martes, 31 de julio de 2012


Anuncios clasificados

Para conseguir trabajo, ofrecer en alquiler un departamento, comprar un auto usado, vender un juego de sala usado -solamente por mencionar algunas de las búsquedas clásicas-, la sección de anuncios clasificados del periódico reviste especial importancia. Los trabajos de Eulalio Ferrer, quien fuera prestigiado publicista y connotado investigador, constituyen referencia ineludible en la consideración del tema. Junto a ofertas o requerimientos habituales están aquellos que se sitúan en una amplia gama de posibilidades: curiosos, extraños, desopilantes o misteriosos. Así nos encontramos en el Diario de México del 25 de septiembre de 1806, citado por Ferrer, con quien ha tenido que anunciar públicamente su existencia.

Don Fernando Antonio Verde, maestro sastre de fama en esta capital, tiene su obrador en la esquina del Espíritu Santo, casa del padre Espinosa; trabaja de moda y a la antigua con la mayor comodidad. Lo participa al público para que lo ocupen como antes, pues ha experimentado que no ocurren a él sus favorecedores, por haberse divulgado una voz supuesta de su muerte; siendo esta falsa, se ofrece a trabajar al gusto de los que le ocupen.

Sin mayor suspicacia es posible preguntarse si el origen del citado rumor estuvo en una desagradable confusión o en la artera estrategia diseñada por un colega en crisis laboral.

Habiendo sido elegidos por una vocación artística hay quienes no la han tenido nada fácil para ganarse la vida. Tal parece, según lo narra Roldán Peniche Barrera, el caso de Gabriel Vicente Gahona (Picheta) artista yucateco que el 13 de septiembre de 1850 publicó un aviso en la prensa ofreciéndose para “sacar retratos de cadáveres, por la suma de dieciséis pesos, llamándosele tan pronto como haya fallecido la persona”. En este caso el nicho de mercado lo constituyen las familias que quisieran contar con algún recuerdo gráfico del finado.

Los anuncios pueden ser un medio idóneo para buscar romance y no falta quien proponga un intercambio muy desigual, si no es que francamente asimétrico. Es el caso, citado por Eulalio Ferrer, publicado por Excélsior el 18 de abril de 1939:
 
Caballero feo y formal, 38 años, trabajador, desea formar hogar con señora joven, bonita y hogareña. Dar teléfono a Lista de Correos Central. México, Alberto S. López.

En este rubro hay quienes manifiestan cierto desencanto en cuanto a la época en que se vive, aclarando desde el inicio -tal vez por aquello de que el que paga manda- los requisitos que debe reunir quien responda al llamado. Un ejemplo de ello lo proporciona Fabrizio Mejía Madrid              

Busco mujer morena, mexicana, católica y discreta con quien mantener relación amistosa con fines matrimoniales. Soy efectivo norteamericano de la base de San Diego, decepcionado de la liberación sexual y con deseos de viajar. Fotografía imprescindible (The San Diego Union, octubre de 1990).

Quien crea que la moda de la cirugía estética se origina en años recientes ante la irrupción de nuevos patrones de belleza, podrá reconocer su equívoco en el anuncio, citado por Eulalio Ferrer, publicado en El Universal el 11 de enero de 1941.

Señora: No despierte usted la compasión de sus amigos y la alegría de sus enemigos, con esa figura decrépita y cansada. Corrija obesidad, caída de pelo, flaccidez de senos y esas arrugas de su cara. Consultas gratis los lunes, miércoles y viernes en Serapio Rendón 88, departamento 41. Altagracia Miraval.

De esta manera es posible advertir que a mediados del siglo XX ya estaba presente la publicidad agresiva desplegada por quien ofrece (¿médico?) el servicio aludiendo a “la compasión de los amigos y la alegría de los enemigos...”

Afirma el dicho que hay clientes para todo y ello parece confirmarse en que no falta el que procura vender un auto muy deteriorado, por decir lo menos, a quien esté buscando un radio. De ello da cuenta el anuncio, citado una vez más por Eulalio Ferrer, publicado en El Heraldo de México el 4 de julio de 1972.

Datsun 1964, baratísimo. Pintura mala, motor cansado, vestidura regular, radio perfecto. Américas 173, departamento 203, colonia Moderna. 539-94-32.

No puede dejar de reconocerse la sinceridad del ofertante al no intentar hacer pasar gato por liebre.

Es posible que algunos desempleados (a quienes en ocasiones se ve en los bancos de las plazas públicas consultando el periódico del día en búsqueda de una chamba que aliviane la vida) al no encontrar el anuncio esperado, deriven a la lectura de otro tipo de ofrecimientos que podrían empeorar aún más su ya de por sí complicada situación. En ese entorno aparece la tentación de acabar con los pocos pesos que quedan, en una casa de masajes eróticos o comprando algún amuleto que permita dejar atrás la mala racha. De este tipo es el anuncio citado por Fabrizio Mejía Madrid y publicado en 1994.

Cuentan que cuando murió el supermillonario griego Aristóteles Onassis, sus familiares y amigos más íntimos descubrieron un pequeño cofre guardado celosamente en su caja fuerte, empotrada en un lugar de difícil acceso en su gigantesca mansión. Fue enorme la sorpresa cuando descubrieron dentro de ella una cantidad de amuletos y talismanes que Onassis había acumulado a lo largo de su vida. Entre ellos estaban las 5 Manos de la Suerte y la Riqueza. Después se supo que él creía que la riqueza y la buena suerte no venían solas. Estaba convencido de que había reunido tanto dinero gracias a la ayuda de esos pequeños objetos que él había acumulado año tras año.
Ahora se sabe que los amuletos en forma de mano y que llevan un color son los más potentes del mundo para atraer la buena suerte que uno desee. Las 5 Manos de la Suerte y la Riqueza son de origen oriental, bellamente diseñadas y acabadas. Cada una de ellas lleva un triángulo de distinto color y se acompaña del Método Secreto Para Hacer Pedidos.
Usted tiene deseos incumplidos. Quiere que esos deseos se le hagan realidad. ¿Son algunos de éstos? Tener una casa nueva, comprarse un televisor de color, encontrar el amor de su vida, lograr armonía familiar y comprarles a sus hijos lo que ellos siempre le pidieron, tener un negocio propio, hacer un largo viaje, cambiar sus muebles, comprarse un auto nuevo, al fin poder tener una videocasetera, tener la ropa que siempre quiso, encontrarse un maletín lleno de dinero, ganar miles de pesos en el Melate o la Lotería, ganar en las carreras de caballos, progresar en su trabajo, poder ayudar a sus padres y familiares... ¡Pídalo ya. Precios del año pasado!

Sin duda todos tenemos necesidad de ser escuchados y en estos tiempos no resulta fácil contar con esa oportunidad, ya sea por la soledad de unos como por la prisa de otros. Esto lo sabe muy bien el anunciante, nuevamente citado por Ferrer, que ofrece sus servicios en El Universal del 2 de junio de 1987.

¿No tiene quién le escuche? Caballero confiable platica con usted. Lugar público, Costo 7,000 pesos, 50 minutos. Citas lunes-viernes, 15.15, 15.45. Al 516-28-99.

En relación a lo anterior llama la atención que la duración del encuentro con el escuchador profesional es similar al de las sesiones de psicoterapias (exceptuando a algunos seguidores de Lacan). ¿Se trataba de un principiante o de alguien experimentado que, desconfiando de la eficiencia de tratamientos clásicos, optó por explorar otra alternativa? Es posible suponer que este servicio se difundiría -al igual que sucede con otros vínculos profesionales- por medio de que los clientes/pacientes lo recomendaran a sus amistades con argumentos del tipo de: “¡si vieras que buena escucha que tiene…!” Por otra parte, ¿cuál sería ese lugar público idóneo para las sesiones de escucha?, ¿el café La Habana en la avenida Bucareli?, ¿un banco del parque México?, ¿una mesa en el Sanborn’s de los Azulejos? Finalmente no es difícil imaginar que al llegar a su casa después de un día de trabajo agotador, el escucha profesional tuviera la necesidad compulsiva de hablar, por lo que su esposa, hijos, o algún otro, deberían convertirse a su vez en escuchas atentos, aunque sin percibir los $ 7.000 estipulados en el arancel profesional.

En síntesis, esta sección del periódico (conocida de diversas maneras: anuncios clasificados, avisos de ocasión, anuncios por palabras, avisos oportunos) pone de manifiesto la diversidad de ofertas y pedidos al tiempo que constituye  fiel reflejo de su tiempo. Edmundo González Llaca profundiza en el tema y enuncia algunos ejemplos significativos.

El capitalismo —señalaba Carlos Marx con un profundo dejo de ironía— se nos presenta como un gran arsenal de mercancías, y quizás la mejor prueba de esta aseveración es El Aviso de Ocasión. Efectivamente, al leer esta sección del periódico pareciera que en nuestro mundo todo pudiera comprarse, venderse, rentarse, no obstante si analizamos con atención los anuncios, descubrimos al hombre más allá de su rasgo exclusivamente mercantil.
En medio del que compra oro y plata en piezas, o cajas fuertes antiguas, contrasta el que divulga, “Doy gracias al Espíritu Santo por favor recibido, gracias a su oración”. El que escribe agresivo: “Es guapa, bien presentada, le gustan las relaciones públicas y quiere salir de la mediocridad. Acuda a...” El que anuncia misterioso: “Personal para trabajo no convencional, medio tiempo, $ 80,000.00 superables, excelente presentación. Hable al tel...”
En medio de ese horrible masacote de letras no podía faltar el surrealismo nacional o la crueldad: “La Agencia Cenicienta tiene las mejores cocineras, recamareras...” (...)
La moderna y dinámica actitud de la mujer frente a sus relaciones con el hombre, la descubrimos en otro poético anuncio: “Juan, cuando hace dos años me abrazaste, aquella sola noche de campaña, pariste una nueva piel que aún me abriga. Dos años es todo. Tiempo en que hemos hecho la vida, hallado los sueños y las formas. Cotidianeidad difícil de vencer, lágrimas y destiempo asimilados. Hoy sigo pensando que vale la pena, puedo volver a pronunciar mis votos de deseo, verdad, permanencia. Isabel”.
Cambian las mercancías pero no algunos valores humanos que parecen eternos. Diógenes cayó en poder de unos piratas; para ponerlo a la venta como esclavo le preguntaron qué sabía hacer, y contestó: “Una sola cosa: mandar”. Dicen que fue comprado rápidamente. 23 siglos después leemos en El Aviso de Ocasión: “Requerimos personas con experiencia y don de mando para proyectarlos como gerentes divisionales...” “Solicito vigilante con espíritu de servicio y autoridad”. Nomás.
Finalmente, el amor, siempre el amor y sus misterios: “Blanca Estela, te deseo la mayor de las dichas por todo lo que me has dado, te quiero mucho, Pepe. Perdón por el retraso”. ¿Por qué se habrá retrasado Pepe? ¿Qué le habrá dado Blanca Estela? En fin, todo lo que hace cada hombre es un microcosmos; ni el capitalismo ni El Aviso de Ocasión, pueden ocultar las miles de facetas de este hermoso e inquietante fenómeno que es la vida.

Todo parece indicar que en este mundo en permanente cambio y transformación, el viejo aviso de ocasión goza de muy buena salud. Tan es así que han surgido publicaciones en que los anuncios abandonan su lugar marginal para convertirse en centro, negándose a convivir con primeras planas, editoriales, crónica roja, caricaturas, secciones culturales, sociales, económicas, deportivas, etc. Muchas de estas variantes supieron adaptarse a los cambios tecnológicos y hoy viajan por Internet.

Es posible predecir larga vida a los anuncios ya que siempre habrá quien busque trabajo, remate por viaje sus pertenencias, ande en búsqueda de una jaula, requiera un operario, busque pareja, y tantos etcéteras. Son muchos los que aún lanzarán su botella al mar con la esperanza de que llegue a buena orilla.

martes, 24 de julio de 2012

Ladrones de libros


No sé si este oficio continúa existiendo en estos tiempos en que los estudios coinciden en que se lee muy poco. Pero lo cierto es que hubo épocas en que los ladrones de libros eran el flagelo de las librerías. Es por ello que para esta semblanza recurrimos a las memorias de un verdadero experto en el ramo de las librerías de la ciudad de Buenos Aires; nos referimos a Héctor Yánover quien da cuenta de las dificultades en el inicio de su nuevo trabajo en que, contrariamente a lo que podría suponerse, no le dolían los ojos sino los pies. 

Ilustración Margarita Nava

Y por fin entré a trabajar en una librería. No tanto trabajar, porque al comienzo mi trabajo consistía en mirar, en no dejar robar. Me apoyaba en una mesa, cruzaba los brazos y miraba. Aquel que por ventura viniese a robar, debía encontrar que entre él y el libro se interponían mis miradas. Miraba de pie largas horas (…) Así, en mi primer trabajo en una librería, me llené de callos plantales. Romanticismo del libro. ¡Cómo me dolían los pies! Entendí a los camareros de los bares, a los guardas de los tranvías, a los empleados de las tiendas, al doctor Scholl.

De acuerdo a su experiencia, Yánover propone una clasificación para los ladrones de libros.

Primeramente habría que dividirlos en dos grupos: los que hacen del robo su medio de vida y los que roban para leer. (...) El gremio es reducido y todos los ladrones se conocen. Si se sabe que en tal librería se puede robar, ahí van todos zumbando como abejas africanas y te enloquecen. Por supuesto que han de robar los libros más caros, los que puedan vender por algunos pesos, que no suelen ser generalmente más que el 20% del valor del libro. No se te ocurra denunciarlos a la policía porque el tiempo que vas a perder equivale a libros aún más caros. Además mandar en cana a una persona que roba libros es una hijoputez cuando hay tanto chorro condecorado, funcionarios y ministros a quienes nadie les dice ni pío en este sacro y civilizado planeta. Los libros robados no los venden los ladrones, sino los reducidores y de esta forma todos pueden trabajar en todas partes a la vez. Los libreros intuyen hasta la exactitud cuándo se trata de un libro robado y cuándo no. Algunos compran igual, de esa manera compensan. De uno supe que cuando necesitaba un libro, lo mandaba robar en otra librería. ¿Será eso lo que llaman ética profesional? (...)
La segunda categoría de ladrones también admite una subdivisión: los que roban porque necesitan el libro y no tienen dinero, y los que lo hacen por comodidad. Hay una tercera, y es la de aquellos que necesitan robar un libro para sentirse aventureros o para probar sus nervios, y no sería raro que hasta fueran buenos compradores. (...)
La rapidez es todo en este oficio marginal, el buen rostro y la mirada franca. Hay quienes roban obras en varios tomos llevándose uno por día. Hasta un Espasa de setenta y dos tomos, con mueble y todo, fue robado de la puerta de una librería de lance de la calle Corrientes. Seguramente sería en la de Palumbo. No es raro que estuviera con los pantalones arremangados y los pies en la palangana, ocupado en agregar agua caliente, cuando paró el camión; bajaron dos changadores, levantaron el mueble, lo cargaron como si tal cosa y se fueron. Tarde fue cuando el viejo Palumbo decidió sacar los pies al frío. Suelen robar los encargados de los depósitos en las editoriales, los cadetes, los fantasmas que los trasladan desde el avión hasta la aduana. Roban niños, mujeres, jóvenes, ancianos; pobres y ricos, hermosas y esmirriadas.

En sus memorias de librero, Héctor Yánover rememora una desgarradora experiencia en relación al tema considerado.
                                               
(…) ¿Vos te acordás cómo era Fray Mocho? Bueno, así. Ni grande ni muy chica pero bien puesta. Llena de libros. Hasta el techo... y no de rellenos, como las librerías de ahora; bien surtida, sección por sección y en doble fila. El punto cayó una mañana de invierno bien fría, pidió permiso para ver porque, dice, tiene que hacer una compra para una biblioteca. Al Tuerto, que estaba de encargado, le brilló el ojo. Hoy estoy de liga, pensó, justo que no está el trompa me anoto un poroto. Y entró a atender. El punto empieza a revisar y va apartando. Caza un block de notas y va escribiendo. El Tuerto va y viene pero el tipo parece saber de qué se trata. Meta anotar mientras va apartando libros. Como dos horas. Un derrepente dice que va a volver mañana y se las toma. Estas ventas grandes, piensa el Tuerto, no se hacen de golpe. Seguro que vuelve. Y se pone a acomodar. Y de pronto, de pronto se apiola. El tipo le afanó. Le afanó gordo le afanó. Falta la Paideia y La rama dorada y tres de Aguilar y el Tuerto se quiere morir. “Este los vende, seguro que los vende”. Cierra el boliche y entra a recorrer el espinel. Todos, hasta los puesteros del Cabildo prometen llamarlo no bien caiga el punto. Como a las seis de la tarde lo llama Moro. “Un flaco con sobretodo largo: Oscar Wilde-Cervantes-Shakespeare; rajá”. El Tuerto llega en un vuelo. Entra cerrando la puerta detrás de él, aparatosamente, al tiempo que casi grita de los nervios: “No va más, hijo de puta, se acabó”. El tipo, no bien lo ve, mete la mano a la cintura y saca un revólver, va a recular el Tuerto cuando en un solo gesto, sin pensarlo, el tipo se pega un tiro. Estupor más fuerte que estampido. Al caer se le abre el sobretodo y estaba preparado. Le había hecho una estantería de cada lado, podía afanar cualquier cantidad, era una biblioteca ambulante. Ya tirado manotea unos papelitos y trata de romperlos. Y mientras todos se quedan pálidos y duros, como muertos, el que se muere es el tipo. Queda seco. Viene la cana. Viene la ambulancia. El Tuerto se va volviendo con los papelitos en las manos, eran versos y para colmo de amor. Dedicados a Luisa.

Y todavía hay quien dice que la lectura no representa peligro alguno.
Por su parte, Beatriz Sarlo evoca de manera elogiosa a quien destacó en el ramo de ladrones de libros. “Memorable es el caso de quien había inventado una bolsa de tela, que llevaba colgada del cuello debajo de un elegante impermeable a lo Bogart. Allí fueron a parar, de uno en uno, todos los tomos de la obra completa de Herder. Una verdadera maravilla del arrojo y el método.” Según Sarlo cuando los intelectuales que robaban libros atravesaban una buena racha económica solían devenir en clientes de excepción. “Hace treinta años, algunos intelectuales eran expertos en este arte; los libreros del centro de Buenos Aires los conocían porque, cuando venía la buena, también eran excelentes clientes.” En su opinión la disminución y posible extinción de quienes desempeñan este oficio tiene que ver no tanto con la baja en la lectura sino con los avances en los dispositivos de seguridad, “(…) ha perecido el gen de los ladrones de libros, una especie que la seguridad magnetizada ha condenado a la extinción o a los desafíos excepcionales”.
Pero los ladrones de libros no solo constituyen una amenaza para librerías y bibliotecas públicas sino también para las bibliotecas personales y familiares. En este caso no se trata de ladrones profesionales sino de amateurs que piden prestados libros que desde ya saben que jamás devolverán. Al respecto, un verdadero bibliófilo como lo fue don Andrés Henestrosa cita a Francisco J. Santamaría quien propone los principios que deben regular este tipo de acciones.

(...) un código del robo de libros tiene solamente tres artículos, a saber:
1º. Que no pueda yo adquirir el libro de ningún modo lícito, ni me lo vendan, ni me lo presten, ni me lo regalen.
2º. Que me sea indispensable.
3º. Que esté en poder de quien no lo aproveche, ni lo use ni le haga falta... ni deba poseerlo, por lo mismo. Porque el libro debe estar en poder de quien lo utilice.

Es frecuente escuchar a quienes señalan que en tiempos recientes la doble moral ha sido sustituida por el cinismo. Dudamos que dicha afirmación tenga un alcance general, pero está claro que algunos ladrones de libros sí asumen una conducta cínica cuando exhiben como trofeos de guerra aquellos libros que ellos volvieron de su propiedad y que aún ostentan el nombre de las personas que ingenuamente accedieron a prestárselos. Por si fuera poco son los primeros en reclamar cuando el libro que prestaron dilata su regreso.

martes, 17 de julio de 2012

El tiempo tan necesario y tan escaso


Con razón se ha señalado el error en que incurrimos cuando decimos que el tiempo pasa, cuando en realidad somos nosotros los que pasamos en el tiempo. Asimismo existen distintas maneras de representar al tiempo, por lo general se lo percibe como una línea (la llamada línea del tiempo). También hay culturas que lo representan como un espiral en el está en juego su propia existencia ya que en la línea uno se aleja irremediablemente de los acontecimientos del pasado, mientras que el espiral procura conjurar el olvido al recordar cíclicamente el pasado (en particular aquellos acontecimientos que es muy importante evocar con regularidad como forma de impedir el que vuelvan a ocurrir). 

Illustración: Margarita Nava
También existen tiempos urbanos y rurales; de invierno y verano; de trabajo y ocio; de infancia y adultez. 

En un trabajo titulado “El mundo actual y sus desafíos” señalábamos que actualmente –retomando la expresión de Heidegger- “el tiempo se ha transformado en rapidez”, por lo que no es fácil seguirle el paso a nuestra época. Estamos inmersos en una cultura donde lo instantáneo e inmediato adquiere valor fundamental mientras que, por el contrario, existe pérdida de paciencia y cualquier espera mínima (por ejemplo frente a la pantalla de la computadora) nos parece una pequeña eternidad.

Y agregábamos que los nuestros son tiempos “adelantados”: la adolescencia cada vez llega antes, los productos y adornos navideños se exhiben desde comienzos de noviembre, las campañas electorales dan inicio dos años antes de las elecciones… Pero no sólo se trata de que vivimos en tiempos acelerados sino también imprevisibles: muchos de los cambios que se han presentado en décadas recientes no pudieron ser anunciados ni con un mínimo de antelación. De allí la sensación de que esas transformaciones irrumpieron súbitamente en la historia; en síntesis, no vivimos épocas propicias a los pronósticos confiables. Según Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut

Sucede cualquier cosa menos la que está prevista, nadie termina su vida tal como la había programado. Y éste es el milagro de nuestro tiempo: vivimos, es evidente, una “época formidable”, hay que admitirlo sin la menor ironía. Pues los períodos más apasionantes son siempre los períodos de las grandes inseguridades y angustias, o sea también los períodos de gran confrontación. De ahí puede salir tanto lo peor y más inmundo como los mejor y los matrimonios más increíbles.

Resulta evidente el ritmo vertiginoso que adquieren los cambios; de allí la pertinencia de lo expresado por Paul Valéry en cuanto a que “el futuro ya no es lo que era”.
Por todo ello las cosas se complican a la hora de valorar los cambios que se han venido produciendo y las opiniones a ese respecto están muy polarizadas. Por ejemplo, en cuanto a las novedades tecnológicas hay quienes las valoran como una mejoría indiscutible para el desarrollo humano pero tampoco han faltado críticos como José Narosky para quien: “La tecnología ayuda a avanzar. Y a retroceder”. Incluso respecto a la noción de progreso, Ernesto Sábato plantea una singular paradoja: “A veces el progreso es reaccionario”.

Tal vez el problema sea que, uniendo lo señalado previamente, con las prisas en las que vivimos no nos tomamos el tiempo necesario para hacer una evaluación sensata de las transformaciones. En esto, como en tantas otras cosas, la sabiduría de la cultura china puede ayudar a orientarnos y a tales efectos conviene citar un ejemplo. En 1989 se dieron cita en Francia los mandatarios de muchos países que fueron invitados para sumarse a la celebración de los doscientos años de la Revolución Francesa. En ese entorno la prensa internacional interrogó a los diversos jefes de estado quienes competían en sus elogios a dicho acontecimiento. Sin embargo cuando se le solicitó su opinión a Zhou En-Lai (máxima autoridad china en ese momento) se limitó a responder: “Aún es demasiado pronto para decirlo”.

martes, 10 de julio de 2012

Enigma en el comedor

Mi amigo Melchor me contó la siguiente historia que sucedió en una planta maquiladora de Ciudad Juárez en la que laboraban solamente mujeres que por salarios exiguos cumplían largas jornadas laborales rutinarias, repetitivas. Cada día era parecido al siguiente por lo que era posible predecir con toda exactitud como sería la jornada de mañana, de pasado mañana, de traspasado mañana… Muchas de ellas habían llegado a la frontera ilusionadas con el sueño americano que para muchas devino en pesadilla mexicana. La gran mayoría eran madres solteras o madres solas que debían resolver el sustento de su prole. Las pocas que aún estaban en pareja compartían el presupuesto familiar con sus hombres que a su vez tenían sueldos tan mínimos como el de ellas. Las solteras esperaban la llegada del sábado para salir a divertirse gastando los pocos pesos que comenzarían a reunir nuevamente a partir del lunes siguiente. Tiempos de vergüenza en que muchas mujeres fueron brutalmente asesinadas en aquellos rumbos. Las comisiones y fiscalías especiales se sucedían, los crímenes también.

Ilustración: Margarita Nava

El director general de la maquila que era muy buena gente tuvo conocimiento que el chef de un importante hotel había quedado sin trabajo. Lo contrató y le pidió que mejorara el sabor y calidad de los alimentos que se elaboraban para las obreras. Sabido es que en los comedores de las fábricas no está permitido llevarse la comida que sobra para la casa. De ahí que por lo general en las bandejas no queda nada.

La sorpresa fue mayúscula cuando a partir del nuevo menú, las obreras no comían y las bandejas se retiraban tal como eran servidas. Aquello era muy ilógico: la comida mejoraba y sin embargo no gustaba. Para averiguar lo que sucedía, y con un accionar ético cuando menos polémico, se contrató a una psicóloga que entró a la planta camuflada como nueva obrera y con el cometido de aclarar el enigma.

Al poco tiempo se esclareció la situación. Las mujeres reconocían que la comida era muy sabrosa y de alta calidad pero no estaban dispuestas a comer aquello que luego, al llegar a su casa, no podían servir a sus hijos. Entonces, la respuesta casi unánime era no comer.

La solución fue servir dos porciones, una más aguada para comer allí y otra más seca que se autorizó llevar a las casas. Ahora sí, las obreras comían a gusto y elogiaban los diversos menús que preparaba el chef.

martes, 3 de julio de 2012

Descargaderos sociales


Todos requerimos de espacios que nos permitan descargar aquellas tensiones y violencias de las cuales también están hechas nuestras vidas. Y existen diversos modelos de aliviane personal. Hay quien saca su furia interior en el día a día pero también están aquellos que aparentemente no lo requieren hasta que en un momento la explosión es de consideración ante lo cual los conocidos sólo atinan decir: “sí parecía que no mataba ni a una mosca…” o “el que aparentaba no romper un plato, acabó con toda la vajilla…”
Las formas más sofisticadas para expresar el enojo son la ironía y el sarcasmo, sin embargo las más habituales son con las llamadas malas palabras que, de acuerdo con Isidro Más de Ayala, tienen como función distender el ánimo contrariado.

Son como un alivio frente a una contrariedad, y una válvula de escape que afloja nuestros nervios en instantes de cólera o fastidio. Estamos seguros que el lector reconocerá que no es necesario que presentemos ejemplos de esta función detergente de las malas palabras, escape del ánimo en tensión, válvula de seguridad frente al enojo pronto a estallar por los brazos o los pies. Si la educación es tan cuidadosa en prohibir al niño que diga malas palabras es porque se está seguro de que, de grande, las va a decir, pues no se prohíbe lo que no puede tener lugar.

En esta última afirmación se descubre que el texto anteriormente citado procede de varias décadas atrás ya que actualmente no existe tanto cuidado por el lenguaje empleado. Por otra parte, no deja de llamar la atención el descubrimiento de que las malas palabras emitidas por un boca sucia tienen una  función detergente.
También hay quienes exorcizan sus demonios en la creación artística, en el baile, en el encuentro con los amigos o bien –y es una de las formas más recurridas- asistiendo a la cancha de futbol. De ahí que Más de Ayala identificara al Estadio Centenario con un gran Insultorio.

En todas las grandes ciudades modernas existen sitios destinados para que la colectividad vaya periódicamente a ellos a descargar sus enojos. Nuestro Montevideo no podía ser la excepción y tiene su lugar destinado para tal fin: es el Estadio Centenario, donde semanalmente concurren decenas de miles de personas a cumplir aquella sana función de desahogo. Se paga una entrada, se toma asiento en una tribuna y se es libre y dueño de dirigir todos los insultos que se quieran a unas personas que, allá abajo y dentro de un alambrado, hacen algo que a veces se parece a un partido de fútbol. Es de práctica dirigir de preferencia los insultos peores y de mayor calibre al árbitro (...)
Todo un variado y rico repertorio que va desde "Cabeza de huevo" hasta "Juez del Crimen", pasando por alusiones veladas a sus progenitores más inmediatos está permitido. El empleado que ha trabajado a presión toda la semana y que tiene un patrón severo, se desquita con el árbitro o el centre-forward: chorro, animal crónico, son los dulces nombres que les prodiga con generosidad. El empleado postpuesto, el obrero mal pagado, el comerciante agobiado de impuestos, el político no votado, van al Insultorio Centenario y allí dicen todos los denuestos y blasfemias que quieran.

El mismo autor arriba a otra conclusión importante: los precios de las localidades están en función de sus propiedades insultorias.

El precio que debe pagarse por las localidades está en relación con el mejor impacto que pueda hacerse desde ellas. La platea y la tribuna América son las localidades más caras porque están cerca del túnel donde salen y entran los jueces y jugadores y al alcance así de las palabras. La Olímpica cuesta menos porque allí el pouchingball es sólo el linesman de ese lado. Y los Taludes son los más baratos porque desde ellos sólo alcanzan los insultos a la espalda de los goleros.

De esta manera, continúa su análisis,  los insultos proferidos tienen que ver con el nivel socioeconómico de sus emisores.

A las personas de las clases sociales más cultas se les ubica en una división especial llamada Palco Oficial. Los denuestos que de allí salen son de una calidad más distinguida que los que proceden de las tribunas. Así cuando a un Juez desde la Tribuna América se le grita "¡Ladrón de los caminos!", desde la Olímpica: "¡Juez del Crimen!", desde la Ámsterdam: "¡Chorro inmundo!", y desde las Taludes (tachado por la Dirección), desde el Palco Oficial se le llama "¡Arbitro venal!" A veces, es cierto, se escucha procedente del Palco Oficial alguna palabrota propia de las localidades baratas, pero es algún colado que llegó allí como los del Talud que saltan para las Tribunas.

Otro aspecto que hace notar Más de Ayala es la proximidad en que se encuentra el Estado Centenario respecto a otras instituciones asistenciales.

Teniendo en cuenta su finalidad de asistencia pública, el Insultorio ha sido construido junto a los otros bloques asistenciales de la ciudad: el Hospital de Clínicas, el Instituto Traumatológico (con el que lo une un túnel) y el de Enfermedades Infecciosas donde está a estudio el virus supertóxico extraído de la saliva del hincha rabioso. (...)
Y para aquellas personas a quienes no les alcanza el diálogo socrático y tienen necesidad de pegar un balazo se dispone allí mismo, a pocos metros, del Polígono de Tiro donde pueden realizar su deseo de ejecutar un tiro real. Como vemos, están previstas y llenadas todas las necesidades correspondientes a los saludables desahogos de la colectividad.

Y uno se pregunta que diría hoy Isidro Más de Ayala ante tanta violencia absurda e irracional dentro y fuera de las canchas de futbol; cuando imperan las barras bravas; cuando alguien es asesinado por ser partidario del cuadro rival; cuando se considera una hazaña robar y quemar la bandera del equipo contrario; cuando un clásico se transforma en problema de seguridad nacional; cuando en una tribuna ya no pueden coexistir las parcialidades contrarias; cuando… No sabemos qué diría el multicitado autor pero el texto citado a continuación podría ser una aproximación a su opinión.

Existen personas absurdas que se toman a golpes en el Insultorio, lo que equivale a tocar la pelota con la mano cuando se está jugando al fútbol. Son seres no evolucionados, que no comprenden la finalidad derivativa del espectáculo, pertenecientes al mismo grupo de inmaduros que toman en serio los insultos que se reciben cuando se maneja un auto en la ciudad. Las blasfemias lanzadas desde el volante, como los denuestos dichos en el fútbol, son derivativos, supletorios, detergentes, y quien insulta y además se pelea resulta tan ilógico como un hipertendido que se hiciera una sangría y que además después tuviera una hemorragia.
Lo repetimos, porque vemos domingo a domingo que es necesario; la finalidad del Insultorio Centenario es sólo y nada más que el insulto. Allí, cómodamente sentados, en mangas de camisa o en solera, hombres y mujeres, grandes y chicos, suegras y yernos, deudores y acreedores, blancos y colorados, árabes y judíos, están todos de acuerdo: insultar al juez y a los linesmen, mientras toman café, beben coca cola, comen pop con vitaminas acarameladas o helados con clorofilas sintéticas.

¿Qué nos aconteció?, ¿cómo fue que el Insultorio se fue volviendo insuficiente para descargar nuestra violencia?, ¿por qué concurrir al estadio deja de ser una opción para muchas familias?