jueves, 19 de diciembre de 2013

Cazadores de erratas

El diccionario define a la errata como “equivocación tipográfica cometida en un escrito”. Algunas de ellas no afectan mayormente y es muy fácil seguir adelante con la lectura. Pero existen otras que son desopilantes y producen un relax inesperado en la atención del lector. Jesús Silva-Herzog Márquez proporciona algunos ejemplos dignos de consideración.
 “Aquella mañana doña Manuela se levantó con el coño fruncido”, decía una línea de la primera edición de una novela de Vicente Blasco Ibáñez. En realidad era el “ceño” lo que tenía arrugado doña Manuela por la mañana. Pero una letra se desfiguró, quién sabe dónde. El libro había sido atacado por los “ratones” que muerden los textos en su camino hacia la edición. Hija tonta de la imprenta, la errata es la inevitable peca de los libros. Desde la máquina de Gutenberg, plagan naturalmente los textos impresos. Hay quien recomienda resignación. Alfonso Reyes, que mucho sabía de las erratas (recuérdese aquella anécdota de Ventura García Calderón refiriéndose a una descuidada edición suya: “Nuestro amigo Reyes acaba de publicar un libro de erratas acompañado de algunos versos”), daba por descontado todos los esfuerzos por cazar la errata y aniquilarla antes de que el texto vea la luz: “A la errata se la busca con lupa, se la caza a punta de pluma, se la aísla y se la sitia con cordón sanitario... y a última hora, entre las formas ya compuestas, cuando ruedan los cilindros sobre los moldes ya entintados ¡héla que aparece, venida no sabe de dónde, como si fuera una lepra connatural del plomo!  Y luego tenemos que remendar nuestros libros con ese remiendo del pegado que se llama fe de errata, verdadera concesión de parte y oprobio sobre oprobio.” Algún libro orgulloso declaró en su última página: “Este libro no tiene eratas.”
(...) [Jorge] Esteban [en Vituperio (y algún elogio) de la errata] recoge y condimenta erratas de ahora y de tiempos lejanos. Como aquella que sufrió el poeta Garcilazo, en un verso que, en vez de decir, “Y Mariuca se duerme y yo me voy de puntillas” quedó “Y Mariuca se duerme y yo me voy de putillas”. (...) Debe haber sido también penosa la situación del crítico que dedicó un libro suyo a una condesa, escribiendo al inicio de la obra que su “exquisito busto (en lugar de “gusto”) conocemos bien todos sus amigos”.
Existe otra variedad de errores que terminan siendo verdaderos horrores. Márius Serra se refiere a la selección reunida por el escritor Jesús Marchamalo lo que le permitió organizar la exposición Morderse la lengua que tuvo lugar hace unos pocos años en España.
Marchamalo, autor de la apreciable novela La tienda de palabras, divide temáticamente los horrores. Los médicos son legión: se diagnostican hernias fiscales o daños cerebrales en el hígado y se hallan científicos atrapados entre tímpanos de hielo. Los estadísticos les van a la zaga: seis de cada cuatro canarios son asediados por la delincuencia, ocho de cada tres acusados son absueltos y seis de cada cuatro víctimas de acoso laboral son mujeres. Otros parecen de chiste: San Juan Autista, el 4.º de baño. Pero todos están documentados con su correspondiente recorte de prensa. Me fascina uno en el que Roger Moore aparece sonriente con la condecoración que le acredita como nuevo sir justo al lado del primer párrafo de la noticia "Ayer la corona británica embistió al actor Roger Moore con el título de caballero".
Tal como está el patio, el "punto fulminante" de la exposición del Centro Virtual Cervantes es una errata ortográfica de lectura inquietante que parece remitir a las mesas petitorias de firmas contra el Estatut: "En España cavemos todos". ¿Será por eso que se divisan tantas trincheras?
Para el caso de México existieron reconocidos cazadores de estos horrores expresivos: imposible olvidar a Nikito Nipongo (Raúl Prieto) y a Carlos Monsiváis. Menos conocido es Carlos Martínez Vázquez quien ha reunido una amplia colección de textos tomados de la prensa de Guadalajara.
La persona que fuma muere más que la que no... Protesta la CTM porque casaron a 40 obreros... La compañía inició sus oraciones... Descubren remedio contra la alegría... Ligero descanso de la temperatura... El Dr. Junípero Capadocio, destacado cirujano, igual que su nieto fue enterrado... Nuevos establecimientos febriles... Pese a la pág. 9... Yace el héroe en su cripta, a sólo tres décadas de la iglesia... El visitante vivo o muerto, podrá apreciar... El Dr. Feliciano Casiopea ha adoptado orejas artificiales... Inicia la Cruz Roja su colecta anal... Desde que falleció, hace diez años, se ha negado a reaparecer ante su público... El lago de Chapala en franca y lenta agonía... un terremoto del 5º grado  de la escuela de Mercalli... El Instituto Indigenista ayudará a los Yanquis...
De la nota policíaca:
Un muerto y varios heridos intentaron robar un banco... Falleció a consecuencia de no haber podido sobrevivir... Cuantioso fraude capturado... Casi fueron atropellados por un bache... Tiene alojado el proyectil al lado izquierdo del cordón umbilical... 36 sobrevivientes perecieron durante un céntrico edificio... Bígamo que se casó 19 veces... En fervoroso accidente, dos motocicletas sufrieron graves lesiones... Fue identificado el cadáver por sus padres, a quienes, luego de practicárseles la autopsia de ley... Se recogieron las cenizas de las 24 víctimas, todas con un rictus de dolor reflejado en el rastro... Murieron quemados vivos... Quien presenta fractura de la pelvis inferior derecha... Recibieron golpes contusos de consideración en el hospital del ISSSTE... La explosión se produjo cuando los muertos se disponían a... Murió de un balazo en la nuca. No sabe quien fue... Los cadáveres de los ociosos... El menor Pascasito Padilla fue atropellado por un vehículo, el cual huyó cuando se dirigía a su escuela... Y pareció una vez más en un accidente... Cuando menos cinco de los tres impactos eran mortales de necesidad... Con una herida de más de dos metros de extensión a la altura del segundo espacio intercostal, fue sepultado en el panteón en calidad de detenido...
El humor involuntario se hace presente cuando menos se lo espera. Para ser cazador de erratas alcanza con hacer lecturas cuidadosas, encontrar los errores, tener la disciplina de guardarlos y, por último, la generosidad para compartirlos.

martes, 10 de diciembre de 2013

Pueblo de artesanos

El oficio de artesano cuenta en México con larga tradición. Joaquín Antonio Peñalosa alude al testimonio de algunas crónicas antiguas a este respecto.
 
Los cronistas e historiadores del siglo XVI, sin que ninguno disienta, se muestran acordes y emocionados ante las manos industriosas de los indios, manos inteligentes y silenciosas que supieron arrancar de la materia dura y arisca, perdurables destellos de vida y color.
Don Juan de Palafox y Mendoza escribe en ese pequeño gran Libro de las virtudes del indio que "tienen grandísima facilidad para aprender los oficios, porque en viendo pintar, a muy poco tiempo pintan; en viendo labrar, labran; y con increíble brevedad aprenden cuatro o seis oficios. En la obra de la Catedral trabajaba un indio que le llamaban Siete Oficios, porque todos los sabía con eminencia. Yo no dudo que aventajen a todas las naciones en hacer cosas con tal brevedad y sutileza".
 
El oficio de artesano ha llevado con mucha dignidad el paso del tiempo al combinar la sabiduría de lo ancestral con la valentía de la innovación. En relación a ello señala Peñalosa

Cuanto aquellos varones dijeron hace siglos, continúa siendo válido para el artesano de ahora.
El mexicano lleva por herencia o por naturaleza, ese poder de transformación, esa capacidad creativa, esa flexibilidad y finura de unas manos mágicas, sensibles y hacendosas.
Ningún material es pobre y refractario cuando esas manos lo tocan. El barro espeso, el cartón opaco, la rama de árbol, el hirsuto ixtle, el vidrio quebradizo, la liviana paja, cualquier materia por oscura y deleznable que parezca, en las manos del artesano habla y esplende, como una voz o como una llama. Efímera y eterna.
Pero no son las manos solas, ellas al fin un instrumento inútil si no estuvieran al servicio de la imaginación y la fantasía.
Cuando un pueblo, en medio del caos, todavía puede soñar, señal que está vivo.
(…) La dicha de vivir, la plenitud espiritual se desborda por estas artes populares, pequeñas de apariencia, humildes de cuna, ricas de significados humanos y artísticos.
 
Puede que exista pero aún no lo conozco. Me refiero a esa ciudad, pueblo, localidad de México en la que no se encuentre un mercado de artesanías. Hay acuerdo que en este rubro el sur es más próspero que el norte (aun cuando allí  también se hacen maravillas), sin embargo a lo largo y ancho del territorio nacional es posible apreciar extraordinarios trabajos en metal, madera, textil, vidrio, cerámica, etc.
 
Es muy difícil cotizar en su justa medida el trabajo del artesano. ¿Qué contempla el pago realizado? ¿La belleza del producto, la sabiduría del artista, la materia prima utilizada, las horas que insumió...? Existe la costumbre del regateo (término hecho como a medida para iluminar el concepto al que alude). El regateo habitual consiste en que una vez que conoce el primer precio, el cliente pregunta: ¿cuánto es lo menos?, ¿cuál es el último precio? Este intercambio es de rutina por lo que el artesano suele tenerlo contemplado en su primer precio. Tan es así que Beatriz Sarlo comenta una experiencia que tuvo en otras regiones pero que aplica a lo que venimos considerando.
 
(...) en los mercados, el proceso de compra-venta tenía un implacable formalismo en varios pasos: oferta, precio, regateo, falsa retirada del comprador, nuevo regateo, falso enojo del vendedor, regateo final, acuerdo de precio. Una vez, en un pueblo de Cochabamba, cansada de una larga conversación, desistí de la compra. Se trataba de una canasta de higos y quesos, algo que íbamos a consumir allí mismo. La vendedora, en tono altanero, me dijo: “Lléveselos pues, pero aprenda a comprar”.

Por cierto que este formato ha sido adoptado por las grandes casas comerciales que marcan el precio al producto y allí mismo aplican el porcentaje de descuento y remarcan con su último precio. Nada nuevo bajo el sol.
 
Pero también existe un regateo de mala entraña. Me refiero a aquel en que el comprador al percibir la necesidad de vender que tiene el artesano lleva la negociación a un precio final muy por debajo del costo real del producto en cuestión. Esta actitud subestima el valor del producto que en sí mismo expresa una labor muy cuidadosa; ejemplo de ello es una nota de Arturo Jiménez que describe la labor de una artesana de rebozos.
 
Reyna Martínez Cayetano, cuya comunidad (San Pedro Cajonos) se ubica en la sierra norte de Oaxaca, cuenta que ahí se hacen rebozos, huipiles, blusas, bufandas y joyería con seda, además de otras manualidades, como alebrijes. Dice que las técnicas para los rebozos son ancestrales, que las aprendió de su madre y que incluyen la crianza de gusanos, el hilado con máquina de pedal o con malacate, el tejido en telar de cintura y el teñido con tintes naturales. (...)
Los gusanos de seda se crían durante mes y medio en estantes o charolas, y debe cuidarse que no se los coman hormigas, pájaros o arañas. A los gusanos se les da de comer tres o cuatro veces al día hojas del árbol de mora, que también siembran en la comunidad.
El gusano pega en hojas de encino su capullo de seda, del que desenredan el hilo. Tras una semana sale del capullo una mariposa, la cual pone jebecillos, de los que nacerán nuevos gusanos. Tras poner los jebecillos la mariposa muere.
Tras el hilado, viene el tejido, al que se le hace el flequillo o rapacejo mediante nudos con figuras. Queda un rebozo de tono blanco, que luego se pinta con colores naturales, de corteza de árboles o flores, sin dibujos. Entre el hilado, el tejido, el rapacejo y el teñido, se llevan más o menos un mes trabajo por rebozo. (...)
El rebozo es una prenda de vestir característica de México, así como la pashmina de la India o los mantones de Manila o de España. Aunque hay especialistas que afirman que, pese a no ser tan conocido en el mundo como las prenda mencionadas, el rebozo llega a tener mayor complejidad y calidad en su elaboración.

No falta el comprador que en lugar de avergonzarse de su denigrante regateo expresión de desprecio hacia el valor del trabajo artesanal, presume del gran negocio que hizo. La desvergüenza en acción.

Por supuesto que también existe el abuso de la parte vendedora. Conocida es la existencia de vendedores en los alrededores de las zonas arqueológicas que ofrecen copias de piezas prehispánicas. Su habilidad como merolicos es tal que el desprevenido turista acaba pagando por ello una pequeña fortuna y se va muy feliz por haber adquirido una pieza auténtica. Y es que a la hora del regreso a su lugar de origen, tal como lo afirma Joaquín Antonio Peñalosa,  los turistas quieren llevarse una parte de México.  
 
En el equipaje de los turistas que regresan a su país, jamás falta una generosa dotación de estos objetos mal llamados folklóricos, por el desprestigio que va teniendo esta etiqueta.
El extranjero busca lo diferente. Es decir, aquello que nos es propio. Por eso busca nuestras artesanías, que reflejan el fulgor y el colorido de México, sus dignas y fieles embajadoras. Esas cajas de maderas incrustadas, esos pájaros de tornasoles vidrios soplados, esas máscaras hieráticas de hoja lata, esos rebozos de seda que caben por un anillo.     

jueves, 5 de diciembre de 2013

Jerga médica

En una suerte de torre de Babel las diversas profesiones y oficios han desarrollado su propio lenguaje. Lo usual es manejarse con solvencia en el propio campo laboral y con ignorancia respecto a los otros. Ahora bien, existen sospechas fundadas en cuanto a que el uso del lenguaje pudiera ser una forma de discriminación; a ello se refiere Álex Grijelmo.
 
Todas las profesiones generan cierta jerga, que no está mal si se usa entre afines.
El problema se produce cuando la jerga de unos pocos se traslada al público al que deben dirigirse. Así nos sucede con los políticos, los jueces, los médicos... Nos hablan como si fuéramos uno de ellos...
No, realmente no nos hablan como si fuéramos uno de ellos. Nos hablan así para que nos demos cuenta de que no somos uno de ellos. De que son superiores a nosotros, pues dominan unas palabras que a los demás nos resultan ajenas.

Por supuesto que la especialización en ciertas áreas del conocimiento requiere una terminología particular pero en muchos casos se llega a la exageración. Pío Baroja señala un ejemplo de ello.
 
Dar nombre científico a hechos o a modos de ser sin añadirles nada es cosa que no vale la pena.
-¿A usted le gusta el azúcar?
-Sí.
-Pues usted es sacarófilo. ¿A usted no le gusta el azúcar?
-A mí, no.
-Pues usted es sacarófobo.
Usar nombres pseudocientíficos en vez de nombres vulgares y corrientes es el sistema lombrosiano, sistema que no añade nada a la idea y no hace más que cambiar las palabras del diccionario.

Son los médicos quienes llevan la ventaja en cuanto al desarrollo de un código expresivo propio, tal como señala Álex Grijelmo.
 
Uno le dice al médico que le duele a uno la cabeza, y el médico le responderá a uno que entonces uno sufre «una jaqueca». Y si le cuenta usted que se ha caído por las escaleras y tiene golpes en todo el cuerpo le diagnosticará «un politraumatismo». También puede acudir a él porque siente el malestar general que causa una gripe (o gripa, en algunos países de América) y en tal caso le precisará que padece «un proceso gripal». Pero si sólo tiene fiebre resolverá que está afectado por «un cuadro febril». Tal vez le convenga a usted hacerse un análisis, y así le enviará a otro servicio para que le practiquen «una analítica». Por supuesto, si le vuelven loco no será un loco, sino un «enfermo psiquiátrico», pero no irá a un manicomio, que ya no existen porque han adquirido la categoría de «hospital».
No tendrá usted una enfermedad, sino una «patología». Si está moribundo, Dios no lo quiera, le dirán que «ha entrado en fase terminal», y si un accidentado sufrió lesiones mortales el médico decidirá que eran «lesiones incompatibles con la vida».
Pero también es verdad que uno se tranquiliza más si en vez de un tumor sufre «un proceso tumoral».
No deja de tener un arte todo eso. Lo que todos llamamos de una manera llana adquiere en el lenguaje médico la solemnidad que dan las palabras científicas. Para que comprendamos su sapiencia, y nos muramos más a gusto.
 
El mismo Grijelmo abunda en otros ejemplos.

Dejaré de lado expresiones como ésa del by-pass, que tanto les gusta, porque entiendo que ustedes no recuerden la existencia de circunvalaciones, desvíos o rodeos (se ve que siempre van directos al grano, sobre todo los dermatólogos). Esas son palabras que emplearía cualquier ignorante en medicina para explicar que ante el atasco en una arteria hay que ir por una vía alternativa. Y obviaré esto de las «lesiones severas» que ponen en los partes, como si las heridas fueran muy estrictas en su juicio. Voy a referirme sólo a los trasplantados de corazón. Un amigo se trasplantó una vez de corazón, porque se enamoró de otra. Pero no le cambiaron ninguna víscera. Los demás, los pacientes, seguimos creyendo que lo que se trasplanta es el corazón; como las plantas se mudan de sitio y, por tanto, se trasplantan. Pero en el lenguaje peculiar de ustedes parece que los trasplantados son los enfermos (o sea, los receptores), que van de un corazón a otro, «trasplantados de corazón».
  
Sin embargo hay ocasiones en que los propios galenos desconocen el origen de alguno de los usos y costumbres de su práctica profesional; a ello se refiere José Ignacio de Arana.

Cuando el médico va a prescribir los medios curativos traza un signo que la mayoría de las veces ni él mismo sabe lo que representa. Es algo parecido a una R que encabeza la receta. Otras veces se ha sustituido –y así aparece ya impreso en las recetas de la Seguridad Social- por una D o por Dp. Estos extraños signos los vienen realizando los médicos desde los griegos clásicos y aun antes como vamos a ver.
Los médicos egipcios tenían a Horus como su dios protector. Horus era el dios halcón y se le representa en escritura jeroglífica como un ojo sostenido por dos rayos en ángulo que asemejan las patas del ave (...). Estos médicos colocaban siempre el signo de Horus al comienzo de sus prescripciones para así invocar el favor de la divinidad., Cuando los eruditos griegos, siguiendo a Herodoto, descubren la sabiduría egipcia, se ha perdido la noción del significado de los jeroglíficos pero los médicos griegos observan que sus colegas del país del Nilo siguen encabezando sus recetas con el extraño símbolo y lo toman para sí intuyendo que debe de tener un significado sagrado. Pasa el tiempo y ahora serán los médicos medievales quienes encuentren los escritos griegos y adopten el signo del ojo, aunque ellos lo interpretan erróneamente como una R. Dado que por entonces las recetas y todos los textos médicos se escribían en latín, aquella letra se hace representar a la palabra Recipe, entréguese, dirigida al boticario que ha de elaborar el medicamento. Mucho después de perderse el latín como lengua médica ha seguido utilizándose esta inicial que luego se ha sustituido por la D de despáchese, más acorde con el actual procedimiento de obtención de los medicamentos en las farmacias. Pero con todas las vueltas y revueltas que ha ido dando su significado, todavía podemos decir que los médicos siguen poniendo al frente de sus recetas la invocación al dios egipcio.

Las complejidades terminológicas parecieran aportar solemnidad, tal como lo señalan I. Mc. Dermott y J. O’Connor. “Una calificación médica, sobre todo si es un término complicado en latín, proporciona a la enfermedad un aire de respetabilidad que tal vez no merezca. El diagnóstico de sonido más rimbombante puede ser, simplemente, una descripción taquigráfica de la dolencia en una lengua muerta.”

Una vez más recurrimos a Álex Grijelmo para que no se entiendan estas consideraciones como un reclamo al Honorable Cuerpo Médico. Mal haríamos porque en estas prácticas reside parte de su seguridad profesional.
 
Atención, señores médicos. Ya sé que ustedes hablan como mejor les place, que para eso son muy suyos. Y uno, que también es muy suyo (o sea, para servirles a ustedes, señores lectores), no pretende cambiar sus costumbres (las de los médicos). Si ustedes hablaran de modo que les entendiéramos y si además escribiesen las recetas con letra legible, dejarían de parecernos tan misteriosos y seguramente perderían seguridad en sí mismos. Y yo no quiero que pierdan el aplomo, porque lo importante es que cuando le cuiden a uno estén seguros de lo que hacen.