martes, 30 de septiembre de 2014

¿Las ratas abandonan el barco?


Aceptando que esto admite variaciones en diversos lugares, existen animales que gozan con la simpatía del personal: caballos, perros, gatos, jirafas, tortugas, liebres, etc. pero también están aquellos que causan aversión: arañas, alacranes, víboras, ratas, entre otros. En algunos casos hay ambigüedad, como sucede con el burro al que si bien se le tiene en consideración y afecto se le cree incapaz de aprender.

El rechazo a las ratas (tanto por asco como por temor) es uno de los más generalizados y no es cuestión de quitarles responsabilidad en las calamidades de las que pueden ser directamente responsables. Pero al mismo tiempo hay que aceptar que se le hacen acusaciones muy discutibles. Ejemplo de ello es el dicho que afirma: “Cuando el barco se hunde las ratas abandonan el barco” (existen muchas variaciones sobre el mismo tema en cuanto a la manera de formularlo). El empleo de esta aseveración, con toda su carga negativa, se hace extensivo a aquellas personas que se retiran de un proyecto, empresa o programa cuando las cosas comienzan a andar mal. Es así que a las ratas que supuestamente huyen del barco se las percibe como traidoras, desleales o miedosas. Bergen Evans sostiene que según la sabiduría popular la principal actividad de las ratas consiste en abandonar los barcos que se hunden, por lo que se supone que cuentan con una “instintiva preconsciencia de la calamidad” que las conduce a buscar su propia seguridad en forma oportuna. Ahora bien me parece que, cuando menos moralmente, el tema (en lo que implica de juicio negativo) es discutible porque si el barco se está hundiendo lo mejor que se puede hacer es abandonarlo, intentando de esa manera preservar la vida y no permanecer en él en espera de una muerte inevitable.

Desconozco las experiencias concretas que hayan podido relatar los hombres de mar (que también se hayan salvado como ellas de algún naufragio) o bien los testigos costeños de tragedias marítimas primeros en difundir la reacción de las ratas ante un inminente y triste desenlace. Cierto o no, como afirma Evans, “sea lo que fuere lo que la rata zoológica pueda o no hacer, la rata metafórica abandonará siempre a su grupo y amigos en la hora del peligro”.

A Bergen Evans el tema le interesó por lo que profundizó en sus consideraciones al respecto procurando saber si el aserto contaba con bases reales.

Ciertas almas beneméritas piensan que cualquier creencia difundida debe “basarse en los hechos”, y han tratado de encontrar una explicación racional. Un viejo casco a punto de hundirse, han sugerido, probablemente hace tanta agua que las ratas son desalojadas de sus nidos en la sentina. Pero esto no sirve. La fantasía corriente no quiere una desdichada rata inundada, sino una rata clarividente y pérfida.
Hasta el ser humano más sesudo, presumiblemente abandonaría un barco que está yéndose a pique en el muelle, pero la rata proverbial abandona barcos aparentemente marineros, barcos destinados a un inesperado desastre, del cual no hay otro indicio que la fuga de la rata.

Pero Evans también abandonará su intento de llegar a puerto seguro ante la imposibilidad de confirmar científicamente el dicho popular.

Esta creencia (…) es un buen ejemplo del tipo de cosas que pueden afirmarse con confianza, porque no hay manera de que puedan ser desvirtuadas. Incontables barcos hundidos tendrían que ser llevados a la superficie, establecerse su integridad inicial y registrarse concienzudamente sus bodegas en busca de cadáveres de ratas, antes de que pudiera obtenerse algún dato en que fundar una refutación. Evidentemente, es del todo seguro seguir afirmando que “las ratas abandonan al barco que se hunde.”

jueves, 25 de septiembre de 2014

La relación personal con los objetos


A lo largo de nuestra vida entramos en contacto con una innumerable cantidad de objetos y el vínculo con los mismos va cambiando en las diversas etapas: niñez, adolescencia, adultez y vejez. Algunos de ellos pasan sin mayor pena ni gloria por nuestra existencia pero hay otros con los que mantenemos una relación muy especial. Ello puede deberse a que nos han acompañado en buena parte del trayecto de nuestra vida, a que la persona que nos lo regaló (o a quien perteneció) ocupa un lugar muy importante en nuestro universo afectivo, al momento especial a que nos remite, a supuestas atribuciones que aseguran la buena suerte, etc.

Sería posible escribir la autobiografía a partir del vínculo que hemos mantenido con diferentes objetos que fueron y son parte fundamental de nuestra historia personal. ¿Quién no posee algún objeto que le resulta muy querido?, ¿habrá alguien que no haya experimentado la mezcla de tristeza y nostalgia ante el extravío de alguna cosa que pudiera ser irrelevante para los otros pero que para uno tenía un valor altamente significativo?

Para profundizar en el tema seguiremos la opinión del psiquiatra español Carlos Castilla del Pino en su Discurso de Onofre. Cabe aclarar que hemos podido conocer su trabajo gracias a la obra de Álvaro Armero Por eso coleccionamos. Sensaciones de una pasión fría (Sevilla, Renacimiento, 2009).

Castilla del Pino narra su propia experiencia a partir del magnetismo que ejercen sobre él. “Mi apegamiento a los objetos, mi incapacidad para desprenderme de ellos, aunque sean completamente inútiles en otros respectos, está ligada a una actitud animista de los mismos.” Y para evitar esa situación confiesa que debe poner en acción un plan preventivo. “Si yo no quiero sentirme poseído por un objeto he de hacer lo siguiente: antes de que pase el más mínimo plazo de tiempo he de apartarlo de mí. De lo contrario, me siento incapaz de hacerlo.” Pero por lo visto no le ha sido posible hacerlo con frecuencia, dada la enumeración de sus objetos inútiles “(…) tengo cajones con papelitos, monedas absurdas, alguna cuerda que en cierta ocasión guardara por si hacía falta con posterioridad, un pito de feria, restos de plumas estilográficas inservibles, cargas vacías de bolígrafos…” Y sin negar su oficio intenta esbozar una interpretación de tal conducta.

La primera interpretación que de esto se me ocurre es la siguiente: de romper algo ligado a una determinada época mía, ello significa que dicha época pasó de verdad. La retención de las cosas es el último recurso para conservar esa vida que inevitablemente transcurre. Las cosas, pues, están animadas y, además, animadas de mí… Desprenderme de ellas es desprenderme yo de mí mismo, lo cual es demasiado, y destruirlas, destruirme yo en alguna medida.

Cuando se mantiene estrecha relación con un objeto determinado, su pérdida o rotura puede llegar a asumir dimensiones catastróficas. Carlos Castilla del Pino narra su experiencia a este respecto.

Desde luego, es lo cierto que algunos objetos muy ligados a mí que fueron destruidos, dejaron en mí, por el hecho de su destrucción, una herida anímica indeleble. Recuerdo a este propósito el día en que se le cayó a mi mujer una pluma mía en un brasero: de una simple llamarada, la pluma desapareció. Muchas veces había hecho notar que con ella, sólo con ella, escribí todo lo que tenía que escribir desde mis diez años hasta después de concluir la carrera. Nunca tuve ningún otro instrumento que la sustituyera. Han pasado muchos años de esta pérdida de objeto y aún, como se ve, no me he repuesto…

Por el contrario –sostiene Castilla del Pino- hay pérdidas que son liberadoras y permiten andar por la vida más ligero de equipaje.

Pero salvo en esta ocasión –que fue desmesurada-, cuando por la razón que sea pierdo objetos de estos que calificamos de absurdos y que sin embargo retengo durante tiempo y tiempo, después de un instantáneo shock, es notorio que experimento una mejoría, un alivio, algo así como una ganancia en orden a la ligereza y volatibilidad. Es como si el pasado dejara de gravitar sobre mí, incluso en esas mínimas y estúpidas incidencias que los tales objetos representan.

Concluye el psiquiatra auto recetándose un tratamiento adecuado que pondría fin a su mal de objetos: “(…) en gran parte destruir tales objetos representaría mi curación”. Pero por el tono que emplea me inclinaría a creer que no siguió su propio tratamiento y todo quedó en una simple hipótesis de trabajo.

martes, 23 de septiembre de 2014

Un Quijote de la lengua


Raúl Prieto, quien también escribió bajo el seudónimo de Nikito Nipongo, dirigió sus críticas a la Real Academia Española así como también a la Academia Mexicana correspondiente de la Real Academia Española. Sus señalamientos, entre otros, apuntaban a la dependencia de ésta última respecto a la RAE, lentitud de ambas para aceptar nuevos términos, pobreza de sus publicaciones, dispendio de recursos económicos, inoperancia, acartonamiento de los académicos, etc.

En libros como Nueva madre Academia. Crítica sicalíptico-lexicográfica en prosa (México, Grijalbo, 1981) y ¡Vuelve la Real Madre Academia! (México, Océano, 1985) sus críticas se tornan irónicas, filosas, sarcásticas, entre otras lindezas. Como las mismas no pasaron desapercibidas fueron apareciendo airadas reacciones: en 1981 la académica mexicana María del Carmen Millán lo desafió públicamente y don Raúl no tardó en aceptar el reto:

Replico al desafío que tan frívolamente me hizo doña María del Carmen Millán, diciendo: “¡Fuera bueno que estuviera él ahí, a ver qué hacía!” ¿Qué a ver qué hacía yo en la Academia? Primero: echaría a los actuales académicos, comenzando por ella –una persona tan irresponsable como para ponerse a lanzarle chingaderas a un libro, éste, pese a que del mismo sólo ha ojeado dos o tres páginas-; segundo: eliminaría el nombre Academia Mexicana correspondiente de la Real Academia Española y en su lugar pondría el de Instituto Mexicano de la Lengua, independiente de la Real Academia Española y totalmente soberano; tercero: como parte del personal del Imel contrataría, sin ceremonias ni discursos ni payasadas, a cuanto lingüista, gramático, lexicógrafo y conocedor del español –importando poco su nacionalidad- fuera posible, pero siempre dispuesto a laborar con entusiasmo y no simplemente a cobrar por hacerse pendejo; cuarto: nombraría consejeros a un gran número de hombres de ciencia, de artistas, de técnicos, etcétera, pagándoles decorosamente cada consulta que atendieran; quinto: procedería a alcanzar de inmediato las metas para las que se creó la dicha Academia Mexicana y otras más.
Eso es lo que, teniendo el poder suficiente, principiaría por hacer. Sin embargo, no me forjo ilusiones al respecto.

Raúl Prieto presentó batalla ante los molinos de viento como un Quijote de la lengua. Tal vez fue por ello que no disimuló su simpatía e identificación con dicho personaje al que puso a trabajar a favor de su causa.

(…) don Miguel de Cervantes ni siquiera adivinó lo que podría ser la Real Academia Española, en su condición de sociedad lingüista. Empero, admitiendo imaginariamente esa posibilidad, entonces Cervantes hubiera incluido en el Quijote o en algún otro trabajo suyo, como personaje ridículo, a un académico de la lengua. En cualquier otra forma se habría burlado de la propia Real Academia Española, por su pretensión de volver a la lengua un habla cortesana, de la gente bien, y por su posición monárquica, clerical, localista, imperial, obsoleta, misógina, racista, murcielaguina, oscurantista, polvorienta…
(…) Cervantes, en fin, tenía que haber sido antiacadémico y también su personaje: don Quijote (…)
Cuando en Madrid visité la casona de la Real Academia Española (…) imaginé a los venerables espectros de don Quijote y de Sancho entrando intempestivamente. El Caballero de la Triste Figura, dirigiéndose a los académicos adormilados en sus sillones, les habría espetado algo similar a esta colección de lindezas que se pueden espigar en la obra de Cervantes: “¡Follones y malnacidos, soez y baja canalla, cobardes y viles criaturas, gente endiablada y descomunal, socarrones de lengua viperina, malandrines, follones, robadores y salteadores de sendas y carreras, ladrones en cuadrilla, sacos de maldades y costales de malicias, embusteros y grandísimos maleadores, canalla malvada y peor aconsejada, trogloditas, bárbaros y antropófagos!” Y a continuación don Quijote y su escudero habrían molido a lanzazos y palos a los momificados miembros de la Real. (…)
En la obra de Cervantes palpita un antiacademicismo tácito. Don Quijote es un libro sustancialmente opuesto al Diccionario de la Lengua Española. Cervantes, por ejemplo, satiriza a los frailes, a los monjes, a los curas, al clero en general y no hubiera estado nunca del lado de una entidad tan beata y mojigata como lo es la Real Academia Española. Aunque escudándose en recovecos y distintos disfraces, en el Quijote se suceden las burlas dedicadas a instituciones represivas, políticas o religiosas.

Pero no vaya a creerse que Prieto no dejaba títere con cabeza; por el contrario, reivindicaba la figura de otros estudiosos de la lengua que desarrollaron su labor sin mayores oropeles.

Perteneció María Moliner a un grupo de héroes por el que tengo especial aprecio. Entre los que lo componen figuran (…) Sebastián de Covarrubias y Noé Webster, como asimismo Joan Corominas (…), a quien se debe ante todo el monumental Diccionario Crítico Etimológico y su versión reducida: Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, aparte de otras obras importantísimas. Los personajes citados y algunos más se ajustan a un común denominador: todos han sido artesanos solitarios de la lingüística; han emprendido y culminado sus trabajos lexicográficos prácticamente sin ayuda de nadie.

Seguramente Raúl Prieto se sintió tan cercano a estos artesanos de la lingüística como ajeno y distante de los académicos.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Elogio a la desobediencia


Los efectos negativos de la obediencia incondicional –en sus diversas manifestaciones- han sido enormes y abundan las anécdotas que permiten adentrarse en la cuestión; Noel Clarasó refiere una de ellas.

 
Pedro I de Rusia (1672-1725) llamado Pedro el Grande, fue un verdadero tirano. Parece ser que tenía tanto miedo a que le asesinaran que, las veces que salía de palacio, obligaba a tener cerradas todas las ventanas que daban a las calles por donde pasaba. Y si los soldados de su guardia veían una ventana abierta, disparaban hacia ahí.
Visitó, en cierta ocasión, a Federico IV de Dinamarca. Los dos monarcas visitaron la Torre Redonda. Estaban en lo alto de la torre y Pedro le dijo a Federico:
-¿Queréis que os demuestre la fuerza de mi autoridad?
Llamó a uno de los cosacos de su séquito, le señaló el borde de la torre y le ordenó:
-¡Salta!
El cosaco hizo un saludo militar al soberano y saltó al abismo. Y se mató, claro está. Y el zar preguntó al asombrado Federico:
-¿Tenéis súbditos que os obedezcan en esta forma?
Y Federico le contestó:       
-Felizmente, no.
No dice la anécdota cómo terminó la visita a la torre, ni la conversación entre los dos soberanos.

 
Los sistemas de instrucción basados en la denominada obediencia debida, han ocasionado tragedias de enorme dimensión a lo largo y ancho de la historia (tanto remota como  reciente). A pesar de ello, la educación (tanto en lo familiar como en lo escolar) ha seguido poniendo énfasis en enseñar a obedecer cuando simultáneamente, por lo general, ha olvidado formar en la desobediencia responsable. Pilar Yuste da cuenta de una experiencia en el aula.


Atribuir a una persona un status social por sus características físicas es injusto y peligroso. En una ocasión en que tuve que debatir y analizar un incidente de acoso a una niña, se me ocurrió con éxito entrar en la clase a modo de comisionada de jefatura de estudios y ordenar a quienes llevaran el jersey a rayas (pues vi que varios lo llevaban) que hicieran un examen. La reacción fue la prevista: acatamiento absoluto por quienes llevaban ese atuendo, desentendimiento y alborozo del resto; tan sólo un atisbo de solidaridad en una alumna que preguntó si sus compañeros tenían obligación de obedecerme (un “sí” la hizo callar rápidamente) y no sé si de solidaridad o de cumplimiento riguroso de las normas en un alumno que confesó que aunque no su jersey, su camiseta sí era a rayas, y que quizá debería hacer el examen. No faltó un buen estudiante que se ofreció voluntario (no sea que de aquí se pueda sacar algo....). El análisis posterior fue suculento y es que, pedagógicamente, los juegos de roles y de simulación nos despiertan mucho más que cualquier charla: acatamos leyes sin sentido; la discriminación –genérica, étnica— es así de arbitraria casi siempre; la solidaridad podría haber boicoteado esa injusticia pero preferimos zafarnos aun sabiendo que esa arbitrariedad se puede volver en cualquier momento contra nosotros; es muy duro que “te toque la china” y ver que los otros en vez de ayudarnos se alegran de su buena suerte...

 
Para la buena suerte colectiva siempre han existido (¡que nunca falten!) quienes filtran las órdenes, cuando menos en base a dos criterios: el de la justicia y el de la lógica. Nieves Concostrina formula un ejemplo de ello.
                                                                                            

Faltó el canto de un duro para que el mundo se enfrascara el 26 de septiembre de 1983 en una guerra nuclear. Un satélite ruso detectó el lanzamiento de cinco misiles balísticos estadounidenses hacia territorio soviético. Sólo la prudencia del oficial Stanislav Petrov, un técnico informático que usaba la cabeza para algo más que para rellenar la gorra de plato, evitó que comenzaran a volar misiles intercontinentales sobre nuestras cabezas. Aquello se conoció como el incidente del equinoccio de otoño.
La mala pasada la jugaron los fenómenos astronómicos, porque coincidió una extraña conjunción de la Tierra, el Sol y la red de satélites rusos que, mezclada con el equinoccio de otoño, tuvo como consecuencia que se detectaran una serie de señales térmicas que daban a entender que los yanquis estaban lanzando misiles. Pero el oficial Petrov pensó para sus adentros: “Qué país empieza una guerra nuclear con sólo cinco misiles. Mucho menos Estados Unidos, que tiene miles. Algo falla. Si en veinte minutos no impacta nada en territorio soviético, esto es una falsa alarma”. Y lo era. Estados Unidos no había lanzado misil alguno, y la Guerra Fría continuó siendo eso, fría.
Stanislav Petrov fue quizás el héroe del siglo XX, pero pagó cara su sensatez. El protocolo del centro soviético de inteligencia militar obligaba a dar la alarma de inmediato para, también de inmediato, iniciar el contraataque. Petrov no dijo nada a nadie, porque si comunicaba la emergencia, sabía que se iba a liar. Y ahora viene la parte absurda: el alto mando soviético amonestó al oficial y lo relegó a puestos inferiores por pensar por su cuenta.
Menos mal que en 2006 Naciones Unidas felicitó públicamente a Petrov, hoy retirado del ejército, por haber empleado la genuina inteligencia militar, términos antagónicos casi siempre, pero que tuvieron sentido aquel 26 de septiembre de 1983. Porque se mascó la tragedia.

                                                                      
El problema de la obediencia ciega (que por lo general tanto tiene que ver con el fanatismo, la inseguridad, el miedo, la ignorancia, la costumbre, etc.) no es cuestión del pasado; alcanza con asomarse a los acontecimientos de nuestro tiempo para saber que está muy presente.

martes, 16 de septiembre de 2014

La censura al cuidado de la población


Tiempos hubo en que la censura (tanto política como moral) ejerció un rígido control sobre todo material filmográfico que pretendiera exhibirse al público, recayendo en el censor el deber de “proteger” a la población de todos los excesos que pudieran afectarla. Según Jorge Ibargüengoitia la actitud del censor respecto al público “es la de un médico lleno de salud convencido de que todo lo que el paciente come le hace daño: considera que lo ideal es tenerlo a suero”. El cine (al igual que los libros, el teatro, las artes plásticas, etc.) puede constituir un peligro de consideración para la sociedad a la que hay que defender. Continúa Ibargüengoitia: “Siguiendo este razonamiento hasta sus últimas conclusiones (…) lo ideal, también, sería que no hubiera libros o que nadie supiera leer, y todavía mejor sería que nadie entendiera lo que dicen los demás para no transmitirnos malas ideas en la conversación.”


En opinión de Carlos Monsiváis el principio de la censura deviene de un concepto paternalista y actúa frente el supuesto “libertinaje” (excesivamente confianzudo ante los poderes), por lo que en esta forma de ver las cosas “las libertades son un regalo y no una obligación primordial del Estado”. Claro está que en ese entorno tanto directores como productores -muy cuidadosos de su dinero- se guiaron con estrictos criterios de autocensura, pero aun así fueron muchas las películas que quedaron enlatadas durante décadas.
 

En la historia de la censura hubo algunos momentos especiales como el origen de la Oficina de Cinematografía al que se refiere Jorge Ibargüengoitia.
 

Las circunstancias en que nació este organismo fueron muy especiales. Según parece, durante la segunda Guerra Mundial, el cine mexicano tuvo un crecimiento notable, debido en parte a que invadió mercados que en tiempos normales estaban saturados con películas extranjeras. Al terminar la guerra, la tendencia cambió. Aumentó la competencia, el cine mexicano perdió mercados y la industria se contrajo. Esto significó que quedara sin trabajo parte del personal y ociosas numerosas instalaciones. Para salvar la situación a alguien se le ocurrió el negocio: consistía en alquilar el personal y las instalaciones que tenemos, a compañías extranjeras, que vinieran a hacer sus películas en México, con un ambiente exótico y a un costo menor que el que hubiera causado hacerlas en Estados Unidos.
Aquí vuelve a entrar la imagen cinematográfica que tienen los extranjeros de los mexicanos. A alguien en el gobierno se le ocurre: "No vamos a facilitar el personal y las instalaciones que tenemos, el paisaje mexicano, tan rico en contrastes, el calor de nuestra hospitalidad, etc., para que vengan gringos a filmar inditos dormidos debajo de un nopal, corriendo despavoridos delante del general Pershing, revolcándose en un basurero o robándose una cartera. Eso no lo permitiremos jamás. Hay que supervisar a las compañías extranjeras".
Así nació una nueva forma de la censura. Cada compañía extranjera que venía a México a filmar una película tenía obligación de dedicar una partida para pagar el sueldo de un individuo que a su vez tenía por obligación vigilar que no se filmaran escenas que nos denigraran o que presentaran una imagen falsa de México.
Nótese que esta tarea que parece sencilla es en realidad casi imposible. Gran parte de las escenas que vemos cualquier día en la calle -por ejemplo, familias comiendo helados de la "Siberia"- si las vemos en el cine, en una película extranjera, creemos que fue hecha con intención de denigrar al pueblo de México.
Otro aspecto interesante de esta época inicial de la Oficina de Cinematografía es que el personal que empleaba, es decir, los censores, eran en su mayoría escritores, jóvenes entonces, liberales, que hubieran rechazado furiosos una cortapisa a su "creación". Regresaban después de veinte días en Acapulco con todos los gastos pagados a decirnos a los que no habíamos ido: "¿Sabes qué me dijo Orson?" -por Wells.


Desde imaginar hasta dónde actuaba la censura por aquellos tiempos en que “las malas palabras” no debían pronunciarse en recintos públicos. Al respecto señala Carlos Monsiváis
 
En los cuarentas, en una película como Charros contra gángsters, el jefe de la banda Juan Oriol, avisado del fracaso de un asalto, podía decir: “Me lleva la…” para verse interrumpido por una voz temperante: “Cálmese, jefe, no llegue a esos extremos.” Todavía Viento negro (1965) de Servando González aturdió y sorprendió con un “¡carajo!” que resonaba triunfal y aplastante, del mismo modo en que aparecía casi blasfema la frase de María Félix –Dior en la línea de fuego- en La Cucaracha (1958): “Échales mentadas que también duelen.”
 

Agrega Monsiváis que los desnudos llegaron más tarde, “(…) el cuerpo aún no tiene existencia reconocida como lo prueba la paciencia del cine mexicano que esperará la década de los sesentas antes de incluir la visión (relámpago) de dos seres desnudos en la misma cama.”

 
No siempre la censura prohibía la exhibición, tal como sucedió con algunas películas que aun con muchos reparos pasaron el control. Para esos casos la Iglesia tenía (¿tiene?) comisiones especializadas en clasificar los filmes en diversas categorías y desaconsejar a sus fieles de asistir a determinadas funciones. Al respecto señala Gumaro Morones


Aún no hace mucho tiempo, existía en todo el país -y todavía hoy se observa en algunos rincones de provincia- una sana costumbre. Consistía en colocar cada semana, junto a las puertas de las iglesias, una hoja de papel pegada en una tabla. La hoja, en mecanografía rudimentaria de beata bienintencionada pero incapaz, pregonaba la opinión de la iglesia sobre las películas que se exhibían en los cines de la localidad.
Vestigio tal vez del Santo Oficio, pretendía dictar la conducta cinematográfica de la población, clasificando nada menos que en seis renglones la moralidad de cada cinta:
A Para niños
B-1 Para adolescentes
B-2 Para adultos
B-3 Para adultos con inconvenientes
C-I Desaconsejable
C-2 Prohibida por la moral cristiana
El resultado, naturalmente, era el contrario al propuesto.
Adolescentes inquietos y viejos rabo-verde encontraban allí las mejores indicaciones sobre lo más estimulante de la cartelera.
Desde luego, también se corría a veces el riesgo de llevarse un chasco, porque el criterio de moralidad se basaba en ocasiones -aparentemente- tan sólo en qué tan "feo" sonaba el titulo. Así pasó, por ejemplo, con dos célebres películas que en México se llamaron: Pasión de los fuertes y Pasiones secretas. La primera resultó ser un western de las buenas épocas, ingenuo y heroico. La segunda recreaba una parte importante de la vida de Freud. Y claro, en ninguna de las dos pudieron ciertos aficionados presenciar las escenas "a la francesa" que prometía la clasificación.
Pero fuera de esos casos -más bien raros-, la tablita junto a la puerta de la iglesia solía ser un seguro y certero informador que despertaba calenturientas expectativas a medida que avanzaba en el abecedario y la numeración. De suerte que una de las mejores recomendaciones era comentar: "¡Está en C!".
Con lo cual el diseño del enemigo alcanzaba una perfección pocas veces lograda en eso de conseguir lo contrario de lo que supuestamente se desea. En todo caso, es una verdadera lástima que costumbre tan sana esté en vías de extinción.

                                                                      
Claro está que la censura no se limitaba al cine y Carlos Monsiváis recuerda lo acontecido con el libro Los hijos de Sánchez.


Los escándalos enconan periódicamente esta filantropía, como sucede en 1965 al republicar el Fondo de Cultura Económica Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis. El argumento de quien acusa, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, es indivisible: el libro denigra a México porque muestra una pobreza corrupta, promiscua y mal hablada. Si el pueblo se expresa así, es una limitación culpable y ocultable y un extranjero no tiene derecho a exhibir nuestras lacras.
                                              

Por su parte Emilio García Riera menciona, sin confirmar el dato, que ha tenido noticias acerca de que la censura también alcanzó a la ópera.
 

Se me ha dicho que está prohibida en México —no sé si es cierto— la ópera de Giacomo Puccini La fanciulla del west, basada a su vez en la pieza teatral norteamericana de David Belasco The Girl of the Golden West (cuatro veces llevada al cine por Hollywood; la última, en 1938, con Jeanette MacDonald y Nelson Eddy). El héroe de la pieza —no sé si de la ópera— es un falso bandido mexicano que en ningún libro de cine escrito en inglés logra llamarse Ramírez, sino Ramerez, Rimarrez o Rimarriz. En la ópera se cantan cosas como: Banditti messicani!”, pero creo que bastaría con hacer sonar más fuerte a la orquesta para que inconveniencias como ésa no se oyeran y se podría en cambio disfrutar el aria del tenor (...), que nada tiene de ofensiva.
 

El tiempo ha transcurrido pero el tema no está cancelado. ¿Cuáles son las formas actuales de censura?, ¿qué organismos y de qué manera la ejercen?, ¿no deberían existir algunos límites mínimos?, ¿quiénes y con qué criterios deberían establecerlos?, la tendencia contemporánea a lo políticamente correcto (o la ultracorrección, como le llaman algunos), ¿no es una nueva forma de censura?
 

Con estas y otras tantas preguntas la cuestión permanece vigente.

jueves, 11 de septiembre de 2014

La vida correteada


Las distintas etapas de la vida tienen que ver con diversos factores culturales, religiosos, económicos, etc. Ejemplo de ello es el paso de la niñez a la adolescencia que se encuentra estrechamente vinculado al tipo de sociedad en que se vive (en su momento los estudios de Margaret Mead acerca de “Adolescencia y cultura en Samoa” alcanzaron gran difusión).
 
Muchos autores afirman que en la cultura urbana contemporánea (particularmente en las clases medias y altas) el tránsito de la niñez a la adolescencia se ve acelerado por diferentes causas, entre las que el consumismo ocupa un lugar muy importante. Abundan los ensayos al respecto.
 
En las culturas indígenas las realidades son diferentes y Queta Navagómez (En busca de un alma. Cuentos huicholes. México, Edamex, 2001) presenta una visión de lo que acontece entre los huicholes.


Entre estos barrancales las muchachas maduran rápido. Una noche empiezan a desparramar su olor, y uno huele, y sabe que se está madurando una mujer. Aquí el padre sol y las madres del agua se la pasan peleando, y entre calores y humedades las chiquillas sazonan pronto. Hay que agarrarlas aprisa, antes de que se magullen como guayabas de monte.
Nuestras casas quedan lejos. Los huicholes tenemos la maña de vivir apartados; de mirarnos nomás en tiempos de fiesta. Por eso cuando las mujeres maduradas suspiran a media noche, uno sabe que quieren hombre.
Junto a estos despeñaderos también los chiquillos crecen a lo loco: igual que las matas del papayo. Entoavía están tiernitos cuando se les hacen manos grandes, de hombre pues. Entoavía están niños cuando la sangre se les calienta y empiezan a notar el olor a mujer que anda en el aire y se fijan en bocas jugosas y pechos que cuelgan como racimos de fruta. Yo ya sabía que ellos dos iban a mirarse el cuerpo, a olerse y a tentarse... así merito fue.
No sé por otros rumbos, pero aquí la vida llega y se va como si la vinieran correteando, se parece al agua de lluvia que baja del cerrerío.
 

Seguramente en estos tiempos de aguaceros intensos la vida debe andar muy correteada por aquellos rumbos de los estados de Nayarit, Jalisco, Durango y Zacatecas.

martes, 9 de septiembre de 2014

Dedicatorias que se las traen


No son pocos los escritores que acostumbran dedicar sus publicaciones a una o varias personas. Esta tradición por lo general se orienta hacia el agradecimiento a la familia, los amigos o editores que inspiraron o hicieron posible la obra. Pero no siempre el tono es tan amable. Hugo Hiriart invita a reflexionar acerca de las dedicatorias conflictivas.


En el pequeño libro de Donald G. MacRae sobre Weber (Fontana, 1974) al final del prólogo se leen estas misteriosas palabras: “mi esposa, por razones que entiendo, me sugirió que dedicara este libro a la memoria de J.N. Hummel. Sin embargo, yo preferí no hacerlo”. ¿Qué se esconde detrás de ellas?, ¿cómo juzgarlas?, ¿son ofensivas para J.N. Hummel? ¿Es este Hummel el del método de aprendizaje pianístico?, ¿podrían interpretarse, por el contrario, elogiosamente para el aludido como diciendo: “no Hummel, tú mereces algo mejor que la bazofia sociológica que se encierra en este libro”? Vamos a ver. Supongamos que escribo en un libro, digamos, sobre la fabricación de oboes estas palabras: “pensé dedicarle este libro al Pelícano Martínez, reflexioné más profundamente y resolví no hacerlo”. El problema es: ¿se sentiría ofendido el buen, aunque confuso, Pelícano?, ¿se sentiría aliviado de alguna penosa responsabilidad? No lo sé. El caso es que el señor MacRae ha abierto, no creo que a sabiendas, muchas posibilidades y, acaso, ha fundado un nuevo género literario: el de las dedicatorias conflictivas. Examinemos de cerca al recién nacido. Una dedicatoria próxima a la de MacRae, aunque más angustiosa, sería: “pensé dedicarle este libro sobre el aprovechamiento industrial del cerdo a Luis Miguel Aguilar, pero, la verdad, no sé qué hacer”. Más interesantes son las dedicatorias comprometedoras como: “a mi buen amigo el señor licenciado Miguel González Avelar, espejo de orgiastas, por la inolvidable noche de desenfreno que el 3 de octubre de 1979 pasamos en el burdel de la Quebrantahuesos”. Otra de tono más dramático sería ésta: “a la Gorda Hermosillo en memoria de los dos inolvidables días de pasión en los que no salimos del motel El Garabato, y a su esposo el señor coronel Pantoja”. Otras dedicatorias conflictivas admitirían la confesión, por ejemplo: “a mi esposa la Tota, con rencor” o “a mis hijos, que me han echado a perder la vida”. (…) No deberemos olvidar las dedicatorias excluyentes: “dedico estos poemas a toda la humanidad, menos a Enrique Krauze”. (…) Pero, prosigamos. Los ofrecimientos pueden aprovecharse para vejar, como en este caso: “a Gorgonio Puzulato que es una bestia y, además, distrae fondos del banco donde dice trabajar para pagar los repugnantes amores clandestinos que sostiene con su amasia la Perra Justiniana”.


Otro autor que también se ha interesado por este tipo de dedicatorias es José de la Colina.
 

En algunas dedicatorias puede haber algún rencor supuestamente cancelado: “A Javier García Galeano, malgré tout” (es decir: en recuerdo de quién sabe cuántas broncas), o puede, bajo forma de respeto, delatarse un desdén: “A Christóbal Domínguez M., lector esforzado”. Y no es poca cosa como dedicatoria artera esta otra escrita en tono culto pero con poco disimulada anotación brutal: “A la adorable Carlota Picavía y a su irresistible mirada de Venus” (pues los franceses llaman le regard de Vénus a... la bizquera). (…) A veces Ramón Gómez de la Serna, de quien se decía que escribía todo lo que se le ocurría, publicaba todo lo que escribía y regalaba todo lo que publicaba, es decir que dedicaba libros “a diestra y siniestra”, usaba el modo precautorio:
“Claro que los sospechosos merecen sospecha, y para esos tengo una dedicatoria especial: ‘A Fulano de tal, en reciprocidad’. Recuerdo que hubo un mastuerzo que se preguntaba: ‘¿En reciprocidad de qué?’, y los que lo oían se reían en sus barbas porque no se había dado cuenta del por si acaso que significaba la dedicatoria preventiva.”


Existen dedicatorias que denotan clara vocación de conflicto matrimonial como la de Jules Renard. “A mi mujer, sin cuya ausencia nunca habría podido escribir este libro.” Algunos amplían el ámbito de la conflagración e implican también a sus hijos; tal es el caso que cita Miqui Otero de la dedicatoria del libro An Introduction To Algebraic Topology, de Joseph J. Rotman: “A mi esposa Margarit, y a mis hijos Ella Rose y Daniel Adams, sin los cuales habría podido acabar este libro dos años antes”. Miqui Otero menciona también dedicatorias que se esgrimen a manera de venganza. En algunas de ellas los destinatarios quedan protegidos en el anonimato, “(…) como la de E. E. Cummings, que llegó a dedicar una obra a todas las editoriales que lo habían rechazado”. Así sucede también con La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela: “Dedico este libro a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera” y con La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski: “Esto no es para ti”. Pero también hubo –siempre siguiendo lo señalado por Miqui Otero- quien no se quedó con las ganas de señalar con nombre y apellido al sujeto de la dedicatoria (aunque sí es posible que se haya quedado con otras ganas); es el caso de Shannon Hale en su obra Austenland: “Para Colin Firth, eres un gran tipo, pero estoy casada, así que creo que deberíamos ser solo amigos”.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Opinión ¿pública?


Hay términos que expresan poco y ocultan mucho. Uno de esos casos es el de “opinión pública” que parecería resultar de un análisis libre y soberano por parte de la ciudadanía en relación a determinados temas de actualidad. Pero también pudiera ser la simple reproducción de la opinión que se publica en diversos soportes: periódicos y revistas (impresas o virtuales), comentarios radiales y televisivos, etc. De ahí que sea tan relevante (y en estos tiempos tan polémico) el tema de la propiedad y consignación de los medios de comunicación, donde está en juego buena parte de la vida democrática.

Aun cuando mucho han cambiado las tecnologías de la información, la manipulación de la opinión pública de ninguna manera es un tema novedoso. Para quien tenga alguna duda al respecto, entre muchas otras opciones, podemos citar a Chamfort quien en el siglo XVIII se refería a esta cuestión reservándose, como en él era usual, la identidad de los protagonistas.

Viendo M…, en estos últimos tiempos, hasta qué punto la opinión pública influía en los grandes negocios, en los cargos y en la elección de los ministros, decía a M. de L…, hablándole a favor de un hombre al cual quería ver encumbrado: “Hacednos en su favor un poco de opinión pública.”

De tal manera que la opinión pública puede ser confeccionada por encargo, a gusto y medida de los poderosos en turno. Y es entonces cuando corre el riesgo de dejar de serlo para transformarse simplemente en opinión privada convenientemente maquillada y disfrazada. En 1939, cuando estaba iniciando la Segunda Guerra Mundial, Aldous Huxley analizaba la cuestión.

En la prensa, que pertenece a gente acaudalada, los intereses de las minorías con capitales para invertir, se identifican siempre (…) con los del conjunto de la nación. Informaciones constantemente repetidas, pasan a ser aceptadas como si fuesen verdades. Inocente o ignorantes, muchos de los lectores de diarios están convencidos de que los intereses de los ricos son realmente los intereses públicos, y se indignan cuando estos intereses se ven amenazados (…)                                     

Ya por aquel entonces Huxley vislumbraba la enorme trascendencia que tomaría la televisión en la construcción de la opinión pública.

(…) desgraciadamente la técnica moderna ha puesto, en manos de las minorías gobernantes, nuevos instrumentos para torcer la opinión pública, que resultan incomparablemente más eficaces que cualquiera de los que hayan tenido ante los tiranos. Ya tenemos la prensa y la radio y dentro de pocos años, se habrá perfeccionado la televisión. Ver significa creer con un mayor grado de seguridad que escuchar; y un gobierno al que le sea posible colmar todas las casas con cuadros de propaganda sutil, con discursos y con impresos, podrá formar dentro de límites muy amplios, la opinión pública que necesite.

Queda para la conjetura lo que hoy diría Huxley ante el impresionante desarrollo que han tenido las tecnologías de la información.

Otro autor que abordó el tema fue Max Aub quien unos años después –en 1952-  profundizaba en el proceso de “fabricación” de la llamada cultura de masas.

Ésta es la cultura de hoy, y no digan de la masa o del pueblo, sino de los que la fabrican en serie para ser así digerida –se la dan hecha papilla- por los que todo se lo creen con tal que se lo cuenten.
Es el tiempo del resumen, del sustitutivo, del ersatz. (…) Del todo al resumen. Ya la gente sólo lee las gacetillas y los índices. Ésta es la cultura de nuestro tiempo. (…)
Dícelo bien la palabra “resumen”, es decir, que a los más los re-sume en la más cabal ignorancia haciéndoles creer que basta lo que otros escogen y resumen en su nombre para ilustrarlos.
Así desparece todo intento para comprender por sí mismo. Literatura de borregos. No resumen, sino residuo. Literatura, ciencia de restos, de sobras dada a granel, en millones de ejemplares para que resulte más barata y que todos sepan y piensen lo mismo y nadie sobresalga en manos de quien resume lo que le conviene; tal como se dice “en resumidas cuentas”, lo más re-sumidas posibles.
Puro eco, sin voz verdadera, clamor perdido. Recapitulación de lo ignorado, sabiduría en cuentagotas; no sea que los lectores entren en ganas de enterarse a fondo. Cada obra una ficha, y nada más. Decirlo todo en dos palabras, escondiendo los antecedentes, para ganar tiempo, el tiempo perdido cada vez más perdido, leyendo selecciones y “monitos”.
Nada mejor ni más hondo que los lugares comunes, los dichos y refranes, pero nada más lejos de esa concisión y brevedad que estas historias abracadabrantes que se sirven calientitas cada sábado o domingo a un pueblo –o unos pueblos- dignos de mejor suerte.

Pero volvamos a Huxley quien afirma que la manipulación de la opinión pública conduce a defender como propios los intereses que son ajenos. “Los intereses en juego, son los intereses de unos pocos; pero la opinión pública que reclama la protección de esos intereses es a menudo la expresión genuina de la emoción de las masas. Los más sienten y creen verdaderamente, que vale la pena pelear por los intereses de unos pocos.”

Como no podía ser de otra manera el tema mantiene vigencia en nuestros días. José Antonio Marina subraya la enorme incidencia que tienen los creadores de valoraciones que “dicen lo que se lleva y lo que se deja de llevar, deciden sobre lo correcto y lo incorrecto (…)”. Tal vez sea por ello que en una de sus caricaturas El Roto, por medio de uno de sus personajes, recomienda: “Antes de escuchar lo que dicen, entérate de quien paga el micrófono.”

martes, 2 de septiembre de 2014

Cuatro años de Habladuría


Hace cuatro años nacía este blog. Desde mucho antes estuve compilando anécdotas acerca de muy diversos temas y diferentes lugares. Algunas las tomé de periódicos y revistas pero la mayoría las hallé en libros adquiridos en librerías de viejo que he sabido recorrer con entusiasmo digno de mejores causas. Fue en aquel entonces que la extraordinaria artista y amiga Magos Nava me sugirió la idea de abrir un blog. Aceptada la propuesta, Magos se dio a la tarea. En los inicios sus extraordinarias ilustraciones acompañaron los artículos publicados y hasta el presente es la responsable del diseño del blog.

Al comienzo subí un artículo semanal, pasado el tiempo (y salvo excepciones) pasé a dos artículos. Por lo general uno de ellos tiene que ver con México y el otro con otras realidades. En estos cuatro años las visitas han alcanzado las 36.251. Difícil saber cuántas de ellas responden a “seguidores” del blog y cuántas a quienes llegan puntualmente y en forma azarosa por sus búsquedas temáticas. Me inclino a pensar que son muchos más los segundos que los primeros. A lo largo de su existencia las visitas más frecuentes provienen de México (40%), Estados Unidos (20%), Uruguay (6%), España, Argentina, Colombia, Alemania, Rusia, Chile y Francia. En relación al mes pasado las visitas provienen de México (38%), Estados Unidos (26%), España (9%), Ucrania, Colombia, Argentina, Uruguay, Alemania, Polonia y Chile.

El total de artículos que conforman el blog son poco más de 250. Algunos de ellos también han sido publicados en periódicos y revistas. Asimismo he tenido noticias de la mención de algunos en programas radiales. Hay quienes me han comentado que los han utilizado en sus clases de preparatoria o universidad, así como en diversas instancias de educación no formal (incluso como referencias en sermones). He tenido la oportunidad de narrar en forma presencial algunas anécdotas que integran este blog y ello ha tenido lugar en Ciudad Juárez, Oaxaca, Ciudad de México (en el marco de la Feria de las Culturas Amigas) así como en Montevideo.

En principio hay Habladuría para rato, dado que en el taller de armado  dispongo de muchos “pies de artículos” que permiten aspirar a mantener este espacio por un tiempo. Tengo el anhelo de que parte de este material pase a ser un libro, columna periodística o espacio radial.  

Una vez más quiero expresar mi profundo agradecimiento y reconocimiento a Magos Nava. Sin su apoyo este blog no sería posible.        
                                                                                       Gerardo Mendive