jueves, 30 de noviembre de 2017

Apagón



No es de ahora la impresión causada al ver a Nueva York iluminada. Cuentan que en su visita a esa ciudad -a mediados de los años cincuenta del siglo pasado- el escritor catalán Josep Pla después de observar atentamente los innumerables rascacielos iluminados preguntó: “¿Y todo esto quién lo paga?”.

En la oscuridad todo cambia y las contrariedades no son menores cuando se va la luz, ya que estamos acostumbrados a funcionar con energía a disposición. Sin embargo Gay Talese reivindica los muchos aspectos positivos que puede llegar a tener un apagón.

A las dos y cuarenta y nueve minutos de la tarde del miércoles 12 de mayo de  1959, en una vasta zona de Manhattan se fue la luz y muchos barrios estuvieron  a oscuras con los relojes parados, la cerveza caliente, la mantequilla derretida y las conversaciones íntimas a la luz de las velas en bares sin televisión. Fue estupendo. La gente tenía algo de que hablar.

Pero además de contar con tema de conversación hubo necesidad de realizar acciones cotidianas en forma creativa.

Era posible tomarse un trago tranquilamente y cruzar la calle a pesar de  imaginarios discos rojos. Inquilinos acostumbrados a los ascensores tuvieron que subir las escaleras a pie, para variar. Las personas se duchaban y se secaban en la sombra. Los hombres afeitaban barbas que no veían.

En esas circunstancias –continúa Talese- hubo quienes se encontraban más capacitados para hacer frente a la contingencia.

Sólo los ciegos no estaban atemorizados. A las tres y diez de la tarde, en el número 1.880 de Broadway, en el oscuro edificio del Asilo para Judíos Ciegos de Nueva York, 200 obreros invidentes, que conocían cada pulgada del lugar al  tacto, guiaron a setenta obreros videntes por las escaleras hasta alcanzar la calle sin percances.

Las cosas cambiaron cuando Nueva York regresó a la normalidad. “Pero al día siguiente volvió la luz. Los ciegos fueron olvidados en esta gran ciudad de conversaciones sobre el tiempo.” 

martes, 28 de noviembre de 2017

¿Usted es…?


Los personajes públicos son permanentemente acosados con la pregunta: ¿usted es…? Una vez confirmado el aserto ya vendrá el papel para el autógrafo (en relación a  ello http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2011/02/cazadores-de-autografos.html)  o la pose para la foto… Muchos somos quienes queremos tener la prueba de haber estado con ellos.
Entre quienes están en este caso, algunos tienen respuestas dignas de citarse. No tienen desperdicio las que daba Jorge Luis Borges –y que conocemos gracias a Roberto Alifano- en ese tipo de encuentros.

-¿El señor es Jorge Luis Borges?
-Bueno, creo que sí, señor –respondió Borges.
En otra ocasión:
-¡Borges! ¿Es Borges, verdad? –exclama.
-Sí, señor –responde el escritor-, soy Borges y cada vez estoy más harto de serlo.
También estuvo el encuentro de alto riesgo:
Borges es acosado por unas señoras en el momento mismo en que cruzamos la calle.
-¿Usted es Borges, verdad? –pregunta una de ellas.
-Sí –responde el escritor-. Pero si seguimos aquí corro el riesgo de dejar de serlo en cualquier momento.
Puedo aportar una vivencia personal acerca del tema que nos ocupa. Hace muchos años caminando por la playa de la Concha en la ciudad de San Sebastián me pareció identificar al reconocido filósofo:
-¿Usted es Fernando Savater, verdad?
-Bueno, podría decir que sí o… lo que va quedando de él.
No debe ser nada fácil ser famoso y continuar siéndolo.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Academia de la Lengua


Antes que nada un poco de historia y para ello recurrimos a Luis Melnik quien nos remite a los orígenes de la institución.
La Academia de la Lengua fue fundada en Madrid en 1713 por Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena y aprobada oficialmente por Felipe V en 1714. Felipe V fue el primer rey de España de la casa de Borbón. Nació en Versalles en 1683 y murió en París en 1746.
La Real Academia en 1847 fijó sus miembros en treinta y seis y su insignia es un crisol al fuego, bajo el lema Limpia, fija y da esplendor. En 1978 ingresó la primera mujer académica, Carmen Candel.
Al Diccionario de la Academia -que se actualiza periódicamente- se le reviste de gran autoridad al momento de dirimir acerca de la corrección o no en el uso de las palabras. Melnik cita la dedicatoria de su primera edición.
Diccionario de la Lengua Española en que se explica su naturaleza y calidad, los proverbios o refranes y otras cosas convenientes al uso de la lengua, dedicado al Rey nuestro señor Don Felipe V que Dios guarde.
Entre los especialistas ya son tradicionales las controversias en torno a la Real Academia Española así como a sus correspondientes en diversos países. No han sido pocos los escritores que han cargado contra ella y en este mismo espacio ya nos hemos referido a las críticas formuladas por Raúl Prieto (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2014/09/un-quijote-de-la-lengua.html). Al mismo tiempo es importante mencionar la opinión de quienes sostienen que muchos enemigos de la institución lo que en realidad desean es ser convocados a ocupar uno de sus sillones. En esa línea Gustave Flaubert define: “Academia Francesa. Denigrarla, pero tratar de ingresar a ella si se puede.” 
Pues bien en esta ocasión citaremos con amplitud los irónicos comentarios de Ramón Gómez de la Serna (no sería muy original decir que pudo haber sido Gómez de la Sorna) al respecto.
Lo malo de la Gran Academia con aire oficial, es que, amparada por ser la guardadora del sagrario o tabernáculo de la lengua, pueda intervenir con su influencia en la libertad de formas e inspiraciones en que debe vivir la creación literaria.
El tesoro que manejan no es de ellos y muchas veces no han hecho nada para su formación y desenvoltura. (…)
Una señora francesa le dijo un día a Paul Valéry que no podía aclarar a su niño la diferencia que había entre un toro y un buey, y entonces el gran poeta francés le aconsejó: “Dígale que un toro es un escritor antes de entrar en la Academia, y un buey es el que ya ha entrado”. (…)
El académico que transformado en académico ya tiene que hacer la vida del académico y tener una prudencia convencional puramente académica. Como en mí la inclaudicación es verdadera, aquella rebeldía juvenil que me hizo dejar una corona de flores colgada en la verja de la Academia, un día de los Fieles Difuntos, persiste aún, y en mi alegría de estar en América figura con regodeo esa inmunización para ser académico que da el estar lejos del edificio litúrgico del país de origen. (…)
Sentarse alrededor del gran brasero final, siempre me ha parecido algo macabro, pues no en vano se ha definido a la Academia como “reunión de inmortales cuya ocupación principal es esperar que muera alguno de ellos”.
Ya que no son fantasmas los que forman parte de la Academia –tengo yo buenos amigos entre los académicos- pero con el respeto debido al presidente, el secretario perpetuo me parece una osadía de lo humano. ¡Secretario perpetuo! ¡Cómo se ríe la muerte cuando agarra a uno de esos secretarios perpetuos! (…)
La Academia es la persistencia y la tozudez en sostener lo que ya es otra cosa o lo que no se dice hace ya mucho tiempo.
Yo tendría discusiones pavorosas con los académicos queriendo imponer palabras que no se dicen y que no están en el diccionario, palabras zurrisucias, pero que son expresivos ratimagos geniales de la calle.
Yo llevaría reconvenciones inextinguibles: que por qué quitaron la hache a “armonía” cuando la hache, precisamente, era la lira de sus delicias y, sobre todo, por qué han llamado al “champagne” “champaña”, palabra cursi como ella sola; ¡por lo menos que lo hubiesen llamado “espumoso” o como se le llama en los tangos, “champán”, palabra que de golpe y porrazo recuerda su efervescencia y su taponazo! No quiero sentarme en un viejo sillón desvencijado y en cuyos brazos está el reuma articular y retórico del que lo ocupó antes. 
Un discurso de este tipo no podía finalizar sin la estocada final, sin unas notas de despedida.
¿Que no merezco el puesto que rechazo? Pues entonces contestaría satisfechamente con las palabras de Cocteau: “No hay que rechazar las recompensas oficiales; lo que hay que hacer es no merecerlas” o si allí estuviesen dispuestos a aceptarme diría lo que dijo Groucho Marx cuando le quisieron dar entrada en un gran Club: “No quiero pertenecer a ningún Club que esté dispuesto a anotarme como socio”.
Concluye Ramón Gómez de la Serna: “Yo, en realidad, soy un académico de la lengua y por esta rebeldía contra la Academia me parece que me van a echar de allí antes de haber entrado.”


martes, 21 de noviembre de 2017

Celebraciones de actores, futbolistas y políticos


En este espacio tenemos invitados recurrentes (es innegable que uno tiene predilecciones) y entre ellos se encuentra el actor Fernando Fernán Gómez quien, amplio conocedor del oficio, alude al infantilismo de sus colegas.

El niño quiere serlo todo. Un día, barbero. Otro, cosmonauta. Al siguiente, limpiabotas. Esta temporada dice: “Papá, de mayor voy a ser marinero”. A los pocos días estará jugando a los soldados. O dirá que va a construir un embalse. Hoy desea ser piel roja; mañana, ladrón; pasado, equilibrista.
La vocación de actor delata en parte este infantilismo. 

Prueba de ello –según Fernán Gómez- es el tipo de festejos que arman al concluir los estrenos de las obras en que participan.

En textos enjundiosos sobre la psicología de los actores, se lee que una de las pruebas de su temperamento infantil son las explosiones de alegría comunicativa que siguen a las representaciones. Esto es cierto si nos referimos a los días de estreno, y si el estreno ha ido bien. Los actores, las actrices, el autor, el empresario y los amigos se felicitan unos a otros, se abrazan, se besan entre risas, se palmotean, se marchan por ahí a beber y a bailar. Todo esto porque han realizado un trabajo, su trabajo. 

Ahora bien, continúa Fernando Fernán Gómez, esta forma de celebrar no es habitual en otros oficios y profesiones. 

Parecería insólita esta actitud en otras profesiones. Un notario, pongo por caso, que por poner su firma al pie de un documento abrazase a las mecanógrafas y a los pasantes, palmotease y besase entre carcajadas a los clientes. ¿Y qué diríamos de un sacerdote que cada vez que acabase una misa tuviera que bailotear con los monaguillos y el sacristán?

Tal vez –y siempre citando al mismo autor- la cuestión admite una excepción: los futbolistas; su caso es aún más llamativo.

(…) ellos celebran cada gol de manera mucho más escandalosa que los cómicos un mutis con aplauso. Si a la primera actriz se le subiera a los hombros el traspunte para felicitarla, quedaría despedido en el acto. Los futbolistas incurren en infantilismo, mas puede opinarse que su trabajo, como el de la escena, es al mismo tiempo un juego y un espectáculo.

Es evidente que a Fernán Gómez le interesan las similitudes que existen entre actores y políticos; a ello ya nos hemos referido en otra ocasión (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2014/05/el-teatro-de-la-politica.html) Ahora retoma esta comparación.

Pero, entonces, ¿qué decir de los políticos, de los candidatos a diputados, cuando en la sede de su partido se enteran de que han ganado las elecciones -victoria que les obligará en muchos casos a hacerse cargo de la economía de un país al borde de la quiebra, o a enfrentarse con el paro, el terrorismo, la amenaza de los golpistas-, y que lo celebran también con abrazos, risas, besos, canciones y descorchando botellas de champaña? 

Y concluye formulando una pregunta: “¿No es exclusivo de los niños actores celebrar así el final de un trabajo, o es que los políticos también son niños actores?”

jueves, 16 de noviembre de 2017

Aceptar lo que venga o a mal tiempo buena cara


Lucio Anneo Séneca -quien destacó entre los pensadores estoicos- fue objeto de muchas acusaciones durante su vida (y más allá de ella). Manuel Hidalgo retoma algunas de estas incriminaciones: “ambicioso, servil, adulador, inconsecuente, desagradecido, conspirador, corrupto, codicioso, adúltero y cómplice de tiranos”. Por lo visto no la tuvo fácil. Aun así las cosas, o tal vez debido a ello, recomendaba en sus Cartas a Lucilio (XCVI) aceptar de buena manera todo aquello que llega a nuestras vidas.

¿Insistes en indignarte o quejarte de algo, y no entiende que  en esas cosas no hay otro mal sino el hecho de que te indignes o quejes? Si me lo preguntas, no creo que haya nada desgraciado para un hombre, sino el creer que hay algo desgraciado en la naturaleza de las cosas. Yo no me soportaré a mí mismo el día que no pueda soportar una cosa cualquiera. ¿Estoy mal de salud?: es parte de mi destino; ¿se murió un esclavo, se perdió una cosecha, se cuarteó la casa, me asaltan daños, heridas, trabajos, temores?: así suele ocurrir. Diré más: así tiene que ocurrir. Son cosas necesarias, no accidentales. (…) Nunca me ocurre nada que reciba con tristeza, o con mal gesto (…)

Tal vez a esto refiera la popular expresión de tomarse las cosas con filosofía.

Al tiempo en que el maestro daba estos consejos, aplicados en su vida, expresaba un singular deseo respecto a su discípulo. “Tú verás cómo te tomas este voto mío, que te destino con generosidad de ánimo, no con mera bondad: que los dioses y las diosas no hagan que la fortuna te tenga entre delicias. (…) Pues la vida, Lucilio, es lucha.”

Llegados a este punto no faltará quien piense que para amigos así… El filósofo sabía la reacción que podía ocasionar como queda de manifiesto en el “Tú verás cómo te tomas este voto mío…”

A la luz de los tiempos que habitamos no hay duda que los dioses y las diosas (a quienes se dirigía Séneca con corrección política en el siglo I d.C.) escucharon y accedieron a su solicitud que hicieron válida ya no sólo para Lucilio…

martes, 14 de noviembre de 2017

El sabotaje de los ratones (blancos)


Antes que nada vayamos al origen de la palabra sabotaje, de lo que nos informa Homero Alsina Thevenet.
En Holanda fueron populares y necesarios los zapatos de madera (a veces de cuero con base de madera), utilizados para trabajar en la tierra o en pantanos. Esos zapatos son conocidos en español como zuecos y en italiano como zoccoli. Pero en Francia y en Inglaterra se les dio el apelativo de sabots, palabra cuya etimología parece ser la misma de zapato. Por extensión, llegó a darse también el nombre de sabots a los durmientes de madera dura en que se apoyan las vías del ferrocarril. 
Hasta que llegó el momento en que el devenir de las palabras se une con el acontecimiento histórico. Continúa Alsina Thevenet
Fue justamente en una huelga ferroviaria francesa, hacia 1910, que los obreros en conflicto iniciaron la práctica de aflojar los tornillos con que los rieles quedan sujetos a los sabots. La obvia intención era provocar descarrilamientos de trenes. El procedimiento fue rotulado como sabotaje, nombre que después se dio a muchas otras operaciones de intención similar, con o sin ferrocarriles. En la actualidad, se denomina sabotier a quien fabrica zuecos y saboteur a quien fabrica sabotajes. 
Los sabotajes han sido utilizados por diversas ideologías y en formatos muy diferentes. Uno que fue muy peculiar tuvo a Goebbels como autor intelectual (sic). Fue en ocasión del estreno de la película antibélica Sin novedad en el frente; las polémicas sobre el film ocasionaron enfrentamientos entre nazis y comunistas. Francisco Uzcanga Meinecke da cuenta de lo sucedido.
El escritor y dramaturgo austríaco Arnolt Bronnen y su mujer Olga Förster-Prowe  (…) [interrumpieron] el estreno de la película antibélica Sin novedad en el frente lanzando ratones blancos a los espectadores. La acción formaba parte de los actos de sabotaje ordenados por el íntimo amigo de la pareja, Joseph Goebbels, ideólogo de la Revolución Nacional que culminaría en el Tercer Reich. 
La película fue estrenada en 1930 y está basada en la conocida novela homónima de Erich Maria Remarque. Tomamos de Wikipedia una breve reseña de la misma.
Un grupo de jóvenes amigos son persuadidos por un profesor que los invita con un discurso patriótico y nacionalista a unirse al ejército alemán en defensa de su país. Entusiasmados, los jóvenes se alistan no sabiendo lo que les esperaba. Al tiempo de su entrenamiento los llaman a combatir al frente, al vivir la experiencia constataron que la guerra no es más que hambre, fatiga, miedo, dolor y muerte. Entra en juego la desilusión. El rencor, la lucha, los miedos, el hambre, y el poder reconocer que la idea que tenían de la guerra no era más que la ilusión.
La trama sigue a este grupo y de cómo pasan del idealismo a la desilusión.
El argumento no podía ser del agrado de los nazis y el sabotaje de los ratones fue un pequeño anuncio de la gran tragedia que ya se estaba desencadenando.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Pepito


Nombre curioso el de este bocado que está dispuesto a disfrutar quien renuncia a un plato más suculento pero tampoco se contentaría con algo más frugal. ¿Cuál fue su origen? Julio Camba nos da noticia.

Por lo que respecta a los cafés, considerados como casas de comida, sus clientes han estado divididos durante mucho tiempo en dos grandes facciones: los partidarios del bisté y los partidarios de la media tostada, hasta que surgió un hombre que, fusionando la media tostada con el bisté, puso término a las sañudas banderías. De este hombre providencial no sabemos casi nada, y lo sabemos casi todo. Es decir, sabemos que en el café que frecuentaba se le conocía por Don Pepito; y este diminutivo respetuoso nos revela, a la vez, la autoridad que había adquirido y el afecto que había inspirado.
Un día Don Pepito solicitó del mozo que, en vez de un bisté entero, le sirviese un cachito de bisté entre dos medios panecillos.
-Estoy un poco desganado –le dijo al mozo-. Un bisté entero me sentaría mal.
-¡No faltaba más, Don Pepito! –le contestó el mozo-. Lo que usted quiera…
La combinación resultó buena, y a los pocos días se había hecho popular en todo el café.
-¿No podrías traerme un bistecito de esos que suele tomar aquel señor? –le decía un parroquiano al camarero.
-¿Qué señor? ¿Don Pepito?
-Sí. Tráeme un Don Pepito, anda. Y a ver si está bien jugoso.
Y a aquellos bistés diminutos se les denomina, desde entonces, con el diminutivo de su creador.

Enterados.

martes, 7 de noviembre de 2017

Peluquerías y barberías


Tal vez por confiarle nada menos que su testa pero lo cierto es que todo cliente establece un vínculo muy especial con su peluquero de cabecera. Claro está que existen profesiones y oficios con más prestigio, de ahí que muchos niños deseen ser médicos, ingenieros, pilotos, choferes…, pero también está quien anhela ser barbero; tal fue el caso de Fernando Fernán Gómez.

Otro oficio que me pareció muy interesante fue el de barbero. No por cortar el pelo, que eso no me atraía, sino por el ambiente de las peluquerías, en el que me prendían la atención, particularmente, los espejos; los espejos enfrentados en cuyo azogue mi imagen -estaba yo encaramado en la sillita supletoria- se multiplicaba incomprensiblemente hasta el infinito. El agitar habilidoso de las tijeras en manos del peluquero también atraía con insistencia mis miradas. Pero lo que había decidido hacer cuando fuera mayor, era afeitar. Aquella operación me parecía maravillosa: embadurnar las caras de jabón, hacer que fuera surgiendo la blanquísima espuma, que se hinchase sobre las mejillas, el mentón y el cuello. Y luego pasar delicadamente la navaja, llevarse en ella el jabón y con lento cuidado depositarlo en el cacharrito de metal y goma. Tenía yo un muñeco grandote que se llamaba Pepe. Debió de ser el nombre de Pepe muy significativo para mí, porque también se llamaba Pepe mi amigo imaginario y secreto con el que hablaba a solas cuando me aburría, en casa, en los cuartos de las pensiones o en los largos paseos cogido de la mano de alguien. A ese muñeco, a Pepe, le afeitaba (…)  Me dejaban jabón y una brocha vieja y le rasuraba una y otra vez al tiempo que charlaba con él como había visto hacer a los barberos.

Es muy probable que en más de un momento de enojo y contrariedad en los escenarios, don Fernando -extraordinario actor con reconocido (mal) carácter- hubiese lamentado no haber seguido su vocación primigenia…

En España, país con vocación de tertulia, las peluquerías se convierten -junto a bares y cafés- en espacios idóneos para encendidas polémicas en relación a temas varios: política, comidas, fútbol, toros, historia, etc. Así las cosas, Rafael Azcona recuerda a un profesional de la navaja que marcaba la cancha con intención de que las eventuales discrepancias, a que el tema del día pudiera dar lugar, no redujeran su clientela.

(...) siempre admiré a un barbero ampurdanés del que nos hablaba a Manolo [Vincent] y a mí nuestro amigo Juan Estelrich (...)  
El barbero en cuestión, antes de meterle al cliente la tijera, le preguntaba amablemente: “¿Con conversación o callado?”. Si le pedían que mantuviera cerrada la boca no despegaba los labios, pero si el cliente deseaba conversación, el barbero inquiría: “¿Dándole la razón o con controversia?”.

El tema da para mucho y prueba de ello es la descripción que hace Arturo Peón Barriga en cuanto a las tarifas diferenciadas en una peluquería de Sololá, Guatemala.

[Fernando Paiz] me cuenta que existe una peluquería en el pueblo de Sololá en  Guatemala, que está ubicada justo en la parte superior de un monte desde donde se domina el Lago Atitlán que está cercado en el fondo por volcanes. En la peluquería existen dos hileras de sillas para que los clientes se atiendan. Mientras una de ellas está orientada hacia el interior del salón, la otra permite apreciar la vista. Con el tiempo los peluqueros empezaron a cobrar tarifas diferenciadas para cada hilera: un corte con vista cuesta significativamente más que un corte sin vista. Desde entonces, los grandes señores de la región se aseguran de pagar un corte con vista, pues en el pueblo, este se ha convertido en un símbolo inequívoco de estatus, y los transeúntes que pasan frente a la peluquería, se encargan de hacer correr oportunamente la voz que distingue y señala a los unos de los otros según su jerarquía y señorío.
Los peluqueros –escuchadores profesionales, expertos en las sutilezas del alma humana e intuitivos comerciantes- han pintado en la pared del fondo de la peluquería exactamente el mismo paisaje que se abre al frente, con los mismos volcanes y todo. Han justificado así un ligero incremento en las tarifas de los cortes sin vista, y permiten, al mismo tiempo, a los clientes menos pudientes, vivir, mientras dura el corte de pelo, la experiencia de ser un gran señor.

Nunca podré olvidar la sorpresa que me llevé hace ya muchos años al descubrir en los camellones de la Avenida Zaragoza, ya de cara a la salida hacia Puebla, peluqueros trabajando en plena calle. Ello me inspiró a escribir un cuento que tal vez algún día comparta en este espacio.


jueves, 2 de noviembre de 2017

Los nombres de la muerte


En muchos países no está bien visto mencionar a la muerte, hay que aludir a ella valiéndose de eufemismos y en lo posible hacer como si no existe. ¿Temor? ¿Superstición? En el caso de México es diferente y a ello se refiere Octavio Paz: “Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente.” Y aclara Paz que no se trata de que el mexicano no le tenga miedo.

Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía: "si me han de matar mañana, que me maten de una vez" (...). El mexicano no solamente postula la intrascendencia del morir, sino la del vivir. Nuestras canciones, refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una manera inequívoca que la muerte no nos asusta porque "la vida nos ha curado de espantos".

Así las cosas dudo que haya otro país en que existan tantas maneras de referirse a la muerte como el caso de México. Eulalio Ferrer -retomando los estudios de Juan Miguel Lope Blanch- enuncia una recopilación de estas expresiones.

(…) se encuentran entre otros, los siguientes sinónimos de la palabra "muerte": parca, calaquita, pelona, calva, caneca, canica, cabezona, mocha, copetona, segadora, tolinga, jedionda, apestosa, dientona, la huesuda, la sin dientes, la mera dientona, la tembeleque, la sonrisas, la tostada, la flaca tilica, la fláutica, la dama de la guadaña, la danza del alba, doña osamenta, doña huesos, María Guadaña, patas de catre, patas de alambre, patas de hule, patas de popote, patas de ixtle, patas de araña, la lengua de hilacha, la pepenadora, la afanadora, la enlutada, la dama del velo, la impía, la novia fiel, la bien amada, la amada inmóvil, la cutacha, la siriquisiaca, la pesteada, la hora de la verdad, la hora, la hora de la hora, la mera hora, la pálida, la blanca, la polveda, la triste, la catrina, la llorona...Y la chingada, explicada por Octavio Paz en su conocida obra El laberinto de la soledad. Sin olvidar que, por una extraña referencia a la farsa inglesa estrenada por Brandon Thomas, en 1892, Charley's Aunt, en México también se conoce a la muerte como "la tía de las muchachas". Para muchos escritores mexicanos el mejor sobrenombre de ella pudiera ser "la fría", en tanto que el español Luis Carandell prefiera por su lado, llamarla "la cierta".
De una riqueza comunicativa sin igual, los dichos populares mexicanos concernientes a la muerte han convocado el interés de no pocos investigadores de la lengua. Algunos de estos dichos constituyen originales eufemismos mortuorios: "durmió el sueño de la tierra", "ya se peló", "ya se lo cafetearon", "colgó los tenis", "estiró la pata", "se petateó", "se le acabó la gasolina", "le falló la maquinaria", "quedó fuera de circulación", "entregó el equipo", "salió con los tenis por delante", "se puso la pijama de madera", etc. Expresiones en algunos casos muy cercanas a los eufemismos creados en otros países hispanoamericanos, como "fulano no volverá a ir en tranvía", "colgar los guantes" y "se olvidó de respirar" de Chile; "zutano pasó a la indiferencia" de Bolivia; "crepar" y "cantar para el carnero" de Argentina; "parar los tarros" de Colombia; "quebrar" y "raspar" de Venezuela; "cantar flor" de Uruguay; "tistear" y "volar" de Nicaragua; "patear la cubeta", "diñarla" y "espicharla" de Guatemala. 

La lista puede completarse con los aportes de Francisco Padrón en relación a la misma cuestión.

El poco respeto que infunde la muerte se deja ver en las denominaciones de que se dispone popularmente para llamarla. (…)
Para indicar que alguna persona ha fallecido, existen infinidad de expresiones populares, no pocas de ellas muy vulgares. Las siguientes equivalen a haber muerto: Estiró la pata, dejó el pellejo, entregó la pelleja, entregó el equipo, entregó la herramienta, alzó los tenis, levantó los tenis, volteó los tenis, estiró la chancla, clavó el pico, se quedó serio, se quedó frío, se quedó tieso, se espichó, dio el changazo, ripió (de R.I.P.), cerró los ojos, acabó, mordió el polvo, entregó el alma, se noquió. Otras formas de decir lo mismo: ya estuvo pepe, se lo llevó la enlutada, se lo llevó candingas, se lo cargó la flaca, se lo cargó la pachona, se peló con la huesuda, le llegó la raya, se lo fildeó la pelona, se lo llevó la tía de las muchachas. (…)
Queriendo decir que alguien murió, hay estas otras maneras de expresarlo: pegó botones, ya ahuecó, ya ahuecó el ala, peló gallo, se peló de casquete, se peló, mascó el freno, metió reversa, metió los frenos, salió de pies, se torció, se entiesó, se lo llevó el tren, se fue pa California, se fue p’al otro barrio, ni adiós dijo, se quedó vano, se lo llevó la tolinga, se amorteció, o se quedó toditito amortecido.
Para otros, todo esto se puede expresar indicando que ya cargó con su equipaje, que ya cargó con sus petacas, que ya levantó el puesto, que se petateó, que levantó su petate, que ya sacudió su petate, que perdió la zalea, y que estacó la zalea.

Para Rafael Barajas, El Fisgón, la sabiduría de los refranes populares está en aceptar con resignación –en este momento en que es más oportuno que nunca el tan usado “ni modo”- la llegada de la muerte. 

Decenas de refranes populares mexicanos insisten en la idea de que debemos resignarnos a morir. Algunos de estos dichos son reflexiones filosóficas populares cargadas de estoicismo: "Cuando venga la calavera a buscarme, no voy a achicopalarme".

Una vez más en este 2 de Noviembre, Día de Muertos, los cementerios están llenos de personas que traen a la vida el recuerdo de sus seres queridos que se  adelantaron en el viaje. Habrá buena comida, música y tragos. Tal vez por ello Andrés Iduarte señala 

(…) me dan más tristeza los limpios y verdes cementerios de este país [Estados Unidos] que los opulentos y adornados, y aún que los pobres y agrestes de nuestro México. 
(…) cuando veo estos cementerios tan lindos, tan peinados, tan quietos, pienso que los que allí están son muertos-muertos: los que nunca vivieron.