jueves, 30 de abril de 2015

Desayunarse tarde o el aislamiento de los poderosos


Es frecuente que los gobernantes no se enteren de lo que realmente acontece entre los gobernados. Ello se debe a que reciben de sus ayudantes una versión muy edulcorada del verdadero estado de cosas, por lo que no es extraño que el poderoso en turno termine prisionero de esos partes a modo que recibe. Los funcionarios hacen todo lo posible –y en ocasiones lo imposible- para que el descontento de la población no llegue a su jefe.  

 
Abundan los ejemplos a este respecto pero tal vez el más paradigmático tiene a Luis XVI como protagonista; Noel Clarasó lo relata de la siguiente manera


La noche del 13 de julio de 1789, el intendente general de París visitó al rey en Versalles. El rey quiso saber noticias:
-¿Y en París, qué?
-Todo bien, señor.
El rey se acostó tranquilo y, antes de acostarse, escribió en su diario: “Hoy, nada nuevo”. Al día siguiente le despertaron para decirle que el pueblo había tomado la Bastilla.
-No es posible -dijo el rey.
El duque de Liancourt, que le daba la mala noticia, la empeoró:
-Todo París está en armas.


De acuerdo con la versión de Xavier Antich, en un principio el rey no se vio sobresaltado con el curso que habían tomado los acontecimientos y “recibió el parte con un displicente: ‘Ah, c'est une révolte’. Pero el duque le corrigió: ‘Non, Sire, c'est une révolution’.” Aun ante tan contundente réplica, el monarca –según Clarasó- no podía dar crédito a lo que escuchaba “y por el asombro del rey, advirtió el duque que Luis XVI no creía que aquello fuese posible.”
 

Cabe aclarar que cuando Luis XVI hablaba de revuelta y el duque de revolución, no se estaban refiriendo a lo mismo. Xavier Antich profundiza en el punto
 

Con ello, el término revolución adquirió enseguida carta de metáfora política. Si el concepto de revuelta, en el que se amparaba confiado el monarca, hacía referencia a un tumulto que podía ser corregido con los instrumentos propios del poder, el concepto de revolución, por el contrario, ponía de manifiesto el carácter irrevocable de una impugnación de la autoridad frente a la cual la corona nada podría hacer, como no fuera salir por piernas.
 

No hay que hurgar demasiado para encontrar la moraleja de esta historia: no es recomendable -y menos aún si tomamos en cuenta el epílogo de aquellos acontecimientos- que los gobernantes se encuentren alejados del curso que van tomando los acontecimientos.   

 
Porque, como sostiene el dicho popular, la realidad muchas veces no es como la pintan.

martes, 28 de abril de 2015

La convivencia en las domínicas del mate /2


Ya nos hemos referido al origen de las Domínicas http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2015/04/dominicas-del-mate-su-origen.html Ahora exploraremos las razones que hicieron posible la existencia de ese armónico encuentro entre personajes tan diferentes; Alfonso Noriega se refiere a ello

Ahí conviven el ateo, el agnóstico y el marxista, con el católico laico y con distinguidos sacerdotes de la Iglesia Católica Romana, al igual que despreocupados libres pensadores. Para mi esta reunión es como una muestra de la comedia humana de nuestro México, con el carácter extraordinario de que, esta pluralidad de pensamiento, de sentimientos y aún de pasiones, encuentran una libre y natural expresión, en franca y cordial camaradería sin que nunca surja una fricción, una ofensa, o una brusca desavenencia.

Para un gran conocedor de las relaciones internacionales como Antonio Gómez Robledo, las domínicas fueron antecedente de acuerdos que posteriormente se lograrían en otras instancias.

Hoy se habla mucho de pluralismo ideológico así en la Iglesia (con ella, Sancho, continuamos topándonos) como en la sociedad civil y en la sociedad internacional. Al definirse pluralísticamente la OEA, en abril de 1973, pareció descubrir el Mediterráneo. Pero la verdad es que in nuce, como en una castaña, el pluralismo ideológico ha sido una realidad viva y actuante, a partir de 1932, en el mate del padre Octaviano. De todos los colores y de todos los sabores han sido sus habituales y sus ocasionales, y nunca, a pesar de esto, ha estado ausente de ellos la cortesía.

En esa misma línea Raúl Villaseñor afirma que “la tertulia de Octaviano Valdés es signo predecesor de la apertura proclamada por el Concilio Vaticano convocado por S.S. Juan XXIII”. Por su parte Rafael Aguayo Spencer considera que en esos encuentros operaba una suerte de tregua, que hacía posible el diálogo incluyente.

Venidos de todos los rumbos ideológicos –locales y universales- buscábamos, acaso instintivamente, una especie de Tregua de Dios que nos devolviera, siquiera una vez por semana, la posibilidad de absorber la riqueza de valores que se origina en la simple comunicación entre los hombres.
Nadie, por supuesto, ignora las diferencias que nos separan: hemos llegado ahí como somos y es función de todos evitar cualquier encuadramiento dentro de casilleros prefabricados que puedan cerrarnos al mutuo entendimiento.

No tiene desperdicio la evocación de Alfonso Noriega para ilustrar la convivencia que se daba en este grupo integrado por intelectuales de muy diversas filiaciones ideológicas.

Cuando he pensado en esta reunión de literatos, poetas, historiadores, pintores, juristas y aún, como quien esto escribe, bien modestos profesores universitarios, que son capaces de pasar varias horas cada domingo, alternando con cerebros lúcidos, con modestas inteligencias y con grandes artistas y aun “diletates”, en paz y fraternidad, recuerdo algo que leí hace muchos años, cuando era estudiante, en un libro de un autor español y que, ateniéndome a mi memoria –bastante deteriorada por el tiempo- intentaré reconstruir. Decía el escritor mencionado que existe en el Museo de Arte Moderno de Madrid, un cuadro que todo visitante de alguna cultura no deja de contemplar con detenimiento. Lo pintó, según recuerdo, un pintor, Esquivel y representa una reunión de literatos. Todos los hombres de pluma de la época romántica, se hallan presentes en dicho cuadro, con sus levitas y con sus corbatas de doble vuelta, con sus melenas –precursoras de nuestro tiempo-, y sus mostachos de mosqueteros. Lo que impresionaba al escritor era que, por exhibir una lista completa de retratos de poetas y dramaturgos, que resultaron insignes, el cuadro equivale a un admirable documento histórico; pero, además le descubría otro valor de gran importancia, porque, fenómeno extraño en la que se llama ostentosamente república de las letras, el cuadro muestra que, al menos una vez, y gracias acaso a la benévola fantasía del artista, pueden encontrarse juntos y en una dichosa amistad todos los que manejaban la pluma en un determinado momento de la historia.
¡Juntos y sin morderse!...

De acuerdo con Noriega una escena de este tipo sería muy improbable en el escenario mexicano salvo, claro está, en las domínicas.

(…) ante el panorama del mundo artístico mexicano, me siento incapaz de saber, hasta qué punto el pintor Esquivel se dejó llevar por su benévola fantasía, porque si el pintor mencionado pudo reunir en su cuadro a los más distinguidos literatos de su época y hacer que se tratasen entre sí con la cortesía y el afecto que aparecen en la pintura; lo que yo puedo asegurar, sin el menor peligro de equivocarme, es que en México y en nuestros días, ningún pintor por muy imaginativo que sea –ni aún Federico Cantú- podía pintar un cuadro semejante, abandonarían violentamente el lienzo para denostarse unos a los otros, menospreciarse, y aun llegar a las manos.
Pero ¡oh sorpresa! cada domingo en nuestra ciudad capital, en Tacubaya, en la calle de Protasio Tagle, en la casa del ilustre canónigo de la Catedral Metropolitana Dr. Octaviano Valdés se reúnen ilustres novelistas, poetas, ensayistas, pintores, periodistas y pueblo –como yo- y, en respuesta indirecta al angustioso llamado de los “hippies”, todos conversan, discuten, argumenta y aun alguno de ellos vocifera, pero todo ello en paz y amor.
Y no se piense que esta fraternidad, sedante y calmada se debe a la modestia de los contertulios y a su falta de agallas intelectuales o combativas.

Ahora bien, ¿cuál era la dinámica de esos encuentros?, ¿cómo se lograba la convivencia? Para Alfredo Leal Cortés, el fundamento de ello residía en la total libertad que imperaba así como en la suspensión de jerarquías que caracterizaba a las reuniones.

Al cambio de ideas, la práctica de los juegos mentales exigidos e impuestos por toda mente creadora, formaron un ambiente propicio a la asimilación de otros seres con analogía de necesidades e impulsos. La base fue –y sigue siendo- la absoluta libertad, la inexistencia de reglas y el ignorar en el momento de la junta, cualquier jerarquía social.
Las discusiones, el desglose de lo superfluo y la invariable –para los demás, pero no para ellos- necesidad de registrar los sucesos, interpretarlos y ser parte viva de una sociedad de la que eran vanguardia (…)

Por su parte Alfonso Noriega destaca que el tema religioso era respetuosamente dejado de lado, “(…) se plantean, discuten y desmenuzan temas literarios, artísticos y aún políticos, estando excluido –implícitamente- cualquier tema de carácter religioso, ya que nadie tiene deseo de molestar al anfitrión, ni éste jamás ha pretendido hacer labor misionera de proselitismo”. Claro está que el humor ocupaba un lugar especial y Raúl Villaseñor alude a ello: “(…) la tónica constante es la del buen humor, porque nadie, ni por asomo, es capaz de hacer gala de muestras de ingenio susceptibles de agraviar a ningún circunstante.” Villaseñor subraya la inexistencia de afanes protagónicos que pudieran conducir a monopolizar el uso de la palabra,  “contadas veces, poquísimas, por cierto, se atiende el discurrir de una sola persona: nadie va con la pretensión de distinguirse dictando cátedra alguna, ni con la aviesa intención de esperar la más reciente prueba de ingenio”. Y esta tónica de humildad, según Agustín Yáñez, era predicada con el ejemplo por el  propio dueño de casa.

En las reuniones dominicales, el padre Valdés –dirigente- prepara el mate y va sirviéndolo con exquisita, callada cortesía; casi no habla, ni toma asiento; escucha la dialéctica de blancos y rojos, los encendidos chascarrillos y cuentos, la lengua viperina de Andrés [Henestrosa] y los epigramas de [Francisco] Liguori: sonríe, comprensivo; alguna vez, dice una palabra, una frase; mas ha sido creado el clima cordial de confianza, donde tirios y troyanos hablan de todo lo divino y humano: filología y política, filosofía y chismografía en moda, santidad y maldad, en fluvial, encontrada corriente, al fin amistosa, comprensivamente conjugada.

Es posible advertir el contraste de opiniones porque según Yáñez –a diferencia de Noriega- los asuntos “divinos” también formaban parte de los temas considerados en la tertulia.

Las domínicas fueron un ejemplo de diálogo y encuentro en la diferencia, tal como lo supo valorar Antonio Gómez Robledo: “A los canales de México habrá de pasar el convivio tacubayense y valdesiano, como un ejemplo y un estímulo de lo que se puede hacer, en este país de sempiterno desgarramiento.” Para finalizar citemos a Andrés Henestrosa, cuyas palabras adquieren enorme relevancia en estos tiempos.

La tertulia dominical del Padre Valdés es la otra imagen de México que yo quisiera para todos: aquella en que por encima de diferencias de credo político y religioso, unos mexicanos se reúnen para conversar de las cosas que los unen, de las dos repúblicas, igualmente amadas de todos.

Así sea.

jueves, 23 de abril de 2015

Anticipando el futuro


Desde el pasado remoto el ser humano ha intentado conocer lo que le depara el porvenir. Sea solamente por curiosidad o bien para intentar cambiar el destino, tanto el hombre de la calle como el poderoso han recurrido, y lo siguen haciendo, a quienes suponen que tienen el don de ver el futuro. Muchos libros se han ocupado del vínculo entre gobernantes y videntes; para el caso de México es posible citar el de José Gil Olmos Los brujos del poder. El ocultismo en la política mexicana. México, Random House Mondadori-DeBolsillo, 2008 (este mismo autor publicó un segundo volumen sobre el tema).

El intento de anticipar el futuro para estar sobre aviso y poder actuar en consecuencia, lo encontramos en diversas culturas. Ciertos animales colaboran (en forma involuntaria) a tal fin y Wimpi proporciona algunos ejemplos.

Cuando los dayaks, indígenas de Borneo, necesitan conocer por adelantado el futuro, leen la anticipación en el hígado de un cerdo. Toman al cerdo vivo, le dicen qué es lo que debe preguntarle de parte de ellos, al Ser Supremo y lo atan para que el alma del animal liberada pueda acudir a la insólita entrevista.
Hay en esto un detalle interesante: los dayaks matan al cerdo por sorpresa: se esconde el cuchillo hasta el último momento y recién cuando el cerdo “ya sabe” qué es lo que tiene que preguntarle al dios sobre el futuro de la tribu, interviene súbitamente el encargado del sacrificio y lo degüella “sin que se dé cuenta”.
Presumen los dayaks que si el cerdo se enterara de que lo han matado, podría desfigurar, para vengarse la pregunta que le mandan formular.
En cuanto al bicho hubo cesado de patalear, le abren el flanco, le sacan diestramente el hígado y leen, en él la respuesta de la Divinidad.

También las aves fueron consideradas, de acuerdo con Wimpi, un agente propicio para adentrarse en el futuro

Andando la historia de Roma, aparecieron los augures. El nombre “augur” viene de una palabra perdida “aug-o”, que quería decir “narrador”. Una de las misiones principales del Colegio de Augures, era la de vigilar la realización de los auspicios.
“Auspicio” es palabra originada en las de “avis”: ave y “spicio”: mirar.
Consistía esta práctica adivinatoria en observar cómo comían ciertos pollos reservados exclusivamente para la prueba. Estos pollos eran cuidados por un funcionario especial, el “pullarius” – pollero-, y cuando alguien debía acometer alguna empesa azarosa, a fin de anticiparse la suerte que en ella tendría, hacía desparramar grandes cantidades de granos de cereal en torno a la jaula y, lugo, se abría ésta dejando franca la salida a los pollos.
Si los pollos se lanzaban atropelladamente sobre el cereal y lo devoraban, el auspicio era favorable. Si se mostraban inapetentes, la suerte en la empresa de que se trataba le sería adversa al consultante.

El mismo Wimpi refiere una historia adivinatoria en relación a la sucesión del poder en tiempos de la Roma imperial.

La alectriomancía consistía en lo siguiente: “se trazaba en la arena un círculo dividido en tantas partes iguales como letras tenía el alfabeto, se escribía una letra en cada parte y, sobre cada letra, se ponía un grano de trigo. Hecho lo expuesto, soltábase un gallo en el medio del ruedo. Las letras cuyos granos iba comiendo el gallo formaban la palabra correspondiente a la respuesta”.
Flavio Valente, emperador romano, sintióse, un día novelero por saber quién lo sucedería en el trono. Sus adivinos hicieron el círculo, trazaron las letras, pusieron el trigo y llevaron el gallo.
El gallo comió los granos de las siguientes letras: T, E, O, D. Y después, Valente hizo matar a los adivinos y a todos los conocidos cuyos nombres empezaran con “TEOD”.
Sin embargo, quedó vivo Teodosio, quien, después de muerto Valente en la batalla de Andrinópolis, y según lo predijera el gallo, fue su sucesor.

Otro procedimiento empleado habitualmente es el de la quiromancia (adivinación por las líneas de la mano). Según Wimpi, Aristóteles creía en ello cuando afirmaba que “no sin razón están escritas las líneas de la mano del hombre, ya que señalan la influencia del cielo en su destino” y añade Wimpi la existencia de un pasaje bíblico que sostiene: “La Ley del Señor será escrita en tu frente y en tu mano”.

Aun en el presente, con su vertiginoso avance científico y tecnológico, sigue vigente la lectura de manos tal como la practican las gitanas. Claro que hay quienes consideran que todo esto no pasa de ser una patraña. Ambrose Bierce define al adivino como la “persona dispuesta a leer tu fortuna por una pequeña parte de la misma” y, de manera muy similar, Rius afirma que adivina es la “señora que nos ve la cara viéndonos la mano".                                              

En estos tiempos de tanta incertidumbre con frecuencia se alude a diversas predicciones que provienen de diferentes fuentes. Leszek Kolakowski puntualiza las condiciones que deberían cumplir aquellas que pretendan ser serias.

 
Las auténticas predicciones tendrían que cumplir tres condiciones. Primera: los acontecimientos predichos deben ser imposibles o muy improbables de predecir en circunstancias normales. En otras palabras, presagiar la muerte dentro de seis meses de determinado estadista, que se sabe que padece cáncer, no puede considerarse una verdadera predicción. Segunda: los acontecimientos predichos deben ser claros, no velados con vagas metáforas que podrían aplicarse a cualquier cosa, como las predicciones de Nostradamus, y no pueden reducirse  a certezas propias del sentido común, como por ejemplo, las afirmaciones de esos adivinos americanos que predicen, con toda seriedad, que en los próximos meses habrá más problemas en Oriente Medio. Finalmente, debe ser posible comprobar si los acontecimientos predichos se han producido y, por supuesto, la profecía no puede referirse a algo que el adivino se proponga realizar.

 
Si aceptamos los postulados de Kolakowski, muchas predicciones y pronósticos no pueden ser tomados en cuenta; ejemplo de ello es el que expone Woody Allen
 

Pronosticación. Finalmente, llegamos a Aristonidis, el conde del siglo XVI cuyas predicciones continúan provocando el asombro y la perplejidad hasta de los más escépticos. Ejemplos típicos son:
“Dos naciones entrarán en guerra, pero sólo una vencerá”.
(Los expertos opinan que se refiere a la guerra ruso-japonesa de 1904-1905…, una proeza pasmosa en el campo de la pronosticación, si se considera el hecho de que ésta fue formulada en 1540.)

 
En esa misma línea afirman algunos horóscopos: puede ser que la próxima semana realice un viaje (o puede que no…)

martes, 21 de abril de 2015

Domínicas del mate: su origen /1


Durante más de cincuenta años, y con escasas interrupciones, en una casa de la calle Protasio Tagle tuvo lugar un singular encuentro de hombres (sólo hombres) interesados en diversas ramas de la cultura. El dueño de casa era el padre Octaviano Valdés quien, en forma por demás amigable, ponía ese lugar a disposición de aquellos que se daban cita domingo a domingo de 12 a 14 hr con el exclusivo interés de encontrarse y platicar acerca de temas varios. Sorprende que lo que allí se tomaba no era café sino que se constituía una rueda de mate, habituales en el ámbito rioplatense pero que no deja de llamar poderosamente la atención por aquellos rumbos de Tacubaya, en la ciudad de México.

Estas reuniones se conocieron como las domínicas del mate y a ellas dedicaremos una serie de artículos dado que, entendemos, el tema lo amerita. Para ello nos guiaremos fundamentalmente por el pequeño libro coordinado por Octaviano Valdés titulado Domínicas del mate (México, Las Hojas del Mate, 1975). Y para ir entrando en materia citemos, tal como le corresponde en su calidad de anfitrión, al padre Valdés quien alude a los inicios de la tertulia.

El año de 1932, sin programa ni propósito preconcebido, se inició la tertulia del “mate” con el padre Alfonso Méndez Plancarte, Alfonso Gutiérrez Hermosillo y el suscrito, atraídos por la común pasión de la literatura. Los dos Alfonsos, tiempo hace, ya sombras en nuestro recuerdo. El primero, de difícil parangón por su extraordinaria sabiduría, fue terrible crítico, desfacedor de falsos prestigios, y a quien no se le ocultaba gazapo alguno por pequeño que fuese. Alfonso Gutiérrez Hermosillo, muerto dramáticamente en plena juventud, parecía vivir con el alma en constante éxtasis de poesía.

El mismo autor va enumerando a los participantes que se fueron sumando (algunos como miembros permanentes, otros como eventuales); es importante reparar en el preciso perfil que traza el padre Valdés de muchos de estos personajes.

Poco después se unió Gabriel Méndez Plancarte, hermano de Alfonso. (…)
No tardó en agregarse Alfonso Junco, aquilatado poeta, distinguido periodista (…)
Otros más fueron llegando: Alí Chumacero y José Luis Martínez. (…)
Don Agustín Yáñez. “El silencioso”, así lo apellidó Gabriel Méndez Plancarte en memorable artículo, parco en hablar y famoso y fecundo creador de belleza escrita. No recuerdo si antes o después de don Agustín llegó “El Chato”, don Alfonso Noriega a poner su nota de alegría en la conversación con el dicho ingenioso y el gracejo oportuno. Por su medio ganó nuestra reunión la sal epigramática de Francisco Liguori. Su memoria es un almacén de versos y de datos y su ingenio está siempre pronto a disparar el epigrama. Andrés Henestrosa, escritor que sabe escribir en prosa con palabras que nos saben a recién nacidas, tiene la agudeza a flor de labios y flechas de alegre ironía. Federico Cantú, famoso pintor, grabador, escultor, y crítico iconoclasta de los que a su juicio son valores inflados, y aun del mal tiempo por negar el calor del sol. Rafael Aguayo Spencer, biógrafo casi dueño de don Vasco de Quiroga, llena nuestra sesión con su risa de sonoro diapasón. Antonio Gómez Robledo, el sabio de la tertulia tiene todas las respuestas para todas las preguntas humanísticas y de otras sabidurías. De vez en cuando nos honran sus hermanos los PP. Ignacio y Javier. Presente en temporadas y ausente en largas vacaciones, el padre Antonio Brambila, inteligencia incorregiblemente razonadora. Fausto Vega, amable y discreto, disimula lo mucho que sabe, pero está pronto a rebajar entusiasmos exagerados en opiniones laudatorias o vejatorias, Raúl Villaseñor, conocedor de la novela actual y crítico. Ricardo Garibay, chisporroteo de inteligencia y espíritu siempre en tensión. Ernesto Mejía Sánchez eruditísimo en literaturas. Jorge Hernández Campos, poeta, ensayista, viajero casi astronauta, con fines de semana en Roma desde que estuvo en la “Fao”. Alfredo Leal Cortés, palabra batalladora e interesantemente noticiosa. Daniel Moreno, laborioso historiador. Héctor Morales Saviñón, literato y distribuidor de alegría.
Esporádicamente se aparecen el Obispo de Cuernavaca, don Sergio Méndez Arceo, don Francisco Monterde, caballerosidad y cortesía. El “Bachiller”, José Rojas Garcidueñas, erudito y muy agradable conversador. Francisco Zendejas, lector y crítico de alta velocidad. (…)
Algunos, después de haber sido contertulios temporalmente, se ausentaron a causa de cambio en su ritmo de vida, nuevas ocupaciones, tareas en el extranjero, etc. Enumero a Emmanuel Palacios, los hermanos Pablo y Enrique Casanova, Juan José Arreola, Jaime García Terrés, Víctor Adib, Emmanuel Carvallo (sic), Ricardo Guerra, Manuel Calvillo, Porfirio Martínez Peñaloza, el Lic. Antonio Martínez Baez, y uno que otro más que sólo fue ave de paso.
De muy grato recuerdo son algunos ilustres desaparecidos: Los españoles “refugiados” don Manuel Pedrozo, Benjamín Jarnés. El Dr. Manuel Pulido Méndez que fue embajador de Venezuela, mexicanizado por obra y gracia del dictador Juan Vicente Gómez, que lo exilió a nuestro país desde su juventud. Los pintores Fernando Leal y Angel Zárraga. César Garizurieta, “El Tlacuache”, quien nos visitó todavía dos semanas antes de su trágico fin.

La lista no es exhaustiva y falta incluir nombres como el del padre Joaquín Antonio Peñalosa (a quien se menciona en otras fuentes) y Gustavo Sainz quien se integró en los últimos años de la tertulia. Al conocer quienes participaron de las domínicas del mate queda de manifiesto su elevado nivel cultural así como la pluralidad de ideas, concepciones religiosas, oficios y edades. Seguramente cada sesión sería una oportunidad para la amistad y también para el deleite cultural.

Al carácter incluyente y de respeto a las diferencias dedicaremos otro de los artículos de esta serie dado que ello no era habitual por aquellos tiempos. Alfredo Leal Cortés describe el momento histórico en que inician las domínicas del mate.

El año de 1932 la ciudad de México tenía una población un poco mayor a 1.029,068 habitantes en una superficie de 59 kilómetros cuadrados. Se manifestaba en la urbe una clara tendencia expansionista hacia el sur; y el noroeste y noreste eran terrenos en breña, excepto los tradicionales poblados de Tacuba, la hacienda de San Juan de Aragón y el viejo barrio de Santa Julia. Los nombres ahora familiares del área metropolitana como Ciudad Satélite, Las Arboledas, Coacalco, Ixtapalapa y Tlalpan, ni siquiera asomaban en sueños atrevidos de los inquietos capitalinos, formando parte de nuestra actual deshumanizada conurbación.
El Presidente de la República era don Pascual Ortiz Rubio presionado por la creciente influencia del “jefe máximo”, Plutarco Elías Calles, y atormentado por las noticias diarias de un país sangrante de sus últimas convulsiones, causadas por los excesos, la ambición del caudillaje y un pueblo hambriento de paz y pan. Los artículos de la Constitución de 1917 parecían un espejismo y los cínicos del grupo en el poder, pronto obtendrían la renuncia del responsable del Poder Ejecutivo, única en el último medio siglo de nuestra historia.
Los hombres de ideas carecían de refugio, de ágora para discernir y discutir ideas. (…) Apenas asomaba la vida de los cafés y de los salones rococó, etapas ya traspasadas en Londres y París en el siglo XVIII. (…)
Tal vez, por intuición, como una tarea pragmática del momento e impulsados por el común denominador de que vivían para las ideas, Alfonso Méndez Plancarte, Alfonso Gutiérrez Hermosillo y Octaviano Valdés, sirviéndose del aglutinante literario, fundaron un grupo sin pretensiones gregarias con el pretexto de una tertulia.

Así fue como estos tres hombres profundamente interesados en la cultura desafiaron a su época, abriendo un espacio de convivencia entre quienes pensaban diferente.

Seguiremos con el tema.

jueves, 16 de abril de 2015

Honorarios médicos


La privatización de la salud es un tema recurrente en nuestros días. Ante el hecho que las instituciones públicas suelen carecer hasta de lo elemental, que los médicos generales no pueden prestar el cuidado necesario por la cantidad de pacientes que deben atender, que las consultas con los especialistas se postergan en demasía, etc., quienes pueden (y a veces hasta quienes no) recurren a la medicina privada. Además se presentan situaciones que no dejan de ser paradójicas: no son pocos los países que entre los beneficios que gozan los altos funcionarios públicos se encuentra la cobertura de seguros privados de gastos médicos mayores. Aparecen en los medios elogiando el funcionamiento de la salud pública, pero ni ellos ni sus familias se atienden en ella (algo parecido sucede con la escuela pública).


El sector privado cuenta con una amplia oferta para diferentes bolsillos. Nadie duda que los médicos verdaderamente calificados han hecho un gran esfuerzo y tienen derecho a tener un nivel de ingresos satisfactorio. Pero en algunos casos, los honorarios están fuera de toda norma lo que produce enconadas reacciones. Por si fuera poco con ello, es necesario considerar que si hubiese una epidemia de salud la profesión médica estaría en crisis, lo que desde hace mucho tiempo se presta a conjeturas; ya en 1946 George Bernard Shaw se refería a ello.
 

Los médicos deberían recibir una paga convenida para mantener en buena salud a la familia durante el año... La monstruosidad del actual sistema de práctica privada en la medicina, consiste en que da a los médicos un interés material por la enfermedad, a la que defienden desesperadamente... Nosotros, las víctimas, los apoyamos porque queremos tener un médico elegido amigablemente por nosotros, y no a extraños que vengan a enfrentarnos, impuestos por el Estado. La solución es sencilla. En Suecia, el más civilizado país de Europa occidental, el médico privado recibe una paga convenida para mantener bien a la familia durante el año. No gana nada y tiene más trabajo cuando en la familia hay enfermos. Y no pierde nada y tiene menos trabajo cuando todos están bien. Conocidos míos suecos, no han encontrado dificultad en inducir a médicos ingleses a hacer este arreglo. ¿Por qué no hacerlo obligatorio y abolir el pago por el implacable método del “¿cuánto es?”.
 

Es así que el tema de los honorarios médicos se las trae, su relación con los conceptos de salud-enfermedad es conflictiva y no siempre se ha resuelto –tal como lo plantea Gregorio Doval- de la misma manera. “Hoy en día los médicos cobran cuando sus clientes están enfermos. En la China imperial de Huang Ti [hace casi 5.000 años], sin embargo, los médicos sólo cobraban cuando la gente estaba sana.” Pero las cosas no terminaban allí y, añade Doval, “en caso de enfermedad, los médicos corrían con los gastos del tratamiento”. Seguramente no faltará quien considere conveniente retomar estas ideas.
                                                                                             

Por otra parte, y al igual que sucede con otras profesiones y oficios, cuando el trabajo es más exigente los honorarios son mayores; George Bernard Shaw aborda la cuestión.

 
Cuanto más tremenda es la mutilación, tanto más cobra el  mutilador. El que arregla una uña encarnada del dedo gordo del pie, cobra unos pocos chelines; el que practica una operación en las vísceras, recibe centenares de guineas, excepto cuando lo hace, para ejercitarse, en el cuerpo de una persona pobre.


Esto conduce al absurdo, a diferencia de lo que acontece en otros ámbitos, que cuando las cosas van peor los honorarios profesionales suelen ser más elevados; es Julio Camba quien alude a ello
 

Los mé­dicos más caros no son precisamente aquellos que nos hacen unos diagnósticos más optimistas, lo que, pensándolo bien, no deja de tener su explicación, porque tal es la naturaleza humana, que todos con­sideraríamos abusivo el que por diagnosticarnos un simple catarro nasal se nos cobrase igual que por diagnosticarnos un cáncer o una lesión cardíaca.
 

Por último es necesario resaltar que, y también alejándose de los criterios que aplican en otras profesiones y oficios, el galeno tiene sus honorarios garantizados independientemente del resultado de sus afanes. Ello no siempre fue aceptado de buena gana y hubo quienes se rebelaron, tal es el caso del citado emperador Huang Ti quien -de acuerdo con Gregorio Doval- “había dictado un decreto que obligaba a los médicos a colgar en la puerta de su casa un farolillo por cada enfermo a su cuidado que muriese”. Y mucho peor aún para los intereses del gremio médico la opción por la que, según narra Jorge Mejía Prieto, optó el rey Guntram.
                                                                      

Los descendientes de Clodoveo, el monarca de los francos que murió en el año 511 de nuestra era, fueron tiranos y bárbaros de la peor especie. Uno de ellos, el rey Guntram, estaba casado con Austrichilda. Un día la reina enfermó de disentería y, como sus dos médicos no lograban aliviarla, supuso que éstos eran negligentes e hizo prometerle a Guntram que los ejecutaría sobre su tumba en caso de que ella falleciera a causa de la enfermedad.
La reina murió a los pocos días. Y fiel a su promesa, Guntram dispuso una suntuosa ceremonia a la que asistió toda la corte, y en la que los dos médicos fueron sacrificados sobre la tumba de Austrichilda.


Hay tema para rato.

martes, 14 de abril de 2015

La felicidad: entre Schopenhauer y la tía de Ibargüengoitia

Tema siempre presente en nuestras sociedades el de la felicidad, que durante mucho tiempo fue muy mal vista bajo la sospecha de que si todo estaba tan bien, seguramente algo andaría muy mal. Pero las cosas han ido cambiando de tal manera que primero se reivindicó el derecho a la felicidad y luego –como lo han señalado diversos autores- reparando en la obligación que tenemos de ser felices, todo esto acompañado por una nutrida bibliografía sobre el tema (sea con consideraciones de fondo o con supuestos recetarios que dicen conducir a la felicidad).
Cabe recordar que el tema de la felicidad desde siempre ha interesado a filósofos y escritores. Arthur Schopenhauer sostiene que la diferencia en la fortuna de las personas depende fundamentalmente de tres aspectos:
·         Lo que uno es: la personalidad en su sentido más amplio. Por consiguiente, también aquí se incluyen la salud, la fuerza, el temperamento, el carácter moral y la inteligencia y su desarrollo.
·         Lo que uno tiene: bienes y posesiones de todas clases.
·         Lo que uno representa: bajo tal expresión entendemos lo que se es en la representación de los otros, cómo se lo representan a uno los demás, lo cual depende de la opinión en que nos tengan, y se divide en honor, rango y fama.
En el camino a la felicidad, según Schopenhauer, intervienen factores externos (que él identifica como destino) y elementos consustanciales a cada persona. “La parte objetiva del presente y la realidad se halla en manos del destino, por eso es variable; la subjetiva, en cambio, somos nosotros mismos; de ahí que sea invariable en lo esencial. Ahora bien, siguiendo su opinión, existe un punto de encuentro entre ambas vertientes ya que el sentimiento de satisfacción/insatisfacción tiene que ver con la manera de comprender la realidad. “El mundo en que se vive depende, ante todo, de la interpretación que tenga de él, la cual es distinta según sea el enfoque de las diferentes cabezas: para uno será pobre, anodino y plano, o rico, interesante y significativo.” Las diferencias en esta manera de aprehender el entorno en que se vive no residen simplemente, como afirman muchos autores, en un acto de voluntad sino que están determinadas por las propias características de la persona.
(…) el melancólico ve una escena de tragedia donde el sanguíneo observa un conflicto interesante y el flemático algo sin importancia. (…) Para hablar más llanamente: cada cual está embutido en su conciencia como lo está en su piel, y sólo vive en ella; de ahí que no pueda ayudársele mucho desde fuera. Porque todo cuanto existe y sucede para el hombre siempre existe y sucede sólo en su conciencia.
Según Schopenhauer existen personalidades más o menos propensas a la felicidad y para expresarlo se apoya en Goethe.
(…) quien posee la suficiente riqueza interior no le exigirá mucho; en cambio, el pobre diablo seguirá siendo un pobre diablo hasta el fin, incluso hallándose en medio del Paraíso rodeado de huríes. Por eso dice Goethe:
              Pueblo, siervos y señores
proclaman a no dudar,
que la dicha más cumplida
de los hijos de la Tierra
es la personalidad.
En síntesis el sentimiento de felicidad tiene que ver con cada persona, tal como lo señala el propio Schopenhauer.
De ahí que esté claro cuán dependiente es nuestra felicidad de aquello que somos, de nuestra individualidad: sin embargo, la mayoría de las veces, sólo valoramos nuestra suerte en función de lo que tenemos o de lo que representamos; pero la suerte, “el destino”, puede mejorarse.
Pero siempre existen resquicios que hacen posible mejorar lo que el destino nos tiene deparado. Es probable que así lo haya entendido Lola Sierra -según lo refiere su sobrino el escritor Jorge Ibargüengoitia- cuando afirmó: “El Destino quiso que yo fuera desgraciada, pero no me dio la gana.”

jueves, 9 de abril de 2015

Los sabelotodo


Hace algún tiempo en este mismo espacio nos referimos a los todólogos (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2014/11/todologos.html), suponiendo que su aparición es un fenómeno relativamente reciente. Sin embargo, es necesario reconocer nuestro error. Recorriendo parte de la obra de Enrique Jardiel Poncela encontramos las notas de una conferencia que pronunció en el Liceo Francés, de Madrid, en la primavera de 1928, lo que nos permite constatar que los sabelotodo ya se hacían notar por aquellos entonces.

El hombre cree saberlo todo y lo discute todo. Si va a los toros, le da consejos al torero: “¡Éntrale por la izquierda! ¡Espera a que se cuadre! ¡Sácale de las tablas!” Y sale de la plaza convencido de que si se pone delante del toro, el público habría pedido para él la oreja del empresario. Si asiste al boxeo, le aconseja a su boxeador predilecto: “¡Atízale un gancho! ¡Ahora un directo! ¡Ahora trabájale el estómago!” Y al llegar el triunfo de su boxeador, exclama satisfecho: “¡Vaya, hemos ganado!...”

Visto desde fuera todo es muy sencillo y ello lleva a que Jardiel Poncela reaccione con vehemencia ante la frase favorita del sabelotodo: “Eso también lo hago yo”.

Y en el teatro, ante el trabajo de los actores, y cuando lee un libro, refiriéndose al que lo escribió, y si presencia una comedia, o ve conducir, o asiste a unas cucañas, o contempla el acto de lanzar una cometa, siempre, siempre, siempre, el hombre tiene esta frase despectiva e irritante, que debía estar penada en el Código: “Eso también lo hago yo. Me pongo yo a hacerlo y me sale mejor.”

Para este personaje –de acuerdo a lo que afirma el mismo autor- no hay saber o área del conocimiento que le esté vedada, por lo que si algún familiar cae enfermo es capaz de sugerir al facultativo:

-¿No cree usted que debía ponérsele alguna inyección? ¿No le vendría bien un régimen de leguminosas? ¿Por qué no “probamos” con la hidroterapia?
Sin prejuicio de que, al preguntarle lo que es la hidroterapia, conteste que una cupletista francesa.

Deportes, medicina, plomería, gastronomía, música, todo forma parte de su amplio campo de conocimientos; continúa Enrique Jardiel Poncela

Y si el fontanero va a arreglar las cañerías de su casa, el hombre le discute al fontanero. Y al panadero le dice cómo debe fabricarse el pan. Y al ingeniero cómo deben tenderse los ferrocarriles. Y al músico cómo deben escribirse las partituras. Y en el restaurante grita: “¡Si yo me lanzo a hacer esta mayonesa, me sale de rechupete!” Y en el tranvía: “¡Vaya una manera de arrancar! Ese conductor no tiene idea de lo que hace.” Y para aquellos problemas que en cuarenta siglos de civilización no han podido resolverse, cualquier hombre cree haber dado con las soluciones a los tres segundos de meditación. Especializaos en algo, y no tardaréis en encontrar a un hombre –limpio de aquella cuestión- que os dirá cómo debéis proceder. Y si os emborracháis, y por culpa de la borrachera armáis un escándalo, tampoco faltará un hombre que diga con suficiencia:
-¡Claro! No sabe beber…
Cuando a vosotros os consta que el beber no necesita aprendizaje. Políticamente, todos los hombres han gruñido alguna vez:
-Si yo fuera Gobierno…
Y al 99 por 100 de ellos, si fueran Gobierno, habría que colgarles de un farol recién pintado.

Ante tanta soberbia, Enrique Jardiel Poncela replica en forma contundente: “El hombre, microbio insignificante de la creación, se cree el eje del universo. Y su obsesión de superioridad es tan grande, de tal modo está convencido de que puede dar lecciones a los demás (…)”.

Da la impresión que en esta materia, como en tantas otras, no hemos cambiado demasiado de 1928 a la fecha…

martes, 7 de abril de 2015

Nadie es profeta en su tierra: la llegada del Dr. Mario Molina al Zócalo

Uno de los científicos mexicanos más destacado a nivel internacional es el Dr. Mario Molina quien recibió nada menos que el premio Nobel de Química en 1995 en virtud de advertir la amenaza a la capa de ozono derivada de la emisión de clorofluorocarburos. Además ha recibido innumerables premios y reconocimientos por sus aportes en diversos temas de ecología. En agosto de 2013 el presidente de Estados Unidos Barack Obama anunció que al Dr. Molina, junto a otras personalidades, fue designado para recibir la Medalla Presidencial de la Libertad, mayor honor civil que adjudica ese país a quienes han realizado “una contribución especialmente meritoria a la seguridad o los intereses nacionales de Estados Unidos, la paz mundial, cultura o en otras importantes iniciativas públicas o privadas”.
 
La trayectoria del Dr Mario Molina es motivo de admiración y de orgullo en México, lo que le ha valido múltiples homenajes e invitaciones para participar en eventos académicos. Pero hubo una excepción que le hizo pasar un momento muy difícil y del que da cuenta Raúl Cremoux quien atestiguó el hecho. Sucedió en tiempos en que el Ing Cuauhtémoc Cárdenas fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México (en julio de 1997 Cárdenas se convirtió en el primer Jefe de Gobierno elegido por voto popular y permaneció en el cargo hasta septiembre de 1999 en que se apartó del mismo para participar de otras instancias electorales). Dados los problemas de contaminación de la gran urbe, según el relato de Cremoux, el Dr Molina podría convertirse en un buen aliado para estudiar posibles alternativas que permitieran enfrentar el reto.
 
(...) Cuauhtémoc [Cárdenas] puso una mano sobre la otra y pareciera que al abrir los ojos, también lo hacía con oídos y entendimiento.
-Se trata de que conozcas a Mario Molina. Él es hoy el ecologista más capacitado para ayudarte a bajar la contaminación. Obtuvo hace tres años el premio Nobel de química por su trabajo que permitió conocer la rasgadura de la capa de ozono en la Antártida.
-Ya sé quién es. ¿Tú crees que le gustaría ayudarnos?
-Por supuesto. De eso hablamos hace más o menos un mes... (...)
Nos despedimos y quedé en llamarlo tan pronto como localizara a Molina.
Debe ser la fama que da obtener el Nobel o la necesidad que en todas partes se tiene de tratar de frenar la contaminación, el caso es que fue más fácil localizar un vendedor de gusanos de seda que a Mario Molina. (...)
Al fin se hizo la cita. Yo debería pasar al Pedregal de San Ángel por Mario Molina y su hermano Roberto para llevarlos hasta la oficina de Cuauhtémoc en el Viejo Ayuntamiento.
 
Todo iba de la mejor manera hasta que llegaron al Zócalo en donde se encontraron con un grupo de manifestantes de la organización Antorcha Campesina. Continúa Raúl Cremoux con su pormenorizado testimonio.
 
Cuando llegamos al Zócalo, buena parte y sobre todo, la que colinda con la entrada a las oficinas del jefe de Gobierno, estaba invadida por los abigarrados contingentes de Antorcha Campesina que, bien estimulados por el alcohol, exigían predios en Xochimilco e indemnizaciones en Álvaro Obregón. Sus pancartas se movían al son de tres tamboras, auténticas de Sinaloa, las cuales se alternaban con un equipo multiestéreo de sonido que arrojaba al aire monótonas consignas intercaladas con una destemplada marcha de Zacatecas. Cuando llegamos ante la valla resguardada por policías, bajamos las ventanillas del auto y nos anunciamos:
-Tenemos cita con el ingeniero Cárdenas.
-Mejor que se la cambien para mañana. No hay por dónde pasar y menos con coche –nos aconsejó un amable oficial de pronunciado vientre.
-Gracias –le dijo Roberto.
Cavilamos unos minutos para evaluar la situación. Roberto aconsejaba dejar la reunión para otro día. Me mantuve en silencio esperando que fueran ellos, los hermanos, quienes tomaran la decisión.
-No, yo quisiera conocer al ingeniero Cárdenas. Cuanto antes mejor. Además no sé hasta cuándo podré regresar –nos dijo Mario.
Le dimos vuelta a todo el Zócalo para salir por la calle del 5 de Mayo donde buscamos un estacionamiento. Dejamos el auto y nos dirigimos a pie al edificio del Viejo Ayuntamiento. No había otra posibilidad que internarnos entre la masa de furibundos antorchistas y confundirnos con ellos. A lo lejos divisamos la puerta principal que estaba cerrada. Roberto Molina, vestido como figurín de Oxford Street, aparentemente resultó el más perjudicado en su indumentaria. Su corbata Hermés fue arrugada primero, desgarrada después y salpicado su traje con coca-cola más tarde. Mario, como yo, fuimos más afortunados, solamente fuimos empujados, jaloneados y en nuestras narices coreaban a gritos:
-¡Fuera, pinches rotos!
Llegamos a la puerta metálica con vidrio grueso y después de tocar con insistencia, se abrió una pequeña rendija. Un rostro moreno, sudado nos preguntó en un grito:
-¿Qué quieren cabrones?, ya les dijimos...
-No somos de Antorcha. Nosotros tenemos cita con el ingeniero.
-¿Quiénes son?
-Venimos con el profesor Mario Molina, él es premio Nobel de...
-¿Quésss?
-Es un científico al que el jefe de Gobierno quiere ver. Nos esperan desde hace diez minutos.
-Pérense, vamos a ver –dijo la voz morena.
Ahí pasamos cinco, ocho minutos recibiendo el asedio de una turbamulta que de “rotos” pasaba a llamarnos “putos burgueses”. Molina, el galardonado, sonreía y a los más cercanos trataba de explicarles ahí su presencia:
-Venimos a darle asesoría al gobierno para que podamos bajar la contaminación.
-No mames, viejito, a la contaminación no la para ni Jorge Campos –le gritó en la cara quien parecía dirigir un comando de arrieros sudorosos, para añadir-: A la contaminación la adoramos pues nos sirve para mearnos en ustedes. Jajaja, jajaja.
Súbitamente tres o cuatro hombres fornidos salieron de las entrañas del Viejo Ayuntamiento. Nos rodearon para protegernos y entre empellones y mentadas de madre de los manifestantes nos hicieron entrar al interior del edificio. Ya entre muros, los Molina trataban de peinarse y arreglar su vestimenta. La manga izquierda de mi saco gris de palmitas estaba casi desprendida del hombro. Subimos la imponente escalera que daba al primer piso donde nos recibieron dos jóvenes edecanes.
-¿Les servimos un cafecito?
 
Ya no supe si estas vicisitudes desalentaron la buena disposición del Dr Molina para estudiar el problema, o si por el contrario las adversidades que debió enfrentar para poder llegar a la cita con el Ing Cárdenas redoblaron su compromiso.
 
Por lo visto, ni para un científico distinguido la vida es cosa fácil.