Es lo de siempre, estamos habituado a
usos y costumbres que cuentan con larga historia. Es el caso del pantalón y
Luis Melnik ofrece información relevante al respecto.
Curiosa historia tiene esta prenda de
vestir que, ciñéndose al cuerpo en la cintura, baja cubriendo cada pierna hasta
los tobillos. La palabra nace con San Pantaleón, un médico de los primeros
siglos del Cristianismo, que tuvo dudas con su fe. Cuando la recuperó, fue tan
profundo el impacto en su espíritu que dedicó su ciencia sólo a los pobres.
Su nombre significa todos los compasivos y es santo patrono de la medicina junto a San
Cosmas y San Damián (…) Su día se celebra el 27 de julio.
En el siglo XVI nació en Venecia un niño
a quien sus padres llamaron Pantaleón, por el santo, muy popular en esas
latitudes. De joven se dedicó a la comedia y cuando actuaba lo hacía con una
prenda de vestir de gran amplitud y colorido que cubría sus piernas y pasaron a
ser un distintivo de su personalidad artística. Los contertulios llamaron a esa
prenda con su nombre, pantaleone. La
Real Academia reconoce este extraño y curioso origen.
Pero más allá de este antecedente, según
Lola Gavarrón la lucha para acceder al uso del pantalón tiene lugar en el
entorno de la Revolución Francesa.
El 26 de agosto de 1789 la Asamblea Constituyente
proclama solemnemente la
Primera Declaración de los Derechos del Hombre, a saber:
Libertad, Seguridad, Propiedad, Resistencia a la opresión... Es la Carta Magna de la
burguesía, que prepara las revoluciones liberales que recorrerán Europa (España
incluida) durante todo el siglo XIX. Mayo de 1793 verá correr a los sans-culottes
por calles y carrefours. Los sans-culottes, artesanos, obreros,
maestros y aprendices, se llaman así por haber abolido el uso de las calzas y
presentarse adecentados con ceñidos pantalones largos, al uso del cual quieren
obligar a los demás ciudadanos.
Lo anterior en relación a los hombres
pero ¿qué sucedió en el caso de las mujeres? Continúa Gavarrón
Estos mismos sans-culottes se
erigen en “héroes callejeros” a la hora de propinar solemnes fessées [azotes] patriotiques a
cuantas doncellas con aire aristocrático pillan en sus correrías. Por eso, no es
de extrañar que las primeras en adoptar su “consejo” fueran las vapuleadas
damas, quienes se pusieron a buscar pantalones protectores, y la que no los
encontraba se las ingeniaba para alargar su camisa mediante paños espesos antifessées
que ataba a las piernas con sendas ligas. Sí, los pantalones se revelarían
como una prenda sorprendentemente útil en los primeros años de la Revolución (...)
Las rivalidades –sostiene Lola Gavarrón-
entre los que por diversas razones defendían que las mujeres usaran pantalón y
quienes querían impedirlo, no fueron
menores.
Sigámosle la pista a la historia del
pantalón. Originario de la cercana Inglaterra, el pantalón íntimo femenino se
había impuesto entre las niñas por razones de comodidad e higiene. Ya desde
Rousseau y su Emilio, la infancia había adquirido categoría propia, y
educadores, padres y moralistas entendían que el niño tenía que tener sus
costumbres, juegos y vestidos específicos. Así, niños y niñas vestían por igual
a principios de siglo: amplios vestidos, que cubren espesos ropajes. Las
piernas se cubren con los pantalones para permitir todo tipo de juegos y saltos
sin discriminación de sexo. Esta razón de decencia va a ser la favorita a la
hora de ser esgrimida por los defensores del pantalón. El abate Lamesangére
(como pueden ver, los curas se pirran por dejar oír su voz en estos temas),
convertido en periodista de modas, escribe en 1821 y en el popular “Journal des
Dames” lo siguiente: “Las mujeres, que por razones particulares deben ocultar
sus piernas, tienen siempre el recurso del pantalón, que se debe acompañar de
una blusa corta”. Este “recurso”, sin embargo, desagradaba a la mayoría de las
mujeres, quienes, orgullosas de unas piernas que no habían podido mostrar
históricamente hasta entonces (¡las francesas!), se negaban a esconderlas bajo
los ceñidos pantalones. Las ricas, además, contaban con otras poderosas
razones. M. Dubost, conocido fabricante de la época, vendía las medias de seda
a 180 francos. ¡Cómo ocultar 180 francos! Las medias, pues, constituían por
aquel entonces un auténtico lujo.
La discusión del tema concitó, por
aquellos entonces, la atención de buena parte de la población. Y como señala
Gavarrón los famosos de la época no podían dejar de tomar partido en tamaña
cuestión.
El tema del pantalón provocaba polémicas
nacionales. Todo el mundo se creía con derecho a emitir su opinión. Víctores
famosos, por distintos motivos, como Víctor Hugo y el Rey Víctor Manuel
encandilaban a la opinión pública con sus encendidos denuestos contra el
pantalón femenino. Mientras Víctor Hugo acompañaba a sus visitas a la puerta y
les agradecía el agradable rato pasado, no podía evitar el pedirles: “Volved
cuando queráis. Pero sin pantalón. Por favor os lo ruego, sin pantalón... “. Y
el rey Víctor Manuel, de paso por las Tullerías, cometía la masculina torpeza
de poner en evidencia a la exquisita Mme. de Malaret, preguntándole en plena
recepción pública: “¿Qué piensa Ud., de esas horribles señoras que llevan
pantalones?”. Sin saber que la elegante señora los llevaba... Ella,
sorprendida, le señala su “desatino”, y he aquí que “el rey se volvió de
espaldas y no volvió a dirigirle la palabra en toda la noche”. Al parecer, tan
honorables señores no soportaban una ropa interior cerrada y sentían nostalgia
de accesibles aperturas...
Como no podía ser de otra manera el
clero fijó su posición al respecto; concluye Lola Gavarrón
A partir de 1830, la batalla contra el
pantalón será asumida sonoramente por el clero. Tres poderosas razones
movilizan a los clérigos: la mujer en pantalón accede a peligrosas libertades
de movimiento; el pantalón no deja de ser una moda extranjera, adoptada
por la Corte
napoleónica; y, principal motivo, socialistas utópicos, como Cabet en su
Viaje a Icaria, o el marqués de Saint-Simon, ven en el pantalón femenino
un símbolo inequívoco de la añorada emancipación por la que luchan los
feministas. Así mientras las inglesas usaban ya bajo la falda honestos
pantalones (con la complacencia de Stuart Mill), adornados de encajes y
puntillas “a la francesa”, las pocas francesas que se atrevían abiertamente a
desafiar la opinión pública -bailarinas, cortesanas y jovencitas- enseñan
orgullosas sus pantalones “a la inglesa”, que la moda de faldas cortas de los años
veinte permitirá lucir en todo su esplendor.
De los años veinte y los cambios
culturales que tuvieron lugar después de la Gran Guerra nos ocuparemos en otra
ocasión.