martes, 27 de febrero de 2018

Propiedades de las piedras


En muchos momentos hemos recurrido a ella y, claro está, lo seguiremos haciendo. Nos referimos a Wislawa Szymborska. Sus reseñas de libros no tienen desperdicio, caracterizándose por la crítica incisiva, el humor y la ironía. Hoy evocaremos el juicio que le mereció el libro “Piedras preciosas: embellecen y sanan” de Laura Lorenzo (traducción del italiano de Dariusz Lyznik, Varsovia, Oficyna Wydawnicza Spar, 1997).

En primer lugar se refiere al efecto negativo que podría ocasionar la exhibición de piedras por las sospechas que ello suscitaría.

Es bueno que la fe en el poder curativo de las piedras para fines ornamentales no sea universal y que probablemente nunca lo sea. De lo contrario, solo con prestar atención al colgante y a la persona de la que cuelga, la gente sabría de inmediato todos sus males. Quién padece trastornos gastrointestinales, quién tiene problemas de vejiga o quien sufre el tormento de las pesadillas nocturnas. Sería como si cada uno pasease públicamente el diagnóstico de su internista o psiquiatra. Muchas de las proposiciones matrimoniales se quedarían por el camino por culpa de un inofensivo alfiler que indicase propensión a sufrir ataques de celos o de histeria. Los políticos que se presentasen como candidatos en las elecciones se encontrarían en una posición mucho peor que la actual. El penetrante ojo de la prensa descubriría cualquier piedrecita en los gemelos de camisa del candidato y, por consiguiente, reconocería la dolencia contra la que ese infeliz intenta luchar. Porque si se trata de un ágata, entonces son delirios; si es una amatista, una borrachera; y si es citrina, pensamientos suicidas. Y llegaríamos a tal punto que nadie utilizaría las piedras para fines ornamentales, y es una lástima, porque son hermosas.

En un segundo momento enuncia un breve juicio sobre la obra. “El libro es algo tonto, pero tiene buenas intenciones, y si los consejos que contiene son capaces de mejorar por un tiempo el estado de salud de alguien, pues perfecto.”

Finalmente, Szymborska acepta que algunas consideraciones podrían ser incontestables y presenta un ejemplo de ello.

(…) Pero he encontrado en el libro cierta información que, en mi opinión, puede tener una base empírica sólida. Resulta que el diamante sí tiene propiedades afrodisíacas. En especial (añadamos), si está pulido, engastado en un anillo de platino y se entrega a una persona que, hasta ese momento, no se había fijado en el regalador.

Así las cosas, no queda más que rendirse ante las evidencias.

jueves, 22 de febrero de 2018

¿Está bien atendido?


Hay prácticas comerciales propias del servicio de atención al cliente que seguramente surgieron de la innovación propuesta por algún especialista en marketing (quien seguramente hizo mucho dinero con ello). No dudo que en sus inicios se trató de algo amigable. Con el paso del tiempo -en el mejor de los casos- aquello concluye en una gimnasia automática tal como sucede, por ejemplo, con el cajero que con indisimulable sonrisa fingida pregunta: “¿encontró todo lo que buscaba?”.

Pero ahora me refiero a quienes en los locales de diversas cadenas de restaurantes tienen asignada la función de pasar preguntando: “¿está bien atendido?”, “¿les hace falta algo?”. Con un tempo adecuado esta práctica de cortesía resulta simpática pero me da la impresión que en tiempos recientes ha degenerado en barroco recargado por lo que el funcionario encargado de ello pasa, con una frecuencia digna de mejores causas, con su pregunta cortés a interrumpir lo que hacen los clientes, sea comer, platicar, leer.

Sin embargo, ¡qué equivocado estaba al suponer que esta cortés, molesta y fastidiosa costumbre es propia de nuestros tiempos!

Encuentro un texto en el que ya en 1866 Ferdinand Kürnberger (traducción y compilación de Francisco Uzcanga Meinecke) se quejaba de ello.

Llego al restaurante. (…) Un camarero con frac me da la bienvenida. “Sopa de arroz, sopa de gallina, sopa de verduras”. “Sopa de verduras”. Se acerca otro: “Sopa de arroz, sopa de gallina”. “Ya he pedido”. Un tercero me susurra: “Sopa de arroz, caldo de gallina”. “Ya he pedido”. Tintinea una fuente, el maître del hotel me ofrece una pizquita con la convicción de estar anunciando algo novedoso: “¿Sopa tal vez?”.
Estas escenas insufribles se desarrollan a diario en todos los restaurantes de Viena, sin que a un solo camarero se le ocurra que todo podría hacerse de forma mucho más sencilla, y, de hecho, en el resto del planeta habitado todo es mucho más sencillo.

Ayer como hoy este intenso interrogatorio no siempre va acompañado de eficiencia en el servicio, tal como le aconteciera a don Ferdinand: “Mientras medito sobre la bendita costumbre nacional de servir la comida con esta incesante zalamería, llega el primer camarero: ‘¡Aquí tiene, sopa de arroz!’. ‘Pero yo he pedido sopa de verduras’. ‘Perdón, pensaba que sopa de arroz’. Y la sopa sólo es el comienzo.”

martes, 20 de febrero de 2018

… porque uno nunca sabe para quién trabaja


La singular vida de Carmen de Burgos -quien firmara muchos de sus trabajos como Columbine- será tema en próximas ocasiones. De momento digamos únicamente que fue una conocida escritora y defensora de los derechos de las mujeres a finales del siglo XIX y comienzo del XX. Una mujer, española claro está, muy combativa que enfrentó ataques, represalias y calumnias a causa de sus ideas.

Ahora solamente nos referiremos a un curioso acontecimiento que le aconteció y del que da cuenta Mar Abad citando a José Montero Alonso quien publicara en La piscina, La piscina una entrevista que le realizara. Llegados a cierto punto, Montero Alonso le pregunta: “En esa relación, en esa amistad que hay siempre de novelista a lector, de autor a público, ¿recuerda usted alguna anécdota, algún hecho curioso?”

La escritora –según comenta Mar Abad- respondió que entre sus publicaciones hay una novela llamada Los anticuarios (1919) que para escribirla se había basado en lo que había aprendido de esas tiendas en París.


En un pasaje de la novela, Carmen de Burgos señala

La moda exigía que las joyas tuviesen historia. Una hermosa joya, reposando sobre el estuche de terciopelo en una joyería, les parecía a las refinadas una cosa horrible, una cosa agria como un fruto insazonado. Eran vulgares y burguesas todas aquellas joyas caras, sin carácter, que daban a las mujeres la apariencia de nuevas ricas; gentes sin distinción y sin arte.

Por tanto “una joya para tener valor, debía tener historia”. Pero ¿qué hacer cuando el objeto carecía de linaje reconocido? Nada más sencillo: se le creaba uno, al fin que nadie lo sabría porque “en aquel comercio (…) el engaño era siempre el elemento más indispensable”.

Sostiene Mar Abad que en la entrevista referida Carmen de Burgos cuenta que  

Varios años después, en un hotel en México, un desconocido la detuvo y le dijo: “¡Le debo a usted mi fortuna!”. Aquel hombre leyó el libro y copió los trucos y las estafas que relataba para montar un negocio. Después compró todos los ejemplares que había en México para que nadie pudiera descubrir sus artimañas y evitar que otro listo le hiciera la competencia.

Concluía Carmen de Burgos: “Y yo que quise poner un fin moral en mi libro por el ambiente de picardía y de farsa que mostraba al descubierto, vi que lo conseguido era todo lo contrario: en vez de moralizar, desmoralizaba…”

Recientemente en una librería de viejo di con un ejemplar de Los anticuarios elegantemente encuadernado y muy bien conservado. La pregunta es inevitable: ¿será alguno que se le escapó al protagonista de la historia o, por el contrario, se trata del mismo ejemplar que le sugirió tan pingüe negocio (y que en reconocimiento a ello fue cuidadosamente encuadernado)?

Si usted quiere seguir con esta historia, le proporciono una pista más ya que las iniciales del propietario fueron destacadas en la encuadernación: “S.L.”



Después me cuenta.

jueves, 15 de febrero de 2018

Peces deprimidos


La verdad es que ya lo sospechaba desde hace mucho tiempo. Es cuestión tan solo de acercarme con atención a cualquier pecera y al rato termino invariablemente contagiado de una tristeza melancólica o -peor aún- de cierta depresión que me trasmiten esos seres de distinto tamaño y color que allí habitan. Desconozco si el origen de ese estado anímico debe ser atribuido a la existencia rutinaria que llevan o a la indiscreción no elegida en la que viven (especie de big brother acuático en función permanente).    

No creo ser tan especial como para considerarme el único que reparar en ello, por lo que siempre supuse que somos varios quienes coincidimos al respecto. Pero nunca tuve evidencias. Bueno, nunca quiere decir hasta hace poco en que encontré un artículo de prensa firmado por Heather Murphy.

¿Puede un pez deprimirse? Uno podría preguntarse eso después de ver un pez beta terriblemente triste en el acuario de un hotel.
Y uno supondría que a los científicos les parecería absurda la pregunta. Pero no, en lo absoluto.

Agrega la nota que “nuestros amigos con branquias no sólo pueden deprimirse, sino que algunos científicos consideran al pez como un modelo animal prometedor para desarrollar antidepresivos”. Que no quepan dudas: si el fármaco experimentado diera buenos resultados con estas tristes criaturas, entonces ya la hicimos.

Por otra parte –de acuerdo con Murphy- si consideramos que estamos muy lejos de estos pequeños seres, una vez más nos habremos equivocado.   

Nueva investigación ha cambiado radialmente la forma en que los científicos piensan sobre la cognición de los peces, demostrando que mascota y dueño no son tan diferentes.
“La neuroquímica es tan similar que da miedo”, dijo Julian Pittman, biólogo de la Universidad de Troy, en Alabama, donde trabaja en el desarrollo de nuevos medicamentos para tratar la depresión, con la ayuda de pequeños peces cebra. Tendemos a pensar en ellos como organismos simples, “pero hay muchas cosas de las que no damos crédito a los peces”.

No nos desviemos del tema y volvamos a la depresión. Existen indicadores concretos, observables a simple vista, que permiten tener idea precisa de sus niveles.

A Pittman le gusta trabajar con peces porque son muy obvios respecto a su depresión. Él puede probar de manera confiable la efectividad de los antidepresivos con algo llamado la “prueba del tanque nuevo”. Se coloca a un pez cebra en un tanque nuevo. Si después de cinco minutos nada en la mitad inferior, está deprimido. Si está nadando en la parte superior –lo normal al explorar un entorno nuevo- no lo está. 
La gravedad de la depresión, dice, se puede medir por la cantidad de tiempo en la parte superior contra la inferior. (…)
Pero lo que ha convencido a Pittman, y a otros, es ver cómo el pez cebra pierde interés en casi todo: la comida, los juguetes, la exploración –igual que las personas clínicamente deprimidas.
“Uno se da cuenta”, dijo Culum Brown, biólogo conductual en la Universidad de Macquarie, en Sydney, que ha publicado más de 100 artículos sobre la cognición de los peces. “Las personas deprimidas se retraen. Lo mismo ocurre con los peces”.

Hasta aquí la descripción del cuadro y su sintomatología. Ahora pasemos a analizar –siempre en opinión de Heather Murphy- las posibles alternativas terapéuticas.

Lo que desencadena la mayoría de las depresiones en los peces domésticos es la falta de estimulación, dijo Victoria Braithwaite, profesora de pesquería y biología en la Universidad Estatal de Pensilvania.
“Una de las cosas que estamos descubriendo es que los peces son naturalmente curiosos y buscan cosas nuevas”, dijo Braithwaite. En otras palabras, es probable que su pez dorado esté aburrido. Ella insta a introducir objetos nuevos al tanque o cambiar la ubicación de las cosas.
Brown coincide, al señalar un experimento que realizó, el cual demostró que si uno deja a un pez en un entorno enriquecido y físicamente complejo, disminuye el estrés y aumenta el crecimiento del cerebro.
El problema con los tanques pequeños no es sólo la falta de espacio para la exploración, dijo Brown, sino que también la calidad del agua tiende a ser inestable y es posible que no hay suficiente oxígeno.
Si usted tiene un pez, quizás quiera considerar dónde Brown tiene al suyo: un tanque de 2 metros con mucho paisajismo. Él recomienda un tanque de un metro “con muchas plantas y cosas” para el beta promedio.

Desconozco si entre los improbables lectores de este blog haya quienes tienen peceras. En cualquier caso, quedan avisados.

martes, 13 de febrero de 2018

La maestría de un actor de reparto


Los actores suelen disputar los papeles protagónicos (y a veces hasta con malas artes) porque nadie tiene vocación de relleno. Sin embargo en la escena, así como en la vida, se presentan situaciones que desafían lo esperado. Tal cosa acontece cuando el actor secundario gracias a la interpretación descollante de un papel marginal, termina por hacer a un lado a su colega que tiene a cargo el rol principal.

Un ejemplo de ello lo presenta Erich Kästner en un artículo de 1928 titulado “La ópera de tres peniques” (con traducción y compilación de Francisco Uzcanga Meinecke).

(…) Erich Ponto, el actor de Dresde, ha gustado tanto a los berlineses que la crítica reclama de forma unánime ligarlo para siempre a Berlín. Y eso que Ponto ni siquiera ha podido mostrar su mejor cara en el papel de jefe de los mendigos. Es un actor capaz de interpretar los pequeños roles de reparto con una intensidad tal que relega a un segundo plano a todos los héroes y amantes.

La conclusión de Kästner es paradójica. “Que ahora reclame papeles de más peso, roles principales, es comprensible pero poco inteligente. Quizá llegue a ser un protagonista más; como actor de reparto es único.”

jueves, 8 de febrero de 2018

El principio del fin


No cabe duda. Tanto la modernidad como las funestas influencias foráneas (¡siempre lo foráneo!) propiciaron el abandono de las buenas costumbres y con ello condujeron a la degradación social. Algo aparentemente menor como la bragueta de botones –describe Gregorio Doval- tuvo mucho que ver en esto.  

En opinión del filósofo Allen Edwards, la civilización occidental entró en franco declive moral desde que: “Los turcos introdujeron la bragueta de botones en Europa entre los siglos XVIII y XIX. Su propósito no era sólo facilitar el orinar, sino también posibilitar la fornicación y la violación”.

Apenas era el inicio ya que algo mucho peor llegaría –tal como lo relata el mismo Doval- a mediados del siglo XX.

Durante una excursión alpina en 1948, el montañero suizo George de Mestral se sintió molesto a causa de las cardenchas (o “arrancamoños”) que se adherían continuamente a sus pantalones y calcetines. Mientras las arrancaba, comprendió que tal vez fuera posible reproducir un dispositivo de cierre que compitiese con la cremallera, basado en aquellas bolas erizadas de púas. Animado por esa idea, consultó con diversos industriales, hasta que uno de ellos, establecido en Lyon, creyó factible el proyecto. Comenzaron a experimentar hasta dar con la solución. Y así, hacia 1950, se hizo realidad la primera cinta adhesiva de nailon: el velcro.

martes, 6 de febrero de 2018

La cultura como asunto de familia


Parece ser que siempre están los mismos, sea que se trate de suplementos culturales, presentación de libros, barra de programas ilustrados en radio y televisión, homenajes a escritores, becas, etc. Nada nuevo. Aldous Huxley -con elegante ironía- hace ya tiempo se adentraba en la cuestión.
La cultura, como lo ha puesto de manifiesto Emmanuel Berl (…) se asemeja a la masa de conocidos que se acumulan en una gran familia y que constituyen una propiedad común a todos sus miembros. “¿Recuerdas la trompetilla acústica de tía Agatha?, ¿y el día en que Guillermo emborrachó al loro con migas de pan empapadas en vino?, ¿y la excursión al lago Etive, cuando la lancha se volcó y por poco se ahoga el tío Roberto?, ¿te acuerdas?” 
La cosa no se presenta fácil para quien sea ajeno a este mundo de iniciados y no es que se quiera discriminar pero –siguiendo con Huxley- no queda de otra ante la presencia de extraños y advenedizos. 
Y todos nosotros, claro es que lo recordamos, celebrándolo alegremente, y el desdichado forastero que ha caído por casualidad en nuestra casa se siente completamente perdido. 
(…) tendremos buen cuidado de que esas gentecillas que han tenido la impertinencia de venirnos a visitar, de que esos miserables parias que nunca han conocido al viejo tío V., tan sabio y prudente, tampoco lo olviden nunca. Nosotros les recordaremos constantemente su carácter de extranjeros. 
Así pues que para manejarse con soltura en este medio será requisito innegociable formar parte de la gran familia de las gentes cultivadas. Prosigue Aldous Huxley 
Pues bien, he ahí lo que es la cultura, en su aspecto social y mundano. Cuando nosotros, los miembros de la gran familia de las gentes cultivadas nos encontramos, empezamos a cambiar recuerdos sobre el abuelo Homero, sobre el viejo Dr. Johnson, la tía Safo y el pobre Juanito Keats. “¿Os acordáis de aquella célebre ocurrencia del tío Virgilio? Sí; aquello de Timeo Danaos… ¡Estupendo! No lo olvidaré nunca.” No; nunca lo olvidaremos. (…)
Las más pintorescas figuras de la historia son tíos y tías culturales nuestros. Si sabéis hablar documentalmente acerca de sus dichos y hechos, no cabe duda que pertenecéis a la familia, que sois uno de sus miembros. 
Subraya Huxley que el vínculo de la familia cultural con la prensa permite mantener viva la memoria compartida.
Esta repetición incesante de los chismosos de la tribu resulta tan agradable a los miembros de la gran familia cultivada, les procura tal aureola de satisfecha superioridad, que un periódico como el Times encuentra muy útil emplear a un redactor en la tarea exclusiva de hablarnos todas las mañanas de nuestros queridos viejos tíos y tías culturales, y de sus encantadores amigos.
De vez en cuando alguien logra cumplir con las formalidades que le permiten pasar a formar parte de esta gran familia cultivada en la que, claro está, no faltan pleitos, celos, rivalidades y conflictos. Pero, ¿en qué familia no los hay?

jueves, 1 de febrero de 2018

La música, instrumento de conversión


Tradicionalmente se ha utilizado el sermón, la catequesis, el discurso, como medios para la conversión de ateos e infieles. Puede haber sucedido que se haya errado en las estrategias utilizadas y para fortalecer esta hipótesis recurriremos a dos ejemplos. Cuenta Noel Clarasó

Entre la música de Liszt hay una Misa. Cuando se estrenó, uno de los alumnos de Liszt dijo:
-Estoy seguro de que si el diablo oyera esta música se convertiría.

Por su parte Luis Fernández Zaurín ofrece una historia -ya no una suposición, como en el caso anterior- al respecto.

Manuel García Morente (Arjonilla, 1888-París, 1942) había obtenido la cátedra de Ética fundamental en la Universidad de Madrid en el año 1912. Realizó extraordinarias traducciones al español de autores clásicos y modernos europeos, en particular alemanes para la “Colección de filósofos españoles y extranjeros” dirigida por Adolfo Bonilla San Martín. Apartado de la fe católica se convirtió en el exilio parisino la noche del 29 al 30 de abril de 1937 cuando se hallaba en su casa, solo, ya que había enviudado en 1923, escuchando La infancia de Jesús de Berlioz.

Llegados a este punto, seguramente más de uno piense que con la música que suele acompañar a la liturgia en nuestros días, no será posible convertir a nadie.

Queda como tema pendiente para otra ocasión.