Uno
es uno y sus objetos.
Hay
objetos que nos definen, que son indisociables de la propia existencia; al
tiempo que forman parte de los usos y costumbres de ciertos sectores sociales
en una época determinada.
Es
el caso del reloj de bolsillo. Mi padre tenía uno que lucía con orgullo y
cuidaba con esmero; se lo había regalado mi abuelo. Carlos Maggi presenta un
perfil de aquel prestigioso objeto en el entorno montevideano.
(…)
todo hombre de antes, de aquel entonces (…) usaba reloj de bolsillo,
transportaba la hora en el chaleco, llevaba los minutos pegados al vientre,
abrigados. Y por consiguiente, ese hombre tenía un tiempo dividido en buenos
pedazos, un tiempo doble ancho que le permitía andar sin apurones.
El
reloj de bolsillo, grande como un pan chico, y remolón, partía su esfera en
largos minutos, durante los cuales el hombre antiguo podía ir a pie desde la Aguada hasta el Centro, o
podía sentarse en un patio abierto, cerca de un árbol, o podía conversar con
otros hombres antiguos que también tenían unas largas horas perezosas, como de
aldea.
Aquellas
horas eran otras horas que muy poco tienen que ver con las actuales.
El
reloj de bolsillo constituía un monopolio de los hombres y según Maggi no es
cosa menor el lugar donde se guardaba.
Cuando
un caballero sacaba solemnemente su reloj y lo mantenía un instante en
observación, para luego meterlo otra vez en el bolsillito derecho del abdomen
parecía que se controlaba la presión o la temperatura del hígado; en fin, el
tiempo era un problema estrictamente personal, un asunto de uno consigo mismo,
y no una imposición de los demás.
No
es una tontería que se guarde el tiempo contra las vísceras y que, por tanto,
casi sean ellas las que estén haciendo pulsar a su ritmo el tic tac de los
segundos. El tiempo de caminar por placer, de pasear, el tiempo de estarse
quieto o de dejarse estar, ese tiempo realmente humano es el que marcan la
médula espinal y el páncreas, los pulmones y el corazón y la glándula tiroides,
recientemente inventada.
La
difusión del reloj de pulsera -señala el autor- significará un cambio radical.
En
el ombligo está el eje de nuestras agujas y nadie tendrá tiempo, nadie tendrá
su tiempo, si destierra el reloj a la muñeca, a la última frontera con la mano,
que es la expresión más lúcida y racional de nuestro cuerpo. (…)
Para
el hombre dueño de su tiempo, el suizo cegatón fabricó un reloj que se llevaba
atado a una cadena, como un perro dócil. Para nosotros –troleybus, teléfono
automático, cine continuado- inventó el reloj de pulsera que nos hace
prisioneros él a nosotros, que nos cierra las muñecas como esposas. En cada
relojería hay un coro de suizos fantasmales que se ríe de nosotros, y que tal
vez nos compadece.
Para
Maggi no estamos hablando de lo mismo cuando se trata de ver la hora en el
reloj de bolsillo o en el de muñeca.
¡Qué
dignidad había en aquel movimiento de mirar la hora en un reloj de bolsillo!
Primero: desprenderse el saco; luego: hundir dos dedos; luego: retirar el
reloj; luego: dejarlo sobre los cuatro dedos largos, con el pulgar de guardia
saludando arriba; luego: saltar la tapa –todo si apuro-; luego: asomarse al
brocal y estudiar las agujas –todo ritualmente y con atención profesional-
mientras se mantenía la gravedad del tiempo sobre la mano abierta, como quien
está sopesando el huevo frito de un animal desconocido.
Ahora,
en cambio, mirar la hora es casi procaz: nos levantamos la manga del saco como
para rascarnos. En el fondo, el gesto es exacto y representativo. Nuestro
tiempo, chiquito, que avanza a saltos epilépticos, puede sentirse como una
picazón siempre repentina, como un torpe e incansable aguijonazo; puede
considerarse una fastidiosa pulga de tiempo.
Y
concluye
Un
reloj de bolsillo era como una tortuga redonda y filosófica que ovillaba horas
lentas, horas de tortuga, bajo su caparazón de plata o de oro. El reloj de
pulsera es una chata sanguijuela que, prendida a nuestro brazo nos va sorbiendo
sangre, hasta sustituir con su urgente ritmo mecánico, nuestro pulso cordial.
¿Qué
diría Carlos Maggi de la costumbre -cada vez más común en nuestros días- de
consultar la hora en el teléfono celular (dispositivo con vocación imperialista
que en forma paulatina se va apropiando de más funciones)?