jueves, 29 de febrero de 2024

Pensamientos en camino

Hay reflexiones que se originan en la lectura, el estudio, la biblioteca, en el reposo y la quietud; mientras que otras aparecen al estar en movimiento. Esto último le aconteció a Marta D. Riezu cuando andaba de viaje.

(…) En aquellas carreteras fronterizas con Suiza pensé en la conexión entre los viñadores -gremio que desconozco- y los diseñadores de moda independientes, que sí conozco algo. Ambos logran que en esos mundos enfangados aún haya cosas que valgan la pena.

Y luego se pregunta de qué manera se conforma la confluencia de estos dos mundos en principio tan distantes. “¿Cómo? Con el punto justo de inconsciencia. Respetando la naturaleza. Trabajando con modestia y sin distracciones. Centrados en sus intereses, sin dar explicaciones ni perderse en caminos secundarios. Pensando en pequeño.”

El cierre no se hace esperar. “¿Para qué ser grande? Ser grande es un lío, lo complica todo.”


miércoles, 28 de febrero de 2024

Dudosa atribución de los inventos

 Este asunto se las trae por varios motivos.

Durante mucho tiempo a nadie interesó que su nombre quedara en la memoria colectiva asociado a un invento (algo parecido aconteció en el terreno del arte cuando firmar una obra podía ser interpretado como inmodestia, dado que el papel de la persona era tan solo ser ejecutor de la inspiración divina). En todo caso la mayor satisfacción del innovador posiblemente fuera sentir que había contribuido al bienestar colectivo.

Por otra parte, siempre deben haber existido quienes se atribuyeron una creación que en realidad habían copiado de otros; los vivillos han estado presentes a lo largo de la historia.

Asimismo, y tal como lo refiere Luis de Zulueta, se desconoce el nombre de quienes fueron responsables de innovaciones que trajeron aparejados grandes beneficios sociales.

La modificación, al parecer, pequeña, de un instrumento o herramienta puede provocar transformaciones decisivas en la vida humana.

Los griegos y los romanos, como es sabido, enganchaban sus animales de tiro por el cuello, con lo que era muy escasa su fuerza de tracción. Las caballerías no podían sustituir a los esclavos. Todo el genio de un Aristóteles no sirvió para inventar un pretal o correaje racional para una bestia de tiro. Ese modesto invento medieval de la collera o de los arreos que permiten al animal hacer fuerza con el pecho y los hombros, ha tenido quizás en la marcha de la sociedad humana mayor influjo que “La Política” del filósofo de Estagira. Nos decía el eminente profesor francés Paul Rivet, recordando un libro de su compatriota Lefévre des Noëttes, que esa humilde invención de caballeriza, más que todas las doctrinas humanistas y las predicaciones evangélicas, había facilitado en Europa la supresión de la esclavitud.

Según Peter Burke -citado por Víctor Roura- fue en el siglo XV cuando se impuso la costumbre de dejar registro de los inventos.

El arquitecto renacentista Filippo Brunelleschi puso en guardia a un colega frente a quienes pretendían arrogarse el mérito de las invenciones de otros. De hecho, la primera patente conocida se otorgó al mismo Brunelleschi en 1421 por el diseño de un barco. La primera ley sobre patentes fue aprobada en Venecia en 1474. El primer derecho de autor registrado para un libro se otorgó al humanista Marcantonio Sabellico en 1468 por su historia de Venecia y el primer derecho de autor de un artista lo concedió en 1567 el Senado de Venecia a Ticiano para proteger los grabados impresos de sus obras de imitaciones desautorizadas. La regulación echó a andar lentamente.

Pero aun con la aparición de oficinas especializadas en vigilar los derechos de inventores y creadores, la atribución puede seguir despertando dudas.

Y para argumentar el punto tan solo recurro a dos ejemplos.

No recuerdo quien decía hace muchos años que su tío había inventado los pañuelos de papel, o kleenex como habitualmente se les llama, porque desde siempre llevaba parte de un rollo de papel higiénico en el bolsillo trasero de su pantalón.

Del segundo caso fui testigo. No de la ejecución del invento, pero sí de su vislumbre. Aun recuerdo con enorme emoción cuando siendo niño me padre me llevaba al cine, en la ciudad de Montevideo, a ver películas de Cantinflas. A él le molestaba que el público se riera mucho ante algunas escenas porque ello impedía escuchar lo que seguía. Recuerdo perfectamente cuando me dijo: “algún día habrá que inventar algo en que uno pueda parar la película para reírse a gusto y después seguir viéndola”. He ahí el origen de las videocaseteras que recién hicieran su aparición varias décadas después.


martes, 27 de febrero de 2024

Más allá de las franjas etarias

 Llega un momento en la vida en que cumplir años puede tomarse con cierta ambigüedad: agradecimiento por el privilegio de un año más y azoro ante la suma que ya va siendo abultada.

En un contexto como el actual que invita a mantenerse con aires de juventud todo lo que sea posible, no faltan los mensajes consuelo: que lo importante no es el exterior sino el interior de la persona, que los 70’s de hoy equivalen a los 50’s de antes, etc.

Y uno feliz con esos mensajes que hacen más llevadero el inexorable paso del tiempo, para decirlo con una expresión tan convencional.

Sin embargo, hay espacios que no se han sumado a esta tendencia como el que tiene que ver con la cotización de los seguros de gastos médicos. Allí hablan solamente los números, todo lo demás les tiene sin cuidado, les hace los mandados.

Pero también se presentan otros casos dignos de análisis, como el que alude Rosa Montero en un artículo al que tituló “Extramuros”; veamos de qué se trata.  

Acabo de advertir un hecho inquietante: que todos los estudios de opinión que en el mundo hay están habitualmente divididos por franjas de edad, y que esas franjas, ay dolor, terminan siempre en el filo apocalíptico de los 44 o 45 años. Y así, los encuestados se reparten en segmentos que van, pongamos, de los 15 a los 24, de los 25 a los 35, de los 36 a los 44, y luego, abruptamente, se llega a la frontera del espacio exterior y todo se reduce a un humillante apartado que tan sólo especifica: “de 45 en adelante”.

Esto lleva a que la escritora realice algunas consideraciones en relación a tal clasificación, en la que por cierto advierte cierta dosis de dureza innecesaria.

Ya sé que no somos eternos, y que el tiempo pasa, y que uno se va haciendo un cuarentón, y después un cincuentón, y después un sesentón, y poco después un muerto, pero aun así, ese ominoso derrumbe en las encuestas me parece demasiado brutal. Es como si más allá de las columnas de Hércules de los 45 sólo viniera la mar del fin del mundo, el océano incógnito por el que se desploman irremisiblemente todos nuestros barcos, nuestras carnes, nuestras esperanzas, nuestras horas, todo nuestro futuro despeñado.

En el artículo referido Rosa Montero no omite las posibles razones de tal división. “Tal vez los responsables de las estadísticas, que se supone que deben de conocer los intríngulis del comportamiento humano, establezcan esta división porque a partir de los 44 o 45 la mayoría de los encuestados ya no modifica su opinión (…)” Claro está que ello no constituye precisamente un mensaje alentador: “(…) interpretación ésta que no sólo no me consuela nada, sino que me espanta, porque no hay mejor manera de morirse en vida que sentarte encima de tus propias ideas y ya no menearte de ese ínfimo rincón del universo.”

Como no quiere concluir sus disquisiciones con mal sabor de boca, Montero (se)ofrece un mensaje más esperanzador.

Sea como fuere, ahora que estoy pisando el borde mismo de la nada me fijo más que nunca en aquellas personas que ya lo traspasaron hace tiempo, por ver si es que te autodestruyes o qué pasa. Pues bien, tranquilidad: los hay mayores de 45 con aspecto muy vivo. Pese a todo, extramuros no debe de ser un lugar tan terminal como parece.

Todo esto escribía Rosa Montero en el ya lejano año de 1996.

El tiempo le dio la razón, detrás de extramuros hay mucha vida por delante.


jueves, 1 de febrero de 2024

Credo personal

 

Difícil vivir sin un conjunto de creencias que cada quien va haciendo suyas a lo largo de la existencia. Algunas de ellas llegan heredadas de la familia, del grupo, de la cultura. Otras incorporadas como acto plenamente soberano.

Esta unidad de creencias (que puede admitir paradojas y contradicciones) va cambiando a lo largo del tiempo, a partir de las vivencias afrontadas y de los diversos momentos de la vida.

José Mateos comparte su credo:

Creo en los hilos invisibles que enlazan a vivos y muertos;

creo en la belleza, que nos invita a existir más plenamente;

creo en el misterio de la claridad y en la bondad sin motivo que se pasea por los hospitales, por las cárceles, bajo el estruendo de la guerra;

creo en el vuelo de los pájaros alrededor de las espadañas

y en las ramas esenciales del invierno;

y en los perros que ladran a las motocicletas

y en los cordones desatados de las botas de los niños.

Creo en todas las exageraciones de la alegría.

En opinión de Mateos nada ni nadie podría poner en controversia a su credo personal. “Si mañana alguien me demostrara que no hay nada y que todo es un bostezo de la materia, eso ¿en qué podría afectarme? Porque mi creencia no se apoya en ningún libro.” El mismo autor aclara de dónde viene esa fortaleza indestructible. “Es más poderosa que cualquier dogma y cualquier razonamiento. Es la verdad de la música. La verdad del amor. Una verdad que deduzco de tu presencia intangible. Una verdad que es tan consustancial al corazón como la sangre o los latidos.”