jueves, 30 de octubre de 2014

Vestidos para novias


No deja de ser curioso que el vestido de novia tradicional ha sobrevivido, si bien con transformaciones en su diseño, a los cambios de costumbres, ideas, modas, que caracterizan a la sociedad contemporánea. En el centro histórico de la ciudad de México es posible encontrar varios negocios de ese ramo, que exhiben diferentes modelos desde sus aparadores.


Sabido es que los días que van de Navidad a Año Nuevo, son muy especiales e indefinibles, una especie de no-tiempo que favorece a los vientos de nostalgia. En uno de esos días Germán Dehesa tuvo un encuentro con los vestidos de novias.
 

Éramos cuatro adultos y cuatro niños los que (un 27 de diciembre) en calidad de muégano llegamos al primer cuadro (de la ciudad de México). Yo, la verdad, iba de un humor más bien melancólico tirando a apocalíptico. He de reconocer, sin embargo, que el ambiente del centro y la buena compañía lograron que recuperara esa alegría que me caracterizaba cuando soltero. La verdad, la pasamos de primera. Recorrimos minuciosamente la calle de Palma visitando una por una las tiendas de vestidos para novias, primeras comuniones y lencería. Cada modelito era a la vez espeluznante, regocijante y enternecedor. Yo estaba totalmente perplejo tratando de imaginarme a las mujeres que son capaces de comprarse alguna de esas prendas y, sobre todo, a los hombres que se atreven a contraer nupcias con esos seres que irrumpen en sus vidas disfrazadas de candil francés.

 

El tema ha atraído a otros escritores, entre ellos José Joaquín Blanco quien comparte sus impresiones al respecto.

 

Los aparadores de las casas de novia ya no saben qué más inventar para el día de tu boda. Los vestidos de novia son más que flores, más que ángeles, más que pasteles de merengue.
Un sentimentalismo de repostería habla de olanes y tules y rasos y sedas y terciopelos y plumas y pañuelitos bordaditos y todo tipo de plásticos para hacer un arreglo floral monumental de la que entregará su flor, tan multiplicada y adornada y publicitada desde su atuendo de marcha nupcial. (…)
¿Es realmente vestirse lo que hace la novia o más bien se está envolviendo para regalo? (…)
El traje de novia es como una Fuente de Petróleos o un Monumento a la Raza de la pureza.


Hay ocasiones en que los vestidos de novia abandonan el primer cuadro de la ciudad y asisten en multitud a la Expo-Novia del WTC, en donde para algunas visitantes son objeto de admiración y elogio; para otras, de burla o descalificación. En tiempos en que lo más usual era que los matrimonios fueran para toda la vida, la novia guardaba su traje como un tesoro que le recordaría por siempre aquellos momentos, probablemente, tan felices. Desconozco si en la actualidad haya quienes mantengan esta costumbre aunque las uniones matrimoniales suelen ser más efímeras.
 

Sea como sea, y aun cuando no han faltado quienes desde hace años vienen anunciando su inminente desaparición, el vestido de novia es uno de esos tantos muertos que gozan de buena salud.  

 

martes, 28 de octubre de 2014

Hay felicidades muy infelices


El concepto de “desarrollo” mantuvo vigencia y una aceptación generalizada durante mucho tiempo; de acuerdo con ello los países se dividieron en desarrollados y subdesarrollados. Para que éstos últimos pudieran integrarse al grupo selecto de privilegiados, tan solo debían implementar una serie de medidas, ajustes y cambios culturales que, una vez implementados, los guiarían por el buen camino. Al pasar de los años comenzaron a surgir cuestionamientos a esta forma de ver las cosas. No faltó quien preguntara: ¿cómo comparar y poner a competir entre sí, a países que manifiestan grandes asimetrías en sus condiciones de partida?  Otros descalificaron que los criterios de comparación no tuvieran en cuenta diferencias históricas ni entornos culturales. Hubo también quienes señalaron que el poderío de los países desarrollados se sustenta precisamente en la propia existencia de los subdesarrollados y, por lo tanto, no tienen el menor interés de que abandonen tal condición (cabe recordar que la polémica entre  desarrollismo y teoría de la dependencia no fue ajena a todo esto). Fueron apareciendo nuevas categorías como la de países “en vías de desarrollo”, lo que no cambió el fondo del asunto.


Uno de los indicadores tradicionales para medir en este contexto la riqueza de las naciones es el producto interno bruto. Frente a ello alza la voz Robert Kennedy –citado por Zygmunt Bauman en El arte de la vida- en su discurso del 18 de marzo de 1968 cuando estaba en plena campaña presidencial (y pocos días antes de que lo asesinaran).
 

Nuestro PIB tiene en cuenta, en sus cálculos, la contaminación atmosférica, la publicidad del tabaco y las ambulancias que van a recoger a los heridos de nuestras autopistas. Registra los costes de los sistemas de seguridad que instalamos para proteger nuestros hogares y las cárceles en las que encerramos a los que logran irrumpir en ellos. Conlleva la destrucción de nuestros bosques de secuoyas y su sustitución por urbanizaciones caóticas y descontroladas. Incluye la producción de napalm, armas nucleares y vehículos blindados que utiliza nuestra policía antidisturbios para reprimir los estallidos de descontento urbano. Recoge (…) los programas de televisión que ensalzan la violencia con el fin de vender juguetes a los niños.

 
Llegado a este punto, el discurso de Robert Kennedy –siempre citado por Bauman- da un giro considerable.


En cambio, el PIB no refleja la salud de nuestros hijos, la calidad de nuestra educación ni el grado de diversión de nuestros juegos. No mide la belleza de nuestra poesía ni la solidez de nuestros matrimonios. No se preocupa de evaluar la calidad de nuestros debates políticos ni la integridad de nuestros representantes. No toma en consideración nuestro valor, sabiduría o cultura. Nada dice de nuestra compasión ni de la dedicación a nuestro país. En una palabra: el PIB lo mide todo excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida.

En estos tiempos de incertidumbre es conveniente recordar que hace ya casi cincuenta años hubo quienes, desde las mismas entrañas del capitalismo, criticaron duramente al modelo social vigente. Al mismo tiempo esta cuestión se encuentra estrechamente ligada a lo que se entienda por “felicidad”; Zygmunt Bauman profundiza en ello.

 
Los observadores señalan que aproximadamente la mitad de los bienes cruciales para la felicidad humana no tienen precio de mercado y no se venden en las tiendas. Sea cual sea la disponibilidad de efectivo o de crédito que uno tenga, no hallará en un centro comercial el amor y la amistad, los placeres de la vida hogareña, la satisfacción que produce cuidar a los seres queridos o ayudar a un vecino en apuros, la autoestima que nace del trabajo bien hecho, la satisfacción del “instinto profesional” que es común a todos nosotros, el aprecio, la solidaridad y el respeto a nuestros compañeros de trabajo y a todas las personas con quienes nos relacionamos; tampoco allí encontraremos la manera de liberarnos de las amenazas de desconsideración, desprecio, rechazo y humillación. Más aún, ganar el dinero suficiente para poder comprar aquellos bienes que sólo se encuentran en las tiendas supone una pesada carga sobre el tiempo y la energía que podríamos invertir en la obtención y disfrute de los otros bienes no comerciales citados hace un momento y que no están a la venta. Bien puede suceder, y sucede con frecuencia, que lo que se pierda supere lo que se gane y que la infelicidad causada por la reducción del acceso a los bienes que “el dinero no puede comprar” supere la capacidad del aumento de los ingresos de generar felicidad.  


Tal vez a ello se daba la existencia de gente exitosa que es muy poco feliz.

 
Desde siempre el ser humano ha buscado orientar su vida hacia la conquista de la felicidad y ello no es nada fácil. Muchos autores señalan que en tiempos recientes la felicidad ha dejado de ser un derecho para convertirse en una obligación. Por último hay quienes conciben a la felicidad como un estado permanente mientras que otras voces se oponen a ello, tal como la de Elena Poniatowska que considera que “la felicidad es de a ratitos”.

jueves, 23 de octubre de 2014

El maestro Toledo


Durante algunos años impartí clases a grupos de señoras de buena posición económica. En uno de ellos surgió el interés por visitar la ciudad de Oaxaca que ninguna de ellas conocía y hacia allí nos dirigimos en marzo de 1996. Como parte de las actividades planificadas estaba previsto un recorrido por el Museo de Arte Contemporáneo en el que próximamente se inauguraría la exposición “Lo que el viento a Juárez” con obras del maestro Francisco Toledo. La frustración fue grande cuando llegando al museo nos informaron que estaba cerrado al público en razón de los preparativos por la citada muestra que se inauguraría al día siguiente.


Al momento de irnos, veo que el maestro venía caminando hacia el museo; no me costó reconocerlo al advertir su presencia tan peculiar. Mucho tiempo antes había leído en la prensa un reportaje que le habían hecho y lo recordaba tanto por la sencillez que trasmitía su foto como por el compromiso cariñoso que demostraba tener con su gente, con su tierra y del que daba cuenta aquella nota. No había dudas: su persona le había cerrado las puertas al personaje.


Comenté a mis alumnas que esa persona que se acercaba era el maestro Toledo.
-No puede ser el pintor, mira su aspecto –me dijo una de ellas.
-Es Toledo -repliqué.
-Estás equivocado, ¿no ves el descuido de ese hombre?
-Es el maestro.
-Mira –dice otra de ellas- en mi casa tengo un cuadro de Toledo que cuesta como cien mil dólares…
-No sé si lo que me quieres decir es que el cuadro que tienes vale más que él, pero ese señor es el maestro Toledo.

Con  muchas reticencias se acercaron al artista y una vez despejadas las dudas le pidieron permiso para visitar la exposición que aun no estaba abierta al público, a lo que el maestro accedió. Luego le pidieron fotografiarse con él, lo que aceptó sin mayor entusiasmo. Jamás olvidaré su nerviosismo e incomodidad, sus ganas de salir corriendo, su distancia con las poses y con los roles estelares. Recuerdo con nitidez aquella escena en la que parecía que un pobre hombre le había pedido a un grupo de modelos deslumbrantes, tomarse una foto junto a ellas.


Tiempo después leí un texto de Andrés Henestrosa, paisano suyo, que presenta un perfil del maestro Toledo.


(…) [Francisco] Toledo se mueve en una realidad que tiene mucho de irreal, en una fantasía que no desdeña ni anula el testimonio de los sentidos corporales. Las casas, las mujeres, los hombres que pinta; los peces, los pájaros, los animales que imagina, si no existieron ayer, existirán mañana. Toledo le da a la naturaleza obras que cumplir. Esos colores si existían, él les ha dado nueva vibración, temple nuevo, significado desconocido. Colores nunca oídos; ecos jamás vistos. (...)
Francisco Toledo tiene mucho de tlacuilo, aquella venturosa combinación de escritor y pintor, sin la cual no había artista verdadero ni cabal. Muchos de sus cuadros combinan literatura y pintura pero la letra no comenta, no glosa el cuadro, como se ha visto en la pintura mexicana contemporánea, sino que constituye algo así como apuntes autobiográficos o son como notas de un artista. Y como están escritos en idioma zapoteco, diríase que son textos jeroglíficos que hay que traducir e interpretar, ni más ni menos que lo hacía el lector de nuestra antigüedad. Textos llenos de humor, de desenfado; tales esos que se encuentran al lado de sus autorretratos, en que se llama cara de perro, de coyote, de iguana, de tortuga.
Toledo es orgulloso, pero humilde; altivo, pero tímido; silencioso, pero elocuente; severo en su ternura; parco en palabras, largo en obras. Gusta oír, pero más oírse. Vive hacia adentro, entregado a un mundo que vislumbra y que trata de exteriorizar, y, a veces, logra. Toledo es blanco cuando habla; indio cuando calla y cuando pinta, que es su única manera de hablar.

El maestro Francisco Toledo proverbial en su sencillez, ajeno a las poses, comprometido con su gente, presencia indispensable en la vida cultural oaxaqueña.

martes, 21 de octubre de 2014

Cosa juzgada


Hay ocasiones en que los sueños se toman dulce revancha frente a limitaciones propias de la realidad. Tal lo que sucedió –de acuerdo a lo narrado por Luis Melnik- al personaje de esta historia.

Archidice fue una cortesana egipcia, famosa por su belleza, admirada por sus capacidades amatorias, seductora hasta los desmayos. Muchos de los más encumbrados poderosos se habían rendido extasiados ante sus artes pasionales. Ponían a sus pies fortunas, famas y promesas con tal de dejarse envolver por sus tules eróticos. Uno de esos embelesados fue rechazado por Archidice pues al desventurado no le alcanzaban las alforjas para pagar el precio indispensable. Angustiado, sus pies rastrones lo llevaron de regreso a su casa y tras beberse unos fuertes tragos, cayó rendido en la cama.

Sabido es que nada es imposible en el mundo onírico por lo que aquel buen hombre –siempre siguiendo el relato de Melnik- pudo hacer realidad sus inquietantes deseos. “Quiso su destino que soñara y con sus ojos cerrados y la respiración ahogada, vino a su cama la bella y única. Su sueño fue maravilloso, pues entre las nubes de la noche, había obtenido los favores que no había podido pagar en carne.”

Pero al personaje de marras, tal como sucede muchas veces en la realidad, no le bastó su encuentro íntimo con una beldad de esa categoría sino que -y seguramente con lujo de detalles- lo comentó a sus amigos. Y aquello fue causa del problema según nos informa Luis Melnik. “Cuando la historia llegó a ser conocida por Archidice, llevó su caso a la Corte de Justicia, exigiendo el pago de sus servicios, pues ella era dueña de los derechos eróticos del sueño.” Aun por aquellos tiempos en que el tema de derechos de autor seguramente no alcanzaba la importancia que ha adquirido en la actualidad, el caso no resultó sencillo de dilucidar.

La Corte admitió su reclamo. Y durante muchas horas los sesudos doctos debieron discutir para acordar el pago reclamado. Finalmente, emitieron su fallo. Así como el cliente soñó que había obtenido los favores amorosos de la moza, Archidice debía ahora tomarse un descanso, irse a la camita sola y soñar que él le pagaba. Será justicia.

A falta de información lo demás es materia de conjetura: cabe imaginar que Archidice no quedó satisfecha con el veredicto y su compañero sentimental haya aprendido que conducirse con discreción ayuda a evitarse problemas.                   

jueves, 16 de octubre de 2014

Los costos de la sumisión


No cabe duda que estar dentro del círculo cercano a los poderosos genera privilegios, prebendas y recompensas varias. Pero también conviene tener presente los costos que ello implica. La historia ofrece múltiples ejemplos y Omar López Mato cita uno de ellos.

 

Los emperadores chinos (…) utilizaban eunucos para vigilar a sus múltiples cónyuges. Entre ellos -también dedicados a velar por los intereses del Estado- merece recordarse la figura de Kang Pine Tich, el Duque de Hierro. Kang era general del emperador Yung Lo. Hombre íntegro -en todo sentido-, era fiel a su señor. Éste, confiando en su bravo general, lo dejó al cuidado de la Ciudad Prohibida durante una prolongada ausencia. Vale aclarar que lo que la Ciudad Prohibida tenía de prohibido eran las concubinas imperiales, que sólo podían ser poseídas por el emperador y por ningún otro humano, que de hacerlo era condenado a morir.

 

Y como siempre, por aquellos entonces también había quienes tomaban sus previsiones y recaudos en relación a lo que pudiera acontecer. Continúa López Mato

 

 El noble duque, conocedor de las debilidades humanas -propias y ajenas-, imaginó las habladurías que llegarían a oídos del emperador. Para evitar cualquier tentación y como prueba de su incondicionalidad, el astuto general Kang cortó sus genitales y los guardó en la montura del emperador antes de que éste partiera.

 

No faltará quien considere que la acción de Kang puso de manifiesto un servilismo fuera de toda medida pero eso sí, no es posible dudar del conocimiento que tenía de su gente. Prosigue Omar López Mato con su relato

 

No bien retornó de su largo viaje, los enemigos de Kang inmediatamente fueron a contarle al emperador Yung Lo sobre las noches plenas de lujuria que el general había pasado con las mancebas imperiales. Llamado a su presencia, el emperador recriminó al perspicaz general sus supuestas faltas, acusación que Kang escuchó en silencio y con la debida sumisión. A continuación el sagaz general Kang pidió que trajesen la montura del emperador. Todo el mundo se extrañó ante esta solicitud tan insólita. Frente al emperador buscó lo que él había dejado con tanto dolor. Por fortuna, allí estaban los restos de la antigua virilidad del previsor general, que de esta forma demostraba, sin dejar duda alguna, la más leal sumisión al emperador. Al morir el general Kang fue enterrado entre los muros de la Ciudad Prohibida. Su sepultura sobresale de las de los demás eunucos imperiales para recordarnos los sinsabores de la función pública.

El último de estos Castrati Imperiali chinos murió en 1951 (...)

 

Sin embargo, y respecto a esta última aseveración, es posible suponer que aun existen otras variantes de castrati capaces de hacer hasta lo inimaginable con el objetivo de ganarse la aprobación del poderoso en turno.

martes, 14 de octubre de 2014

Los santos agricultores


En sus observaciones de viaje Alexander Von Humboldt –citado por Alejandro Rosas- describe la rivalidad existente entre indios, criollos y gachupines puesta de manifiesto en su invocación a la Virgen de Guadalupe o a la de los Remedios, a quienes ponían a competir en tiempos de seca.


La gente común, criolla e india, ve con sentimiento que, en las épocas de grandes sequedades, el arzobispo haga traer con preferencia a México la imagen de la Virgen de los Remedios. De ahí aquel proverbio que tan bien caracteriza el odio mutuo de las castas: “hasta el agua nos debe venir de la gachupina”. Si, a pesar de la intercesión de la Virgen de los Remedios, continúa la sequía... el arzobispo permite a los indios que vayan a buscar la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
 

El bienestar de los agricultores mucho tiene que ver con las buenas condiciones climáticas que permiten obtener mayores rendimientos a la hora de la cosecha. De allí que estén tan al pendiente de la intensidad con que llegan las lluvias año con año. El arado de la tierra, la calidad de las semillas, la debida profundidad del surco son –entre tantos otros- factores que dependen del campesino. No sucede de la misma manera con la cantidad de agua que cae sobre los campos. Y todo es cuestión de medida porque a veces falta y en ocasiones sobra.

 

Los campesinos de diversas regiones del país suelen recurrir a algún santo (de acuerdo con la tradición del lugar), al que tienen muchísima confianza para estos menesteres y a quien imploran tanto el don de la medida como el de la oportunidad: que las lluvias caigan en sus campos en cantidades adecuadas y en los tiempos convenientes.

 

Cuando el santo cumple con las expectativas todo son agradecimientos y alabanzas pero si algo sale mal las cosas se le complican. Agustín Escobar Ledesma se refiere al caso de San Isidro Labrador en una población otomí.
 

Los santos del templo mayor de Mexquititlán, Amealco, así como reciben aromáticas nubes de incienso, hermosas y coloridas flores o escuchan atentos los cantos y alabanzas de los fieles otomíes, también saben escuchar las súplicas de la comunidad que se congrega como mazorca de maíz ante sus sagradas plantas.
Es por eso que San Isidro Labrador, atendiendo a las apremiantes necesidades de la población india, el 15 de mayo, día de su onomástico, se encarga de que en las milpas no falte el semen divino que fecunde a la madre tierra. Ha habido ocasiones en que el santo, con fama de llovedor, no ha calculado la cantidad de agua a grado tal que los campesinos le suplican agradecidos “San Isidro Labrador: quita la lluvia y que se aparezca el sol”. Sin embargo, cuando al santo se le ha olvidado su responsabilidad con la comunidad, ya sea porque andaba de borracho con las bebidas de la ofrenda o bien porque, al igual que a los viejos, la memoria le falla, los otomíes, por muy sagrado que sea el santo, le aplican un ejemplar y público castigo para que no ande de irresponsable.
Cada vez que San Isidro ha incumplido su vital función es llevado en procesión a un gallinero, dejándolo abandonado y sentenciado: “De aquí no te sacaremos ni te limpiaremos las mierdas de las gallinas hasta que vengas acompañado de la lluvia”.
San Isidro Labrador no es único en el oficio, Santiaguito es otro de los responsables de que el maíz, la calabaza, el fríjol y el chile nutran la tradición otomí. Santiaguito es el encargado de que la lluvia llegue puntualmente en julio. Es por eso que unos días antes del 25 de ese mes, la pequeña y sagrada figura es llevada alegremente en andas entre nubes de incienso, música, bebida, cánticos y cuetes por las milpas de maíz tierno para que enamore a la lluvia y ésta baje a la tierra.
Sin embargo, Santiaguito, al igual que cualquier santo, también falla. En cierta ocasión no supo cortejar adecuadamente y el agua de las nubes cayó fría, dura e indiferente sobre los sembradíos de Mexquititlán, flagelando las pequeñas y tiernas plantas de maíz. Santiaguito no pagó el error. La comunidad otomí fue al templo mayor por la imagen de Santo Santiago para llevarla al campo a fin de que se enterara de los destrozos causados por la granizada: “Mira las pendejadas de tu hijito”, le decían los encabronados cargueros, mayordomos y fiscales mientras le golpeaban el lomo, para que tuviese más cuidado con lo que hacía Santiaguito, su hijo.

 

Si San Isidro Labrador está comprometido con la cosecha del maíz, San José debe responder por la del trigo (otros santos vinculados a la agricultura son San Miguel Arcángel, San Juan, San Roque y San Antonio; por lo visto no existe equidad de género dado que las santas se mantienen ajenas a estas cuestiones). Ahora es Jorge Ibargüengoitia quien alude a sus vivencias en el Estado de Guanajuato.

 

En San Roque, el rancho donde yo viví, San José es un santo peligroso, inestable, algo aventurero. En sus manos está la suerte del trigo. Cerca del 19 de marzo, dice la tradición, cae la última helada. Si ese día amanece sin helar, ya se salvó la cosecha, si hiela merma. Si en vez de helar se nubla -como ha de haber ocurrido ese año- la misma tradición afirma que tras del nublado de marzo llega el chahuiztle, no tiene remedio.
Lo mismo da que la helada o el nublado caigan el 18 de marzo -día de la Expropiación Petrolera-, el 20 -día de San Cutberto-, o el 21 -día de Juárez y a veces entrada de la primavera-, lo que vale allí es San José y el 19. Si el fenómeno ocurre antes, es porque se adelantó, si ocurre después, es porque se atrasó. Es la Helada o el Nublado de San José, nunca del Petróleo o de Benito Juárez.
En materia de heladas, en el otro extremo del calendario está San Miguel Arcángel, el 29 de septiembre. Ése es el encargado de mandar la primera, que tiene efectos desastrosos para el maíz. Afortunadamente, San Miguel es, aparte de poderosísimo, un santo benévolo que por lo general se conforma con echar unos aguaceros. Nótese que en esa región nadie habla de cordonazos de San Francisco a pesar de haber sido zona franciscana.
Otros santos agricultores son San Juan -chubasco y baño obligado- cuya festividad cae el día en que amarran las lluvias y San Roque, que es Santo Patrón de la región y que tiene la ventaja de festejarse el 16 de agosto, época en la que las lluvias se vuelven necesarísimas y en años resecos tienden a desaparecer. En esos años la gente se desespera y saca la imagen al campo con esperanza de que vuelvan las lluvias.
Otro santo bueno es San Antonio, que manda a veces el agua temprana -13 de junio- pero no es muy venerado porque no se sabe que haya producido ningún daño y por esta razón tiende a ser pasado por alto. De esto se deduce que ésta es región en la que el que no tiene modo de perjudicar, no tiene nada. (...)
Todo esto que he dicho son creencias que se están muriendo y que empiezan a ya no tener sentido. Por ejemplo, las nuevas semillas de trigo tienen un ciclo vegetativo más corto, inventado especialmente para burlar a San José. Si hiela el 19 de marzo no pasa nada, porque el trigo está o demasiado verde o demasiado seco para ser perjudicado.    


Han existido santos que adquirieron fama de ser infalibles por lo que algunas comunidades que estaban atravesando grandes sequías solicitaron a un pueblo vecino que les prestara su santo. El problema fue que una vez verificada su efectividad, entonces –tal como lo comenta William Spratling- ya no lo quisieron regresar.

 
[Tata Luis] decía que el santo más poderoso del pueblo era Nuestro Señor, de la iglesia de la Santa Veracruz. Era famoso hasta el Pacífico y por todo el Estado de Morelos. Una vez, en Acuitlapan, hubo una sequía inusitada. Los acuitlapeños suplicaron que se les prestara la imagen de Nuestro Señor y seis hombres la llevaron sobre sus hombros. Fue una caminata de dos días por la sierra. Tan pronto como llegaron, la lluvia cayó a torrentes. Realmente fue milagroso. Pero después los acuitlapeños se querían quedar con el santo para su iglesia y hubo gran pleito, pero al fin los hombres de nuestro pueblo se lo llevaron victoriosamente. No hubo desgracias entre nosotros, pero entre los acuitlapeños hubo tres muertos y una señora que resultó con un ojo morado. Desde ese día le llaman a Nuestro Señor, El Generalito.
Muchas veces han llevado en procesión al Generalito para pedir la lluvia, y siempre ha caído un buen aguacero.
-Sin ir más lejos, el año pasado —dijo—, al sacarlo de un santuario, apareció una pequeña nube arriba del pico más alto del Huitzteco. Lo llevamos a la iglesia de San Miguel y de allí a la capilla de Ojeda y para cuando llegamos al barrio de la Cruz Blanca estaba  tronando y las nubes negras ya se estaban formando. Y al ir pasando junto al convento, ya llovía por los dos lados del pueblo. Fue un verdadero milagro que la lluvia caía con ganas por todos lados, excepto en la dirección del santuario de Nuestro Señor y allí quedó un pasaje angosto, bien seco, para su regreso. Y aunque caía mucha agua no nos mojamos.
Dijo que la Virgen de Guadalupe era muy excéntrica en su manera de traer la lluvia; que en una ocasión casi se llevó al pueblo con una manga de agua cuando la llevaron en procesión.
—Después de eso —continuó— mejor sacábamos al Niño Jesús cuando queríamos agua. ¡Y nos fue mucho mejor con el Niño!

 
En caso de graves sequías es usual que hasta la fecha muchas comunidades organicen rezos y rogativos implorando por la llegada de las aguas.

 
Cambiando de tema, es posible concluir que Santo Tomás Moro (patrono de los políticos) la ha sacado barata. Si con él se utilizaran los mismos métodos que emplean las comunidades agrarias cuando sus patronos no cumplen su cometido, no quiero ni pensar en cómo le iría al pobre si los creyentes lo hicieran responsable de la cosecha de políticos…

jueves, 9 de octubre de 2014

El prestigio de los médicos


No es posible dejar de reconocer los largos años de estudio, el esfuerzo y las privaciones que le permiten a una persona graduarse como médico. Y si bien cada profesión u oficio tiene su chiste, pocos como los galenos para maniobrar en los márgenes de la vida y la muerte; es por ello que desde siempre ocupan un lugar muy especial en la sociedad de la que forman parte, lo que les permite disfrutar de una serie de privilegios. Según señala Luis Melnik, ellos se encontraron entre los primeros que pudieron acceder a los primeros modelos de automóviles que aparecieron en el mercado, lo que les facilitaba su traslado a lugares remotos a los que tenían que ir para visitar a un enfermo. Sin embargo la posesión del vehículo no se limitaba -según el mismo Melnik- a su valor de uso sino que se convertía en  muestra contundente de los éxitos alcanzados en el campo profesional.


Los primeros en gastar sus ahorros para exhibir su nuevo producto fueron los médicos, que se bajaron del sulky. Era indispensable para ellos dar muestras evidentes de sus éxitos profesionales ante la sociedad que los rodeaba. No bastaba que sus enfermos curados hablaran unos con otros ni el galeno podía hacer su propia publicidad. Pero ambular por las calles con un último modelo, adelantándose a otros, estacionando frente a su consultorio, indicaba que sus ganancias aumentaban, y eso sólo podía ser por el éxito de la práctica del arte de curar.

 
Ángel de Campo (en artículo publicado en 1906) parece confirmar lo anterior para el caso de México, “(…) para que, al recibirse, tuviera coche, pues es bien sabido que un médico sin coupé es un mamarracho, para quienes confunden el ojo clínico con los fistoles de brillantes.” Otros aspectos también debía ser cuidadosamente previstos; El Gallo Pitagórico (Almanaque. Espejo del siglo XIX) profundiza en la auto-promoción (literalmente considerada) de los médicos de su tiempo.


-Seré médico.
-Gran profesión para medrar, me respondió una alma que todavía olía a ungüento amarillo, si te determinas a seguir mis consejos. Un gran médico lo primero que ha de tener es un coche de última moda, brillantemente charolado, ha de vestir con mucho aseo y también a la última moda, aunque duerma en un petate, y coma en una cazuelita de a tlaco. Ha de visitar a sus enfermos a horas extraordinarias, para dar a entender que está muy recargado de visitas. Ha de contar en ellas curaciones maravillosas; como que le ha cortado la cabeza a un rico agiotista, a un general de división o a otro personaje; que la volteó al revés, la limpió y se la tornó a pegar; que la operación concluiría cerca de las seis de la tarde; y a las ocho de la noche dejó al descabezado bueno y sano en la ópera. Item: ha de ser aristócrata, enemigo mortal de los sansculottes y si puede ser sin grave inconveniente, con sus barruntos de monarquista y aun borbonista, o por lo menos iturbidista.

 
La cultura propia de la profesión no sólo tenía que ver con lo externo sino que también con el respeto de algunas cuestiones propias del ejercicio de sus saberes; continúa El Gallo Pitagórico


Éste debe ser el aparato exterior: la suficiencia interior se reduce a saber un poco de latín y de francés, aunque no sepa una palabra de castellano. Un médico de tono, primero se ha de sujetar a que le arranquen la lengua con unas tenazas hechas ascuas, que pronunciar las palabras pecho, barriga, espinazo, baño de pies, reconocimiento del cadáver, sino estas otras: esternón, abdomen, glándula pineal, pediluvio, autopsia cadavérica, etcétera. Sus enfermos jamás han de estar malos del hígado, de fiebre en las tripas y demás enfermedades, sino que han de tener hepatitis, gastritis, enteritis, duodenitis, etceteritis.
Inmediatamente que llegue a sus manos un sistema nuevo en cualquier ramo de medicina, y mucho más si el autor fuere francés, lo adoptará sin otro examen sino que es nuevo y de moda, aunque el sistema sea el más exótico que pudiera inventarse. Así que, unas veces no aplicará remedios que no sean estimulantes, otras calmantes; unas ocasiones todo se ha de curar con opio, aguardiente, y comer mucha carne; otras con dieta rigurosa, sangrías y agua caliente, como el doctor Sangredo.


El galeno que no observara esta forma de conducirse -según El Gallo Pitagórico- estaría muy lejos de llegar a tener una trayectoria destacada en el ejercicio de su profesión.
 

He aquí (…) la conducta que ha de seguir un médico que quiera brillar en el mundo. El que procurare curar con medicamentos sencillos, que llamamos caseros; el que en lugar de las drogas de Europa, se dedique a indagar las virtudes de las infinitas plantas de que abundan nuestros campos, y de los minerales de que también abunda con profusión nuestro país; el que llame barriga a la barriga, baño de pies al baño de pies, y dijere a los que cuidan al  enfermo que no manden a la botica por los medicamentos, sino que los hagan en casa, advirtiéndoles los simples de que se componen, a fin de que les cuesten menos y los hagan con más cuidado, ¡pobre de él!, jamás pasará de médico de barrio, no habrá quien le ocupe, y apenas tendrá una que otra visita de a peseta.
                                  

Pero no se crea que este prestigio social que recubría al médico se limitaba exclusivamente al caso de México; en 1947 Pío Baroja refiere lo que acontecía en España.

 
El prestigio verdaderamente enorme de la época moderna es el del médico. No es el éxito de la calle del torero o del futbolista, pero es más cordial. Hay que reírse de los demás prestigios. No son nada al lado de la admiración, de la devoción que produce el médico, sobre todo el médico joven. La admiración por el artista, por el político, por el divo, es todo aparato, no es nada al lado del entusiasmo que produce el médico. Los canallas de la Facultad, como decía el viejo Tolstoi con rabia, triunfan.
Un médico joven, bien plantado, inteligente, amable, entra en una casa donde ha tenido un éxito como un ser excepcional, y desde la señora hasta la criada le contemplan con admiración.
De ahí las rivalidades terribles que se producen entre facultativos. No son unos duros de una visita que se van a disputar, es el éxito, la confianza y la adoración de una familia. No hay otro éxito comparable a él. Participan los viejos, los jóvenes, las mujeres, los hombres y los chicos. Los demás triunfos son poca cosa. El hombre de negocios o el abogado que ha dado un buen consejo; el arquitecto que ha resuelto una cuestión técnica; el profesor que ha recomendado eficazmente al chico; el pintor que ha hecho un retrato decorativo de la señorita de la casa, tiene su prestigio; pero, al lado del que alcanza el médico joven y con éxito, todo esto no es nada. El diagnóstico exacto, el tratamiento a tiempo producen un entusiasmo auténtico, sin reserva alguna y sin ninguna ficción.


Sin duda alguna el médico sigue ocupando un lugar muy importante pero en la sociedad contemporánea se han producido cambios de consideración en la bolsa de valores del prestigio social. Así, empresarios, deportistas de alto rendimiento, políticos que ocupan cargos jerárquicos, narcotraficantes, personajes de los medios, entre otros, suelen ser propietarios de automóviles notoriamente más lujosos que el que conducen médicos especialistas en distintas ramas de su campo profesional.

martes, 7 de octubre de 2014

¿Vida saludable?


En el pasado, el común de las personas sabía muy poco de medicina. En caso de enfermar, si ello era posible, concurrían con el médico, curandero o quien se consideraba sabio en estos menesteres. De un tiempo a esta parte, y esto lo han señalado muchos autores, se ha venido dando una ¿suerte? de medicalización de la sociedad. Los diferentes medios informan acerca de los síntomas de las enfermedades, la importancia de concurrir con prontitud a la consulta médica y, principalmente, cómo prevenir enfermedades. No hay duda que ello representa un gran avance, siempre y cuando no se llegue a excesos como a los que alude Horacio Radetich (“Banales dicterios”, en Mira, 26 de junio de 1991).

(…) la cuestión de la salud se volvió un tema trascendental que es tratado exhaustiva y reiteradamente. Antes si uno se sentía mal iba al médico; ahora el médico se te mete en la casa por medio de la prensa, la radio y la televisión, y te aterroriza regodeándose en imágenes apocalípticas sobre lo que te puede pasar si comes un bistec con ensalada.

Los especialistas, y a veces no tanto, coinciden en la importancia de seguir una sana y equilibrada dieta. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando aparecen puntos de vista distintos, cuando no opuestos; continúa Radetich

(…) decides flagelarte con una buena dieta, porque todo el mundo sabe que no hay nada más sano que una buena comida. Consultas y adviertes que lo que es bueno para una cosa es fatal para la otra. Al borde de la inanición ves, en un programa de televisión, un señor que te dice que si no tomas mucha agua la piel se te caerá a pedazos y otro que te asegura que si tomas agua la salmonelosis hará presa de tus entrañas. El jugo de naranjas es sospechosamente cancerígeno y mejor que ni huelas la carne porque el colesterol te hará la vida imposible; pero si no tomas vitaminas C y no comes productos animales te va a ir peor. El pescado te produce cólera y un huevo dejó de ser un huevo para convertirse en un producto terrible, que en el momento menos pensado se te acumula en las venas y te propicia un infarto o, si no, se te va para el otro lado y es causa de una bestial hepatitis.

Por su parte Francisco Martín Moreno (“Memorias de un glotón”, en Excélsior, 6/1/1993) confiesa -con algo de tristeza y mucho de nostalgia- la manera en que se ha visto afectado en su condición de sibarita al saber más acerca de los alimentos que habitualmente ingería.

Siempre fui un glotón, siempre. Desde hace muchos años empecé a disfrutar, para mi fortuna, de los placeres de la buena mesa. (…)
Comía indiscriminadamente unos buenos tlacoyos con chicharrón, unos peneques, unas quesadillas de huitlacoche, un buen plato de ropa vieja o bien otro de manchamanteles sin olvidar el pollo en mixiotes, el huachinango a la veracruzana o los chiles en nogada. (…)
Eres lo que comes, aprendí igualmente desde muy joven. Es más: eres lo que digieres, me enmendó alguien la plana con buen tino en cierta ocasión. Mi afición por la glotonería empezó a decaer según empecé a conocer la calidad de los ingredientes actuales que sólo se parecen en lo externo a los utilizados por nuestros abuelos para confeccionar los mismos platillos. ¿Ejemplos? Una de mis ensaladas favoritas sin duda alguna es la “Romanita”. Simpático nombre, ¿verdad? Pues bien, cuando supe que una buena parte de las legumbres que se consumen en la muy noble y leal ciudad de México son regadas con aguas negras, infestadas por las más variadas familias de parásitos, algunos de ellos, auténticas especies desconocidas por la medicina actual, empezó a desaparecer mi tradicional proclividad hacia la “Romanita”. Ingerir una ensalada así puede producir abscesos amibianos hepáticos y cerebrales de consecuencias imprevisibles. De modo que si de ensaladas se trata ni en casa ni en foto, so pena de estar dispuesto a pasar 15 días de vacaciones obligatorias recluido en un hospital. (…)
¿Usted se comería una ensalada regada con aguas negras, hecha crecer y madurar con fertilizantes tóxicos y “preservada” con insecticidas cancerígenos? ¿Usted se comería unos ostiones, unos camarones o un pescado que se desarrolló o vivió en las aguas químicamente contaminadas que la lluvia trajo de los campos mexicanos? Claro está: empecé a dejar de ser glotón…
¿Las carnes? A mí me gustaba mucho la machaca norteña con huevo a la hora del desayuno. Ni la dieta ni la obesidad constituyeron mis temas de preocupación. No así aconteció cuando descubrí la cantidad de animales que eran engordados con hormonas para poderlos sacrificar y vender nuevamente a corto plazo obteniendo jugosas ganancias ajenas a la salud de los consumidores. (…) De tal forma que la machaca, como cualquier otro tipo de carne empezó igualmente a caer de mi gusto, para ya ni hablar del huevo con el que se confecciona este estupendo platillo tan nuestro, sobre todo si se parte del supuesto que las mismas gallinas son estimuladas artificialmente para explotarlas a su máxima expresión haciéndolas poner la mayor cantidad de veces posibles en beneficio del avicultor. (…) ¿Cómo comer entonces un pollo o un buen pedazo de carne o un huevo cuyo crecimiento fue estimulado con hormonas que provocan daños incalculables en la salud humana?
De la huerta ya no como casi nada, ni de los corrales ni de los establos ni de los esteros ni del mar. (…)
No, ya no soy un glotón. Me hubiera fascinado seguirlo siendo, pero si ya no puedo comer ni legumbre salvo que estén 7 veces hervidas y por lo mismo totalmente insípidas, ni puedo consumir carne de res para ya ni hablar de la de cerdo ni de la certera posibilidad de contraer triquinosis con sólo olerla ni puedo disfrutar un buen plato de ostiones ni de almejas, una buenísima campechana como en los viejos tiempos ni debo comer huevos ni pollo por temor al efecto de las hormonas ni leche, porque no hay tantas vacas para satisfacer la demanda de que se habla (…), entonces debo resignarme a la pérdida irreparable de mis inclinaciones gastronómicas. Ahora yo no puedo tomar ni agua porque dicen que ésta tiene sales que producen piedras en los riñones o en la vesícula. (…) Por eso desde entonces estoy comiendo bananas hasta que alguien venga a decirme que la ingestión de potasio en exceso atenta contra la virilidad (…)
No ya no soy glotón (…)

Claro que la abdicación a los placeres de la mesa no es la única opción que queda, tal como lo muestra Horacio Radetich quien reacciona de otra manera a esta problemática: “Entonces uno, sabio al fin, apaga la tele, no prende el radio ni compra el periódico; e inconsciente pero alegremente se avoraza sobre las garnachas, pensando que es mejor saborear la vida que andar previendo de qué diablos se va a morir.”

Y es que, tal como lo afirmaba Daniel Cosío Villegas, el saber duele y no son pocas las ocasiones en que se prefiere vivir en la ignorancia.

jueves, 2 de octubre de 2014

Las palabras del corazón


El amor acompaña al ser humano a lo largo de su historia, aunque claro está que han ido cambiando sus formas. Del largo cortejo del pasado al inmediatismo del presente; del prohibicionismo a la permisividad. Atrás han quedado restricciones, chaperonas, largos preámbulos e inhibiciones varias.

En relación a ello un cambio radical tiene que ver con el lenguaje, con las maneras de expresar el amor. Ramón López Velarde deja testimonio de ello en uno de sus artículos del año 1912.

En el diario sentimental de un amigo, hay unos renglones que rezan así:
“La mañana era fragante y húmeda como un ramo de violetas, y diáfana como una gota que tiembla en la felpa rústica de las malvas. Piaban los pájaros, ebrios de dicha, y la campana tañía sobre la calma idílica del paisaje. Los álamos empinaban sus hojas, de tono metálico, hacia el brocado azul de la inmensidad que por el sur se rizaba con dos nubecillas paralelas. Y Ella que, como en los cuadros de los pintores bucólicos, se había colmado la falda con la cosecha florida de mayo, coronaba mis afanes, dejando caer de sus labios el monosílabo inmortal. Un estrépito de alas sonó a nuestra espalda: las alondras subían al cielo… En tanto que, como en el verso de Villaespesa, un relámpago de sol fulgía en los cristales de la casa solariega. (…)
“Desde aquella fecha, digna de constante recordación, nos entretuvimos en edificar con solicitud y complacencia de enamorados la torre de nuestra quimera, comentando gozosamente la colocación de cada piedra y asomándonos a mirar por cada ojiva que concluíamos, hasta que las almenas se recortaron en la transparencia del firmamento. (…)”

Así las formas del lenguaje del corazón que en el pasado no se avergonzaban de este romanticismo recargado resultan muy diferentes a las actuales. Otra cosa acontece con los argumentos que no han cambiado (y seguramente no lo harán en el futuro) dado que las historias continúan siendo de amores y desamores; encuentros y separaciones; coincidencias y abandonos.

En el mismo artículo ya citado López Velarde sigue transcribiendo lo que por aquellos entonces expresaba su amigo que, como veremos, pasará del éxtasis del amor al desamparo sentimental.

“De aquella torre, levantada entre graves promesas de fidelidad y entre risas locas, nada queda ya. Abatiéronla genios malignos, y hoy me siento sobre sus ruinas a meditar en lo efímero de la dicha, mientras los vientos del infortunio alborotan mi cabellera de trovador del pasado siglo, y preparo mi ánimo a la avidez del olvido en que me he de envolver. (…)”

A nadie se le ocurriría utilizar actualmente este lenguaje romántico (que sería identificado como cursi) y seguramente no falta quien ante esa misma coyuntura amorosa sintetiza lo acontecido con la contundencia empobrecida de un: “¡Pinche vieja que me abandonó!” Para decirlo con palabras del amigo de Ramón López Velarde, “los vientos del infortunio” siguen soplando, tan solo se expresan en formas diferentes.