Sabido es que la preocupación permanente y angustiosa
ante la posibilidad (más que eso, la certeza) de estar enfermo es en sí misma
una enfermedad. De nada sirve que la consulta médica y los análisis clínicos
desmientan el autodiagnóstico porque la persona se encuentra convencida que de
un momento a otro estará enferma de consideración (si es que ya no lo está y el
instrumental médico no detectó el padecimiento).
Georg Christoph Lichtenberg amplía las dimensiones del
concepto a otros ámbitos de la existencia: “Mi
hipocondría es ciertamente la capacidad de extraer en cualquier suceso de la
vida, llámese como se llame, la mayor cantidad de veneno en beneficio propio.”
Ahora bien, la hipocondría viene en diferentes presentaciones y una de ellas es
caracterizada por Juan José Millás: “le decían el psicosomático porque
se apropiaba de cualquier síntoma que pasara cerca de él”; es Wimpi quien refiere
un claro ejemplo de ello.
El tipo no puede oír la relación del mal de nadie.
Porque si le cuentan que al de la vuelta le sacaron el apéndice de urgencia, él
en seguida, disimuladamente, se aprieta la ingle.
Y si sabe que uno tuvo el tifus, ya se ve él con el
pelo corto. (…)
El tipo se hace describir –sin confesar, desde luego,
sus temores- la enfermedad de quien sea que esté enfermo. Y se va pensando en
sí mismo. Sintiéndose todos los órganos.
Yo debo tener algo a la aorta, porque cuando subo
ligero las escaleras me da como un ahogo.
Piensa para sí.
-Este ardor, a lo mejor… Barbarusi cuando empezó con
el ardor… al mes lo cortaron…
(…) Le entra agua de Colonia en los ojos y, mientras
no ve nada, se ve llevado por un perro (…)
¡Y cuando muere alguno!
El tipo se siente, a medida que va estableciendo sus
analogías con el finado, una especie de vicecadáver:
-¿Cuántos años tenía?
-Cuarenta y cinco.
¡El tipo los cumple en setiembre!
-¿Qué sentía?
-Empezó con opresión…
¡El tipo se acuerda de cuando sube la escalera!
-¡Una opresión! Opresión… ¿cómo?
-General.
-Pero… general,
general… ¿cómo?
-Un desgano.
-¡Un desgano!
El tipo siempre se levanta desganado, pero como no se
da cuenta que es de haragán, trata de disimular la impresión que acaba de
producirle la revelación del deudo, con una triste sonrisa de conformidad que,
interiormente, está muy lejos de disfrutar:
-Mire, ¿no? No somos nada…
De acuerdo con Luis Ignacio Helguera los vaticinios de quebrantos de salud tienen el mágico poder de generarlos, dado que “la hipocondría es la peor de las enfermedades: ficticia, las genera reales”. Y si el padecimiento no aqueja al interesado, puede hacerlo en los demás tal como sucedió con aquella señora que desde los 20 años pasó su vida repitiendo que en cualquier momento moriría por el terrible cáncer que sufría. Su pronóstico se retrasó: murió a los 99 años y quienes enfermaron antes fueron sus seres queridos intoxicados por la convivencia con aquella víctima profesional de un mal inexistente.