martes, 21 de noviembre de 2023

Una cláusula peculiar

 

La vida de María Félix es una fuente inacabable de anécdotas. En este mismo espacio ya hemos dado cuenta de algunas de ellas (como por ejemplo https://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2014/05/la-sexomnia-de-maria-felix.html).

Su protagonismo no admitía muchas concesiones y de ahí lo difícil que resultó la convivencia cuando en un evento social le tocó compartir escena con Pablo Picasso; ambos disputaron el papel estelar con las rispideces predecibles.

Entre los sucesos que narra con su habitual gracia, se refiere a una extraña condición que amenazó frustrar el rodaje de un film.

Estuve a punto de rechazar esa película [Los héroes están fatigados] porque mi galán era Yves Montand, y su esposa, Simone Signoret, quería que yo me comprometiera en el contrato a no acostarme con su marido. Yo le dije a mi agente Paulette Dorisse que por ningún motivo aceptaría esa cláusula tan cretina. No hubiera podido verme al espejo si aceptaba esas condiciones de trabajo.

Seguramente -y de acuerdo con lo que ella misma cuenta- después de algunas instancias negociadoras el conflicto quedó dirimido en bien del arte cinematográfico.

La Signoret debió notar que se había puesto en ridículo y aflojó el cinturón de castidad que le había endilgado a su esposo. Fue lo mejor para todos, porque la película salió muy bien: fue una de las mejores que hice en Europa.

En el amplio repertorio de María Félix unas historias se entrelazan con otras; éste es uno de esos casos.

Además de Montand había dos grandes actores en el reparto: uno era Jean Servais, con quien volví a trabajar en Los ambiciosos. A pesar de su alcoholismo era estupendo como actor y como persona. El otro era Curt Jurgens, que se hizo muy amigo mío en la filmación y más tarde vino a verme a México con su esposa.

La Doña los recibió como la espléndida anfitriona que era, lo que dio lugar a una confusión gastronómica. “Le dí un coctel en mi casa, donde se podía comer el caviar con cuchara. Desacostumbrada a esos lujos, su esposa no lo probó, creyendo que eran lentejas.”

martes, 7 de noviembre de 2023

Inevitable

 

Cada vez son más quienes deciden integrarse a las comunidades de vegetarianos y veganos. Ello tiene relación con otros movimientos sociales que han adquirido mayor presencia en tiempos recientes.

Según Wislawa Szymborska la intención de no vivir a expensas del sacrificio de otras vidas presenta dificultades insalvables.

(…) está la cuestión de si alimentarse a base de plantas es realmente tan inofensivo. Quizá esto me enfrente con todas esas personas que son fieles a los principios del vegetarianismo, pero, después de todo, las plantas también son organismos dotados de la voluntad de vivir. ¿Qué en otras formas de vida sea más evidente implica acaso que carezcan de ella las plantas? Sea cual sea la definición que adoptemos, el hecho cierto es que acaban en el plato del vegetariano…

Y reconoce que lo que afirma no es sencillo de digerir. “Lo que digo es desagradable porque sea cual sea la aproximación que hagamos a la naturaleza de la Naturaleza, esta conducirá ineludiblemente a conclusiones desagradables.” Llegados a este punto -siempre siguiendo a Szymborska- el panorama no es alentador para los militantes de estas causas en particular y para todos en general. “Y eso de que nosotros, los humanos, nos alimentemos a costa de otra vida, lo considero un escándalo. Y aún peor que participemos en él es que devenga incluso en un inmenso placer para el paladar.”

miércoles, 1 de noviembre de 2023

¿Para qué sirve la poesía?

 

No es de ahora, el asunto tiene su tiempo: la sospecha de inutilidad se encuentra en el entorno de la poesía. Y en particular en estos días ello parecería ser motivo más que suficiente para su descalificación y así enviarla al depósito de los trastos inservibles.

Afortunadamente hay quienes se rebelan contra esta perspectiva, entre ellos encontramos a José Saramago.

Llevamos siglos preguntándonos los unos a los otros para qué sirve la literatura y el hecho de que no exista respuesta no desanimará a los futuros preguntadores. No hay respuesta posible. O las hay infinitas: la literatura sirve para entrar en una librería y sentarse en casa, por ejemplo. O para ayudar a pensar. O para nada. ¿Por qué ese sentido utilitario de las cosas? Si hay que buscar el sentido de la música, de la filosofía, de una rosa, es que no estamos entendiendo nada. Un tenedor tiene una función. La literatura no tiene una función. Aunque pueda consolar a una persona. Aunque te pueda hacer reír.

Por su parte, Juan Gelman -citado por Rodolfo Braceli- pone de relieve la utilidad de lo inútil. “(…) ¿quién dice que la poesía no sirve, que la poesía es inútil? Además, en el siglo II un filósofo chino, no me acuerdo el nombre, decía que todo el mundo habla de la utilidad de lo útil, pero nadie repara en la utilidad de lo inútil.”

jueves, 26 de octubre de 2023

Una cura con consecuencias


La obra de ciertos artistas se encuentra asociada a los excesos en su vida. Ahora bien, está demás puntualizar que muchos bohemios con comportamiento disipado no han creado ninguna obra de arte; así las cosas: el exceso no es garantía.

Hecha la precisión anterior, no es secreto que algunos escritores se daban -y se dan- al vicio con todas las previsibles consecuencias a que ello puede dar lugar.

Por decisión propia o bien por influencia de familia y amigos, hay quienes han querido rectificar su rumbo.  Entre ellos -y sin que esto pretenda ser mala propaganda para Alcohólicos Anónimos e instituciones del mismo ramo- hubo ocasiones en que al dejar la bebida, con ella se fue también el genio.

Román Gubern presenta el triste caso de quien perdió su veta creativa a partir de sufrir un proceso de desintoxicación.

Jacinto Esteva encarnó modélicamente al artista de talento habitado por la necesidad de la autodestrucción. Su biografía, llena de excesos, merecería una novela cargada de episodios coloristas, como el de la partida de póquer en que, sin dinero en la cartera, en la alta madrugada se jugó y perdió a su esposa a manos de un italiano. (...)

En los años setenta Jacinto desapareció, pues fue a hacer una cura de desintoxicación alcohólica a los Estados Unidos. A su regreso, el vivaz, creativo y provocador Jacinto se había convertido en un abstemio soso y apático. Fue como si hubiese sufrido una lobotomía psíquica.

Este peligro que se corre con la rehabilitación no es exclusivo del rubro de la bebida.

Veamos lo que sostiene José Jiménez Lozano. “(...) Oídas a medias unas cosas muy científicas sobre ‘ludópatas’. No sé, pero yo conozco a dos: a Cervantes y a Dostoievski, y para éste sobre todo el juego resultó un drama.”

Y es entonces cuando Jiménez Lozano aborda la cuestión. “El problema está en saber si, después de que alguien le hubiera liberado a la fuerza de esos demonios del juego, hubiera seguido siendo Dostoievski. Es lo que no tengo claro.”


martes, 24 de octubre de 2023

Mestizajes

 

Con la Conquista se combinaron conocimientos, costumbres, tradiciones, etc. En este espacio ya nos hemos referido al mestizaje culinario (https://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/search/label/mestizaje%20culinario)

La herbolaria no fue ajena a ello y José N. Iturriaga -citando a Xavier Lozoya- alude a la cuestión. “Además del mestizaje culinario, a lo largo del siglo XVI hubo otros procesos culturales, como el que describe Xavier Lozoya en su libro La herbolaria en México.” En cuanto al mestizaje herbolario no fueron menores las dificultades -de acuerdo con Iturriaga- que debieron enfrentarse.

Frente al peligro de ser denunciados ante el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición por brujería o herejía, con el inminente riesgo de morir en la hoguera, los chamanes indios, los curanderos y las yerberas fueron cambiando los nombres de numerosas plantas medicinales prohibidas por los españoles que ostentaban una designación náhuatl, para llamarse ahora por nombres no sólo castellanos, sino incluso religiosos cristianos.

La alternativa, según José N. Iturriaga, fue la modificación de los nombres de hierbas y plantas.

De esa manera, y con el objeto de confundir a curas y frailes, la nomenclatura botánica terapéutica tuvo un giro y, así, el yoyotli se convirtió en codo de fraile; el mecapatli, en purga de las ánimas; la tlachichinoa, en lágrimas de san Diego, y el matlalcuahuitl, en palo santo, entre muchos otros ejemplos. El toloatzin se castellanizó como toloache, y también fue perseguido.

Sabido es que con el toloache hay que irse con cuidado porque se cuece aparte; en algún momento nos referiremos a ello.

domingo, 8 de octubre de 2023

Por si saben de alguien...

Llegó la compilación "Breverías españolas" que se acaba de editar en España (Madrid, Editorial Y griega, 2023).





Contiene una serie de citas de diversos autores acerca de temas varios.

La publicación es motivo de alegría que mucho agradezco a mi amigo Carlos Díaz, así como a la editorial Y griega.

Les comento que están a disposición otras tres compilaciones de este tipo: "Breverías mexicanas", "Breverías uruguayas" y "Breverías argentinas" por si saben de alguien a quien pueda interesar su publicación.

Muchas gracias.

p.d. en eso de complilador se hicieron presente los infaltables duendes de la imprenta.  

martes, 3 de octubre de 2023

Sospecha salada

 

La convivencia es un arte que presenta sus complejidades. Ponerse de acuerdo, negociar, modificar conductas y hábitos, tiene lo suyo.

Isaac Bashevis Singer evoca la función que cumplía su padre como mediador en los conflictos que se presentaban en parejas de su comunidad y los aprendizajes que ello le significó.

Para mí el tribunal de mi padre fue una escuela donde pude estudiar el alma humana, sus caprichos, sus añoranzas, sus defensas. Lleno de asombro, oí las amargas quejas de las parejas que demandaban divorciarse o dar por terminado un compromiso, o de quienes sencillamente acudían para abrir sus corazones a mi padre o a mi madre.

De entre las muchas controversias que atestiguó, hubo una que llamó poderosamente su atención.

Me acuerdo también del caso de un hombre mayor que acusaba a su esposa -su segunda mujer- de poner demasiada sal en la comida. Los médicos le habían prohibido que tomase demasiada sal, pimienta y otras especias picantes, pero por mucho que rogaba a su mujer que no lo hiciera, ella siempre condimentaba en exceso los platos que preparaba.

Así las cosas -continúa Bashevis Singer- sus padres intentaron solucionar el conflicto dialogando con la señora.

Mi padre le preguntó a la mujer por qué no satisfacía los deseos de su esposo, mencionando la frase de la Guemará según la cual: “Una esposa cabal cumple las peticiones de su marido.” La mujer contestó que ella era incapaz de cocinar sin sal ni especias porque la comida no sabría a nada. Aunque mi madre le insistía: “Siempre es posible condimentar después. La sal tiene el mismo sabor tanto si se echa en la cazuela como en el plato”, la mujer se empeñaba en que eso no era cierto.

Llega el momento de interpretar la férrea negativa de aquella mujer a introducir cualquier cambio en su rutina culinaria. La clave podía estar en su incapacidad para abandonar usos y costumbres inherentes a su vida. “En sus ojos se adivinaba la terquedad de una campesina; se le había metido una idea en la cabeza y no había modo de disuadirla.”  

Pero Isaac Bashevis Singer también da lugar a la sospecha que le suscitaba todo aquello: “Le dijo a mi madre que, con la ayuda de Dios, ella encontraría un hombre que no mirase dentro de las cazuelas. Esbozó una sonrisa aviesa; quizá deseaba que su marido enfermase y muriera.”

viernes, 29 de septiembre de 2023

La piñata apaleada

 

Ser golpeadas es el destino de las piñatas que hacen lo que pueden por resistir a los embates, pero tarde o temprano alguien logrará abrir sus entrañas. Es una tradición que ha sobrevivido al paso del tiempo, a grandes cambios sociales, así como a muchas innovaciones científicas y tecnológicas.

La piñata también ha sufrido embates de consideración en tanto metáfora. Se habla de la piñata sandinista en Nicaragua cuando algunos líderes del movimiento revolucionario se apropiaron de las posesiones de algunos integrantes del sector dominante.

Asimismo, y en este mismo espacio aludimos a ello, el politólogo Luis Rubio adjudica a ella parte de nuestra escasa formación para vivir en democracia (https://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2013/04/los-juegos-de-la-democracia.html)

Pero la cosa no para allí. El filósofo español Javier Gomá Lanzón, en un artículo titulado “La gran piñata”, la vincula con la avidez y el deseo de posesión.

(…) Me refiero a la costumbre de amenizar los cumpleaños de nuestros hijos con una piñata. La rompe de un bastonazo el pequeño protagonista de la fiesta, los dulces se derraman y los chavales se arrastran tristemente por el suelo; a la vista de los regocijados padres, culebrean con avidez, luchan a codazo limpio por acumular, empujan y tiran de alguna posesión discutida y al final se retiran a un rincón para el recuento del botín. Una exacta metáfora de la avaricia competitiva del mercado, al cual no tardarán en incorporarse esos rapiñadores de golosinas. A la vista de las recientes reformas educativas, tardarán cada vez menos.

Más adelante Gomá Lanzón se refiere a las reformas que, de un tiempo a esta parte, se han venido implementado en los planes de estudios universitarios.

Ortega y Gasset dijo que las universidades deben cumplir tres misiones: enseñar una profesión, preparar investigadores y formar hombres cultos. Los bienes involucrados en cada una de ellas son distintos: se aprende una profesión por razones prácticas y en función de su utilidad social; la investigación académica persigue el conocimiento teórico; ser culto es un imperativo emparentado con la propia dignidad de ciudadano. Un buen sistema universitario debería saber conjugar los tres bienes de forma armónica y equilibrada. (…)

Las actuales reformas “a la boloñesa” de la universidad española postergan temerariamente la misión de formar hombres cultos en beneficio exclusivo de la preparación de profesionales. Oímos que la universidad ha estado demasiado alejada del mundo laboral y que lo prioritario ahora es crear puentes con la empresa. Por eso los nuevos planes prevén pocos años de estudio para obtener un título universitario, conocimientos técnicos especializados y aplicados, y muchas prácticas desde el primer curso. Mutilada la universidad de su misión educativa, el resultado previsible será la producción industrial de una masa abstracta de individuos preordenados para competir y producir, tan hipercompetentes como incultos (…) Empezarán a trabajar antes que nunca y se jubilarán más tarde que nunca, lo que, privados de conciencia crítica, romos en su visión del mundo, asegura más de medio siglo de dócil mansedumbre a las leyes del mercado, diciéndose a sí mismos lo que el cínico personaje de Galsworthy en su novela La saga de los Forsyte: “¿De qué le sirve al hombre salvar su alma si pierde sus propiedades?”. (…)

Llegado a este punto, el improbable lector podrá suponer que nos extraviamos al olvidar el tema de este artículo. No es así, ya que la pobre piñata reaparece en la conclusión del autor. “Protesto contra una universidad que parece haber sustituido aquel antiguo lema de la academia platónica –‘nadie entre aquí que no sepa geometría’- por este otro: ‘Prepárate para la gran piñata’.”

jueves, 28 de septiembre de 2023

Juicios sumarios

 

Es posible advertir -se lo ha señalado con frecuencia- que las opiniones que circulan en las redes suelen presentar juicios contundentes, descalificaciones, simplificaciones, etc., lo que dificulta el entendimiento, el intercambio de perspectivas. Es así como existen seguridades que atemorizan, certezas blindadas que encubren falacias.

Sin poner en entredicho lo anterior, es importante recordar que esta facilidad para emitir opiniones determinantes no es exclusiva de nuestro tiempo, ni de personas sin formación académica.

José Jiménez Lozano nos aproxima a ello y en un primer momento presenta el entorno del asunto.

El estilo ensayístico –incluido el ensayo filosófico e histórico- es cada día más contundente y seguro. Da un cierto miedo: está lleno de juicios sumarísimos y ejecuciones, ni una duda, ni ironía, ni melancolías. ¡Y eso que se habla de pensamiento débil!

Presenta un caso que permite ejemplificar la cuestión, teniendo como protagonistas a dos reconocidos intelectuales.

Me acuerdo de que Simone Weil dice que J. Maritain había deducido del famoso texto aristotélico sobre la esclavitud que nadie había condenado ésta en el mundo griego. Pero Aristóteles dice que algunos piensan que la esclavitud repugna a la naturaleza y a la razón, y entonces, la afirmación de Maritain es una calumnia contra toda una civilización, que habría que reparar, dice la Weil.

Una vez expuesta la situación, Jiménez Lozano concluye: “Y así es. Si no tenemos este escrúpulo, estamos perdidos: sólo serviremos para amonestar más palabras vacías o mortales, y hacer mayor la oscuridad.”

Finalmente digamos que hay un método infalible -muy recurrido en nuestro tiempo- para resultar victorioso en ciertos debates y que en pocas palabras explica Javier Ortiz: “(…) primero se dice que el contrario ha dicho lo que no ha dicho y luego se le condena sin apelación posible por haber dicho lo que no ha dicho.”

miércoles, 27 de septiembre de 2023

De los tiempos del reloj de bolsillo

 Uno es uno y sus objetos.

Hay objetos que nos definen, que son indisociables de la propia existencia; al tiempo que forman parte de los usos y costumbres de ciertos sectores sociales en una época determinada. 

Es el caso del reloj de bolsillo. Mi padre tenía uno que lucía con orgullo y cuidaba con esmero; se lo había regalado mi abuelo. Carlos Maggi presenta un perfil de aquel prestigioso objeto en el entorno montevideano.

(…) todo hombre de antes, de aquel entonces (…) usaba reloj de bolsillo, transportaba la hora en el chaleco, llevaba los minutos pegados al vientre, abrigados. Y por consiguiente, ese hombre tenía un tiempo dividido en buenos pedazos, un tiempo doble ancho que le permitía andar sin apurones.

El reloj de bolsillo, grande como un pan chico, y remolón, partía su esfera en largos minutos, durante los cuales el hombre antiguo podía ir a pie desde la Aguada hasta el Centro, o podía sentarse en un patio abierto, cerca de un árbol, o podía conversar con otros hombres antiguos que también tenían unas largas horas perezosas, como de aldea.

Aquellas horas eran otras horas que muy poco tienen que ver con las actuales.

El reloj de bolsillo constituía un monopolio de los hombres y según Maggi no es cosa menor el lugar donde se guardaba. 

Cuando un caballero sacaba solemnemente su reloj y lo mantenía un instante en observación, para luego meterlo otra vez en el bolsillito derecho del abdomen parecía que se controlaba la presión o la temperatura del hígado; en fin, el tiempo era un problema estrictamente personal, un asunto de uno consigo mismo, y no una imposición de los demás.

No es una tontería que se guarde el tiempo contra las vísceras y que, por tanto, casi sean ellas las que estén haciendo pulsar a su ritmo el tic tac de los segundos. El tiempo de caminar por placer, de pasear, el tiempo de estarse quieto o de dejarse estar, ese tiempo realmente humano es el que marcan la médula espinal y el páncreas, los pulmones y el corazón y la glándula tiroides, recientemente inventada.

La difusión del reloj de pulsera -señala el autor- significará un cambio radical.

En el ombligo está el eje de nuestras agujas y nadie tendrá tiempo, nadie tendrá su tiempo, si destierra el reloj a la muñeca, a la última frontera con la mano, que es la expresión más lúcida y racional de nuestro cuerpo. (…)

Para el hombre dueño de su tiempo, el suizo cegatón fabricó un reloj que se llevaba atado a una cadena, como un perro dócil. Para nosotros –troleybus, teléfono automático, cine continuado- inventó el reloj de pulsera que nos hace prisioneros él a nosotros, que nos cierra las muñecas como esposas. En cada relojería hay un coro de suizos fantasmales que se ríe de nosotros, y que tal vez nos compadece.

Para Maggi no estamos hablando de lo mismo cuando se trata de ver la hora en el reloj de bolsillo o en el de muñeca.

¡Qué dignidad había en aquel movimiento de mirar la hora en un reloj de bolsillo! Primero: desprenderse el saco; luego: hundir dos dedos; luego: retirar el reloj; luego: dejarlo sobre los cuatro dedos largos, con el pulgar de guardia saludando arriba; luego: saltar la tapa –todo si apuro-; luego: asomarse al brocal y estudiar las agujas –todo ritualmente y con atención profesional- mientras se mantenía la gravedad del tiempo sobre la mano abierta, como quien está sopesando el huevo frito de un animal desconocido.

Ahora, en cambio, mirar la hora es casi procaz: nos levantamos la manga del saco como para rascarnos. En el fondo, el gesto es exacto y representativo. Nuestro tiempo, chiquito, que avanza a saltos epilépticos, puede sentirse como una picazón siempre repentina, como un torpe e incansable aguijonazo; puede considerarse una fastidiosa pulga de tiempo.

Y concluye

Un reloj de bolsillo era como una tortuga redonda y filosófica que ovillaba horas lentas, horas de tortuga, bajo su caparazón de plata o de oro. El reloj de pulsera es una chata sanguijuela que, prendida a nuestro brazo nos va sorbiendo sangre, hasta sustituir con su urgente ritmo mecánico, nuestro pulso cordial. 

¿Qué diría Carlos Maggi de la costumbre -cada vez más común en nuestros días- de consultar la hora en el teléfono celular (dispositivo con vocación imperialista que en forma paulatina se va apropiando de más funciones)?