Existe entre los
camioneros la tradición de escribir algo en la defensa trasera de su vehículo
por lo que resulta que cuando uno circula a mayor velocidad que ellos, puede tener
un entretenimiento adicional en el viaje. Si bien nos centraremos a lo que sucede en México, lo cierto es que
esta costumbre va más allá de fronteras. En relación al caso argentino, Luis
Melnik hace un merecido reconocimiento a la “(…) extraña relación que hace que un
camionero escriba pensamientos y aforismos en su vehículo, tarea poética que no
se conoce cumpla secretaria alguna con su computadora (…)”.
El tamaño de la defensa
así como el tiempo de lectura que tendrá el automovilista que rebasa, obliga a ser
muy asertivo. Sabido es que lo más frecuente es el exceso de palabras, por lo
que transmitir un mensaje conciso tiene su chiste y en este sentido los
camioneros dominan el arte de la brevedad.
Edmundo González Llaca
se dio a la tarea de retener los letreros que más le llamaban la atención en
sus constantes viajes por la ruta México – Querétaro. A continuación
transcribimos algunos de ellos, incluyendo la introducción que propone el autor
citado:
Es un paranoico o
da un buen consejo: “No me sigas que voy perdido”.
En un camión que
llevaba arena, una aclaración tal vez innecesaria: “Materialista pero no dialéctico”.
La educación como
medio de ascenso social sigue teniendo su reconocimiento: “Todo por no estudiar”.
Determinante: “Si
no se anima para qué se arrima”.
En un camión de
carga la coartada a la imposibilidad: “Los valientes no corremos”.
El posesivo con el
que por supuesto estoy de acuerdo: “Si no regreso te vas de monja”.
El albur no falta:
“Si voy despacio tócame la corneta”.
En un camión
destartalado y sin pintar: “Es más triste andar a pie”.
Por supuesto que
los problemas económicos también se resienten en los letreros de camión: “Ay
Dios quítame de pobre que lo feo con dinero pasa”.
En relación a este
tema, Juan Villoro narra un acontecimiento que sorprendió al escritor
venezolano Adriano González León en ocasión de visitar la ciudad de México y
encontrar un letrero francamente metafísico: "Materialistas: prohibido
estacionarse en lo absoluto". Comenta Villoro que
El autor de País
portátil ignoraba que había llegado a un sitio donde el materialismo no es
una corriente filosófica, sino un trabajo de carga y descarga. La mención al
absoluto indicaba que los camiones no debían estacionarse ni un ratito. Pues
bien: aquel letrero era una profecía. Los materialistas se han estacionado en
lo absoluto.
Los letreros más
zafados llegaron a herir la delicada sensibilidad de algunas autoridades: comenta
Héctor de Mauleón que en 1952 Ernesto P. Uruchurtu, regente del Departamento
del Distrito Federal, prohibió la existencia de letreros en la defensa de los
camiones. Dudo que la medida haya tenido mayor efecto.
Pero no vaya a creerse
que los poetas de letrero solamente se dan entre camioneros; durante mucho
tiempo en los locales de baile de salón no faltó el siguiente: “Se suplica a
los caballeros no tirar sus colillas en el suelo porque las señoritas se queman
los pies”. También conviene evocar el de la puerta de una cantina: “Se reciben
clientes en conveniente estado de ebriedad.”
Por otra parte, hay
anuncios que fueron hechos a medida para destinatarios identificados. Tal es el
caso que comenta Víctor Roura acerca de lo acaecido al jefe de redacción de un
periódico, mismo que solía trabajar bajo los efectos del alcohol. Fue así que cierto
día en la puerta del periódico de marras apareció el anuncio con la indirecta:
“Prohibida la entrada a las personas en estado de ebriedad”. El destinatario,
que siempre se las ingeniaba para introducir a su oficina la botella infaltable,
se limitó a comentar: “Lo bueno es que yo no llego, sino salgo borracho del periódico, y ésa ya es otra cosa. En todo caso
llegaría crudo, no en estado de
embriaguez”. Pero la gerencia no se dio por vencida y colocó un nuevo letrero:
“Se prohíbe el paso a toda aquélla persona que tenga los ojos entornasolados y
acrisolados”. En esta oportunidad el jefe de redacción se limitó a comentar: “¿Ahora
van contra los crudos también? Vaya. Hasta poetas salieron los de la
administración”.
De lo anterior se desprende que los
letreros que pretenden limitar ciertas conductas no deben dejar ningún
resquicio de indefinición porque corren el riesgo de volverse inútiles. Tal el
caso que comenta Octavio Aguilar de la
Parra de la propietaria de un modesto hotel en la ciudad de
Jalapa donde se hospedaba un grupo de jóvenes. Llegó a sus oídos que con cierta
frecuencia algunos jóvenes ingresaban al hotel con compañeras ocasionales. El
letrero no demoró en aparecer al pie de la escalera: “Estrictamente prohibida
la entrada a mujeres de conducta dudosa”. Habían pasado unos días cuando los
ruidos pusieron a la señora en alerta: uno
de los jóvenes ingresaba con una dama. Interpeló al joven preguntándole si no
había visto el aviso, ante lo que el joven se limitó a contestar: “Sí, ya estoy
enterado. Pero en este caso no hay duda, porque la señora es prostituta...”
No faltan los letreros enigmáticos,
misteriosos, que por sí solos podrían dar lugar a una novela. Guillermo Sheridan
relata uno de estos casos
Un letrero curioso visto la otra tarde
en el centro de esta excéntrica ciudad del Saltillo, donde me hallo
temporalmente, me provocó las a continuación nebulosas reflexiones. El letrero
decía simplemente, Remato todo menos la lámpara de enmedio. Estaba
colocado en el aparador de una tienda del ramo de regalos y aceites para motor.
Una vez dentro pude certificar que, en
efecto, había tres lámparas en el techo del negocio y una de ellas estaba en
medio de las otras dos. El resto de la tienda eran aparadores y vitrinas llenas
de porcelanas bucólicas, abanicos sedosos, libretitas que dicen «Amor es ... tu
presencia en la tarde», aretes y dijes y varias decenas de litros de aceite
Esso.
El letrero me hizo recordar de inmediato
el viejo concepto de la grandeza en el infortunio y es que si todo se remataba
¿por qué la lámpara de enmedio contradecía con su excepción la contundencia de
ese todo? Y no sólo eso ¿por qué, si el género lámparas, por excepcional,
escapaba de esa quiebra, sólo la de enmedio, en desdoro de las otras, exigía
para sí otro destino? (...)
Yo veía la lámpara, idéntica a las otras
dos y calculaba una quiebra o una muerte familiar. De cualquier modo, la
preservación tan enfática de la lámpara central me parecía un gesto diseñado
para preservar, dentro del cataclismo del remate, una suerte de ambigua
dignidad final. No es lo mismo rematar todo lo que queda de una aventura
comercial que rematarlo todo menos la lámpara de enmedio.
De cualquier modo, quizá sin saberlo,
quien redactó el ominoso cartel ejerció un impecable acto de grandeza en el
infortunio: la manera más esquiva y rara de la preservación de la dignidad en
tiempos en los que la escasez de grandeza sólo se equilibra con el exceso de
infortunio.
Otro rubro que es
posible identificar es el de aquellos anuncios que, cuando menos, se puede
catalogar como penosos. Un ejemplo de ello se presentaba hasta hace poco en
algunas zonas de Cancún (desconozco si continúa sucediendo). Entre playas de
buen tamaño utilizadas en forma exclusiva por clientes de los hoteles situados
a pocos metros de la costa, de vez en cuando aparecen estrechas entradas con un
anuncio que dice algo así como: “El gobierno pone a su disposición esta entrada
a la playa. ¡Cuide el ambiente!”. Pequeñas veredas de ingreso a la playa, entre
generosos espacios asignados a la propiedad privada.
Por su parte,
Fernando Montes de Oca Sicilia refiere la existencia de un letrero inaudito,
por no decir burlón.
Resulta que, durante unas vacaciones de
verano, nos fuimos un amigo y yo a explorar el estado de Chiapas. Durante el
viaje de dos semanas recorrimos los lugares más recónditos y las carreteras más
desoladas. Un día pasábamos por un trayecto de carretera que acababan de
construir y que iba de Villahermosa a Palenque y, conforme íbamos avanzando,
empezamos a preocuparnos porque no había ni un alma y ningún señalamiento que
nos indicara cuántos kilómetros faltaban ni qué camino tomar cuando había una
bifurcación.
Pasó casi una hora. Mi amigo iba
manejando y, de repente, yo a lo lejos vislumbré una señal:
-¡Allí hay una! –grité-. Ojalá nos diga
cuánto falta.
Seguimos avanzando y, cuando por fin nos
acercamos, el letrero decía:
No maltrate las señales.
Verónica Murguía enriquece
la colección de letreros que merecen ser citados, con dos verdaderas piezas de
antología.
Mi marido descubrió un día un camión en
cuya portezuela se leía: transporta muebles y sus derivados. Nos
proporcionó horas de diversión: ¿es el calcetín un derivado del bote de la ropa
sucia? ¿La silla un derivado de la mesa?
Hace años vi este ejemplo de publicidad
de bajo presupuesto: en el parabrisas de un pesero que iba a la colonia
Preconcreto, el entusiasta chofer escribió: ¡visite preconcreto!
Y claro está que en el tema que nos
ocupa, no pueden faltar algunas notas de Joaquín Antonio Peñalosa
El curioso puede leer en un bar del
puerto de Tampico, que mira al cementerio: Aquí
se está mejor que enfrente. Y el changarro de Tacubaya: Tacos Taste. (…) Y el establecimiento aquél:
Panadería de Pan, porque no alcanzó
para más el frente y a la vuelta se completó: Filo (panadería de Pánfilo).Y el cementerio de Ojuelos, Jalisco
-porque el cementerio es una tienda que expende tierra, huecos de tierra: Pasajero, aquí te espero.
Para
el caso de Guadalajara, Carlos Martínez Vázquez recuerda que la ruta 43 de
camiones anunciaba: ISSSTE – Centro Médico – Panteón. Es de esperar que dicho
recorrido no fuera profecía de la evolución en el estado de salud de los
pacientes...
También
están aquellos anuncios que han sido multicitados y de los que no falta quien
atestigüe su dudosa veracidad: “Se pintan casas a domicilio“ o “No hay agua,
pida una cubeta. Si no sabe leer, pida informes”.
Dejé
para el final una verdadera joya del género que nos ocupa y que encontré hace
unos cuantos años en un periódico de circulación nacional. La nota enviada por
el corresponsal -de quien lamentablemente no retuve su nombre- presentaba una
crónica desde Santa Ana Maya, población del estado de Michoacán. La pobreza del
lugar quedaba de manifiesto en que, de acuerdo a lo publicado, la cárcel no
tenía puerta por lo que los presos eran retenidos con unas ramas de espino y un
letrero que advertía: “Chingue a su madre el que se salga”.
Ya
no tuve información de cómo respondieron los presos al difícil dilema en que se
encontraban: atentar contra la honorabilidad de sus respectivas jefas o
reencontrarse con la libertad de la que estaban privados.