miércoles, 7 de octubre de 2020

Al diván

 

Por principio todo sueño es factible de ser interpretado en el diván pero hay algunos que sobresalen; tal vez sea el caso del que comparte Juan José Millás.

Sueño que voy a comprar el periódico y que cuando llego al quiosco, en vez del vendedor habitual, está atendiendo una chica a la que no conozco. (…)

Advierto entonces que la belleza que posee, intensísima, es también muy inestable, muy volátil, que diría un economista.

Como en las buenas películas, el desarrollo va adquiriendo mayor intensidad.

El caso es que, de súbito, la belleza, como una nube que se deshilacha, desaparece del rostro de la joven sin que ella parezca darse cuenta. En su versión fea es horrible. Pero lo más curioso es que no ha sido necesario realizar grandes cambios. Su fealdad estaba tan cerca de su belleza (y al revés) que bastaba un ligero movimiento del rostro para que aparecieran una o la otra.

A veces sucede, tal como relata Millás, que los sueños de asocian con escenas de vida. “Me vienen a la memoria dos hermanas a las que conocí hace años, en mi primer trabajo, y que, pareciéndose mucho, muchísimo, una era muy guapa y la otra era un horror.”

Tal vez entre los improbables lectores haya quien se arriesgue a interpretar estas imágenes en que los límites entre belleza y fealdad son tan difusos.

lunes, 5 de octubre de 2020

Reseñas

 

En este mismo espacio hemos visto que a las reseñas de libros que formulaba Wislawa Szymborska en la prensa polaca había que temerles, porque cuando la reconocida poeta ponía manos a la obra no se andaba con miramientos. Una de esas tantas ocasiones tuvo lugar al comentar el libro Jan Vermeer Van Delft. Compilado por Kuno Mittelstädt, (Varsovia, Arkada, 1970).

Comienza manifestando la imposibilidad de acometer la obra. “Expresar con palabras las obras de Vermeer es un esfuerzo en vano” y ante ello propone una alternativa poco ortodoxa: “En su caso, un cuarteto musical con dos violines, un fagote y un arpa sería un medio de expresión mucho más apropiado.”

Pero esa posibilidad está fuera del alcance de los historiadores del arte que  “están obligados a hacer el esfuerzo verbal, ya que esa es su vocación y su profesión”. Hasta aquí la introducción y a continuación vienen sus consideraciones en relación a la obra reseñada.

Kuno Mittelstädt halló una salida relativamente sencilla: representar la pintura de Vermeer sobre el trasfondo de su época, y al mismo maestro como a su portavoz. Desgraciadamente, no hay creador que pueda expresar completamente su época y, a este respecto, Vermeer resulta ser un bardo de un pedazo de realidad muy limitado e íntimo. ¿Pero acaso esto mengua la grandeza de su obra?

Ella misma contesta: “Por supuesto que no, ya que la grandeza con frecuencia reside en otros aspectos”, pero en su opinión “Mittelstädt no lo quiere comprender”. Ante ello ¿qué hace el historiador del arte?, buscar “en las obras del maestro holandés elementos de crítica social, así como indicios de rebelión contra la floreciente burguesía.” El propósito se mantiene, aunque los hallazgos no lleguen; de tal manera que “si no puede encontrarlos, trata de ver en algunas obras lo que no hay”.

Esta última aseveración deja en claro que no exageramos al decir que las críticas de Wislawa Szymborska pueden son contundentes. A continuación presenta las razones de su afirmación.

Así, por ejemplo, en el célebre cuadro Alegoría de la pintura percibe un irónico contraste entre la cocina del artista y la modelo ataviada como una musa. La artificial pose de la modelo es aquí un “mecanismo de desenmascaramiento” de los gustos de una burguesía encaprichada con la idealización de la vida y las alegorías.

Pero la apreciación de Szymborska a ese respecto es muy diferente.

La modelo a la que se atribuye el rol de desenmascaradora es una muchacha que modestamente dirige al suelo su tierna mirada y que está envuelta por un azul arrebatador; naturalmente, ha sido colocada en una pose determinada, pero para que esta sea lo menos ostentosa y forzada posible.

Llega el toque final con buena carga de ironía: “La interpretación nos parecerá sensata siempre y cuando no miremos al cuadro”.

Me imagino que -a diferencia de lo que sucede habitualmente- los escritores se cuidarían mucho de que sus libros no llegaran a manos de la autora de estas reseñas.

viernes, 2 de octubre de 2020

Belleza e inteligencia

 

La belleza y la inteligencia no siempre van juntas, lo que ha dado lugar a polémicas recurrentes en cuanto a los motivos del amor, el enamoramiento y el cortejo. Hace tiempo respecto a cierto varón que no era muy agraciado en su físico, a manera de defensa alguien dijo: “…pero es muy lindo por dentro”. No faltó quien hiciera una pregunta-propuesta: ¿y entonces por qué no lo dan vuelta?

De tal forma que fijar la atención en otra persona solamente a partir de su presencia física ha recibido muchas críticas y Andrés Trapiello alude a la cuestión. “A las feministas les molesta que los hombres sólo miren a las mujeres por su belleza y no por su inteligencia.” Y enseguida aclara que coincide en ello. “Yo creo que tienen razón. A mí cuando estoy con dos mujeres no me mira nunca la guapa, sino la que va con ella, esa de la que se dice siempre que es muy buena persona, o muy simpática o que tiene unos ojos muy bonitos.” Y abunda en su experiencia a ese respecto.

Yo siempre he visto que las mujeres guapas se iban con los hombres más jóvenes fuertes o con más carreras o con más dinero, que siempre resultaban más divertidos porque tenían más carreras, más dinero o porque nadaban mejor. En cambio no he visto nunca a una mujer guapa mirando por gusto a un mecánico sólo porque ha descubierto en él la expresión de que se pasa las noches estudiando a Leibniz o recitando a Bécquer.

El tema queda abierto.