Para poder vender hay que saber lo que le gusta al
personal. Y con pocas excepciones a todos nos gusta ser premiados, reconocidos,
alabados, distinguidos y un largo etcétera. Conocedores de esto, hubo quienes
pusieron manos a la obra y se dieron a la tarea de fabricar premios y
reconocimientos varios. He tenido noticias directas de su existencia en el
ámbito empresarial (líderes globales), educativo (premio a la excelencia) y me consta la existencia de invitaciones para
publicar un artículo o libro, en un texto o colección acompañado de “un grupo
de selectos colegas”.
Hace ya unos años Luis Ignacio Helguera recibió una de
estas invitaciones lo que le permitió narrar sus pormenores en un artículo
titulado De cómo no fui el hombre de la
década.
Al final de una cena deliciosa, un amigo me extendió
un sobre con un remitente de los Estados Unidos y el sello de Urgent. La carta decía (traduzco):
“¡Felicidades! Ha sido usted seleccionado para figurar en la vigésima edición
del reconocido The International
Dictionary of Distinghished Leadership, por su ya larga tarea como editor y
escritor.” Firmado: “Mr. Evans”. Le pregunté a mi amigo qué demonios era eso.
“No sé, a mi también me llegó –dijo-, por recomendación de X (un amigo suyo) y
se me ocurrió recomendarte.” Se lo agradecí, encogiéndome de hombros, y me
guardé el sobre en el saco.
Lo extraño de la forma en que le llegó la invitación
coincidió con su gusto por ser reconocido y el mismo Helguera relata cómo siguió
aquello.
Al día siguiente leí la carta con más detenimiento y
desconcierto. Francamente, no me considero líder de nada (…)
Pero, como en el fondo de nuestro ser alimentamos la
ilusión de que nuestro trabajo es valioso, nuestra capacidad digna de aplauso,
nuestro talento irremplazable, merecedor todo esto de reconocimiento, en un
santiamén respondí la carta, anexé la ficha bibliográfica que se me solicitaba
y lo mandé todo por fax, y también al olvido.
La respuesta no tardó en llegar y en ella los
convocantes comenzaron a mostrar la hilacha.
A la semana siguiente me llegó otra carta con sello de
Urgent, firmada también por Mr.
Evans, agradeciendo mi envío y pidiéndome, en resumidas cuentas y para ir al
grano, que les dijera si mi ejemplar o ejemplares del diccionario lo quería o
los quería en pasta dura, en piel, letras en oro o en simple rústica, y si les
pagaría con cheque o con tarjeta de crédito. La edición más lujosa estaba más o
menos en cien dólares (por ejemplar) y la más sencilla en veinticinco.
Decepcionado de que valoraran el liderazgo de mi cartera por encima del de mi
carrera, decidí devolverles la decepción, diciéndoles que se fueran al cuerno
con todo y sus líderes, diccionarios, letras en oro y Mr. Evans. La negligencia
se encargó de que no hiciera nada.
En cambio, a los quince días llegó otra carta con el
sello de Urgent, firmada ahora no
sólo por Mr. Evans, sino por otros tres líderes gringos igualmente
distinguidos, Thomson, Smith y Bell, anunciándome que había sido elegido para
recibir un raro honor: figurar en sus diccionarios como The Most Admired Man of the Decade. Para alcanzar esa cima sólo me
faltaba remitirles doscientos dólares. Pero en ese preciso momento, en que sólo
doscientos dólares me separaban de ser el Hombre Más Admirado de la Década, me
sentí el Hombre Más Imbécil de la Década.
Luis Ignacio Helguera llega al fin de aquella historia.
“Mientras rompía gozosamente los formularios alcancé a ver que me solicitaban
la recomendación de otros de los Hombres Más Admirables de esta Década o de las
Próximas. Pensé mandarles los nombres de mis enemigos (…) La negligencia se
encargó de que no hiciera nada.”
Moraleja: cuando reciba una convocatoria de este tipo
recuerde que pudiera suceder que no todos sus enemigos sean tan negligentes como
Helguera… Asimismo tenga presente lo que afirma Juan Goytisolo: “Cuando me dan
un premio siempre sospecho de mí mismo.” Y a veces también es conveniente
sospechar de los demás.