jueves, 30 de abril de 2020

Abandonarse


Quienes han luchado denodadamente contra algún vicio, exceso o desarreglo personal y que han logrado su propósito, saben de sobra el esfuerzo que ello les  ha significado. No sólo en tiempos de dar la batalla sino también en los de sostener la conquista.

Y es así como uno deviene en fanático de la disciplina, la perseverancia, rechazando de plano (y sin siquiera pensarlo) cualquier posible comportamiento que pudiera llevar de retorno a la situación que tanto se luchó por abandonar. Así las cosas, uno presume el logro y los demás reconocen su tesón casi modélico.

Ahora bien, pocos son los que asumen este comportamiento (dieta, abstinencia, ejercicio…) por gusto o placer. Se sabe sí que se trata de una necesidad que viene con su buena dosis de bienestar pero no son pocos los momentos en que se anhela aquel pasado desprolijo.

El caso que narra Juan José Millás representa no solo el cansancio ante el buen comportamiento sino que va más allá: cuando alguien vuelve a decirse “¡ya basta!” pero ahora en dirección contraria al sentido que tuvo en el pasado.

Comida en casa de unos amigos. El anfitrión anuncia que ha decidido “abandonarse”. Frente a la mirada interrogativa de los comensales, asegura que está harto de no engordar y de ir al gimnasio tres veces a la semana.
-Es muy agotador –dice-. De modo que ya lo sabéis: me abandono.

Lo que sucedió a continuación, estuvo lejos de procurar que el amigo rectificara aquella decisión que lo llevaría a apartarse de la buena senda.

Nadie dice nada durante unos segundos. Luego, el más gordo de la reunión se levanta con la copa en la mano y grita:
-¡Brindo por eso! Eres un líder.

Este acontecimiento condujo a que Millás reconsiderara sus convicciones al respecto.

De regreso a casa, pienso en las ventajas de abandonarse. Volver a los huevos fritos con patatas, a los guisos fuertes, a los picantes. Guardar la plancha en un armario, cenar todos los días, dentro o fuera de casa. Quizá volver a fumar… Me veo con ocho o diez quilos más, tumbado de lado en el sofá, viendo una peli en la tele mientras devoro una tableta de chocolate… Hay algo en esa imagen de perdición que me atrae. Se trata, en fin, de bajar la guardia, de abandonar responsabilidades, de despedirse un poco de este mundo. No sé, tendría que comprar ropa nueva.

Ya no sabemos qué hizo Juan José Millás. ¿Mantuvo su disciplina personal?, ¿se sumó al llamado a abandonarse?, ¿compró ropa nueva?

miércoles, 29 de abril de 2020

Consejero espiritual


La expresión ha caído un poco en desuso pero en los ámbitos confesionales sigue existiendo la figura del consejero espiritual. En el ámbito católico, por supuesto que no es privativo de él, se trata de aquel sacerdote en quien se tiene mucha confianza para ayudar a dirimir los dilemas que el vínculo fe y vida presenta permanentemente.

El curioso acontecimiento lo narra el padre Carlos G. Vallés.

La hermana Vándana, religiosa india que se dirigió muchos años espiritualmente con el conocido P. Anthony de Mello, le consultó una vez una situación concreta de conciencia y le pidió consejo.

La respuesta fue contundente.

El P. Tony se lo dio con la claridad y autoridad con que acostumbraba.

Sin embargo, esto causó desasosiego en la religiosa.

Ella se sorprendió al oír su consejo, y le dijo: “Es extraño. Hace algunos años le consulté esa misma situación a mi padre espiritual de entonces, y me dio la respuesta contraria”.

El sacerdote jesuita no se sintió interpelado por ese desacuerdo de opiniones y no tardó –continúa Vallés- en expresar su desagrado.

Tony la interpeló con su viveza característica: “¿Y quién era ese imbécil?”

El final del desencuentro entre los distintos consejeros espirituales resultó inesperado.

Y la religiosa, señalándolo traviesamente con el dedo le contestó sencillamente: “Eras tú mismo”. Y ambos se rieron.

martes, 28 de abril de 2020

El Arca de Noé


Entre los temas que concitan la atención de nuestro tiempo, nada más ajeno que el del Arca de Noé, cuestión que ahora nos ocupa. Para ello consultamos a Bergen Evans quien sostiene que “aún en 1675, el erudito jesuita Kircherns catalogaba sirenas y grifos entre los animales del Arca de Noé (…)”
Sostiene Evans, por otra parte, que la Encyclopaedia Britannica con el paso del tiempo fue cambiando la forma de referirse el tema.

(…) la primera edición de la Encyclopaedia Britannica (1768-1771) no abrigaba duda alguna acerca de la existencia real del Arca misma. Los únicos puntos que se sentía llamada a discutir se relacionaban con la estiba de los distintos animales y la ubicación de la cabina de Noé. En la undécima edición (1911) la historia es descripta como un “mito”, aunque resulta curioso observar que en la décimo cuarta (revisión de 1943) la expresión de escepticismo es más reservada. Acaso la noticia de que el Arca había sido recientemente descubierta, “empotrada y conservada por el hielo”, en la cima del Monte Ararat, los indujo a dudar de sus propias dudas, aunque es más probable que tuvieran en cuenta, sencillamente, las susceptibilidades de algún círculo amplio de suscriptores.

Un asunto polémico fue el de si todas las especies tuvieron acceso al Arca; Wislawa Szymborska se ocupa de ello.

El sacerdote Benedykt Chmielowski, un valiente enciclopedista, meditó concienzudamente sobre la presencia de reptiles (de la clase reptilia) en el Arca de Noé. Rotundamente, no. El Arca era un refugio para criaturas divinas, y los reptiles tienen su génesis en “la corrupción y la depravación”.

Más allá de ello –agrega Szymborska- los datos indican que no tuvieron mayor problema en reproducirse.

Una corrupción que daría origen durante el Cretácico superior a los primeros prototipos de serpiente, que se habituaron tan bien a toda esa inmundicia que todavía hoy reptan por el mundo dos mil seiscientas especies, siendo cuatrocientas de ellas venenosas.

Finalmente digamos que de acuerdo al estado de cosas en el mundo actual pudiera pensarse en la posibilidad de otro diluvio universal. Sin embargo Chamfort -citando a quien sólo se refiere por su inicial- ofrece un sólido argumento en contra de ello.

D…, misántropo muy gracioso, me decía a propósito de la maldad humana: “Sólo la inutilidad del primer diluvio es lo que impide que nos envíen otro.”

lunes, 27 de abril de 2020

Lo que va de la caridad a la justicia


Hay textos que aunque proceden de un pasado distante mantienen toda su lozanía a la hora de confrontarlos con realidades de nuestro tiempo, tal como sucede con buena parte de la obra de John Ruskin tanto en su dimensión artística como social y aun religiosa.

Algunos autores identifican a Ruskin dentro del llamado socialismo cristiano; desconozco si se puede llegar tan lejos pero no queda duda en cuanto a que su mirada tiene mucho que ver con lo que después se consolidaría como doctrina social cristiana. Los pasajes que transcribimos a continuación están tomados de su libro La corona de olivo silvestre…. La traducción corresponde nada menos que a Carmen de Burgos (Valencia, F. Sempere y Compañía Editores, s/f, la edición original es de 1866). En un fragmento de este texto, que conviene no olvidar tiene más de ciento cincuenta años de haber sido escrito, alude al Servicio divino en los términos siguientes

(…) decimos: “Se celebrará (esta es la palabra, la fórmula aceptada), el Servicio divino a las once.” Pues bien; si no celebramos el Servicio divino en cada uno de los actos de la vida, no lo celebraremos jamás. El verdadero trabajo divino, el verdadero sacrificio ordenado, es el de ser justos, ¡y esto es lo último a que estamos inclinados a ser! ¡Todo menos esto! Toda la caridad que queráis, pero nada de justicia.

Para que quede claro este concepto de una caridad divorciada de la justicia, ejemplifica con situaciones cotidianas que seguramente habrán dado lugar a severas críticas de parte del sector social aludido.

Vosotros, gentes ricas que me escucháis, iréis al “Servicio divino” el domingo próximo, aseadas y rozagantes, y vuestros pequeños llevarán puestos sus zapatitos de domingo y llevarán en la cabeza sus lindas plumas de los días de fiesta, y pensaréis complaciente y piadosamente que están encantadores. Esta es la verdad, y también lo será que les amáis verdaderamente y que experimentáis placer en poner las plumas sobre sus sombreros. Esto es justo, esto es aquí la caridad, pero es la caridad que comienza por sí mismos. Más tarde encontraremos al pobre pequeño barrendero, adornado también con su traje de los domingos –sus harapos más sucios-, a fin de poder mendigar mejor; le daremos unos céntimos y pensaremos cuán buenos somos. Esta es la caridad callejera.

Sin embargo Ruskin considera que la justicia cristiana tiene otra mirada sobre el asunto.

Pero ¿qué dice la justicia que marcha a nuestro lado y nos espía? La justicia cristiana quedó extrañamente muda y en apariencia ciega, o por lo menos, si no ciega, decrépita, desde hace mucho tiempo; pero ella revisa sus cuentas, sin embargo, asiduamente, todas las noches, después de haber quitado su venda, y con ayuda de los más penetrables lentes (única de las invenciones modernas de que se cuida).
Es necesario acercar bien el oído a sus labios para oír sus palabras; y entonces sobresaltará lo que dice, que será precisamente esto: “¿Por qué este pequeño barrendero no ha de llevar plumas en la cabeza como vuestro hijo?”.

Así es como inicia el debate entre justicia cristiana y bondad administrada por los sectores privilegiados.

Y entonces preguntaréis a la justicia, con un tono de estupefacción: “Pero ¿quién habla de ser tan tonto para pensar que los niños hubieran de barrer las calles con plumas en la cabeza?” Pero si os aproximáis aún, la justicia os dirá, siempre con su ademán desmayado y estúpido: “Entonces, ¿por qué un domingo o dos no dejáis que vuestro hijo barra las aceras mientras vosotros acompañáis a la iglesia al barrendero con su sombrero de plumas?” “¡Bondad divina! –exclamaréis pensando en vosotros mismos-. ¿Qué irá a exigir después?” Y añadiréis que no lo hacéis porque “cada uno debe estar satisfecho con la situación en la cual la Providencia le ha colocado”.

Argumento de ayer y de hoy ante el que Ruskin de ninguna manera permanecerá callado (y permítaseme una breve digresión: no puedo dejar de pensar en el gusto que seguramente tuvo Carmen de Burgos mientras traducía esta obra). Su reacción es contundente

¡Ah, amigos míos; he aquí precisamente donde está la herida! Porque ¿ha sido la Providencia o vosotros quien les ha colocado en esa situación? Colocáis un individuo en un foso y le decís que se considere satisfecho de la “situación en que le ha colocado la Providencia”.

Concluye Ruskin: “Este es el cristianismo moderno” en el que “la justicia cristiana quedó extrañamente muda y en apariencia ciega…”

Esto en 1866.

viernes, 24 de abril de 2020

Romanos vs cartagineses: estrategia didáctica


Hace ya unos días nos referimos a la evocación pormenorizada de Román Gubern en relación al colegio jesuita al que concurriera durante su infancia y adolescencia (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2020/04/roman-gubern-evoca-su-colegio-jesuita.html)

Entre sus recuerdos destaca una estrategia didáctica, a manera de juego, utilizada por los docentes con el fin de provocar mayor competencia académica entre los alumnos y con ello un mejor nivel académico.

Para reforzar las estrategias docentes, los jesuitas utilizaban un juego inspirado en un motivo histórico clásico: la rivalidad entre romanos y cartagineses. Este duelo didáctico se efectuaba con dos filas de condiscípulos enfrentados, respondiendo a las preguntas y, cuando se producía un error, replicaba el contrincante y, si también fallaba, el siguiente alumno en la fila del interpelado, lanzando cada vez un enérgico “¡corrijo!”. Quien acertaba la respuesta pasaba delante de quien hasta entonces le precedía. Era, por lo tanto, un juego basado en la doble competencia en las respuestas: con el bando adversario y con los compañeros del propio bando, avanzando puestos en él.

Los resultados obtenidos por los alumnos a lo largo del año, daban lugar a un peculiar sistema de jerarquización académica; continúa Gubern

A la misma filosofía competitiva respondía la ceremonia del reparto de dignidades al final del curso, desde las distinciones más ilustres (el emperador con su corona de laurel, el príncipe, etc.), hasta la más modesta de académico, que lucía un lacito esmirriado.

Concluye cuestionando, cuando menos parcialmente, los resultados de aquella estrategia. “Se nos educaba para afrontar los retos de la competitividad capitalista, aunque a algunos de aquellos pomposos emperadores no les ha ido después demasiado bien en su vida profesional.”

jueves, 23 de abril de 2020

Epistolarios de dudosa relevancia


Puede que la publicación de epistolarios sea interesante al incluir genialidades que habían permanecido desconocidas y que salen a la luz gracias a la labor de un investigador. Andrés Trapiello cita algunos casos: “Uno piensa en epistolarios y recuerda los de Kafka, los de Rilke o Beethoven donde las ideas, obsesiones y pensamientos arden con una llama intensa.” También pueden ser trascendentes al hacer evidente entretelones de la historia que obligan al revisionismo en relación a ciertos episodios.

Pero existen epistolarios cuya publicación genera dudas y que en opinión de Trapiello son explicables por la beatería ridícula que caracteriza a nuestro tiempo.

En un periódico se anuncia, con maracas, un suculento epistolario inédito de Larbaud, J. R. J., Cocteau y otros. Asomarse a estas cartas abochorna de tal modo que seguramente los huesos de todos ellos se están revolviendo de ira en la tumba.
La cultura moderna resulta de una beatería ridícula. Terminarán por publicar facsímiles de los billetes de tranvía que usó Joyce o las facturas que pagó Proust a sus médicos. A falta de literatura, están poniendo una tienda de recuerdos religiosos, como las que se ven cerca de la Plaza Mayor.
Las cartas que con tanto escándalo anunciaban en primera página no tienen desperdicio. “Querido X. –se dice en una de ellas-, me es imposible acudir a la cita que teníamos concertada. Ya se servirá usted indicarme el momento en que podremos vernos. Suyo siempre XX.”

¿Qué agrega el conocimiento de tales misivas? ¿Por qué sería importante que llegaran a manos del lector? Continúa Trapiello

Si la carta fuera, pongamos por caso, de Hitler a Pío XII, yo creo que tendría cierta importancia histórica. Ahora, tratándose de escritores de los que maldita la falta que nos hace saber si se llevaban bien o no, es cosa ridícula publicarla, a menos que sea uno un personaje de Molière. Yo me comprometo a escribir epistolarios de ese tenor para cualquier periódico del mundo que lo solicite. Pero no cartas a Cocteau o de Larbaud. No. Cartas de Goethe, de Confucio, de Virgilio, picando alto, por arriba, a lo grande.

Para Trapiello estas publicaciones responden a los dictados de la moda editorial que ponen de manifiesto un conjunto de trivialidades.

Parece que todos se han puesto de acuerdo para publicar epistolarios de gran profundidad estos días. Ahora el epistolario es uno entre Dalí y Lorca, unas cartas de colegiales, a las que sólo les falta la banda azul de buen comportamiento. (…)
En las cartas de Dalí, como en las de Lorca, no se lee, sino que se miran puñeterías, almidones, chorreras. Son vitolas de puro.

Concluye el autor ya citado eximiendo de toda responsabilidad a los autores de la correspondencia. “La culpa naturalmente no la tienen ni Lorca ni Dalí, pero ni uno ni otro iban a suponer que un día en España sobraría dinero para editárselas.” Sus cuestionamientos van hacia otro lado. “Si esto lo pagara un señor de su bolsillo, no diría nada. Pensaría, lo mismo que cuando veo que un particular se atraca de sesos fritos: buen provecho. Pero que haya todavía en España analfabetos es lo que transforma eso de snobismo en una inmoralidad.”

miércoles, 22 de abril de 2020

Diferentes respuestas en cuestión de salud


Hay diferentes formas de atender lo que posiblemente constituye la mayor prioridad de nuestras vidas: el cuidado de la propia salud.

Está el modelo centrípeto de aquellos que con puntualidad británica se hacen todos los chequeos médicos recomendables para su edad: pruebas, análisis, estudios, etc. Cabe hacer la aclaración que son extremadamente cuidadosos de su salud pero no hipocondríacos –aunque la frontera a veces sea difusa-; cumplen con toda precisión su agenda de compromisos médicos. Se les puede olvidar una cita amorosa pero jamás la consulta con el galeno.

En el otro extremo están los que responden al modelo centrífugo. Son un poco descuidados y desmemoriados para cumplir con los análisis que tienen pendientes. De alguna manera son alargadores y van postergando, como quien no quiere la cosa, el cumplimiento de sus citas médicas. No faltan excusas ni pretextos para dejar los pendientes clínicos para mañana. Aquí también conviene precisar que no nos estamos refiriendo –aunque nuevamente la frontera sea difusa- a quienes abandonan totalmente al destino la evolución de su salud.

Guiados por el principio de que el que busca encuentra, los centrífugos prefieren no buscar y solamente van al médico cuando ya de plano no les queda de otra. Aun cuando existen ejemplares de este tipo en todas las profesiones, oficios u ocupaciones, los ejemplos que brindaremos proceden de personas del mundo de la cultura y las artes. Hace años Luis Ignacio Helguera se refería de esta manera a su tío.  

Pensador incansable sobre la muerte en toda su poesía, Eduardo Lizalde es en su persona, sin embargo, un negador sistemático de la enfermedad, hasta el punto de nunca padecer una. Explorador profundo del dolor en su obra, no es hombre dado, sin embargo, a la melancolía: como el tigre que avizora nuevos horizontes, fuerte y erguido, mira con entereza el futuro y celebra la vida y el canto.

Siempre se conducen con una buena dosis de negación aunque al entrar a consultorios o laboratorios inevitablemente serán visitados por fantasmas de males mayores e irreversibles. Andrés Trapiello no necesita que nadie lo describa; él mismo nos permite conocer su actitud en relación al tema que nos ocupa.

Ya no había excusa para no hacerse los análisis que todos estos meses atrás habían quedado suspendidos por causas mayores (…) Ahora, ¿qué pretextos podría encontrar para no hacérmelos? Durante semanas ha ido uno llenándose el alma de temores tenebrosos y melancolías inconsolables, como aquel que ha necesitado ponerse la venda antes de la herida, y teme asomarse a sus vísceras y a su corriente sanguínea (…)
Salí a la calle un poco antes de que saliera el sol. De sol a sol. Iba con paso ligero a la casa donde los hacen. El temor hacía que caminase deprisa, como si fuese a llegar tarde a mi cita con el destino.
Cuando dejé la clínica, sintiendo aún el picotazo de avispa en la vena, empezaba a amanecer.

(Por cierto que si se quedaron con la duda, poco más adelante Trapiello informa que esos análisis dieron resultados normales).

Será el pintor Carlos Páez Vilaró quien explique con claridad meridiana las razones de su resistencia a visitar a los doctores.

Un médico me produce el mismo temor que enviar el auto al mecánico. Se lo lleva por una simple carraspera del motor y se termina cambiándole los aros o rectificando el cigüeñal.

De cualquier manera intuyo que en caso de tener que elegir entre las dos opciones, Páez Vilaró no hubiese dudado en llevar su carro al mecánico. Y eso ya es mucho decir.

martes, 21 de abril de 2020

Errores tipográficos


Hay personas que cuando se proponen algo no cejan en su empeño hasta conseguirlo y Manuel de Olaguíbel (en un texto de 1884 que transcribimos en su grafía original) se refiere a uno de estos casos.

Lejay (Gui-Michel), abogado del Parlamento de Paris, concibió el proyecto de publicar una Biblia en siete lenguas, y tuvo suficiente fuerza de voluntad para gastar 100,000 escudos y arruinarse, pero realizando su empresa.

Como el afán de protagonismo y de superar lo ya realizado no es cosa nueva, hubo quien –señala Olaguíbel- quiso atribuirse la obra.

El cardenal Richelieu, que en todo quería imitar al gran Jimenez de Cisneros, ofreció grandes sumas á Lejay por tal de que le permitiera poner su nombre y su retrato en la obra de que nos ocupamos, es decir, pretendiendo para sí la gloria; pero el digno abogado permaneció firme y publicó su Biblia en 1645, habiendo sido el impresor Vitré. La obra se compone de 10 volúmenes in folio máximo, muy bien impresos en papel excelente, que desde entónces se llamó imperial.

No faltó que un reconocido académico advirtiera que en el texto se deslizaban algunos errores significativos que afectaban al contenido.

Esta Biblia dió motivo á una polémica verdaderamente original. Mr. de Flavigny, profesor de hebreo en el colegio de Francia, escribió una carta criticando algunos errores tipográficos de importancia que contenía la obra citada (...)

Pero resulta –siempre siguiendo a Olaguíbel- que el escrito de Mr. de Flavigny adoleció de un problema mayor que los que buscaba enmendar

desgraciadamente al que imprimió el folleto del crítico se le desprendió una letra al enderezar una línea, y esto nada ménos que en este pasaje de San Mateo: “ejice primum trabem de oculo tuo”, siendo la letra la primera de la palabra oculo.

En aquellos tiempos un error semejante exigía la debida rectificación. “El profesor de hebreo fué acusado por los colaboradores de la Biblia, de impío, y tuvo que jurar ante los Evangelios que no habia cambiado el texto maliciosamente.”

lunes, 20 de abril de 2020

Táctica y estrategia


La profesión de director técnico de equipos de futbol ha venido ganando relevancia en años recientes. Algunos de ellos son contratados por grandes equipos con sueldos, como se dice habitualmente, astronómicos.

Pero felizmente siguen existiendo los otros, los que permanecen en el anonimato trabajando exclusivamente por amor a la camiseta sin otra remuneración que no sean las alegrías cuando su equipo triunfa y las tristezas consiguientes en las rachas adversas.

Uno de ellos es el que para Eduardo Galeano fue el mejor director técnico que conoció, “(…) un señor que se llamaba Cóppola, que dirigía al equipo de un pueblito muy chiquito de Uruguay, Nico Pérez.” Un detalle lo pinta de cuerpo entero: “Era peluquero, un día se sacó la grande [el premio mayor de la lotería] y puso un cartelito en su local: Cerrado por exceso de capital.” La forma en que dirigía a su equipo –continúa Galeano- no tenía mayor misterio.

La cosa es que toda la táctica y toda la estrategia de Cóppola se reducía a lo siguiente: acompañaba a sus jugadores a la cancha, los palmeaba en la espalda a medida que iban saliendo y les decía, sencillo: “Muchachos, ¡buena suerte!”.

Aun cuando esto haría reír de buena gana a un entrenador profesional, no conviene olvidar que aquella buena suerte que invocaba Cóppola sigue jugando en las grandes ligas.                                                                                         

viernes, 17 de abril de 2020

En tiempos de pandemia: aprendizajes para recordar


En un artículo anterior me permití discrepar nada menos que con Fernando Savater (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2020/04/no-don-fernando-esto-no-se-acabo.html).  

En los días de encierro, al igual que todos, estoy teniendo ciertos aprendizajes que –para que no queden tan solo en un conjunto de buenas intenciones- quiero recordar y es con esta intención que los enuncio a continuación:

*En momentos críticos quisiéramos vivir en el marco de sociedades: armoniosas, justas, incluyentes, con recursos económicos, instituciones sólidas, normas que se respeten, dirigentes preparados, periodismo plural y honesto...

Antes hay que construirlas

* Como dice Luz Sánchez-Mellado: “Las crisis nos retratan mejor que las rectoscopias. (…) Mientras unos reman a todo bíceps y aplazan el legítimo motín para cuando la vía esté taponada, otros, hartos de pan y wifi en casa o el despacho, reparten sumarísima justicia tuitera sin aportar más que su veneno.”

* Estamos viviendo una situación de por sí muy dolorosa (Covid-19) que se agrava por las condiciones sociales de injusticia, corrupción, impunidad y violencia (organizada, poco organizada, desorganizada) en que nos encuentra.

* La prioridad de la hora es irrenunciable: actuar en forma solidaria.

* Son momentos que se prestan a sentir miedo al mismo tiempo que mucho enojo. Las fronteras entre uno y otro pueden ser difusas.

* Los intereses no descansan y por tanto hay periodistas, políticos, empresarios, intelectuales, etc., que buscan "gestionar" el enorme caudal de enojo social hacia sus objetivos personales y corporativos, en el afán de seguir conservando sus privilegios.

* Ante ello es importante reivindicar el derecho a dirigir el enojo hacia donde lo oriente el análisis de causas que cada quien realice libremente.  

* Llegará el momento de actuar solidariamente para cambiar las condiciones sociales que agravan este momento.

*Son muchos quienes al ver de qué dolorosa manera se ponen de manifiesto las consecuencias de sus propios actos, pasan a ejercer el que Manuel Rivas identifica como el oficio más antiguo del mundo: mirar para otro lado.

Las responsabilidades siempre hay que facturárselas a otros. ¿Será esto lo que Pascal Bruckner identifica como la tentación de la inocencia?

*“La credibilidad es hoy un bien escaso en México. Uno podría pensar que hace algunos años estaba diferenciada: los mexicanos no le creían a los partidos políticos, pero sí al instituto electoral; no le creían al gobierno, pero sí a la sociedad civil; no le creían a algunos medios informativos, pero sí a otros. Hoy, con mediciones de encuestas sobre el tema, podemos ver que la falta de credibilidad incluye a la propia sociedad civil. (…)

Es notable el desdén con el que la ciudadanía trata la información a la que está expuesta. (…) la incredulidad refleja muy probablemente el hartazgo con el estado de cosas.

A los políticos en México se les cree poco o no se les cree, pero los medios de comunicación y las redes sociales no están mucho mejor. Incluso las organizaciones de la sociedad civil comparten hoy bajos niveles de credibilidad, junto con los medios y con las redes sociales, todas por debajo de un tercio de la población nacional que dice creerles mucho o algo. Esto comparado con 1 de cada 10 que dice creerle a los políticos. (…)

Habrá que preguntarse qué necesita la sociedad mexicana para refrescar sus bases de confianza y de credibilidad.”

                                   (Alejandro Moreno. Este País, junio de 2017)

Siempre, pero más aún en este momento que atravesamos, valoramos la credibilidad como bien fundamental que hace posible una convivencia más armónica en nuestras sociedades.

Y esto no podemos encargar que nos lo traigan en un vuelo humanitario junto con los equipos que hoy tanto se necesitan.

*No puedo asegurar que la noticia sea verdadera: algunas fuentes señalan que en las compras de ventiladores y otros equipos médicos realizadas por los gobiernos en estos días, se ha recurrido a intermediarios que han inflado notablemente los precios.

Ojalá y no sea cierto.

En el caso que lo sea:

a) no entiendo entonces para qué tantos agregados comerciales en las embajadas, tantos tratados de colaboración entre países;

b) claro que hay que ganarse la vida, pero hay de formas a formas;

c) declaro a tales mercaderes (intermediarios, jefes de compras beneficiados con la adquisición, etc.) personas non gratas en mi horizonte personal.

Sí, aunque ello los tenga sin cuidado alguno.

*Según lo señala Pablo Mendelevich: “La frase ‘cuanto peor, mejor’ la esculpió, al parecer, un revolucionario socialista ruso del siglo XIX (…) Nikolái Gavrílovich Chernyshevski, cuyos escritos inspiraron a Lenin.”  

Me cuesta mucho creer -y ojalá que mi percepción sea errónea- que desde opciones ideológicas muy diferentes a las que dieron lugar a la frase aludida, haya tantos que en estos difíciles momentos militen a favor de dicha causa.

A ellos también los declaro personas non gratas en mi horizonte personal.

Sí, aunque no les inquiete en lo más mínimo.

*En la evidencia de la crisis provocada por años de complicidad (en el peor de los casos) o ineptitud (en el mejor), invariablemente llega el momento en que los piromaníacos de ayer presumen ser los bomberos de hoy.

* Es curioso -por decir lo menos- que quienes consintieron o, peor aún, generaron las causas hoy se indignan al ver las consecuencias.

Y así es como surge un nuevo movimiento de indignados. Palabra que, por lo visto, ya está dando para todo.

*Finalmente, no quiero olvidar aquellas palabras de Octavio Paz:

…para que pueda ser he de ser otro,

salir de mí, buscarme entre los otros,

los otros que no son si yo no existo,

los otros que me dan plena existencia,

no soy, no hay yo, siempre somos nosotros…

Estos aprendizajes aspiran a no ser efímeros, a quedar en la memoria para que puedan motivar algunos cambios en la forma personal y social de vida. Es por ello que la respuesta a Savater concluía diciendo:

No, don Fernando. En muchos sentidos, esto apenas está empezando.

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Dicho lo anterior –y para expresarlo en el lenguaje habitual en estos casos- Habladuría regresa a su programación habitual.

jueves, 16 de abril de 2020

Servicios y alternativas


Historia de una fiebre


Claro que hay de enfermedades a enfermedades. En este caso se alude a las de baja intensidad, las comunes. Una vez aclarado el punto, ¿quién no recuerda aquellos largos días de infancia en que faltábamos a la escuela y nos quedábamos en casa, al cuidado amoroso de nuestra madre mientras nos reponíamos de una de esas enfermedades?

Juan José Millás comenta que ya siendo adulto después de algún malestar pasajero prefirió no reconocer que ya se sentía mejor. “No he dicho nada de mi curación a la familia, en parte porque desconfío de que no vuelvan, y en parte porque creo que me quieren más cuando estoy enfermo.” La cuestión tiene su historia.

Este asunto viene de lejos. Mi madre, siendo yo muy pequeño, me adoraba cuando tenía fiebre. Se pasaba la vida tocándome la frente, como quien comprueba de manera obsesiva si ha subido la Bolsa. A mí me daba lástima decepcionarla, pero no sabía cómo provocar la fiebre. He aquí la frase preferida de mi madre:
-Este niño tiene fiebre.
A continuación me ponía el termómetro, y si no subía de treinta y siete grados desconfiaba de él. Tampoco pedía tanto la mujer: solo unas décimas que le permitieran meterme en la cama y mimarme.

Millás lo reconoce sin retaceos: “De ahí mi pasión por la fiebre, no por las fiebres altas, desde luego, más bien por la febrícula, que es una de las palabras más hermosas del diccionario. Febrícula.” Llega el final: “Cuando mi madre falleció, yo estaba con fiebre. La incineré con fiebre y seguí así durante una semana o dos después de que la despidiéramos.”

Y sí, ¿cómo se iba a curar pronto si su madre ya no estaba?

miércoles, 15 de abril de 2020

Lectores curiosos


En su obra La vida de los libros (Zaragoza, Xordica, 2009) José Luis Melero establece una clara diferencia entre lectores sabios y curiosos.

En esto de la literatura resulta sencillo distinguir entre un lector sabio y un simple curioso. Mientras el primero se afana con los libros verdaderamente importantes, aquellos que han marcado un antes y un después en la historia de la literatura, y no pierde el tiempo con lecturas menores ni extravagantes, el curioso, en lugar de recorrer las avenidas principales, pasea siempre por los arrabales y acaba conociendo a la gente más rara y simpatizando con los libros más periféricos y estrafalarios. Es decir, que mientras los sabios leen siempre a Nabokov a Cheever, o a Borges, por poner algunos ejemplos, y no suelen distraerse con los libros olvidados de José Asunción Silva, Pedro Boluda o Teresa Wilms, por poner algunos otros, los curiosos disfrutan más con Silverio Lanza o con las supercherías de Lasso de la Vega que con Azorín o Ramón Gómez de la Serna. (…)
Todo esto no quiere decir sin embargo que los sabios nunca lean a los raros ni que los curiosos no disfruten con los clásicos.

Melero caracteriza al lector curioso al tiempo que se identifica con él.

[no es] un seguidor del canon, la academia y los manuales, es más un escaparate de literaturas perdidas, de lecturas fragmentarias, que un ensayo luminoso sobre algunos de los libros más principales. A éstos les sobran plumas más autorizadas que la mía que los estudien o ponderen, pero los pobres “desgarrados y excéntricos”, “los aventureros del arte”, siempre andan necesitados de que alguna alma noble los rescate del olvido y les ofrezca algunos minutos de gloria. Desde luego que también se cuelan por las rendijas (…) escritores muy conocidos e importantes, pero cuando lo hacen es sólo para que nos acerquemos a ellos a través de asunto menores en los que tal vez no perderían el tiempo los estudiosos más sesudos de sus obras.

Hace referencia a sus lecturas “muchas veces arbitrarias pero siempre sugerentes y entretenidas. Sólo faltaba que siendo lector por placer y no por obligación sufriera con algunas de ellas. (…) he sido feliz entre estos libros (…)”

Finalmente José Luis Melero dedica al lector un amigable deseo en relación a sus textos: “Ojalá disfrutes con ellos y te sirvan de solaz y entretenimiento, que no a otra cosa aspira toda literatura. Hasta la más suburbial como ésta.”

martes, 14 de abril de 2020

Dudosas reliquias del mundo de las letras


Ya nos referiremos al tema de los museos como una forma idónea de conservación y difusión del patrimonio cultural. Ahora -guiados por Andrés Trapiello- la cuestión es en relación a ¿qué es lo que se debe conservar?

(…) A propósito de estas pequeñas vergüenzas, de las que sus autores son inocentes, recuerdo el día en que fuimos a visitar la casa de J. R. J. [Juan Ramón Jiménez] en Moguer. El guía se empeñó en enseñarnos como un favor especial la ropa blanca del poeta, ya apolillada, polvorienta, todo menos blanca. Y nos enseñó un traje azul marino colocado en un hombre de madera oscura, un traje raído por el tiempo y con un cendal blanquecino sobre los hombros y las solapas.

Concluye Trapiello subrayando la ausencia de jerarquización, o más aún las prioridades equivocadas, puestas de relieve en aquella visita. “Para aquel guía, que Juan Ramón Jiménez hubiera escrito una obra poética de primer orden no era nada extraordinario. En cambio, que hubiera gastado calzoncillos como los suyos lo encontraba admirable.”

Y no es sólo asunto de museos.

lunes, 13 de abril de 2020

La escuela y la vida


Aun cuando es innegable que las instituciones educativas han venido cambiando, la anécdota sigue siendo pertinente. Le sucedió a Nick Owen

Hay una escuela en Ancona, en la costa oriental de Italia, donde di un curso de perfeccionamiento para maestros hace ya algunos años. Estacionamos el coche en el patio y mientras entrábamos en la escuela por una enorme doble puerta de cristal yo estaba manteniendo una animada conversación con algunos colegas acerca de la estructura que le daríamos al curso. No me di cuenta de ello hasta que no estuve dentro del edificio.
La monotonía de los colores produjo un efecto depresivo instantáneo sobre mí. Por encima de una línea a un metro del suelo, las paredes eran de un verde caqui militar apagado y por debajo de la línea, de un beige descolorido. No había una sola obra de arte en ninguna de las paredes de ninguno de los espacios públicos, el salón o los pasillos, ni de los maestros italianos ni de los propios alumnos. La iluminación era débil y fría. La escuela tenía todo el encanto de un depósito de cadáveres.
Dentro de las clases, las cosas estaban por el estilo. Al margen de los horarios, había una marcada ausencia de cualquier estimulación visual en las paredes. Estaban desnudas. 

Por supuesto que aquello no pasó desapercibido en el ánimo de Owen quien acusó recibo del mensaje que trasmitía aquel ambiente tan poco motivador.

Era uno de los entornos más depresivos en los que haya trabajado jamás. Tuve que desplegar una cantidad enorme de energía para generar en mí mismo el entusiasmo y el compromiso necesarios para implicarme en el grupo. Y me pareció percibir igualmente una sensación lúgubre en ellos.

¿Y los estudiantes?, ¿cómo se sentirían en su escuela? No hubo que andar mucho para saberlo porque la respuesta estaba allí cerca, en la entrada.

Fue únicamente al abandonar el edificio a primeras horas de la tarde y atravesar la misma doble puerta de cristal por la que había entrado unas horas antes, cuando me di cuenta de la reacción que el ambiente del interior había provocado en los estudiantes. A ambos lados de la puerta los estudiantes habían atacado la superficie del asfalto con sus botes de spray. Habían hecho algunas pintadas muy bonitas a ambos lados de la entrada, coloristas, imaginativas y expresivas.

El mensaje más importante que querían transmitir aquellos jóvenes –concluye Owen- estaba claramente realzado. “Y justo en el centro de las pintadas de la izquierda figuraban las palabras en italiano: Tutta la Vita e Fuori. Toda la vida está fuera.”


sábado, 11 de abril de 2020

¡Cuídate mucho!


Recuerdo que al llegar a México (hace ya muchos años, casi cuarenta) llamó poderosamente mi atención que luego de un encuentro al llegar el momento de la despedida alguien me dijera: “¡cuídate mucho!” o “¡ahí te cuidas!”.

Tanto que para mis adentros pensaba “¿me habrá visto muy mal?” mientras procuraba no darle atención al hipocondríaco que a veces me visita y que estaba tentado a preguntar: “¿qué tendrás?”.

Al poco tiempo descubrí que era uno de los usos y costumbres en que por estas tierras se manifiesta el afecto por el prójimo.

En referencia a lo que en estos días estamos viviendo encuentro un breve comentario de Juan Torres López, reconocido economista español.

Entre tanta preocupación y dolor por el sufrimiento o incluso la muerte de personas conocidas hay algo bonito: ese "cuídate mucho" con el que terminamos todos los mensajes y saludos...

Tal descubrimiento viene fechado el 2 de abril de este inolvidable 2020.

Y agrega Torres López: “Ojalá perdure para siempre la costumbre y aprendamos a darle al cuidado el gran valor que tiene.”

No es por hacer alarde pero creo que por aquellos rumbos llegaron tarde a ese hermoso descubrimiento que por estas tierras viene de larga data.

Ahora bien, se podrá refutar, si nos cuidamos tanto ¿por qué tenemos una sociedad tan desigual e injusta?, ¿tan descuidada? Son preguntas que en estos días nos acompañan.

El desafío está planteado. Ojalá podamos construir una sociedad más cuidada.


martes, 7 de abril de 2020

No, don Fernando. Esto no se acabó


Desde hace muchos años sigo con atención los artículos de Fernando Savater. De él he tomado conceptos, anécdotas y citas que, sin ninguna duda, han enriquecido mi trabajo. Le estoy muy agradecido.

Ahora encuentro la entrevista que le hizo Pablo Blázquez (publicada en Ethic el 3 de abril 2020) donde el tema fundamental de la conversación es el que a todos nos ocupa en estos días.

En ella Savater desarrolla opiniones con las que no es difícil coincidir; a manera de ejemplo:

  • Ha habido plagas desde que los seres humanos tienen memoria y habrá muchas más. Esta en concreto tiene una virulencia brutal, pero también tenemos mucho más medios para enfrentarnos a ella y contrarrestarla.
  • Pero no entiendo eso de en seguida empezar a sacar conclusiones como en la Edad Media, de que es un castigo divino.
  • Me parece insoportable que los moralistas vayan repitiendo cosas como que ahora nos enteramos de lo importante que son los otros. Es como si hubiera habido que esperar 21 siglos y una plaga para darnos cuenta de que los otros son importantes.
  • Uno de los tópicos que se repiten, el más cierto quizá, es que los virus no respetan las fronteras. (…) Realmente el principio del cosmopolitismo es la infección, la infección generalizada es lo que demuestra hasta qué punto los seres humanos somos semejantes los unos a los otros y nos matan las mismas cosas.
  • (…) no va a desaparecer el egoísmo de los humanos y nos vamos a convertir en émulos de San Francisco de Asís porque haya habido un virus.

Hay otras afirmaciones que admiten diversas lecturas, matices y réplicas que deberían tomarse en cuenta; veamos algunas de ellas:

  • Sobre todo, lo que me molesta es esa manía de sacar conclusiones moralizantes.
  • No puede ser que ahora los castigos divinos se les llame castigos de la naturaleza. No confío mucho en esto de los grandes cambios de la humanidad.
  • Los seres humanos somos lo que somos y, como bien se dice, las plagas sacan lo peor y lo mejor de los seres humanos. Todos estos elogios de “¡Qué maravilloso país es España, qué solidario!” no tienen sentido.

Pero lo que en particular me llamó la atención, fue una afirmación de Savater con la que me permito discrepar (es más, confieso que al leerla fui pasando de la tenue molestia al contundente enojo). Veamos a lo que me refiero:

  • Frases como “hemos vivido equivocados”, “hemos de cambiar nuestra manera de existir”, “la culpa la tienen los abusos del egoísmo o la falta del respeto a la ecología”. No, es una plaga y se acabó.

Ante ello, y sabrá disculparse la inmodestia, discrepo totalmente con Savater.

De que en algunas cosas “hemos vivido [y vivimos] equivocados”, no tengo la menor duda. En cuanto a que “la culpa la tienen los abusos del egoísmo”, creo que en muchos aspectos se trata de una verdad incontestable. El propio Fernando Savater hace muchos años, si la memoria no me traiciona, se refería a la diferencia entre “egoístas lúcidos” (aquellos que viven bien, que quieren seguir viviendo bien y que también sus hijos lo puedan hacer, por tanto se preocupan de cuidar las condiciones en que viven los otros) y los “egoístas estúpidos” (aquellos que quieren vivir tan bien que no les preocupa el mundo que dejan a sus hijos por lo que se desentienden de cómo viven los demás). En lo que refiere a “la falta de respeto a la ecología”, ¿es posible tener dudas de ello?

Pero de plano lo que me enojó -o mejor dicho, me encabronó- fue eso de “No, es una plaga y se acabó”.

No, don Fernando. Disculpe la inmodestia de polemizar con usted. Pero esto (sin que ello implique suponer que estamos en el umbral de un cambio total o de una fraternidad universal o de la sociedad nueva) no se acabó.

No, don Fernando. En muchos sentidos, esto apenas está empezando.

viernes, 3 de abril de 2020

Consejos para escritores


Ya hemos visto que los instructivos para ser buen escritor suelen tener escasos o nulos resultados. Ahora nos vamos a referir a otra cosa, a las sugerencias que ofrecen algunos escritores a quienes quieran incursionar en este arte.

A la pregunta obligada de ¿qué se necesita para escribir o para escribir bien?, Juan José Millás responde: “Talento y deseo. Con frecuencia, el talento es hijo del deseo.” Mientras que para William Faulkner “un escritor necesita tres cosas: experiencia, observación e imaginación”. Por su parte Miguel Delibes apunta lo que no se necesita: Para escribir un buen libro no considero imprescindible conocer París ni haber leído el Quijote. Cervantes cuando lo escribió, aún no lo había leído.”

En cuanto al inicio del texto, Marcelo Cohen lo dice todo al tiempo que no dice nada: Que el origen del relato sea una tenue melodía.” Alejandro Zambra comparte de manera sintética la forma en que trabaja “(…) yo escribo boceteando, sin planes, a la espera de una frase que no siempre llega. Pero a veces la frase llega y llama a otra y así”. Pero para que la frase llegue será necesaria –de acuerdo a José Jiménez Lozano- una buena dosis de paciencia.

La larga paciencia que precisa la escritura, y el don que se te hace cuando por fin se puede escribir están expresados estupendamente en Kafka: “No es preciso que salgas de tu casa. Sigue sentado a tu mesa y escucha. No escuches siquiera, sólo espera. Ni siquiera esperes, quédate absolutamente silencioso y solo, el mundo vendrá a ofrecérsete a ti para que le desenmascares: extasiado ante ti, se retorcerá”.
No sé, quizás solo se trate de que en medio de esa soledad y ese silencio haya un relámpago, que aparezca un rostro, que oigas claro lo que en mucho tiempo sólo has oído en un susurro ininteligible.

Todo escritor anhela que el lector lo acompañe hasta el final de su libro, que no deserte a mitad de camino. Para ello siempre será conveniente tener en cuenta lo expresado por Voltaire: “El único género que no está permitido es el aburrido.”
En otro orden de cosas, Truman Capote –citado por José Jiménez Lozano- reconoce que el momento crucial en su trayectoria fue cuando entendió la diferencia entre escribir y escribir bien.

Escribí relatos de aventuras, novelas de crímenes, comedias satíricas, cuentos que me habían referido antiguos esclavos y veteranos de la Guerra Civil. Al principio fue muy divertido. Dejó de serlo, cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y mal; y, luego, hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil pero brutal.
Y no puede faltar un clásico en este tipo de recomendaciones: dejar descansar el texto, tal como señala Ana Arzoumanian.

Siempre sucede la misma recomendación: dejar descansar el texto antes de convertirlo en libro. En las conversaciones entre amigos escritores, con editores: lo mejor, dejar dormir el texto. Cerrar las persianas de la tarde, correr las cortinas y propiciar a que el texto sueñe su sueño.

Sabida es la distancia entre lo que se debe hacer y lo que se hace; Arzoumanian no es ajena a ello. “Nunca hice caso a esa recomendación. Nunca pude.”

Finalmente, con la lucidez y precisión que lo caracteriza, Gabriel Zaid recomienda a los escritores ser cuidadosos con la economía en el tiempo de lectura.

Que un escritor dedique dos horas a ahorrarle un minuto al lector es absurdo, si el texto es un recado a su secretaria. Pero, si se trata de un libro con 12 mil lectores, cada minuto representa un beneficio social de 200 horas, frente a un costo de dos: el beneficio es cien veces mayor que el costo.

Se trata de mostrar respeto por el tiempo del lector y Zaid finaliza su análisis en forma contundente. “El costo de leer se reduciría muchísimo si los autores y los editores respetaran más el tiempo del lector. Si no se publicaran los textos que tienen poco que decir, o están mal escritos, o mal editados.”

jueves, 2 de abril de 2020

Román Gubern evoca a su colegio jesuita


No hay duda que la escuela a la que uno que asistió en tiempos de infancia y adolescencia adquiere gran relevancia para el desarrollo personal. Los recuerdos de aquellos años quedan muy marcados para el resto de la vida; Román Gubern describe el colegio jesuita al que concurrió.

Hay que recordar que, con la victoria de Franco, los jesuitas regresaron de su exilio y, en Barcelona, la Compañía de Jesús se restableció el 2 de marzo de 1939. Esta temprana reimplantación fue un signo de normalidad burguesa (aunque debe recordarse que en la protestante Suiza no fueron admitidos hasta 1973), pues los jesuitas tenían entonces la misión de educar a las élites de las “buenas familias” locales. En aquellos años preconciliares formaban una orden aristocratizante y rigorista, que había apoyado y apoyaba de todo corazón al general Franco. Es más, los jesuitas gozaron de los privilegios de ser el cerebro eclesiástico legitimador del régimen, hasta que desde mediados los años cincuenta el Opus Dei empezó a hacerles sombra y a empujarles paulatinamente hacia su izquierda.

¿De qué manera esa ideología se hacía presente en las actividades escolares cotidianas? Gubern responde a esa cuestión.

Todas las aulas del colegio estaban presididas por un crucifijo, flanqueado por las fotos de Franco y José Antonio Primo de Rivera. Es decir, presididas por tres santos, de los cuales sólo uno estaba vivo. (...)
En los primeros años, un día a la semana todos los alumnos se congregaban en el patio y, con el brazo en alto frente a la bandera española, escuchábamos en silencio el Cara al sol. Un decreto de febrero de 1937 había establecido como himno nacional la Marcha Granadera y otorgó rango de cantos nacionales al Cara al sol falangista, al Oriamendi carlista y al himno de la Legión. Y en el abril siguiente se dictó la obligatoriedad del saludo fascista. Pero el “Por Dios, por la patria y el rey” del Oriamendi tenía poco futuro en una España en la que el rey había huido a Italia y en la que el jefe del Estado no hacía nada por restaurar la corona. Este rito colectivo duró hasta 1945, cuando a raíz de la derrota del Eje se abrogó la obligatoriedad del saludo fascista. (...)   
Cada mañana entrábamos en el colegio a las ocho y media, para asistir a una misa genuflexa, después de la cual los comulgantes desayunaban su bocadillo dando vueltas en fila y en silencio por el patio, en una estampa de puro sabor carcelario. Nos dirigíamos luego hacia las aulas en filas casi tan marciales como las columnas nazis de los documentales de Leni Riefenstahl, ilustrando con ello el signo de los tiempos, cuando el ideal era el español mitad monje y mitad soldado. Y abandonábamos el edificio pasadas ya las ocho de la noche, después de una sesión de estudio colectivo que se llamaba, con intrigante terminología militar, “brigada”. Los jueves por la tarde teníamos fiesta, a menos que fuéramos sancionados, y los sábados eran también lectivos. Se trataba de un régimen de vida verdaderamente prusiano, en el que toda incitación a la creatividad o al placer estaba excluida.

Después de describir el estricto sistema de enseñanza, Román Gubern (al igual que tantos que hemos pasado por experiencias similares) hace un parcial reconocimiento al mismo. ¿Cuestión de justicia u otra variante del síndrome de Estocolmo?

De todos modos, coincido con Buñuel en que el rigorismo autoritario de los jesuitas nos inculcó la disciplina en el trabajo. Su modelo docente venía a ser una versión eclesiástica del mito de Pinocho, el muñeco de madera cuyo camino de perfección le convirtió en niño de carne. Tal vez el tema de Pinocho sea una alegoría universal de todos los sistemas de educación, sin excluir el zen. Pero en el método jesuita latía un fondo calvinista, tal vez como lógica apropiación de las virtudes de su enemigo religioso secular. A veces tengo la impresión, en efecto, de que llegamos a la vida sólo para hacer los deberes de un colegio imaginario y me intranquiliza la idea de irme de este mundo sin haber hecho bien todos mis deberes.

A continuación Gubern comparte algunas consideraciones acerca de los contenidos de las clases y lo ejemplifica con los casos de historia y filosofía

La historia (…) constituía una asignatura vertebral. En aquella época la doctrina oficial presentaba a la católica España, codiciada y agredida sucesivamente por los bárbaros, por los moros mahometanos, por los protestantes, por los corsarios ingleses, por las tropas napoleónicas, por las logias masónicas, por la flota norteamericana y por los agentes bolcheviques rusos. Todo lo extranjero era pernicioso y se aprovechaba la historia ejemplarizante del niño santo Domingo del Val, crucificado por niños judíos, para hacer propaganda antisemita. Como corolario de esta xenofobia, se nos repetía que la policía española era la mejor del mundo y que el ejército español nunca había sido vencido, en una amnesia histórica que abarcaba desde Trafalgar hasta Santiago de Cuba. Según los libros de texto, las colonias españolas en América se emanciparon como se emancipan de sus padres las hijas casadas. (...)
A la filosofía también se le dedicaban desvelos, aunque con frecuencia se cayese en el nominalismo más primario. Así, el padre Cerdá definía el tiempo como “una sucesión de instantes”, para aclarar a continuación que un instante es “lo que media entre un antes y un después”. Y se quedaba tan ancho. Y la argumentación apologética estaba fundamentada en el mismo nominalismo tautológico, que permitía refutar al escéptico diciéndole: “Si dudas, estás cierto de que dudas, luego ya no eres escéptico.”

Eso sí, Román Gubern subraya una notable omisión en aquel diseño curricular. “La gran ausente en todas las ciencias y letras era la sexualidad. Se aceptaba en aquella institución a pies juntillas la teoría tomista según la cual, aunque el matrimonio era remedio santificado para la concupiscencia, el coito entre esposos era pecado venial.”

Seguiremos con el tema.

miércoles, 1 de abril de 2020

Récord de aplausos


Vivimos en sociedades que fomentan y educan en el gusto por la competencia. Competir implica comparar y comparar supone medir, así que hay que vivir midiendo. Y una vez entrados en gastos, ya nada nos para de tal forma que competimos por: el ingreso per cápita, el río más largo, la montaña más alta, quién come más huevos estrellados de una sentada, el país más poblado, qué pareja baila más tiempo sin descansar, quién tiene más tatuajes en su cuerpo, el estornudo más largo y miles, pero miles de etcéteras.

Así es como llegamos a la medición de la duración y el estruendo de los aplausos. Hace mucho algunos programas de televisión brindaban el premio al concursante que fuera más ovacionado por el público. Para ello se valían de un aparato llamado “aplausómetro” cuyo veredicto era inapelable.

Artistas famosos no han quedado fuera de esta confrontación y veremos algunos datos solo a modo de ejemplo. Según Roberto A. Ayala

Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev, la famosa pareja de bailarines, tiene un récord difícil de superar: el público les exigió salir ante las cortinas 89 veces. Ocurrió luego de la interpretación de El Lago de los Cisnes en Viena, Austria, en octubre de 1964.

Sin embargo el propio Ayala hace la aclaración necesaria: “En realidad, la marca Ia logró el público, pues las salidas a escena se piden con aplausos.”

Miguel Mañueco también trató el tema en un artículo publicado en 2016 en la revista muyinteresante. Y, tal como veremos, maneja otros datos

El tenor español Plácido Domingo recibió este reconocimiento del público durante una hora y veinte minutos el 30 de julio de 1991, tras interpretar el Otelo de Verdi en la  Ópera Estatal de Viena. Aquella noche triunfal, el gran cantante madrileño tuvo que regresar al escenario de la Ópera un total de 101 veces. Batía así el récord que ostentaba su colega italiano Luciano Pavarotti (1935-2007), aplaudido durante 67 minutos tras su actuación de 1968 en El elixir de amor, ópera cómica de Gaetano Donizetti, en la ópera de Berlín. Entonces, el telón se alzó 165 veces.

No obstante la consulta de otras fuentes hace necesario que Mañueco haga algunas precisiones.

Sin embargo, hay que señalar que la plusmarca de Plácido Domingo se acompaña en El libro Guinness de los récords por otra larguísima ovación registrada hace dos años, aunque en ese caso de manera intencionada. El 26 de junio de 2014, el poeta y performer norteamericano Dustin Luke Nelson consiguió que los espectadores batieran las palmas durante dos horas seguidas en el Walker Art Center de Minneapolis. En realidad, se trataba de una acción incluida en un montaje del artista.

Así pues habría que subdividir la categoría en: aplausos espontáneos y aplausos convocados. Continúa Miguel Mañueco

Como aplauso espontáneo más largo sigue constando, pues, el dedicado a Plácido Domingo. Nuestro tenor más reconocido recibió en España otro de 32 minutos el 28 de julio de 2010. Los aficionados al bel canto aclamaban así su interpretación en la ópera Simón Boccanegra, también de Verdi, en el Teatro Real de Madrid.

El tiempo ha pasado y seguramente el récord de aplausos y de salidas al escenario debe estar ya en otras manos.