martes, 29 de junio de 2021

Flacos engañadores

 

Existen flacos profesionales, de tiempo completo: aquellos que jamás pudieron haber sido otra cosa que flacos.

Pero también hay otros, los poco convincentes, los sospechosos y Juan José Millás da cuenta del encuentro que tuvo en torno a la mesa con uno de ellos.

Quedo a comer, por razones de trabajo, con un tipo delgado en el que, paradójicamente, intuyo a un gordo invisible. Se trata de un falso delgado. Existen, lo mismo que los falsos simpáticos o los agentes secretos. En el segundo plato, cuando ya hemos entrado en confianza, me cuenta que en otra época llegó a pesar más de cien quilos.

-Más de cien –insiste mirándome a los ojos, para que me haga cargo de las diferencias entre aquel gordo y este delgado.

Sin embargo, para Millás no hay duda posible: el gordo que algún día fue aquél hombre, habita en el flaco en que hoy se ha convertido.

Decidió adelgazar por razones de salud, pero todavía lleva dentro un gordo insaciable que de vez en cuando le obliga a desayunar con churros o con porras. No es cierto, pienso yo, no lleva al gordo por dentro, lo lleva por fuera, en forma de aura. Ha perdido la masa, pero no el alma que daba vida a esa masa.

Existen otras variantes, como por ejemplo los flacos con mentalidad de gordos. Me consta que este gremio trasciende fronteras puesto que me ha tocado compartir la mesa con flacas con mentalidad de gordas en ciudades tan distantes como Barcelona y Oaxaca. Se trata de flacas, en ocasiones muy flacas, que comen y disfrutan la comida como supuestamente solo serían capaces de hacer personas gordas aficionadas a la buena mesa.

Y no proporciono mayores datos porque tal vez alguna de ellas lea estas líneas y luego, con toda razón, me recrimine esto de andar ventilando intimidades gastronómicas.  

martes, 22 de junio de 2021

El límite del ejercicio lector


Hay ocasiones en que la asociación de ideas o conceptos está cantada, es decir que viene servida en bandeja. En otras circunstancias se requiere de una buena dosis de ingenio; así acontece con José Luis Melero cuando vincula cardiología con literatura.

Mi amigo el cardiólogo Ángel Artal dice siempre que hay que hacer ejercicio para prevenir las cardiopatías coronarias. Ejercicio, asegura, y no esfuerzo. Y diferencia muy gráficamente el ejercicio del esfuerzo: ejercicio es caminar, pasear en bicicleta o nadar relajadamente, y esfuerzo es correr la maratón, empeñarse en terminar la Quebrantahuesos o hacer trescientos largos en la piscina.

Lo anterior le permite a Melero enfilar hacia un enfoque original en su línea argumentativa.

Yo, por eso, y siguiendo su ejemplo, nunca terminé Paradiso de Lezama Lima. Bien está el ejercicio, y por eso leí hasta un centenar de páginas la vez que más, pero me acordaba de lo malo que es el esfuerzo y entonces abandonaba rápidamente la lectura para tratar de evitar una de esas pérfidas cardiopatías.

Seguramente cada lector tendrá su propia lista de títulos que mantiene a prudencial distancia para prevenir complicaciones cardíacas.


martes, 15 de junio de 2021

Una presentación diferente

 

De todos es conocida la forma protocolar en que se presenta habitualmente a conferencistas y expositores en los diversos actos en que participan. Por mi parte estaba en el error de considerar que no había mayores posibilidades de innovar en esa materia.

Digo estaba porque tuve la fortuna de dar con el siguiente texto de Thomas Moore

Un amigo me presentó una vez al público ante el cual yo iba a dar una conferencia.

-Voy a decirles –les anunció- todo lo que Tom no es. No es un artista, no es un erudito, no es un filósofo, no es…

Por supuesto que la reacción de Moore no se hizo esperar

Me sentí un poco mortificado al oír tantas cosas que no era. En aquel momento estaba enseñando en una universidad y eso suponía por lo menos la ilusión de que era un erudito.

“Sin embargo -reconoce-, yo sabía que no lo era”, por lo que poco después cambió radicalmente su opinión: “la insólita presentación de mi amigo fue sensata, y absolutamente correcta”.

Y a partir de ello Thomas Moore extiende una invitación que parece digna de ser tomada en cuenta.

Quizás a todos nos viniera bien, de vez en cuando, vaciarnos de nuestra identidad. Si consideramos quiénes no somos, tal vez tropecemos con la sorprendente revelación de quiénes somos.

A esa alternativa la vincula con una perspectiva mística.

De nuevo ese testamento absoluto del vacío lleno de alma que el Tao te King (cap. 22) (…) nos dice en palabras en las que también resuenan ecos de Jesús: “Cuando estés torcido, estarás derecho; cuando estés vacío, estarás lleno”.

La invitación queda formulada.

martes, 1 de junio de 2021

Don Felice en la estación de San Giano

 

No cabe duda que el lugar de nacimiento es referente para toda la vida y explica buena parte de la vida de una persona. Dario Fo reflexiona al respecto

Todo depende de donde has nacido, decía un gran sabio, Y, en lo que a mí respecta, tal vez ese sabio diera en el clavo.

Para empezar, debo agradecer a mi madre que eligiera parirme en San Giano, junto al Lago Maggiore. Extraña metamorfosis de un nombre: Giano, Jano bifronte, antiguo dios romano, que se transforma en un santo cristiano completamente inventado, y además, presunto protector de los fabuladores-cómicos.

En su caso la razón del lugar de nacimiento tiene que ver con el trabajo de su padre. “En realidad no fue mi madre la que eligió, sino los Ferrocarriles del Estado, que decidieron enviar a mi padre en comisión de servicio a esa estación. Sí, mi padre era jefe de estación, aunque interino.” Aquel destino laboral seguramente no sería de los más anhelados ya que “la parada de San Giano era tan poco importante, que a menudo los maquinistas pasaban de largo sin darse cuenta.”

Pero a aquella humilde estación también le llegaron -siempre siguiendo el relato de Fo- los quince minutos de fama.

Hasta que un día un viajero, harto de que siempre lo dejaran en la siguiente parada, tocó la alarma. El tren se detuvo tras un largo frenazo, justo en la mitad de un túnel. Un “mercancías” que lo seguía se estampó contra el tren parado. No hubo muertos de puro milagro. Sólo un herido grave, el pasajero que había tirado de la alarma: al pobre desdichado lo molieron a palos todos los otros viajeros, incluida una monja.

Dario Fo atribuye a su padre un papel decisivo en el destino de aquella insignificante parada en la ruta ferroviaria. “Pero con la llegada de mi padre las cosas cambiaron de inmediato en la estación de San Giano.” Y de esta manera evoca la autoridad que aquel jefe de estación imponía a los propios trenes: “Felice Fo era un tipo que inspiraba respeto y temor. Cuando se plantaba con su gorra roja calada hasta las cejas, erguido sobre la vía, enarbolando su bandera de señales, también roja, todos los trenes se detenían”.