jueves, 31 de enero de 2013

El bacalao

Aun cuando los peces al decir de Ramón Gómez de la Serna están siempre de perfil, presentan importantes diferencias entre sí. Los hay grandes y pequeños, con y sin espinas, de carne blanca y oscura, de agua dulce y salada, los que andan próximos a la costa y aquellos que son de mar adentro, etc. Y también sucede, como con las personas, que algunos pasan sin marcar presencia lo que produce severas confusiones a la hora de identificarlos, mientras otros por su singularidad resultan inconfundibles.


Es lo que sucede con el bacalao, que en esto hace causa común con el queso roquefort: se anuncian a la distancia. Tanto su sabor como el aroma le son muy propios. Hay quienes le tienen ojeriza; tal es el caso de Julio Camba.
 
En cuanto al pescado de los viernes, me parece muy bien cuando, efectivamente, es de los viernes; pero en el interior de Castilla suele ser de los lunes o los martes… de la semana anterior. De aquí la popularidad obtenida en España por esas momias pisciformes que llamamos bacalaos y que, al decir de los comerciantes, proceden de Escocia y de Noruega, aunque más bien parecen extraídas a las tumbas faraónicas en unión de la mojama, los cacahuates, los garbanzos torrados y demás alimentos fósiles. El bacalao –pez disecado y, con frecuencia, mineralizado- es al abadejo lo que es al árbol frondoso el árido carbón de piedra. Su verdadero puesto estaría en los museos de Historia Natural, junto a los vestigios de otras especies animales ya desaparecidas; pero la fe lo ha impuesto en nuestros comedores a tal punto que no importa el que un pueblo tenga o no tenga pesca fresca para que lo coma, sino que tenga o haya tenido sentimientos religiosos. Bilbao, por ejemplo, ha hecho un verdadero arte de la preparación del bacalao, y este pez-vestiglo que procede de la eternidad, suele triunfar en los chacolís bilbaínos sobre las sabrosas merluzas y los deliciosos lenguados del Cantábrico.

Por cierto que tanto su origen noruego como el sabor (sin duda más amigable para adultos que para niños) poco tienen que ver con ese nombre tropical y dulzón. Si sabor y aroma marcan presencia, lo mismo sucede con su nombre, que dio pie a que algún autor desconocido lo definiera como: “pez con nombre de mamífero, con falta ortográfica incluida y de rito umbandista”. Sin embargo, su consumo de estación suele estar asociado a la cuaresma así como también a la Semana Mayor. Continúa Julio Camba

Lo que se ignora generalmente es que, a fin de que los españoles podamos comer bacalao los viernes, manteniendo íntegras así las prácticas de nuestra religión, los pobres noruegos tienen que quebrantar las de la suya, cogiendo cada sábado unas borracheras terribles. Noruega, en efecto, había adoptado la ley Seca; pero en el año (19)21, España la obligó a comprarle cinco mil hectolitros de vino. O Noruega compraba nuestro vino, o nosotros renunciábamos a su bacalao: tales eran –claro que expuestos de una manera más diplomática- los que cierto maestro de periodistas llamara los dos dilemas que la España católica presentó a la Noruega luterana.

Por otra parte, no deja de llamar la atención que la acción de cortar el bacalao es utilizada para identificar a quien detenta el poder. Alfred López analiza sus posibles orígenes.

(…) tiene su origen en los tiempos en el que el bacalao, salado y convenientemente  desecado, era uno de los alimentos más comunes, fáciles de adquirir y, sobre todo, transportar a otras partes del mundo; gracias a los largos periodos que duraba sin echarse a perder.
Era común enviarlo hacia las colonias españolas repartidas en otros lugares del planeta (algunos países del Caribe y América del Sur, Filipinas y/o África).
En estos lugares se servía como alimento a los trabajadores (normalmente eran esclavos) que eran utilizados para faenar en las plantaciones y estos, a la hora del rancho, se colocaban en una fila e iban esperando turno para que se les diera la ración correspondiente de bacalao, la cual era cortada, normalmente, por el capataz o encargado de la plantación.
Algunas fuentes indican su origen a los tiempos de hambre y penuria en España, dónde el bacalao era el alimento básico y de los más baratos que se podía adquirir. A la llegada a los hogares, el patriarca de la familia era la persona destinada a cortarlo y repartir las raciones.
Otras fuentes, sin embargo, señalan el origen de la expresión a los establecimientos conocidos como tiendas de ultramarinos o colmados, en el que el bacalao debía ser cortado con un cuchillo largo y afilado y cuya tarea  era reservada al propietario o encargado del comercio, no pudiendo ser cortado el bacalao por el aprendiz que allí solía haber.
Ese tipo era el que cortaba el bacalao y, por lo tanto, el que mandaba y tomaba las decisiones allí.

Todo parece indicar que en el mundo actual, aquellos que están encargados de cortar el bacalao no andan –por decir lo menos- con el pulso en muy buenas condiciones que digamos.

martes, 29 de enero de 2013

Con la prudencia más vale irse con prudencia

No es novedad, en la Grecia clásica ya lo tenían muy claro. Con las virtudes no hay que pasarse de rosca porque las cosas pueden terminar de muy mala manera. Tal vez este haya sido uno de los tantos motivos que dio lugar al dicho “todos los extremos son malos”.

Tomemos como ejemplo el caso de la prudencia.
 
La historia de las naciones que muchas veces se estudia a partir de las guerras entre liberales y conservadores, también puede analizarse en el antagonismo entre cobardes e imprudentes (con todos sus matices intermedios). Para el caso de México, Francisco Zarco -citado por Blanca Estela Treviño- daba cuenta de la escisión producida hacia 1850. “He aquí el motivo de división: por una parte una prudencia que los otros apellidaban cobardía, y de la otra una ansiedad de reformas que se llamaba imprudencia por sus adversarios.”
 
Una variante de lo anterior está dada por el caso de España a comienzos del siglo XX, cuando Jacinto Benavente identifica la rivalidad existente entre los atrevidos hombres de acción respecto a los temerosos y ociosos. Su perspectiva no es particularmente optimista.
 
¿Qué va a hacer ese hombre? ¿Ha visto usted qué atrevimiento? Y si alguien da con una idea original, todos se preguntarán: ¿De dónde la habrá copiado? Y cualquier atrevimiento parece desvergüenza, y cualquier resolución, osadía y falta de respeto. ¡Admirable país, en que sólo los holgazanes y los ociosos viven tranquilos y respetados!

Dejemos el ámbito de lo social y pasemos a lo personal.
 
Las conductas se vuelven imprudentes cuando las personas son capaces de decir o hacer algo en el momento menos recomendable y frente a quienes no corresponde. Existen diversos tipos de imprudentes. Por un lado quienes toman conciencia de su error y quedan sujetos a una suerte de cruda o resaca que los conduce a diversas formas de malestar si no es que de arrepentimiento. También está el caso de aquellos que jamás tomarán conciencia de su metida de pata y por más que los demás intenten hacérselo ver…, nomás no, no hay caso. Obviamente la ignorancia sobre la consecuencia de sus acciones los vuelve más felices con la contraparte de que no aprenderán nunca, por lo que tanto sus familiares como sus amigos deberán estar permanentemente en guardia para cubrirles la espalda cuando ello fuera necesario, procurando de esa manera que sus desaguisados no alcancen mayores dimensiones.
 
Asimismo, la prudencia tiene que ver con el arrojo o la mesura para emprender tales o cuales acciones y cuando ella se torna excesiva, aproxima a la persona a terrenos de inacción, de pérdida de oportunidades lo que frecuentemente está vinculado a la incapacidad de correr riesgos y también a la cobardía. En ocasiones esta actitud temerosa viene disfrazada de cordura (que a su vez es vecina de puerta de la prudencia) y siempre deja para mañana lo que no se tuvo la valentía de hacer hoy. El pronóstico no es bueno y Cavafis da cuenta de ello:
 
(...) Y piensa en cómo la Cordura le ha engañado;
y cómo se fiaba siempre de ella -¡qué locura!-,
de la mentirosa que decía:
“Mañana. Tienes mucho tiempo”.

Sus razones tendría el poeta Jaime Sabines, siempre Sabines, para definir a la prudencia como “(…) una puta vieja y flaca que baila, tentadora, delante de los ciegos.”

jueves, 24 de enero de 2013

Manifestaciones, marchas y plantones


La teoría dice que las izquierdas son más proclives a impulsarlas, las derechas a descalificarlas. Sin embargo hay momentos en que la brújula parece perder el norte: la derecha las impulsa (así ha acontecido con muchos caceroleos),  la izquierda las rechaza. Asimismo cambian las referencias cuando sectores identificados como progresistas dejan de ser oposición, se transforma en gobierno y proponen su reglamentación.
 
Todo inicia cuando un sector de la población se manifiesta al considerar que un justo reclamo o reivindicación no ha sido resuelto en forma conveniente por la autoridad competente y los cauces adecuados. Esta manifestación pública, al tiempo que otorga visibilidad al problema crea molestias a los automovilistas y enojo entre los comerciantes, que de esa forma demandarán la pronta intervención gubernamental, lo que a su vez conllevaría levantar el bloqueo o suspender la marcha. La ciudadanía por lo general divide sus opiniones entre quienes piden la acción represiva de las fuerzas de choque hasta aquellos que aspiran a la resolución negociada y no violenta del conflicto.
 
 
Hay momentos pico del calendario en que manifestaciones, marchas y plantones se multiplican, tal como acontece en períodos preelectorales o de discusión y asignación presupuestal. Ante ello hay medios que se hacen eco de versiones que suponen la existencia de gestores de manifestaciones, mercenarios del asfalto, que ponen precio tanto a la realización como a la supresión de movilizaciones, líderes que –en última instancia, lucran en beneficio personal o de sectores partidistas claramente identicados. El tema, de acuerdo a lo apuntado por Noel Clarasó para el caso de Estados Unidos, no es nuevo.
 
Se funda en Washington una sociedad de manifestantes (1967)
Por un precio razonable organiza actos de protesta ante la Casa Blanca. Estudiantes universitarios de Washington se han propuesto ayudar a los muchos conciudadanos que protestan por todo y contra todo, principalmente junto a la verja de la Casa Blanca.
Tres estudiantes bien dotados como organizadores, Silberman, Elias y Watson, han creado la sociedad «Proxi-Pickets», nombre que podría traducirse por “protestas por delegación” y han comenzado su campaña en busca de mercado con este aviso:
“Situada en la capital del país, Proxi-Pickets disfruta de la vecindad y fácil acceso a la Casa Blanca y al Capitolio, para las manifestaciones. Nuestro personal está bien organizado. Nos ocupamos también de todos los detalles, incluidos los trámites previos con la policía local”.
La idea se le ocurrió al actual presidente de la nueva sociedad, al retorno de una manifestación ante la Casa Blanca. El día era frío, desapacible, y pensó que a un tanto razonable por hora, cualquiera aceptaría ser sustituido por otro que le representara.
Los precios cambian según se trate de una simple manifestación silenciosa sin nada más, de manifestación con pancartas o de manifestación con gritos. Parece que en estas últimas, en el momento de firmar el contrato se establecen los textos y la frecuencia de los gritos.

 
Hay zonas especialmente valoradas por los manifestantes, por tanto quienes se ven obligados a transitar por ellas se convierten en principales damnificados. La colisión de intereses resultante no siempre deviene en lucha de clases; entre los perjudicados se encuentra el burócrata de alto nivel, el comerciante instalado, pero también el taxista (que tiene que juntar para su raya y que ve con desesperación el paso del tiempo con las consiguientes pérdidas ocasionadas), el organillero de crucero, la emergencia médica que no llega a destino, etc. Entre los comerciantes existen verdaderos expertos que a partir de una serie de variables (organizaciones convocantes, día de la semana, reivindicación de que se trate, correlación de fuerzas políticas, etc.) vaticinan con suma precisión  el nivel de violencia que puede llegar a tener una marcha. Ryszard Kapuscinski cita un ejemplo vivido en Teherán.
 
(...) En la misma calle (antes llevaba el nombre del sha Reza, ahora se llama Engelob) tiene su negocio de especias y frutos secos un armenio viejo. Como el interior de la tienda, ya de por sí pequeña, está repleto de trastos, el comerciante expone su mercancía en la calle, sobre la acera. (...) Frecuento el lugar no sólo para admirar la exposición colorista. El aspecto que cada día ofrece esta exposición es para mí, además, una fuente de información sobre lo que ocurrirá en el campo de la política. Pues la calle Engelob es el bulevar de los manifestantes. Si por la mañana no se exhibe en la acera el género, eso significa que el armenio se ha preparado para un día “caliente”: habrá manifestación.

 
No han faltado quienes proponen una solución que consideran salomónica: defensa del derecho a manifestarse y construcción de un lugar (especie de manifestódromo) o bien asignación de una zona fija autorizada para tales menesteres. Esto permitiría, según ellos, la defensa de los derechos y que no se ocasionaran daños a terceros. La alternativa está lejos de complacer a todas las partes porque precisamente, y tal como se ha señalado, los manifestantes requieren crear problemas para presionar la solución a su favor en una controversia planteada. Además surgen algunas cuestiones porque no queda claro quienes estarían obligados a concurrir a las tribunas del manifestódromo a escuchar discursos, leer pancartas y oír consignas: ¿los burócratas responsables del área relacionada con la queja?, ¿las personas que con su proceder ilegal originaron el conflicto?, ¿se crearía una nueva dependencia pública para tomar nota y dar seguimiento de los casos?

En fin, haciendo un símil con anuncios muy conocidos: “Disculpe las molestias que esto le ocasiona, ¡Democracias en construcción!” 

martes, 22 de enero de 2013

De pelos


Entre las expresiones peculiares que es posible escuchar en México se encuentra  “está de pelos” para indicar que, como es sabido, algo es muy bueno, excelente, recomendable. En relación al origen de este modismo, Guillermo Arriaga sostiene que

la expresión “de pelos” viene cuando a finales del siglo XIX en los burlesques las mujeres se desnudaban sin quitarse la parte de abajo.
Cuando las mujeres se quitaban la parte de abajo el espectáculo estaba “de pelos” o sea: muy bueno.

Así las cosas, todo se complicó en ocasión de una actuación de Irma Serrano (la Tigresa) en el teatro Fru-Frú. Alejandro Jodorowsky, quien atestiguó el hecho, reconstruye la escena.

(Irma Serrano interpretaba en el Fru-Frú una escena de) Nana, en un cuarto miserable, tendida sobre sacos de patatas llenos de algodón, con un velo oscuro cubriendo su rostro purulento, entonaba una canción de adiós a la vida cuando un gordo borracho, sentado en la primera fila, comenzó a exigirle un desnudo gritando “¡Pelos! ¡Pelos!”. Me hundí en la silla. El populacho iba allí a excitarse —en los teatros de revista las coristas solían llamar a un espectador, “si eres tan hombre...”, para que las poseyera en escena— y no a padecer los cantos agonizantes de quienes aparecían cubiertas de pies a cabeza... La Tigresa lo miró con furia mientras seguía cantando, sin que su voz se alterara. Los “¡Pelos!” subieron de intensidad dividiéndose en “¡Tetas!” y “¡Culo!”. La moribunda saltó del lecho y abandonó el escenario.
No tardó en regresar blandiendo una pistola de grueso calibre cuyo cañón apoyó en la cabeza del gordo.
—¡Mire, hijo de la gran puta que lo parió: yo no voy a molestarlo cuando usted está trabajando! Entonces, ¡no venga a jodernos a nosotros, los artistas! ¡Si no se calla, se va ir al infierno con un hoyo en medio de la frente!, ¿comprende?

Aquello dejaba de estar de pelos, amenazaba con un final trágico y no es difícil imaginar la tensión reinante en aquella sala. El mismo Jodorowsky cuenta el desenlace.

El borracho, con el vientre apoyado en el borde del escenario, besándole los pies, respondió con voz de niño: “Sí, madrecita”. Una ovación cerrada apoyó a la Tigresa. Ésta, aún pistola en mano, se acostó sobre los sacos de patatas y terminó su canción. Un silencio religioso la acompañó hasta la caída del telón, rojo y dorado como todo lo demás. La aplaudieron con entusiasmo, con fascinación, con deseo, con miedo. El que más se agitó al aplaudir fue el gordo.

Cuantas vivencias detrás de una simple expresión que se ha vuelto popular y de la que muchas veces se desconoce su origen.

jueves, 17 de enero de 2013

Resistencia a las normas


Tema recurrente en nuestros días el del incumplimiento a las normas ciudadanas así como el relacionado con el deterioro en las formas de convivencia. La polémica se ha instalado: que si la responsabilidad es de los padres y los maestros que ya no saben educar, que si las instituciones y autoridades están sumidas en una grave falta de credibilidad, que si los medios de comunicación trasmiten contenidos que atentan contra el bienestar, que si los jóvenes de hoy ya no tienen valores, que si la crisis de religiosidad. Todo esto aunado a un largo etcétera.

Y en este contexto es frecuente que  un pasado pleno de virtudes a la manera de paraíso perdido se anteponga a un presente caracterizado por la pérdida de valores. Sin embargo a la hora de revisar el ayer se encuentran voces que ya hablaban de una severa crisis de las virtudes ciudadanas. Tal es el caso del cronista Ángel de Campo quien en El Universal del 27 de junio de 1896 publica el artículo titulado “Se prohíbe…”

Nosotros, los mexicanos, bien vistos, somos un pueblo incorregible, en el que no hacen mella ni los procedi­mientos espeluznantes, ni las advertencias corteses, ni las amenazas, ni las súplicas.
Deduzco este aserto de la lectura de bandos, avisos, circulares, pastorales y otros papales, que desde la más remota antigüedad han tendido a corregir ciertas faltas de educación y moral públicas; pero no se ha hecho caso ni de la complicada firma de los virreyes, ni de la rúbrica de los obispos, ni del nombre de los gobernadores, ni tampoco de las tremendas signaturas del Santo Oficio.
En nuestros días, estos días propicios a la observación del carácter nacional, aumento mis razones en pro, con sólo leer las disposiciones restrictivas que se dirigen al públi­co en general y en lugares públicos a mayor abundancia.
Me encuentro en una vieja calle con no sé qué ame­naza a los rateros, y al margen del papel, marchitado por la intemperie, una soez palabra y un mandato más soez aún y sin ortografía, para el signatario, con esta cínica ad­vertencia: Lo puso Manuel García, que es muy hombre!
Leo en otra esquina, en la fachada flamante y azul de una tienda: Se prohíbe anunciar. Cierto que los pasqui­neros o pegadores han invadido el zaguán de junto con programas de teatros y de toros; han materialmente fo­rrado el palo del teléfono con anuncios de píldoras y Pér­didas; pero en la fachada, a defecto de tiras, han pintado al negro de humo dos o tres reclames, y la picardía de rigor, y el dedazo de fango. Sigo de frente, y en la Casa del Señor de la Caña, arriba de la segunda puerta, sobre la polvosa imagen reza este letrero: Se prohíbe entrar con ca­balgaduras. Y un charro de muchos calzones asusta a los que pasan, inquietando al caballo, que saca chispas del embaldosado, porque..., ¡vayan ustedes a reclamarle!, ¡es muy hombre!
Y a la vuelta, en el ángulo que forma una muralla de iglesia y parte de una construcción moderna, reza este aviso: Se prohíbe o...r y echar basura. Pues precisamente ahí es donde todo el vecindario viola la ley; ahí y no en otra parte; ahí, en pleno día, en las narices del gendarme, un señor decente que reproduce la figurilla casi maniática del pintor Teniers.
Se prohíbe pasar con perros sueltos advierte el cartelón del Paseo de la Reforma, y os acomete un sabueso retozón, que pertenece al señor ese que se pasea en coche, ¡y es muy hombre...! Y a los pocos pasos una jauría furibunda sigue a una bicicleta y nadie la detiene, ¿por qué? Porque son escuincles de la tropa que vienen de Chapultepec y ¡guay! del que desafía las iras de las soldaderas que tie­nen ¡una boca! ¡Dios mío qué boca!
Se prohíbe cortar flores..., y una familia de muchachas ri­sueñas soborna al jardinero, o sin sobornarlo, espera que se distraiga o lo entretienen, para que las demás arran­quen una rosa no abierta todavía.
Y se recuerda a los pasajeros por orden del Gobernador del Distrito la disposición que les prohíbe ocupar la plataforma de­lantera de los vagones. Y mírenla: reboza infractores, perso­nas de sorbete que no dejan movimiento al cochero, y son nada menos que uno de la pública, digo, de la reser­vada, un juez de lo civil, un periodista; todos, todos los que mañana, cuando suceda una desgracia, enseñarán uñas y dientes al pobre hombre del conductor, que con la gorra quitada les suplica que se metan..., porque es la orden, y oye esta respuesta:
—¡No sea usted bruto, no hay lugar; y deme los cinco centavos que me debe del vuelto!

Ángel de Campo concluye su artículo en forma circular, reiterando lo señalado en su inicio: “Nosotros los mexicanos, bien vistos, somos un pueblo incorregible, en el que... etc.... etc....” Por aquellos tiempos fue lugar común afirmar que los pueblos americanos eran ingobernables e incorregibles. Algo parecido a lo que es posible escuchar hoy, cien años después que fuera publicado el artículo mencionado.

martes, 15 de enero de 2013

Ascenso y descenso vertiginoso


Hace mucho tiempo, no sé si ello siga vigente, la sociología enseñaba que había dos tipos de movilidad social: la horizontal (que aludía a una variación de empleo o de vivienda pero sin que ello implicara un cambio de clase social) y la vertical (que es la más deseada al tiempo que la más temida porque implica ascenso o descenso de clase social).

En los cargos jerárquicos del poder político, económico, cultural, religioso, etc. también tiene lugar este tipo de movilidad. Así, de un momento para el otro un encumbrado político desaparece y ya nada se supo de él. Por el contrario acontece que un personaje desconocido hasta entonces, de buenas (para él) a primeras logra ubicarse en un lugar de mucho poder de decisión e influencia. Algunos de estos ascensos súbitos llaman mucho la atención. Esto fue que lo que aconteció con el padre Zoleta y que narra Cero (seudónimo de Vicente Riva Palacio) en una de sus disfrutables crónicas.


Había en cierto pueblo un cura famoso por su completa falta de inteligencia y a quien sus feligreses llamaban no se sabe por qué: el padre Zoleta. Vínose dicho párroco a México y yendo y viniendo días, tal vez por aquello de que tanto dura un ruin en un pueblo hasta que lo hacen alcalde, hubieron de fiarle un sermón del Espíritu Santo en Catedral.
Comenzaba nuestro rústico Massillon a desplegar las alas de su elocuencia, cuando a entrar acertaron dos de sus buenos y antiguos feligreses. Acercáronse al púlpito y no cabían en sí de su asombro mirando ocupada la Cátedra de la Metropolitana por el padre Zoleta.
Por fin uno de ellos, rompiendo el silencio, dijo al otro con una voz que indicaba la fluctuación de su espíritu entre la duda y el espanto:
-¿Es el padre Zoleta?
-El mismo, contestó el segundo, que parecía ser más avisado que su acompañante.
-¡Caracoles! ¡Cómo ha subido el padre Zoleta!
-No digas eso, bárbaro. ¡Cómo ha bajado Catedral!


Qué ignorancia la nuestra al considerar como problema contemporáneo lo que ya se advertía y denunciaba en la segunda mitad del siglo XIX.
                                                                         

jueves, 10 de enero de 2013

Madres coraje


Muchos son los testimonios de madres que amorosamente asumieron sus responsabilidades hasta el final de su vida y en situaciones muy adversas.

En la Segunda Guerra Mundial los judíos italianos fueron los últimos en ser conducidos a los campos de exterminio. Esta escena tuvo lugar en enero de 1944 en la víspera de abordar el tren sin retorno y Primo Levi, citado por Mauricio Rosencof, da cuenta de ello.
                                              
Y llegó la noche, y fue una noche tal que se sabía que los ojos humanos no habrían podido contemplarla y sobrevivir. Todos se dieron cuenta de ello, ninguno de los guardianes, ni italianos ni alemanes, tuvo ánimo de venir a ver lo que hacen los hombres cuando saben que tienen que morir.
Cada uno se despidió de la vida del modo que le era más propio. Unos rezaron, otros bebieron desmesuradamente, otros se embriagaron con su última pasión nefanda. Pero las madres velaron para preparar con amoroso cuidado la comida para el viaje, y lavaron a los niños e hicieron el equipaje, y al amanecer las alambradas espinosas estaban llenas de ropa interior infantil puesta a secar, y no se olvidaron de los pañales, los juguetes, las almohadas, ni de ninguna de las cien pequeñas cosas que conocen tan bien y de las que los niños siempre tienen necesidad. ¿No haríais igual vosotros? Si fuesen a mataros mañana con vuestro hijo ¿no le daríais de comer hoy?

Marcos Ana (cuyo nombre original es Fernando Macarro Castillo) luchó con el bando republicano durante la guerra civil española. Fue detenido en 1939 y permaneció encarcelado hasta 1961, un total de 23 años de prisión ininterrumpida. En su libro Decidme cómo es un árbol. Memoria de la prisión y la vida rememora diversos momentos de su cautiverio. Entre los pasajes más sobrecogedores se encuentran aquellos en que alude a su madre.
Mi madre. A veces cuando volvíamos de los interrogatorios, tullidos y esposados, pasábamos por delante de una fila de familiares que aguardaban en un pasillo para entregarnos ropa o a pedir información sobre los detenidos. Pero los verdugos ni se inmutaban, pasaban sonrientes, exhibiendo su crueldad. Nada les importaba.
Tras una de las sesiones, cuando acababan de torturarme y me devolvían a mi “apartamento” con las manos esposadas a la espalda y la sangre fresca todavía, descubrí a mi pobre madre, menuda y pequeña, arrebujada en su toquilla oscura, con su eterno pañuelo negro sobre la cabeza. Estaba esperando junto a otros familiares, para entregarme un pequeño paquete de comida.
Al verme llegar, al reconocerme y ver lo que habían hecho conmigo, echó a correr y de rodillas se abrazó a las piernas de uno de los policías llorando.
-Por favor, por favor, tengan piedad, están matando a mi hijo, me lo están matando -repetía.
-Levántese, madre -sólo pude decir, con el corazón destrozado.
Con los pies la empujaron y se la quitaron de encima y allí quedó llorando, tirada en el suelo... Esa escena, que no olvidé nunca, fue más cruel y más insufrible que todos los martirios.

Más allá de la edad y las circunstancias en que se encuentren sus hijos, hay madres que allí están acompañando hasta límites inverosímiles. Nuevamente recurrimos a la evocación de Marcos Ana.
Cuando en 1940 pasé unos meses en la cárcel de Alcalá de Henares, donde vivía mi familia, me llevaban un poco de comida diariamente; unas patatas viudas, unas lentejas, algunas cebollas cocidas, lo que era posible en aquella época donde nuestras familias carecían de todo. Un día empezó a ocurrir algo sorprendente en mi paquete. Un plátano mordido en una esquina, una tortilla francesa a la que visiblemente habían arrancado un pequeño trozo, parte de un muslito de pollo, unos gajos de naranja... Se lo comenté a mi hermana que sospechó inmediatamente lo que ocurría. Mi madre estaba muy enferma y hacían un esfuerzo para atenderla con una alimentación especial. Cuando la familia se reunía para comer, mi madre disimuladamente daba un pequeño bocado a su comida y en un descuido por debajo de la mesa, lo ocultaba en su faltriquera. Después, cuando confeccionaban el paquete, mi madre se las arreglaba, sin que mi hermana lo viera, para introducir aquella comida, ligeramente mutilada, para su hijo encarcelado. Triste madre mía. No puedo olvidar su imagen. Vestida de negro, con un pañuelo oscuro sobre su cabeza, sollozando, agarrándose con sus manos temblorosas a las rejas del locutorio.
Como un homenaje a su padre (quien fuera asesinado en el transcurso de la guerra civil) y a su madre, fue que Fernando Macarro Castillo devino en Marcos Ana, tal como él mismo lo señala: “los dos van conmigo en mi corazón y unidos en mi nombre”.

martes, 8 de enero de 2013

El afilador


En el pasado existieron oficios que se han ido extinguiendo como es el caso del colchonero quien, con su sofisticado equipo, recorría los barrios ofreciendo sus servicios. También desapareció el vigía que desde un mirador situado en las alturas anunciaba los barcos que entrando en la bahía se aproximaban a puerto. Y la lista podría seguir.
 
Existe otra categoría, la de los oficios que aún con muchas dificultades logran sobrevivir en estos tiempos de posmodernidad. En este grupo podemos incluir el de relojero, amenazado por el hecho de que los relojes cada vez se descomponen con menor frecuencia así como por el abandono de la vieja costumbre de tener el mismo a lo largo de la vida.
 
El afilador es otro de los oficios sobrevivientes. Hace muchos años su presencia se distinguía por el sonido inconfundible que producía con un pequeño instrumento de viento que sólo poseían los miembros de este gremio. Por cierto que los distintos momentos históricos tienen sus propios colores y sonidos; Román Gubern se refiere al caso de Barcelona.
 

Percibo los años cuarenta de color sepia, como una vieja foto erosionada por el tiempo, pero acompañada de una banda sonora que la ancla en su momento. Cada época tiene su universo acústico y aquel universo de ruidos ha desaparecido para siempre: el prolongado silbido modulado del afilador, las palmas nocturnas para llamar al sereno, sus golpes de chuzo como respuesta y el tintineo de sus llaves, los cláxones desafinados de los coches, los pitidos de los guardias, el chirriar de las ruedas de los tranvías en las curvas y sus timbrazos antes de arrancar, la música aguda y estridente de los gramófonos de aguja, los gritos del trapero ambulante...

 
Volviendo al caso del afilador hay quienes incurren en el error de pensar que se trata de un oficio sin riesgos. Al respecto dice Marius Serra. “Siempre pensé que la profesión de afilador era temeraria. Silbar para que la clientela de determinados barrios baje con un cuchillo en la mano ya parece demasiado arriesgado como para encima ponerse a afilar con aquella prodigiosa Mobylette que rodaba incluso estando parada.”
 
Entre los resistentes de este oficio hay quienes recorren los barrios a pie empujando su carro de madera que tiene una gran rueda accionada por pedal pero también están los acomodados, aquellos que hacen su ruta en bicicleta. En relación a uno de ellos dice Herson Barona.Vi a un afilador sobre su bicicleta, pedaleando en sentido contrario, como si quisiera regresar el tiempo. Sabe que se extingue.”
 
Afilador que resistes los embates del tiempo, no dejes de pedalear aunque todo parezca indicar que esta carrera la tienes perdida.

jueves, 3 de enero de 2013

La educación familiar: problemas de ayer y de hoy


Entre los temas actuales en relación a la educación familiar es posible encontrar los de libertad y límites, pérdida de autoridad por parte de madres y padres, exceso de satisfactores en los hijos de familias acomodadas, derechos y obligaciones de los hijos, educación ética y ciudadana, etc. Cometemos el error de pensar que se trata de un conjunto de nuevas problemáticas ocasionadas por las características propias de la sociedad en que vivimos. Muchos son los padres y maestros que se refieren al pasado como un paraíso perdido en el que estas situaciones estaban muy lejos de presentarse.

Sin embargo hay malas noticias para ellos porque las cosas están muy lejos de haber sido así. En relación a la cuestión de la libertad y los límites, un destacado cronista del siglo XIX como lo fue José T de Cuellar escribe en 1871:

Abolida (y con justicia) la disciplina y los gol­pes como método racional de enseñanza, ha habido después muchos papás y mamás que han tocado el extremo opuesto; hoy están en mayoría absoluta los muchachos consentidos, los niños son más formal­mente malcriados y terribles; las mamás querendo­nas y consentidoras están también en mayoría.
Temblad ante los niños, especialmente de los riquitos. Muchos dicen que es porque nacen más des­piertos, que es el progreso y exclaman, parodiando al libro santo:
—Dejar que los niños hagan lo que les dé gana.
En cuanto al exceso de bienes (y los males que de ellos se derivan) del que disponen los hijos de familias más adineradas, tema muy recurrente en nuestros días, ya se presentaba indicios muy claros hacia mediados del siglo pasado. El periodista Roberto Blanco Moheno en un artículo titulado “Los juniors” y publicado en la revista Siempre en agosto de 1956 narra el siguiente caso.
… Naturalmente los culpables son los padres. Creo haber relatado ya la actitud de un psiquiatra amigo mío al que cierto pistolero de un cierto “senior” llevó al correspondiente “junior” porque “su papá ya no lo aguanta”. El doctor humano hasta el cielo de enfrente empezó el interrogatorio de costumbre. Y se enteró, horrorizado, de que el muchacho era desobediente, lépero y hasta relativamente delincuente… por aburrimiento!
-Usted, joven, ¿tiene coche?
-Dos; uno claro para las mañanas; otro, oscuro, para después. Me los regaló papá.
-¿Y ese anillo?
-Vale quince mil pesillos. Me lo dio papá, de cuelga.
-¿Cuánto trae usted en la bolsa?
-¿Y a usted qué le importa? Lo que quiera yo, para eso está papá…
El doctor suspendió la consulta, dolido del alma, y dijo al pistolero:
-Diga usted al señor don Fulano que curaré a su hijo después de haberlo curado a él.


En lo que respecta al ejercicio de la ciudadanía y las obligaciones que ello supone será el mismo Roberto Blanco Moheno quien refiera otro caso, en su columna de la revista Siempre en enero de 1959.
En Córdoba –me contaba mi padre, nativo de esa linda ciudad veracruzana- se dio un caso con gracia y con miga; cierto muchacho de “buena sociedad” empezó a descarriarse, a beber, a jugar. El padre que era un hombre de trabajo hecho en la dura brega diaria, lo llamó a cuenta. Y entonces ese precursor de nuestros copetones actuales se engalló:
-¡Usted, papá, olvida que soy ya un ciudadano! –gritó.
-¡Ah! –contestó el viejo socarrón-: con que eres ciudadano ya, ¿verdad? ¡Y yo, tonto de mí, que no había caído en la cuenta! Te estoy ofendiendo, hijo, al darte todo lo que necesitas y hasta lo que no es necesario… de aquí en adelante, en la calle, podrás actuar libremente. Porque supongo que tu condición ciudadana no te permitirá vivir como niño bonito, a mi costa, y bajo mi techo. Un hombre es un hombre…
El muchacho, gallito, dio un portazo. Y el viejo calmó las lágrimas cómplices de su atribulada esposa:
-Espera. Es por su bien…
No hay ríos de leche, ni árboles de tortillas. Ocho días después, por la tarde, cuando el viejo estaba leyendo algún buen libro en la sala de la casa, llamaron tímidamente a la puerta. Fue el jefe de la casa quien personalmente abrió para encontrarse con su hijo, que ya no parecía, ni remotamente, un gallo:
-Vengo, papá –dijo el muchacho con los ojos húmedos- … a renunciar a la ciudadanía…
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Eso fue en Córdoba, a principios del siglo (XX). Pero ¿qué vamos a hacer cuando no son los hijos, sino los padres, los que renuncian a la ciudadanía?

Por último es importante hacer notar que muchos educadores hoy día ven con envidia y nostalgia la estrategia empleada por el padre de este adolescente que reclamaba sus derechos, al tiempo que se formulan la misma pregunta con que Blanco Moheno finaliza su artículo.