en forma paulatina.

viernes, 15 de mayo de 2020

El maestro de Camus


Hay maestros que marcan diferencia en el presente y el futuro de un niño. Eso fue lo que sucedió a Albert Camus quien muchos años después, en 1957, recibiría el premio Nobel de Literatura.

La historia, que es muy conocida, es narrada por Jaume Cela quien subraya que la niñez de Camus fue muy dura.

(…) huérfano de padre muerto en combate durante la Primera Guerra Mundial cuando Albert sólo contaba con un año de edad. A partir de entonces su infancia transcurriría en la pobreza y la marginación: “La miseria es una fortaleza sin puente levadizo”, escribirá más tarde.
Del mundo hostil de la posguerra lo salva un golpe de suerte: un maestro que ama apasionadamente su trabajo. Este hombre jugará el papel del padre ausente en la vida del escritor, de él tomará valores claves, como el amor a la libertad, la pureza de corazón y el rigor en el pensamiento. Germain se llamaba este maestro de educación elemental.

Afirma Cela que “Camus nunca olvidó a este profesor de banquillo. Los valores que de él aprendió, fueron coraza para toda su vida.” Seguramente por ello  

El 19 de noviembre de 1957, un mes después de recibir la más alta distinción como literato, escribió esta carta:

Querido Señor Germain:
He dejado apagar un poco el alboroto que me ha rodeado durante todos estos días, antes de hablarle con el corazón en la mano. Me han ofrecido un honor demasiado alto, que no he buscado ni solicitado. Pero cuando recibí la noticia, mi primer pensamiento después de mi madre fue para usted. Sin usted, sin esa mano afectuosa que tendió al niño pobre que yo era, sin sus enseñanzas y su ejemplo, nada de esto habría sucedido. No hago mucho caso de los honores, pero éste me brinda por lo menos la ocasión de expresarle todo lo que ha sido, es, y siempre será para mí, y para asegurarle que sus esfuerzos, su trabajo, y el corazón generoso que en él puso siguen bien vivos en uno de sus pequeños colegiales que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido. Reciba un abrazo muy fuerte.
                                                                                     Albert Camus

Eso es todo.

jueves, 14 de mayo de 2020

Ante la proximidad del año 1000


Es comprensible que el género “reseña de libros” no despierte mayor afición, sin embargo cuando la sección se encuentra a cargo de Wislawa Szymborska la cuestión es otra. Sus análisis y reflexiones no tienen desperdicio y siempre serán de agradecer las grandes libertades que se toma para formular apreciaciones que en muchas ocasiones tienen muy poco que ver con la obra de referencia. De hecho, si el texto no le parece digno de atención, sus consideraciones lo abandonan totalmente y entran al terreno de la libre asociación.

Distinto es cuando está ante un trabajo al que considera valioso. Interesada en el tema (“El año mil”) y reconociendo al autor (Georges Duby), Szymborska entra directamente en materia

(…) comenzó a propagarse el rumor sobre el inminente fin del mundo anunciado por el Apocalipsis. El año mil debía estar precedido de ominosos signos a los que seguiría el corto, aunque terrible, reinado del Anticristo. Como resultado, el viejo mundo llegaría a su fin y, con el advenimiento de Cristo en toda su gloria, se erigiría en su lugar el nuevo. Así que la gente comenzó a buscar con insistencia esos signos.

Más temprano que tarde la búsqueda comenzó a da resultado.

Y claro, siempre hay terremotos, se suceden eclipses de Sol y de Luna regularmente, y siempre nace algún que otro ternero con dos cabezas en el establo de alguien. Sin embargo, estos hechos eran ahora signos que anunciaban el fin de todo. Del mismo modo, cualquier hereje o sectario (también entonces muy abundantes) ascendía ahora hasta el rango de mensajero directo del Anticristo.

Seguramente todo aquello, continúa Wislawa Szymborska, dio lugar a que se viviera en un entorno más que temeroso. “Por tanto, el año mil debió de transcurrir en medio de un terror espantoso y una espera interminable, un ambiente de extrema penitencia y numerosos estallidos de pánico.”

Pero una vez más en la historia lo acontecido estuvo lejos, muy lejos, de lo esperado.

Así lo indica la tradición posterior. Porque los analistas de aquel tiempo (aunque había pocos, por cierto) no hacen referencia alguna a ese año, por más que anotaran sucesos acaecidos en años anteriores o posteriores, lo cual resulta un tanto extraño.

¿Cómo interpretar -pregunta Szymborska siguiendo el análisis de Georges Duby- ese inexplicable vacío en la crónica de época? La respuesta no tarda en llegar: “El autor, un eminente medievalista francés, explica esta omisión de un modo bastante convincente: como la profecía no se había cumplido, resultaba un tanto embarazoso escribir que no había pasado nada…”

Queda claro entonces que cuando las predicciones no se cumplen lo mejor será cambiar rápidamente de tema.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Un secuestro que hizo historia


Cuando los casos de la nota roja tienen como protagonista a algún personaje conocido, su repercusión es mucho mayor; a una de estas situaciones se refiere Jordi Soler.

En 1932 fue secuestrado el bebé de Charles Lindbergh, el célebre piloto que cruzó por primera vez en avión, en 1927, el océano Atlántico. Lindbergh era un héroe nacional y el secuestro de su hijo tuvo en vilo, durante dos meses, a la sociedad estadounidense; hasta que un día trágico fue descubierto el cadáver del niño.

Aquel acontecimiento marcó su tiempo y dejó profunda huella en sus contemporáneos, tal como evoca Michel Tournier.

Yo tenía siete años cuando todo el mundo hablaba del secuestro del hijo de Charles Lindberg. Acabé preguntándole a mi padre: “Si los gángsters me raptaran, ¿cuánto dinero darías para recuperarme?” Él fingió sumirse en un cálculo mental y por fin me dijo: “Quizá llegará hasta los cincuenta francos, ¡pero ni un céntimo más!” La suma me pareció enorme, y quedé imbuido, a la vez, de la generosidad de mi padre y de mi propio precio.

La gratitud experimentada ante tal respuesta, duró poco. “Por desgracia, mi madre lo estropeó todo diciéndome: ‘Tu padre bromea. Puedes estar seguro de que tu padre daría todo lo que tiene para recuperarte’.” La reacción del niño fue en sentido diferente al que orientó la intervención de su madre. “Aquellas palabras me escandalizaron. Me parecieron excesivas, pasionales y a la postre inquietantes. Ya me veía como la causa de la ruina de toda la familia.” Su conclusión no tiene desperdicio: “¡Realmente, las mujeres resultan imprevisibles!”

Pero regresemos a Jordi Soler quien consigna un extraño hecho vinculado a aquel dramático acontecimiento.

Unos meses más tarde, cuando el bebé Lindbergh seguía siendo un tema recurrente, el pintor Salvador Dalí, que había inaugurado con mucho éxito una exposición en Nueva York, fue invitado a una fiesta de disfraces a la que acudió la crema y nata de Manhattan. Dalí y Gala, su mujer, asistieron disfrazados, para escándalo de los invitados, del bebé Lindbergh y de su secuestrador. Aquella broma violenta no pasó de alterar a los invitados y a algunos lectores de los periódicos que consignaron la última excentricidad del pintor. En la biografía de Dalí el incidente de la fiesta de disfraces es un episodio menor, una broma de mal gusto (…)

Finalmente Soler considera las repercusiones que puede tener un mismo acto en épocas diferentes.

(…) en la época de Dalí no había ni redes sociales ni televisión para magnificar su imprudencia y su broma quedó en eso, en una boutade; pero si esto hubiera ocurrido en este siglo, Dalí probablemente se hubiera quedado sin galeristas, hubiera sufrido un gravoso boicoteo y habría tenido que maniobrar para que no se hundiera su carrera.

¿Se hubiesen animado Dalí y Gala a llevar a cabo –por decir lo menos- su broma de mal gusto en nuestros días? ¿La sociedad lo hubiera perdonado por tratarse de la ocurrencia de un genio?

martes, 12 de mayo de 2020

Los best-sellers


Que los best-sellers no cuentan con la simpatía del gremio de los escritores (salvo, claro está, de sus autores) es algo sabido. Tan es así que hay quien se ha arrepentido de haber alcanzado la notoriedad en el mundo editorial, como fue el caso de Thomas Merton quien –según Gurutze Galparsoro- “se arrepintió muy de veras de haber escrito una vez un best-seller. Dijo que fue por inexperiencia e inadvertencia (…)”

Ahora bien, Gabriel Zaid relativiza el nivel de difusión que logran los éxitos literarios.  

En 1936, Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell se convirtió en la primera novela que vendió un millón de ejemplares en un año. Alexandra Ripley escribió una continuación (Scarlett) que vendió 2.2 millones de ejemplares en los últimos cien días de 1991, convirtiéndose así en “la novela que más rápidamente se ha vendido en la historia, y también (en unos cuantos años) en la más rápidamente olvidada” (Michael Korda, Maing the List. A Cultural History of the American Bestseller 1900-1999).

Sin embargo, cuando Zaid echa números llega a conclusiones asombrosas.

Este máximo histórico significa 22,000 ejemplares diarios, 154,000 por semana. Según John Tebbel (Between Covers: The Rise and Transformation of American Publishing), por entonces había “más de 100,000 puntos de venta, desde librerías hasta supermercados y puestos de periódicos”. Lo cual quiere decir (restando clubes de libros, ventas por correo, exportación) que, en esos cien días extraordinarios, las ventas alcanzaron aproximadamente un ejemplar por semana, en cada punto, en promedio. Y estamos hablando de un máximo histórico.

Pero claro que al confrontar estas cifras –continúa Zaid- con las de un libro que habita en las librerías sin mayor pena ni gloria, la cosa cambia. “Un libro normal, ni vende tanto, ni puede estar en todas partes. Está, digamos, en cientos de puntos y en cada uno vende décimas o centésimas de un ejemplar por semana.”

En otro momento pasaremos lista a algunas de las razones que inciden para que un libro alcance la categoría de best-seller pero ahora haremos un adelanto con la desopilante explicación de Andrés Trapiello.

(…) porque como todo el mundo sabe, el papel nuevo recién guillotinado huele un poco a opio, y tiene efectos anestésicos. Por esa razón en las editoriales, encuadernaciones e imprentas la gente suele trabajar tan ralentizada, a causa de la invasiva inhalación estupefaciente de polvo de pulpa de papel. Está acreditado. Como lo está el hecho de que los fabricantes de papel, y eso desde los tiempos en que se llamaban laurentes, le echan a la pasta de papel sustancias narcotizantes, igual que hacen las tabacaleras con el tabaco, para adictar a la gente a la lectura.

Y para poner evidencia la contundencia de su argumento, Trapiello concluye: “De no ser así, ¿podrían explicarse los éxitos de tantos best sellers?”

lunes, 11 de mayo de 2020

Libros al peso


Varios son los indicadores que entran en juego a la hora de cotizar un libro en el mercado bibliográfico. Así es como diversos factores intervienen en tal operación: renombre del autor, éxito de la obra, nuevo o usado, edición, estado, encuadernación, antigüedad, calidad del papel, tamaño de la letra, diseño de portada, existencias en el mercado, etc.

Sin embargo, en tan solo unas pocas líneas Juan José Millás nos informa de la existencia de una librería que decidió cambiar la jugada.

En un mercado de Madrid acaban de inaugurar una librería de segunda mano en la que venden los libros al peso.
-Póngame un cuarto de quilo de Shakespeare –dices.
Y el tendero te pone un cuarto de quilo de Shakespeare o de Corín Tellado, lo que pidas. Todos los autores valen lo mismo, porque su nombre no cotiza. Lo que hace que unos libros sean más caros que otros son detalles formales como la encuadernación o el espesor del papel. Un volumen de tapa dura es a uno de bolsillo lo que un pedazo de jamón de York a uno de chóped. Parece que la fórmula funciona porque a la gente le hace gracia esto de adquirir la sabiduría o el entretenimiento al peso.

Así pues las obras completas (que alguien dijo que con frecuencia suelen ser demasiado completas) llevan las de ganar ante verdaderas maravillas que los son precisamente por su brevedad. Y a ese respecto, concluye Millás: “Los libros de poesía, que suelen ser famélicos, están tirados, nunca mejor dicho.”

viernes, 8 de mayo de 2020

La letra de los escritores


De que cada vez se escribe menos a mano no cabe la menor duda. Qué lejos quedaron aquellos tiempos de cuidada caligrafía y del cultivo del arte de la letra.

No son pocas las ocasiones en que la relación de la persona con su letra está lejos de ser armoniosa, uno de los tantos ámbitos de desencuentro con uno mismo. Veamos lo que sucede con los escritores.

Andrés Trapiello propone un símil ente la vida y la letra: “A veces sentimos que la vida es como nuestra letra. Ni nos gusta ni la entendemos”. Mientras que Alejandro Zambra sostiene: “Para mí la letra siempre fue un problema. (…) mi letra es ambigua, más o menos adulta pero también infantil, de redondeos imperfectos. Pero no tengo una letra, en realidad. Muchas veces ni siquiera la reconozco.” Y para aclarar el punto cita el caso de un colega: Me pasa lo que le pasaba a Mario Levrero en El discurso vacío: ‘Letra grande, yo grande. Letra chica, yo chico. Letra linda, yo lindo’.”
Otra forma de abordar el tema es la de Antonio Muñoz Molina quien se aproxima a la vez que amplía los terrenos de la grafología.

Una parte del contenido fundamental de una carta escrita a mano no está en el significado de las palabras, sino en la caligrafía, en el papel, en el tamaño de la letra. La estética involuntaria dice lo que la conciencia está segura de ocultar.

Y concluye ejemplificando con el caso de dos escritores con personalidades opuestas.  

Hemingway se pone a escribir una carta y llena el papel tan glotonamente con las gesticulaciones de su letra como llenaría con su arrogancia masculina las habitaciones en las que entrara. Ver la firma pequeña de William Faulkner al pie de la última página de un contrato con un estudio de Hollywood es darse cuenta de la presencia mínima y bastante incierta que un escritor tiene en esos mundos de negocios en los que sin embargo su trabajo es la materia prima.

No es necesario ser escritor para reconocer el raro vínculo que mantenemos con nuestra escritura. ¿A quién no le ha pasado ver hojas escritas en otro tiempo con su propio puño y letra a las que contempla con total ajenidad, como poniendo en duda la autoría de aquellos trazos?

jueves, 7 de mayo de 2020

Lengua y discriminación


Hasta no hace mucho tiempo se encargaba a la escuela en general, y a los docentes en particular, que se convirtieran en instrumentos de castellanización de las poblaciones indígenas con la prohibición terminante que niñas, niños y adolescentes se expresaran en sus lenguas nativas. Todo esto iba acompañado de un sentimiento de cruzada patriótica y una mirada cargada de beneficencia, con la convicción que de esa manera se hacía frente “al problema indígena”.

Muchos son los testimonios actuales de quienes evocan el tiempo en que eran castigados en la escuela –y en ocasiones en la propia casa- por hablar en lengua. Era raro que alguien se interesara en aprender las lenguas indígenas y por lo general la propia familia desaconsejaba esos intentos, tal como le sucedió a Augusto Roa Bastos: “(…) uno de los prejuicios equivocados de mi padre fue prohibirme que aprendiera el guaraní”.

Hubo que esperar mucho tiempo para que las cosas cambiaran, tal como lo refiere Dan Collyns en su artículo “Una voz quechua en la TV peruana”, en el Suplemento Ñ de Clarín el 7 de enero de 2017.

Por primera vez en la historia de Perú, un noticiero nacional fue trasmitido completamente en quechua, la lengua indígena del imperio incaico, que todavía hablan unos cuatro millones de peruanos.
Denominado Ñuqanchik, que significa “todos nosotros” en quechua, el noticiero diario lanzado esta semana está dirigido a los hablantes de la lengua que algunos historiadores rastrean hasta las primeras civilizaciones del Perú, hace 5.000 años. (…)
Aproximadamente un 13% de los peruanos habla quechua con fluidez, aunque el uso disminuyó a través de generaciones, ya que muchos padres deliberadamente no les enseñaban el idioma a sus hijos, temiendo que pudieran ser rechazados o blanco de las burlas por utilizarlo. No obstante, con alrededor de ocho millones de hablantes en aquellas partes de Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia, la Argentina y Chile que alguna vez estuvieron dominadas por los incas, el quechua, en todas sus variantes regionales, sigue siendo la lengua indígena más hablada en las Américas.
En Perú, los estudios indican que mientras cuatro millones hablan quechua con fluidez, hasta diez millones –lo que representa alrededor de un tercio de los peruanos- comprende algo de la lengua.

Y como era de esperarse de acuerdo a los señalado anteriormente, el quechua también tiene su historia de discriminación; continúa Collyns

Aunque se convirtió en una de las lenguas oficiales de Perú en 1975, “el quechua era sinónimo de rechazo social, y por ende, se transformó en un sinónimo de discriminación”, afirmó Hugo Coya, director del Instituto de Televisión y Radio de Perú, y una fuerza impulsora detrás de la iniciativa. “¿Por qué no se hizo esto antes [la transmisión del noticiero en quechua]? Me avergüenza tener que responder esa pregunta –comentó-. Con frecuencia los hablantes no querían admitir que hablaban quechua para ser aceptados por la sociedad hispanoparlante”.

Concluye la nota dejando en claro que el vínculo entre discriminación y lengua no constituye un tema del pasado. “Los hablantes de quechua están representados de manera desproporcionada entre los pobres del país: de los peruanos sin acceso a los servicios sanitarios, el 60% habla quechua, de acuerdo con el estudio del Banco Mundial del año 2014”.