jueves, 29 de marzo de 2018

En los 50 años del restaurante “La Cocina”



Este sábado 24 de marzo los vecinos de Santa Cruz Atoyac y anexas celebramos los 50 años del restaurante “La Cocina” ubicado en el mercado de la colonia.

Allí estuvimos festejando con don Mario y todo el grupo que lo hace posible (cocineras, meseras, cajeras, encargados de compras, personal en general). Muchos somos los agradecidos tanto por la calidad de los alimentos como por la atención brindada y los precios justos (vamos a sacarle aquello de “casi justos”).  Aun no se ha inventado problema ni pena que se agrave mientras se disfruta el desayuno o la comida en “La Cocina”.

Diariamente allí coincidimos aquellos que trabajan en organismos públicos y empresas privadas de la zona así como quienes tenemos el privilegio de residir en las cercanías. Recuerdo que hace unos años el poeta Hugo Gutiérrez Vega elogió públicamente (en su columna “Bazar de asombros” en el periódico La Jornada) la tradicional sopa de coditos con espinaca que se sirve en “La Cocina”: una verdadera obra de arte. Y don Hugo sabía mucho de esas cosas.

Así que por muchos motivos el festejo fue más que merecido. No hubo manteles largos (los que allí se estilan son más bien cortos) y no tiramos el restaurante por la ventana (porque entonces ¿a dónde iríamos después a desayunar o comer?); lo que no faltó fue  la alegría de ser protagonistas de esta pequeña historia citadina. Hubo taquiza y agua de sabor a discreción. Las cazuelas de diferentes guisados al poco de llegar ya eran historia y debían ser repuestas continuamente. El mariachi fue excelente y se bailó a gusto con una banda que contagió su entusiasmo.

Hace ya algún tiempo en este mismo espacio escribimos unas líneas que hoy conviene reiterar:

Hay que ser muy temerario para recomendar cocinas porque ello puede culminar en serios disgustos por quienes, siguiendo la sugerencia, no obtuvieron el servicio que esperaban. Es lo mismo que sucede al recomendar médicos, mecánicos y dentistas, por poner algunos ejemplos. No obstante asumo el riesgo. A quien viva en ciudad de México o venga a ella de  visita, le recomiendo ir a desayunar huevos tirados en el restaurante “La Cocina” en el Mercado de Santa Cruz Atoyac que queda sobre Av. Cuauhtémoc entre Municipio Libre y Emiliano Zapata, en la delegación Benito Juárez. Y si se me permite una última sugerencia, acompáñelos con salsa verde y unas tortillas calientitas.

Después me cuenta.

Nuevamente, muchas gracias a todos los que forman parte del equipo de “La Cocina” porque -como señala Pedro Moularne Michelena citado por Álvaro Cunqueiro- “(…) sin cocina no hay salvación, ni en este mundo ni en el otro”.

nota: este texto tiene ligeras variaciones en relación al que fuera publicado en el periódico "La Jornada" el 24 de marzo de 2018. 

martes, 27 de marzo de 2018

Un librero que no vende


La experiencia sugiere a quien guste mucho de los libros y la lectura que no debería meterse a librero, tal como se desprende de lo que cuenta Émile Faguet –citado por Juan Domingo Argüelles- “(…) Millevolle, en su juventud, era dependiente de librería. Su patrón lo sorprendió leyendo: ‘¡Leéis, joven!, ¡Nunca seréis librero!’”.

Si el librero tiene alta estima y consideración por los libros que posee, no le será nada fácil desprenderse de ellos. José Luis Melero –verdadero conocedor del tema y poseedor de una gran biblioteca- presenta un caso por demás ilustrativo, protagonizado por José Pedro Vindel miembro de una familia con larga tradición en el oficio

El gran Pedro Vindel (1865-1921), tal vez el más importante librero español de todos los tiempos (…) Tuvo tres hijos libreros: Pedro, Francisco y Victoria. (…) Un nieto de Vindel ha sido también librero: José Pedro Vindel. Y un librero muy raro y peculiar, pues nunca quiso vender sus libros.

Para lograr tal objetivo “inventaba cualquier pretexto (…), ponía unos precios desproporcionados para que nadie se los comprara y apenas abría la tienda”. Tanto sus colegas como los bibliófilos –siempre siguiendo a Melero- especulan en relación a las joyas bibliográficas que aun se encontrarían en esa peculiar librería con vocación de pocas ventas.

Este nieto del fundador de la saga aún vive (…) Tiene la que fue su librería –en la calle del Prado, número 7- cerrada desde hace más de 20 años y todos los libreros hacen cábalas sobre las maravillas que puede haber allí y sueñan con joyas bibliográficas heredadas del primer Pedro Vindel.

Concluye José Luis Melero: “La isla del tesoro en el centro de Madrid”.

Interesados en el tema, quedan avisados.

jueves, 22 de marzo de 2018

Mucho trabajo


Somos multitud quienes en diversos momentos de la vida nos quejamos en cuanto a que estamos con muchísimo trabajo. En esas circunstancias decimos que nos encontramos sobre-exigidos, desbordados, estresados, superados, agobiados, etc. En ello estaba pensando cuando hace unos días tomé conocimiento de las responsabilidades de Xi Jinping, máximo dirigente de China, quien desde que asumió en 2012 ejerce -de acuerdo con Mariano Turzi- nada menos que doce cargos.

Además de Presidente de la República Popular de China y Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de China, es Comandante en Jefe del comando conjunto de batalla del Ejército Popular de Liberación. Es Presidente de tres Comisiones Centrales (Militar, Desarrollo integrado militar y civil y Seguridad nacional) y autoridad máxima de seis Grupos líderes centrales (Asuntos financieros y Económicos, Asuntos exteriores, Asunto de Taiwán, Profundización de reformas, Seguridad informática y Defensa nacional).

Y a juzgar por lo publicado en la prensa en este mes de marzo de 2018, no lo ha hecho nada mal.

La Asamblea Nacional Popular de China (ANP) aprobó por unanimidad (…) que el presidente Xi Jinping continúe en el cargo durante un segundo mandato (2018-2023). 
En la sesión plenaria celebrada en el Gran Palacio del Pueblo de Pekín, Xi fue elegido con 2.970 votos a favor, ninguno en contra y cero abstenciones.

Cabe añadir que -si la biología juega a su favor al tiempo que no se produce un severo viraje en el desarrollo de China- a Xi le esperan muchos años en el poder tal como destaca la misma nota de prensa

La reelección del presidente chino se produce unos días después de que los legisladores de su país aprobaran eliminar el límite de dos mandatos para su líder en una medida que le despeja el camino al presidente Xi para que se mantenga en el poder de forma indefinida.

Es así que le sugiero (corriendo el riesgo de ser acusado de proponer ejercicios propios de la peor literatura de autoayuda) que cuando se sienta con tantísimo trabajo que excede con mucho sus posibilidades, respire hondo y piense por un instante en Xi Jinping.  

martes, 20 de marzo de 2018

Las ovejas negras de la familia


En el género de la literatura de dos palabras, la expresión “oveja negra” ocupa un lugar destacado. Sabido es que en diversos idiomas se recurre a esta figura para aludir al descarriado, a quien tomó un camino distinto, al que se aparta del clan. Lo que resulta menos conocido es la existencia de encargados de vigilar la continuidad para que esa tradición no se pierda. Heinrich Böll aborda la cuestión

Es evidente que he sido designado para cuidar de que la cadena de ovejas negras de mi familia no quede interrumpida en mi generación. Uno u otro tenía que ser, y he sido yo. En un principio, nadie lo habría dicho, pero el caso es que he sido yo. Las personas sensatas de nuestra familia aseguran que el tío Otto ejerció sobre mí una mala influencia. El Tío Otto fue la oveja negra de la generación pasada, y padrino mío. Alguien tenía que ser, y fue él. Naturalmente fue elegido para apadrinarme antes de que se pusieran de manifiesto sus malas inclinaciones. También a mí me eligieron para apadrinar a un niño de la familia, al cual, desde que se me considera a mí la oveja negra, mantienen cuidadosamente a distancia.

Esta tarea es encomiable y digna de agradecimiento. “En realidad, deberían estarnos agradecidos, pues una familia sin ovejas negras es una familia sin carácter.”

Da curiosidad –afirma Böll- saber en cada generación quién será el sucesor, aquel que mantenga en alto dicha tradición familiar.  

Yo, por mi parte, me dedico a pensar largamente quién será mi sucesor en la próxima generación, cuál de estos hermosos, sanos y juguetones niños que mis hermanos y hermanas han traído al mundo será la próxima oveja negra. Porque nosotros somos una familia con carácter, y seguiremos siéndolo. ¿Cuál de estos  niños será una persona seria hasta el momento en que deje de serlo? ¿Cuál decidirá súbitamente dedicarse a otras actividades, cuál concebirá un día planes infalibles? Me gustaría saberlo para poder aconsejarle, pues, también nosotros, las ovejas negras, tenemos nuestra experiencia, también nuestra profesión tiene reglas de juego, que yo podría enseñarle a mi sucesor, ese que de momento aún es desconocido y se esconde en el rebaño como el lobo vestido con la piel de una oveja.

Podría darse el caso –concluye Heinrich Böll- que el sucesor permaneciera oculto esperando la desaparición de su antecesor para tomar el relevo.

Pero tengo el oscuro presentimiento de que no viviré lo suficiente como para conocerle e iniciarle en los misterios de nuestra profesión. Saldrá a la luz cuando yo muera, cuando llegue el momento mismo de tomar el relevo. Entonces se presentará a sus padres con las mejillas encendidas y les hará saber que está harto. Sólo espero que para entonces quede aún algo de mi dinero, pues he modificado mi testamento y he dejado lo que reste de mi fortuna al primero que muestre las inequívocas señales de ser el llamado a sucederme.

Y es que como dice Böll “una familia sin ovejas negras es una familia sin carácter”.

jueves, 15 de marzo de 2018

Fábula para nuestros días


Hay autores a los que no conviene perder de vista por lo que es recomendable frecuentarlos y tener siempre sus libros a mano. Elías Canetti es uno de ellos y para estos tiempos que habitamos nos ofrece esta breve reflexión.

Es muy probable que de este estado de miedo masivo derive el sacrificio. Un león que persigue a una manada de gacelas que, aterrorizadas, huyen de él todas juntas, pondrán fin a su persecución en cuanto consiga apresar a uno de los animales.  Este será su víctima, también en el sentido más amplio de la palabra. Proporciona tranquilidad a los otros miembros de la manada. En cuanto el león tiene lo que quiere, y en cuanto ellos se dan cuenta, su miedo disminuye. De la fuga masiva vuelven a pasar a la normalidad, cada animal pasta a su antojo y hace lo que le place. Si las gacelas tuviesen una religión y el león fuese su dios, podrían, para saciar su avidez, ofrendarle de forma voluntaria una gacela.

¿Qué tiene que ver esto con nosotros?; el mismo Canetti lo pone de manifiesto. “Esto es exactamente lo que ocurre entre los hombres: del estado de miedo masivo deriva en ellos el sacrificio religioso, que por un tiempo detiene la carrera y el hambre del poder peligroso.”

martes, 13 de marzo de 2018

Los nervios del nuevo Comandante


En este mismo espacio ya nos hemos referido a la destacada trayectoria científica del doctor Oliver Sacks así que aunque se declarara sorprendido, no cabe duda que aquella distinción estuvo muy bien otorgada. Es el propio protagonista quien deja constancia del hecho

Y en junio de 2008, para mi sorpresa, oí que mi nombre figuraba en la lista de los títulos que iba a conceder la reina el día de su cumpleaños: que iba a recibir la Orden de Comandante del Imperio Británico. El término “comandante” me hizo gracia -no me imaginaba de comandante en el puente de un destructor o de un acorazado-, pero sentía curiosidad y estaba profundamente emocionado por ese título.

Aun cuando la ceremonia resultó agradable, las dificultades se le presentaron para cumplir con los requisitos de vestimenta y aprender las reglas que exigía el protocolo

Aunque no soy propenso a vestir formalmente ni a otro tipo de formalidades -suelo llevar una ropa descuidada y decrépita, y sólo tengo un traje-, disfruté con las formalidades de Buckingham Palace, de que me dijeran cómo tenía que hacer la reverencia, cómo caminar hacia atrás ante la reina, cómo esperar a que ella me cogiera la mano o se dirigiera a mí. (No se podía tocar a la monarca, ni hablar con  ella motu proprio.)

Los comprensibles temores a fallar ante la reina y su corte alcanzaron al distinguido neurólogo. “Me daba un poco de miedo hacer algo desastroso, como desmayarme o tirarme un pedo justo delante de la reina (…)”. Felizmente el desenlace fue satisfactorio

(…) pero todo fue bien. Durante la ceremonia, me quedé muy impresionado por el aguante de la reina: cuando me llamaron, ella ya llevaba más de dos horas de pie, erguida, sin apoyo ninguno (aquel día se concedían doscientas distinciones). Me habló brevemente, pero con calidez, y me preguntó en qué estaba trabajando. Me dio la sensación de  ser una persona cordial y muy digna, con sentido del humor. Fue como si ella -e Inglaterra- me dijeran: “Has hecho un trabajo útil y honorable. Vuelve a casa. Todo está perdonado.”

El “vuelve a casa” tiene que ver con que el doctor Sacks vivió durante muchos años en Estados Unidos donde desarrolló su labor científica. ¿A qué alude con eso de que “todo está perdonado”? En otra ocasión intentaremos averiguarlo.

jueves, 8 de marzo de 2018

Demóstenes


De la Grecia clásica nos llegan ecos de la brillantez alcanzada por la oratoria de Demóstenes, así como del enorme esfuerzo que debió realizar para lograrlo. Existen distintas versiones del hecho, citamos la de Gregorio Doval que sigue el testimonio de Plutarco.

En su famosa obra Vidas paralelas, el historiador y biógrafo Plutarco relata la peripecia vital del gran orador griego Demóstenes (384-322 a. C.). Según él, Demóstenes, hijo de un acaudalado fabricante de armas, quedó huérfano de padre a los siete años, viviendo su infancia entre los mimos de su madre con un total descuido de su educación. A los dieciséis años oyó hablar a Calístrato y esto decidió su vocación de orador. Sin embargo, adolecía en los comienzos de su carrera pública de cierta falta de voz, torpeza expresiva, tartamudez debida a una incorrecta respiración e, incluso, de lo que hoy llamaríamos fobia a hablar en público, todo lo cual lógicamente lastraba su arte oratoria. Consciente de sus limitaciones y aconsejado por el actor Satiros, Demóstenes se propuso superarlas con su propio esfuerzo. Para ello, se hizo construir un estudio subterráneo y se encerró en él para ejercitar su voz y perfeccionar su oratoria. Incluso, cuenta Plutarco, se afeitó media cabeza para que su aspecto fuera tan grotesco que le impidiera salir a la calle. Allí pasó tres meses seguidos sin ver la luz del día, practicando sin cesar y declamando con piedras en la boca. El éxito de su fuerza de voluntad aplicada en dicho encierro fue asombroso, a juzgar por su fama de mejor orador griego de todos los tiempos.

A esta historia recurren con harta frecuencia los maestros de oratoria en los cursos que imparten a quienes entrenan para hablar en público. Lo que estos especialistas omiten son las sospechas que el hecho despertó en George Bernard Shaw, quien expresa con su humor característico: “Mucho se ha hablado de la anécdota de Demóstenes que se curó del tartamudeo metiéndose en la boca unos guijarros. Creo que la anécdota es falsa. De haberlo hecho se hubiera roto los dientes. Yo practico otros métodos.”

martes, 6 de marzo de 2018

Miss Mowcher y Charles Dickens


Es posible aproximarse al perfil de las personas por medio de pequeñas historias y gracias a Emmanuel Carrére conocemos la que hoy presentamos.

(…) las novelas de Dickens aparecían por entregas. Cada fascículo era esperado con una impaciencia sólo comparable quizás a la que provocaron los últimos volúmenes de Harry Potter o las grandes series de televisión. En el desarrollo de David Copperfield apareció una mujer pequeña –digo pequeña porque era enana- una peluquera de nombre Miss Mowcher. Era chismosa, hipócrita y aduladora: parecía haber llegado para convertirse en una gran malvada. Es sabido que mientras mejor está diseñado el personaje malo, más éxito tendrán la película o el libro. En Inglaterra todos aguantaban la respiración esperando las maldades que haría Miss Mowcher.

Hasta allí todo marchaba muy bien…

Pero un buen día Dickens recibió una carta de una mujer pequeña, una enana pedicurista que decía: “A causa de los rasgos físicos que compartimos, la gente que me rodea me ha identificado como Miss Mowcher y creen que soy una malvada; no lo soy, se lo aseguro. Me tienen desconfianza, murmuran cuando paso, recibo cartas amenazadoras, mi vida se ha convertido en un infierno.”

La decisión no era fácil: un cambio en el personaje podría significar el fin del éxito de aquella novela por entregas. Continúa Carrére

Dickens no lo dudó. En lugar de responder que no era su problema o que era una locura que hubiera gente que se atreviera a incluirse en sus libros y reconocerse en ellos, ¿saben qué hizo? Modificó la intriga. La estropeó. Todo estaba dispuesto para que Miss Mowcher fuera mala, el libro necesitaba su maldad. Sin embargo, en la entrega siguiente, se volvió amable, un ángel celestial bajo su apariencia desagradable.

Aquella historia -tal como acontece en algunas ocasiones- terminó bien para todas las partes involucradas ya que “(…) el libro siguió teniendo éxito. Ciertamente más que antes: estoy seguro que le dio buena suerte.” Y concluye Emmanuel Carrére la narración de este relato haciendo un merecido reconocimiento a Charles Dickens.

Es posible que yo idealice los motivos de Dickens al igual que exageré un poco la importancia de Miss Mowcher en David Copperfield. Pero pienso que modificar la realidad soberana de su libro para no lastimar a una mujer pequeña de provincia, no fue sólo el mayor gesto de generosidad sino también la mayor libertad que puede ejercer un escritor. ¿En el fondo la generosidad y la libertad no son lo mismo?

jueves, 1 de marzo de 2018

En temporada de campañas electorales


Sí, sí, ya es sabido aquello de que la democracia es el menos malo de los regímenes políticos pero… qué difícil no indignarse cuando llega el mercadeo electoral y los ataques entre candidatos parten de la regla número uno que consiste en no reconocer jamás –tal como lo ejemplifica Simon Leys- ningún acuerdo con el adversario.

[François] Mitterrand era el tipo más puro de animal político: no tenía absolutamente ninguna política. Poseía una inteligencia brillante, pero para él las ideas no eran correctas o erróneas, eran sólo útiles o inútiles en la búsqueda del poder. El objeto del poder no era una posibilidad de implementar determinadas políticas; el objetivo de toda política era simplemente alcanzar y retener poder. 
[Jean-François] Revel redactó un borrador de discurso para su propia campaña electoral, y Mitterrand le invitó a leérselo. El discurso empezaba así: “Aunque no puedo negar algunos de los logros de mi adversario…”. Mitterrand le interrumpió inmediatamente, gritando: “¡No! ¡Eso nunca, nunca! En política nunca reconoces que tu adversario tenga algún mérito. Ésa es la regla básica del juego”.

En el periodo de campañas electorales –tal como anotábamos hace unos años en el libro “El mundo actual y sus desafíos”- son habituales las promesas desmesuradas que formulan los candidatos. Aun a sabiendas de que en su gran mayoría quedarán en eso, en promesas de campaña Fernando Savater cuestiona

De todas formas, habría que preguntarse: ¿les toleraríamos que no nos hicieran esas promesas? ¿Realmente votaríamos a un político que confesara sin pudor sus limitaciones, o que reconociese que las dificultades son grandes y que, a corto plazo, no podría resolver los problemas, o que va a exigir grandes sacrificios a la población?

Por su parte, con ironía y sarcasmo Manuel Vázquez Montalbán se refiere al mismo punto.

Pero ¿qué daño hacen los políticos que prometen lo que no cumplen? Ninguno. Todos sabemos que casi nunca cumplen todo lo que prometen, y si nos dejamos engañar es porque no se puede ir por la Vida y por la Historia con un descreimiento continuo. Durante los quince o veinte días o años de campaña electoral las promesas se parecen tanto a nuestros deseos y necesidades que nos hacen pensar en la posibilidad de que la esperanza sea la expectativa de lo que es obvio porque es evidente.

De esta manera para Savater aquí se presenta una paradoja “por un lado no queremos ser engañados por los políticos, pero a la vez exigimos que lo hagan”. Todo esto se ha transformado de alguna manera en un juego pre-electoral del que dan cuenta diversos episodios, entre ellos el que narra Eduardo Galeano.

Un candidato de las fuerzas de izquierda llegó al pueblo de San Ignacio, en Honduras, durante la campaña electoral de 1997.
El orador trepó a la escalera que hacía las veces de estrado y ante el escaso público proclamó que la izquierda no soborna al pueblo, no vende favores a cambio de votos:
-¡Nosotros no damos comida! ¡No damos empleos! ¡No damos dinero!
-¿Y qué mierda dan, entonces? –preguntó un borrachito, recién despertado de su siesta bajo un árbol de la plaza.

Ahora bien, una vez que se llega al poder inicia lo que Joaquín Estefanía denomina el tiempo de las rebajas electorales; también Juan Gelman se refería a ello, al señalar que “el candidato, una vez electo, pasa de la ebriedad de las promesas a la sobriedad de su duro incumplimiento”.