El origen de muchos himnos nacionales
estuvo relacionado con situaciones muy peculiares y La Marsellesa no es la
excepción. Al respecto señala Homero Alsina Thevenet
No fue fácil hacer un himno nacional
para Francia. La letra y música fueron compuestas en una sola noche (el 24 de
abril de 1792) por un oficial del ejército, Claude-Joseph Rouget de Lisle, en
la efervescencia de la
Revolución Francesa. Recibió el título de “Chant de guerre de
l’armée du Rhin”, pero poco después era cantada con vivo entusiasmo por
quinientos voluntarios para el ejército, que marchaban desde Marsella a París.
Eso le justificó el título de La Marsellesa. La Convención Revolucionaria
procedió después a ungir la canción como himno nacional (1795).
Por su parte Stefan Zweig da a conocer
algunos pormenores de la vida de su autor así como el entorno en que se
inspiró.
El autor de la Marsellesa
no fue en rigor de verdad ni poeta ni compositor. Fue oficial técnico del
ejército francés y prestaba servicio en Estrasburgo. Cierto día llegó la
noticia de que Francia había declarado la guerra a los reyes europeos en nombre
de la libertad. Al instante, toda la ciudad cayó en una embriaguez de
entusiasmo. Por la tarde de ese mismo día, el alcalde ofreció a los oficiales
del ejército un banquete. Y como por azar supo que Rouget de Lisle poseía
talento bastante para componer versos fáciles y fáciles de comprender,
propúsole que compusiera a la ligera una marcha-canción para las tropas que
debían dirigirse al frente.
Rouget de Lisle, el oficial
insignificante, prometió hacer lo mejor posible. El banquete duró hasta muy
pasada la medianoche, y sólo entonces Rouget de Lisle volvió a su aposento.
Había hecho mucho honor al vino y participado diligentemente en las
conversaciones. Muchas palabras de los discursos guerreros revoloteaban todavía
dentro de su cabeza –frases aisladas, como le
tour de gloire est arrivé o allons,
marchons!-. Apenas hubo llegado a su casa, se sentó y bosquejó unas cuantas
estrofas, a pesar de que nunca había sido un poeta cabal. Luego sacó su violín
del armario y ensayó una melodía para acompañar aquellas palabras, a pesar de
que nunca había sido un compositor de verdad. A las dos horas, todo estaba
listo. Rouget de Lisle se acostó a dormir. A la mañana siguiente llevó a su
amigo, el alcalde, la canción creada que, sin modificación alguna, sigue siendo
al cabo de siglo y medio, el himno de Francia. Sin saberlo, y sin proponérselo,
un hombre perfectamente mediocre había creado, en virtud de una inspiración
única, una de las poesías y una de las melodías inmortales del mundo. O, para
ser más exacto, no fue él precisamente quien producía ese milagro, sino que lo
fue el genio de la hora, pues, a partir de aquel instante, nunca más logró un
poema de verdad, ni melodía real alguna. Fue una inspiración única, que había
elegido por órgano a un hombre cualquiera por perfecta casualidad.
Pero antes de que el himno fuera
definitivamente adoptado por Francia, debió atravesar por situaciones
difíciles, tal como lo ilustra Alsina Thevenet
Pero el contenido revolucionario de la
letra motivó que el emperador Napoleón la prohibiera (hacia 1804), que la
prohibición fuera después ratificada por el nuevo rey Luis XVIII (hacia 1815),
que la canción quedara autorizada por la revolución siguiente (hacia 1830), y
que el otro emperador Napoleón III volviera a prohibirla (hacia 1852). La
situación se mantuvo hasta 1879, cuando el gobierno francés volvió a ungir a La Marsellesa como
himno nacional.
Es usual que solamente se cante una pequeña parte de los
himnos nacionales, lo que es particularmente notable en el caso que nos ocupa;
continúa Homero Alsina Thevent
Un siglo después, la actriz Simone
Signoret señaló en su autobiografía que hay un contenido revolucionario en el
primer verso de la canción, pero que es un hecho sabido que “nadie conoce la
segunda estrofa”.
La ignorancia del pueblo francés sobre
la letra de su himno es bastante comprensible. En abril 1982 un curioso decidió
conseguir el dato en la biblioteca del Centro Georges Pompidou (París) que se
supone depósito general de la cultura francesa. Le enviaron al segundo piso, y
dentro de éste al escritorio 78, donde está radicada la sección Música. En la
consulta de un índice general de autores, no apareció Rouget de Lisle (ni por la R , la D o la L ). Afortunadamente, un
funcionario del despacho 78 tenía idea de haber visto el himno francés en algún
lado. Así se pudo buscar durante un rato en anaqueles y finalmente localizar la
segunda estrofa de La
Marsellesa , que corresponde transcribir para conocimiento
del pueblo francés:
Que veut
cette horde d’esciaves,
De traitres, ele rois conjurés!
Pour qui ces ignobles entraves
Ces fers des long terms preparés (bis)
Français por nous ah’quel outrage!
Quel transports ji doit exciter.
C’est nous qu’on ose méditer,
De rendre a l’antique esclavage,
De traitres, ele rois conjurés!
Pour qui ces ignobles entraves
Ces fers des long terms preparés (bis)
Français por nous ah’quel outrage!
Quel transports ji doit exciter.
C’est nous qu’on ose méditer,
De rendre a l’antique esclavage,
Aux armes, citoyens, etc.
Así pues, quedan enterados.