jueves, 30 de julio de 2015

El dilema de la sopa

Existe consenso en cuanto a que pocas cosas son tan difíciles como la convivencia armónica entre personas (lo que no excluye que a veces también lo sea con uno mismo). Nada sencillo esto de coincidir en el espacio y el tiempo con otros, sean desconocidos, parientes o amigos. Es por ello que se requiere disponer de grandes dosis de inteligencia emocional para resolver de buena manera los inevitables problemas que se presentan en el vínculo con los demás.

En el ámbito de las relaciones amorosas –en donde no escasean motivos para que estallen conflictos- deberíamos ser particularmente cuidadosos para que las pequeñas diferencias no se transformen en abismos insalvables. Pero para ello habría que tener un caudal de sabiduría del que habitualmente carecemos. Paul Watzlawick presenta un ejemplo nimio de lo que pudiera convertirse en origen de una batahola en el ámbito doméstico.

Supongamos que una mujer pregunta a su marido: “Este caldo está hecho según una receta que no había probado nunca, ¿te gusta?” Si le gusta, puede responder simplemente “sí”, y ella se alegrará. Pero, si no le gusta, y además no le importa causar un desengaño a su mujer, puede responder simplemente “no”. Pero la situación (estadísticamente más frecuente) es problemática, cuando encuentra la sopa horrible, pero no quiere desilusionar a su mujer. En el mencionado plano objetivo (es decir, el que se refiere al objeto “sopa”), la respuesta tendría que ser “no”. En el plano de relación tendría que responder “sí”, pues no quiere ofenderla. Su respuesta no puede ser “sí” y “no”. Así que intentará alguna forma de salir de apuros, diciendo, por ejemplo: “Tiene un gusto interesante”, con la esperanza de que su mujer entienda correctamente lo que quiere decir.

Y según el mismo Watzlawick las probabilidades de que ello ocurra “son escasas”.

Pues sí, nadie dijo que esto de la convivencia sea cosa fácil.                                

martes, 28 de julio de 2015

El descenso de las escaleras


No hay que ser arquitecto para darse cuenta que las escaleras ya no son lo que eran y quien tenga dudas al respecto podrá hacer un recorrido esclarecedor por el centro histórico de la Ciudad de México. Le bastará con asomarse a la entrada de cualquier casa antigua (ya no se diga a la del edificio de Correos o del Sanborn’s de los Azulejos), para comprender el lugar principal que supieron tener, el papel protagónico que les cupo. José Joaquín Blanco se refiere a ello.
Los edificios públicos, palacios, templos, consideraban la escalera como lugar de reunión y exhibición, ornamental y escenográfico, para que las mujeres lucieran las largas colas de sus vestidos y sus galanes pudieran ponerse espectacularmente de rodillas a recogerles el pañuelo o besarles la mano.
Luego, supongo que en la segunda mitad del siglo pasado [XIX], se pusieron de moda los edificios de varios pisos, y hubo escaleras bonitas, anchas, muy propicias para el chisme largo, tendido y sabroso entre varios vecinos. Todavía muchos edificios ruinosos en zonas viejas tienen escaleras semejantes (…)

En ellas tuvieron lugar episodios muy importantes de la vida comunitaria; allí confluyeron diversas historias públicas y también confidenciales. Añade Blanco que “(…) fue, además, un motivo alegórico importante: hubo simbolismos escaleriles del vicio, la virtud, la edad, la prosperidad o la ruina, la salud, etcétera.”

Con el paso del tiempo vinieron cambios en los diseños de construcción y las escaleras comenzaron a ser dejadas de lado, su carácter majestuoso devino en  simple objeto de uso. Continúa el análisis de José Joaquín Blanco

Ya en 1959, Pepe Alvarado se quejaba de la decadencia de las escaleras (las hermosas de las construcciones palaciegas del siglo XVIII, las horribles “por donde llegan a sórdidas alcobas los desesperados”, las tristes de hoteles de paso que suelen ser de madera, olorosas a “brea y a ginebra, a tabaco plebeyo y amores descompuestos”), decadencia evidente en que “los novelistas no se fijan en ellas”. En cambio, a finales del siglo XIX y principios de éste [XX], abundaban en casi todas las novelas.
(…) al contrario de los nuevos condominios, que las tienen estrechitas y como provisionales, meros conductos artificiales para estar de paso, como los estacionamientos; eso, para no hablar del elevador, invención que dosifica y cronometra los encuentros casuales de los vecinos, en el que uno sólo piensa en salirse cuanto antes, al revés de las escaleras, que invitaban a la demora en cada rellano. No se consideraría locura salir a la escalera una tarde aburrida a curiosear y conversar con los vecinos, pero sería cosa de manicomio quedarse sube y baja en el elevador nada más para intercambiar saludos y comentarios.

La pérdida de espacio y protagonismo por parte de la escalera coincidió con el desplazamiento de otros espacios de convivencia como los que enumera el mismo autor: callejón, cerrada, pórtico, portal, balcón, lavadero, patio. Y de esta forma fueron apareciendo nuevos lugares y medios de encuentro: “El teléfono, la tele, el radio, los walkie-talkie, la onda corta, el automóvil, ya irán cubriendo su ciclo, como otrora las escaleras, de innovaciones desplazadoras a entrañables instituciones desplazadas y nostálgicas.” Y anotaba con aires de nostalgia: “No recuerdo novelas mexicanas contemporáneas que le den importancia a las escaleras, mientras que podría citar docenas en honor del automóvil (…)”

De todo esto daba cuenta José Joaquín Blanco en una crónica de 1978.

No cabe duda que en años recientes se han ido multiplicando los sitios y dispositivos que hacen posible el encuentro inter personal. ¿Ello nos ha posibilitado vivir más comunicados?

Da para discutirlo en el descanso de una buena escalera.

jueves, 23 de julio de 2015

Entre gremlins y fantasmas


En forma cíclica –y por lo general debido a trágicos accidentes- el tema de la aviación pasa a ocupar los primeros titulares de la prensa. Ahora consideraremos historias del aire pero de otro tipo, tienen que ver con seres extraños o fantasmas aeronáuticos. Cuenta Luis Melnik, por lo visto gran conocedor de la materia, de la existencia de unos seres muy extraños: los gremlin, de quienes se tiene noticia desde hace mucho.


Durante la Primera Guerra Mundial, en la entonces incipiente fuerza aérea inglesa, corrió una versión que se hizo muy fuerte: la aparición de un espíritu pequeñísimo, travieso, inquieto, al que los pilotos bautizaron gremlin (…)
Cuando los aeronautas británicos tropezaron con aquellos espíritus minúsculos, crearon la expresión gremlin. Aparecían peculiarmente en los aviones de combate y se vinculaban con fenómenos atmosféricos o técnicos. Ante la carencia de explicaciones más certeras, los hombres del aire, cargaban sobre las espaldillas de los gremlins las fallas del fuselaje, falta de combustible (porque los chiquititos consumían el líquido inflamable), cortes en las alas y fallas en las municiones. Incluso eran considerados responsables de aterrizajes fallidos. Se les asignaba excepcionalmente ayudas indispensables en circunstancias críticas o emergencias aéreas.


El avistamiento de estos raros personajes no sólo fue mencionado por personas fácilmente impresionables y nada menos que Charles Lindbergh -siempre siguiendo el relato de Melnik- también presenta su testimonio.
 

Charles Lindbergh (1902-1974), aviador norteamericano, el primero en hacer un vuelo trasatlántico sin acompañante, el 21 de mayo de 1927, uniendo Nueva York y París en su avioneta llamada Spirit of St. Louis, Espíritu de San Luis, fue tratado como un héroe nacional. En 1932, su hijo fue raptado y asesinado y los Lindbergh se mudaron a Inglaterra donde él colaboró con el doctor Alexis Carrel (1873-1944), biólogo y cirujano nacido en Francia. Lindbergh y Carrel unieron sus tan diferentes capacidades técnico-científicas para desarrollar un corazón artificial con el que mantuvieron vivos diferentes tipos de tejidos y órganos.
Puede suponerse por lo tanto que Lindbergh además de piloto audaz, hombre sufrido, ingeniero perspicaz, era un hombre ligado a la ciencia y poco adicto a las supercherías. Sin embargo, él informó que durante su celebrado viaje aéreo en 1927, que insumió treinta y tres horas, fue visitado por esos extraños personajes. A la novena hora de navegación, relató Lindbergh, el fuselaje de su avión estaba rodeado de una sustancia vaporosa; unas formas indescifrables se movían en ese ambiente con mucha libertad. Los chiquillos hablaban con voces simpáticas y amistosas y discutían temas aeronáuticos. Sin duda, recordó más tarde Lindbergh, se trató de los gremlins, pero el piloto heroico guardó el secreto y sólo lo reveló en 1953 cuando escribió un libro con sus memorias.


Pero estos no son los únicos acontecimientos extraños que se producen en las alturas; Melnik da cuenta de otro caso más reciente.
 

El 19 de diciembre de 1972, un avión de la compañía Eastern, de los Estados Unidos, que cumplía el vuelo 401, sufrió un accidente y se estrelló; todos los pasajeros y tripulantes de la nave murieron. Su capitán era Bob Loft y el copiloto, Dan Repo. Ellos lograron sobrevivir al impacto, pero fallecieron horas después del trágico suceso.
Tiempo más tarde, otro avión jumbo de la misma empresa, debió cumplir un vuelo en el que, además de los pasajeros, transportaba los restos recuperados del 401. En un momento del vuelo tanto pasajeros corno tripulación, juraron haber escuchado por los parlantes del avión las voces de Loft y Repo que se identificaron como los antiguos pilotos muertos. Pareció un episodio de alucinación colectiva.
Posteriormente, la empresa decidió que todas las partes del avión accidentado que estuviesen en perfectas condiciones se usasen corno repuestos. A partir de entonces, comenzaron a producirse informes sobre voces y apariciones de aquellas personas que conducían el vuelo 401. La empresa contrató psiquiatras, analistas, pero poco a poco, las denuncias cesaron (no los hechos, las denuncias). El personal embarcado temió que repetirlas provocara sus despidos.
La terrible historia continuó. Los repuestos usados fueron retirados de los aviones. Pero entre las tripulaciones, en los corrillos secretos del ambiente, más y más hombres y mujeres describían sus conversaciones con Loft y Repo que no sólo hablaban sino que se corporizaban levemente.
Un día, una de las cocinas dejó de funcionar. La auxiliar de a bordo fracasó en su intento de repararla. Apareció entonces un pasajero que en pocos minutos arregló el desperfecto. El pasajero regresó a su asiento. Sin embargo, la auxiliar no pudo luego encontrarlo. Uno de los compañeros le mostró la foto de Repo y ella reconoció en el acto a quien había reparado la cocina. El supuesto "pasajero".
Los fantasmas siguieron apareciendo. Sus voces se siguieron escuchando. Las tripulaciones siguieron asegurando que habían sido visitadas por los ausentes.
La empresa Eastern ya no existe. En 1976, John G. Fuller, publicó en Nueva York, The ghost of flight 401 (El fantasma del vuelo 401). El libro con la crónica detallada de aquellos sucesos fue un éxito. Los espíritus de Bob Loft y Dan Repo descansan.       


Hace poco consulté a un piloto amigo en relación a este tema. Su repuesta pretendió ser tranquilizadora: “Se exagera mucho al respecto..., pero algo de esto hay”. A saber.

martes, 21 de julio de 2015

Las señales del olvido


A veces olvidamos la importancia de la memoria. Nos hacemos trampa cuando asumimos que es algo que se tiene asegurado, cuando la realidad se empecina en demostrarnos de muchas maneras que no es así.

Todos sabemos la desesperación que nos invade al no recordar un nombre, una cara, un acontecimiento, que debiéramos poder evocar. Parece que todo se detuviera hasta poder resolver el caso (¿quién es el propietario de ese rostro?); no nos quedamos tranquilos hasta poder develar el enigma porque -tal como afirma Álvaro Cunqueiro- “(…) nada desasosiega como el no recordar”. Cabe agregar que la cuestión no sólo tiene que ver con reconocer a los otros sino a uno mismo ya que, en el decir de Ángel Gabilondo, “(…) de una u otra manera al despertarnos siempre necesitamos reconocernos.


Así pues, la memoria es un recurso de primera necesidad para la vida y aún más en el caso de escritores que pasan su existencia vinculando sucesos, creando historias, requiriendo ubicar citas de otros autores, etc. Tal vez sea por ello que J.M. Coetzee confiesa su tormento ante la sola posibilidad de perder su lucidez, sus facultades mentales. “Me vigilo a mí mismo con ojos de águila, en busca de la primera señal de que, a medida que se termina mi septuagésima década en el mundo, estoy perdiendo la cabeza. Todavía no se han presentado señales, por lo menos ninguna que yo reconozca como señal.”


Ahora bien, hay quienes la tendrán muy difícil para descubrir estas primeras señales, porque han vivido con ellas desde siempre; son los desmemoriados crónicos. Guillermo Sheridan, quien se asume como uno de estos casos, narra su experiencia.                  


Según el Dr. Johnson "hay una maligna tendencia que supone que decae el intelecto de los viejos. Si un hombre de mediana edad no recuerda dónde dejó el sombrero no pasa nada; pero si lo hace un viejo...". Yo no tengo ese problema. Siempre sé dónde dejé los sombreros: en el olvido.
Bajo los cuatro pisos de mi edificio y al llegar al carro advierto que olvidé las llaves. Subo, pero no recuerdo dónde las dejé. En eso suena el teléfono: "Soy Menchaca", dice una voz que me pregunta si daré la conferencia. No recuerdo quién es Menchaca, pero por puro instinto de preservación digo que no. Menchaca insiste; le pido que me llame mañana con la esperanza de que olvide hacerlo. Por culpa de la llamada, olvido a qué subí y vuelvo a bajar las escaleras. Opto por tomar un taxi. Ya adentro, olvido a dónde quería ir. Es un hecho: la única memoria que me queda es la involuntaria.
En algún sitio (que no recuerdo) leí que una manera de recordar los nombres de las personas es asociándolos a sus peculiaridades físicas. Si el tipo se llama Mauricio y tiene cara de gato hay que rebautizarlo “Miauricio”. Al encontrarlo razonaré así: tiene cara de gato, los gatos hacen miau, ergo se llama Mauricio. Cuando me encuentro a Mauricio no sólo debo recordar su nombre, sino la mnemotecnia que inventé para no olvidarlo. Como viene de muy mal humor le digo León, y se pone aún peor. (…)
¿Quién fue quien dijo “El único apellido que recuerdo es Alzheimer”? Lo he olvidado (y no importa: seguramente él también). (…) La cosa es que ya pertenezco a la categoría de personas que inventó Tomás Segovia: la de quienes, cuando se ponen a evocar el pasado, dicen: “¿Te acuerdas de cuando nos acordábamos?”.


Para concluir aludamos a Federico Fellini quien –citado por Ángeles Mastretta- relata una situación muy especial en cuanto al tema que nos ocupa.

En alguna parte leí que d’Annunzio, ya muy viejo, fue llevado a la representación de una de sus tragedias. El espectáculo era en su honor, todas las autoridades estaban presentes, todo el beau monde. Sentado en la primera fila, d’Annunzio no paraba de reír, interrumpía a los actores, los insultaba, quería saber quién era el autor de esa pésima obra.

No vaya a suponerse que se trata de un caso aislado. Sin llegar al extremo de d’Annunzio, son muchos quienes critican con vehemencia aquello que ellos mismos han creado.

jueves, 16 de julio de 2015

Educación sexual /4


Desde inicios de la década de 1960 la educación sexual comenzó paulatinamente a dejar de ser un tema tabú y fue así que muchas escuelas desarrollaron propuestas de formación en este sentido.

En este entorno, Bill Adler reunió un conjunto de cartas enviadas tanto por alumnos, como padres y maestros lo que dio lugar a la publicación del libro Que opinan nuestros hijos de la educación sexual. Cartas recopiladas por Bill Adler (trad. Luis Bustamante). Barcelona, Granica, 1978. Señala Adler que “estas cartas son reales: lo único que hicimos fue cambiar los nombres”. Como se verá, algunos de estos testimonios no tienen desperdicio por lo que nos permitiremos transcribirlos.

En esta oportunidad concluimos esta serie de artículos con cartas de madres y de maestros.

Las mamás escriben cartas divertidas


Estimada señora Barnett:
Sinceramente, tengo la esperanza de que la educación sexual ayude a mi hijo a superar el problema de la masturbación.
El único hábito negativo que tiene, aparte de ése, es el de no sonarse las narices cuando tiene romadizo.
Cordialmente
Señora de Salomón M.
Denver


Estimado señor profesor de sexo:
Nuestro hijo acostumbra llegar demasiado excitado después de la clase de educación sexual. Nos vemos en la obligación de exigirle que se dé una ducha fría antes de la comida.
Con los mejores deseos
Margarita
Allentown


Estimado señor Reed:
Tengo la impresión de que usted ha exagerado un poco al decirle a mi hijo que no es posible la existencia de un matrimonio feliz sin sexo.
Mi esposo y yo hemos estado casados durante diez años y hemos sido muy felices todo el tiempo.
Señora de Paul L.
Los Ángeles


Estimada señora Daniel:
Espero que mi hijo lo esté haciendo mejor en su clase de educación sexual, ya que hasta el momento lleva reprobados matemáticas, lenguaje, historia y geografía, por lo que el sexo es la única esperanza que nos está quedando.
Con mis mejores deseos
Señora de Guillermo P.
Atlanta


Algunas palabras de los maestros


Estimada señora Vincent:
Lamento comunicarle que su solicitud en el sentido de que enseñemos que el sexo es sucio ha sido rechazada por el Comité de la escuela.
Respetuosamente
Margarita T.


A todos los padres de los alumnos de la clase de educación sexual:
Las clases de educación sexual se encuentran momentáneamente suspendidas y no se reiniciarán en tanto no sea individualizado el niño que dibujó un desnudo de la señorita Holly en el pizarrón.
Gualterio H.
Director


Estimados señor y señora Baxter:
Lamentamos no poder decirle a su hijo en la clase de educación sexual que la masturbación terminará por hacerle caer el pene.
No contamos con ninguna evidencia científica que nos permita sostener esa teoría.
Sinceramente
Silvio H.
Profesor de Educación Sexual


Estimado señor Gillette:
Lamento comunicarle que nos veremos en la obligación de rechazar el pedido que usted nos hizo llegar para ser autorizado a sentarse junto a su hijo Ricardo en la clase de educación sexual.
Se perfectamente que le preocupa que Ricardo sepa más de sexo que usted, pero tal vez sería conveniente que lea algunos libros.
Muy sinceramente
Judith P.
Profesora de Educación Sexual

martes, 14 de julio de 2015

El misterio de Weldon Kees


Hay vidas a las que se las ha tragado el misterio y Juan Forn, en una nota publicada el 6 de julio de 2012 en Página 12, da cuenta de una de ellas. “Weldon Kees llevaba un poeta adentro. (…) Era hijo de ricos, boy-scout, era igualito a Howard Hughes, escribía, pintaba, tocaba el piano, filmó películas, pero el que lo tenía delante veía sólo decoro y opacidad. El poeta adentro se desgañitaba gritando, pero de afuera sólo se veía a un vendedor de seguros.” Fue ganando reconocimiento y  espacios en diferentes medios de prensa.

Nunca le faltó trabajo: publicó en The New Republic antes incluso de llegar a Nueva York, Clement Greenberg le cedió su lugar como crítico de arte en The Nation, se lo llevó Time a escribir de música y de cine, logró colar cuatro poemas en The New Yorker, cuando vino la guerra hizo unos famosos montajes de noticieros, después de la guerra se puso a pintar, más bien a hacer collage, y llegó a colgar junto a Picasso, Mondrian y De Kooning en la galería Koots de Nueva York. Pero luego de siete años en la ciudad, un día le compró un Plymouth usado a Mark Rothko, lo bautizó Tiresias, y enfiló hacia la Costa Oeste (…).

Como sucede a tantos, lo que se veía de fuera no coincidía con los sentires de adentro. “A los veinticuatro años, cuando se sentía el empapelado de la pared en Nueva York, Kees escribió: ‘No estoy haciendo lo que quiero. ¿Hay alguien haciéndolo?’ (…)” Y después se perdió su rastro, ya nadie tuvo noticias de él, ni siquiera hipótesis medianamente sensatas acerca de su destino.

Lo conocieron todos, en las dos costas, pero todos se dieron cuenta tarde, cuando Kees ya se había esfumado en el aire, a los cuarenta y un años, el 19 de julio de 1955: la policía de San Francisco encontró su Plymouth abandonado, con las llaves puestas y la puerta abierta, al lado del Golden Gate. En su departamento encontraron unas medias puestas a secar en el baño y al gato. No estaban ni la billetera ni el reloj ni la bolsa de dormir de Kees, pero la cuenta bancaria, con ochocientos dólares de entonces, quedó sin tocar. No había nota suicida. No había suicida tampoco.

Sólo, tan sólo –señala Forn- apareció una pista. “Alguien dijo que sus últimas palabras conocidas habían sido: ‘Está todo mal. Puede que tenga que irme a México’. Y empezó el mito.” Y sabido es que México es un buen lugar para encontrarse o para perderse.

Más de treinta años después de su desaparición, comenta Juan Forn, un testimonio de Pete Hammill aumentó la incertidumbre.

Para enrevesarlo todo aún más, el veterano Pete Hammill escribió en 1987 una larga nota contando que a los veintiún años, cuando andaba de juerga en México, se cruzó una noche en una cantina con un americano cuarentón, barbudo, vestido con un poncho de Oaxaca, que trató de convencerlo de que Willem de Kooning era el mejor pintor viviente y que el mejor cine del mundo era la trilogía conformada por El Ciudadano, Sunset Boulevard y las películas de Chaplin. Luego de vaciar juntos diez botellas de mezcal, el desconocido se perdió en la noche sin despedirse. Cuando Hammill volvió a Nueva York y conoció la leyenda de Weldon Kees y vio las fotos, reconoció en ellas a aquel barbudo bebedor de mezcal. Se pasó treinta años contando la anécdota en privado hasta que se decidió a publicarla en el San Francisco Examiner. En esos treinta años había hablado con tanta gente sobre Kees que conocía todas las historias y reconocía que la más probable de todas era que Kees se hubiese suicidado (…) Hammill sostenía, sin embargo, que si existía algún lugar en el mundo de aquel entonces adonde uno podía ir a vivir su propia muerte, ese lugar era México.                                  


Hace unos meses caminando por el Centro Histórico de la ciudad de Zacatecas me crucé en el camino con un señor ya mayor. Muy alto, blanco, de ojos claros, viviendo en un mundo propio que había roto vínculos con los otros y en el que imperaba un monólogo en español con marcado acento del inglés. Estuve tentado de preguntarle si él no era Kees. Desistí pensando en que apenas uno anda por ahí aproximándose a saber quién es, como para todavía encima estar intentando saber quiénes son los otros.
 
 

jueves, 9 de julio de 2015

Educación sexual /3


Desde inicios de la década de 1960 la educación sexual comenzó paulatinamente a dejar de ser un tema tabú y fue así que muchas escuelas desarrollaron propuestas de formación en este sentido.

En este entorno, Bill Adler reunió un conjunto de cartas enviadas tanto por alumnos, como padres y maestros lo que dio lugar a la publicación del libro Que opinan nuestros hijos de la educación sexual. Cartas recopiladas por Bill Adler (trad. Luis Bustamante). Barcelona, Granica, 1978. Señala Adler que “estas cartas son reales: lo único que hicimos fue cambiar los nombres”. Como se verá, algunos de estos testimonios no tienen desperdicio por lo que nos permitiremos transcribirlos.

En esta oportunidad seguimos con las cartas de los Comités de Educación Sexual.

 

Estimado señor Robinson:
Al Comité de Padres para la Educación Sexual le agradará saber los propósitos que persigue tal tipo de enseñanza.
La edad promedio de los miembros de este comité es de cuarenta y tres años y a todos nos da la impresión de funcionar perfectamente, sin haber estudiado jamás educación sexual.
Muy sinceramente
Señora de Gualterio
Presidente del Comité de Padres

 

Estimado señor Kassel:
Estamos sumamente complacidos por el excelente trabajo que usted ha venido desarrollando como profesor de la clase de educación sexual.
Así y todo, nos vemos en la obligación de solicitar su traslado, debido a que demasiado alumnos están comenzando a disfrutarla.
Con la mayor consideración
Comité de Padres

 

A todos los profesores de educación sexual:
Las palabras “acto sexual”, “orgasmo” y “clímax” no podrán seguir siendo usadas hasta nuevo aviso, en las futuras clases de educación sexual.
Confiamos en que esta disposición no entorpecerá el normal desarrollo de sus programas.
Respetuosamente
Comité de Padres para la
Educación Sexual

 

A todos los profesores de educación sexual:
Nosotros no aprobamos que los profesores de educación sexual acepten la masturbación.
El Comité sometió el asunto a votación, acordándose el rechazo por 16 votos contra 12.
Sinceramente
Comité de Padres

 

Mi estimada señora Young:
En nombre del Comité de Padres, me permito felicitarla por la forma imaginativa con que usted ha llevado adelante su curso de educación sexual. Ser capaz de enseñar educación sexual durante tres años sin hacer mención del acto sexual, es una labor digna del mayor encomio.
Sinceramente
Señora de Eduardo C.
Chicago

 

Estimada señora Blaisdell:
Sin duda que valoramos el excelente trabajo que usted ha realizado, explicándoles a nuestros chicos el proceso que viven los pájaros y las abejas.
Esperamos que en un futuro cercano, sea usted capaz de hacer un trabajo de la misma categoría respecto del hombre y la mujer.
Sinceramente
Santiago M.
Akron

 

A todos los profesores de educación sexual:
Los siguientes son los resultados del Congreso efectuado por el Comité de Padres para la Educación Sexual:
Masturbación: 23 en contra, 12 a favor.
Aborto: 16 en contra, 17 a favor.
Juegos eróticos: 15 en contra, 17 a favor, 1 abstención.
Homosexualidad: 22 a favor, 13 en contra.
Le agradeceríamos que se guíe por estos resultados en su próxima clase de educación sexual.
El Comité

 

Estimado profesor de educación sexual:
Nuestros chicos son todavía muy jóvenes para que se les diga que el sexo es placentero.
Nos vemos en la obligación de insistir en que usted enseñe, hasta nuevo aviso, que el sexo es indecente.
Cordialmente
El Comité

 

Estimada señorita Harmon:
Estamos seguros de que se sentirá complacida de saber que hemos logrado adquirir nuevos libros para la clase de educación sexual, con el fin de reemplazar los ejemplares del Manual de sexo para los soldados norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial, que usted ha utilizado hasta el momento.
Con nuestros mejores deseos
Señora de Clinton J.
Presidente del Comité de Padres
para la Educación Sexual

 

Estimado señor Howard:
Nos sentimos muy complacidos en comunicarle que usted ha sido nombrado profesor de educación sexual de 8º grado.
Creemos que sin duda usted es la persona más indicada para enseñar educación sexual, por el hecho de haber estado casado tres veces.
Melinda E.
Atlanta

martes, 7 de julio de 2015

Juan de la Cabada

Hay personajes que son muy difíciles de describir, incluso para una consagrada escritora. Tal es lo que le sucedió a Elena Poniatowska con el maravilloso -sin exagerar- Juan de la Cabada.
 
El 4 de octubre de 1979 en un homenaje celebrado en el Palacio de Bellas Artes, Elena Poniatoska hizo todo lo que pudo para dar un somero perfil del personaje y para ello recurrió a sus propias vivencias.

¡Mamá, mamá, Santa Claus! Mamá, párate, mira, Santa Claus. Detuve el coche. En la esquina, con su cara redonda de muñeco de trapo y su cabello de ángel, delgado y transparente como el que le ponen a los arbolitos de Navidad, sonrió Santa Claus vestido de Juan de la Cabada.
-Juanito, ¿quieres un aventón?
-Sí hombre… (Juanito, a todas las mujeres nos dice siempre: “Si hombre”).
-¿A dónde ibas?
-A Chilpancingo… Ahora me voy.
-¿A qué?
-Allá doy clases en la universidad.
-¡Ah! Entonces, ¿no tienes tiempo de tomar un café? Tus clases deben ser a determinada hora…
-No, a ninguna hora… Vamos a tomar un café.
Ya en el café puso sobre la cuarta silla una caja de zapatos que traía bajo el brazo y ordenó tres cafés bien negros.
-Juanito, los niños no toman café…
(Mane, que tendrá seis o siete años, se comía a Juanito: el pelo, la sonrisa, la risa).
¡Ah, ¿no toman café? Entonces, ¿qué toman?
(Toda la expresión de Juan de la Cabada parecía decir: “Un niño, ¿qué cosa es eso?”)
(…) Juan le dijo a Mane:
-Te voy a contar un cuento, el de Faustina, mi primera mujer. Tu mamá ya se lo sabe… Mi primera mujer, la primera que desnuda conocí llamábase Faustina. Tendrá ella cincuenta años y yo unos dieciséis.
-Juanito –intervine yo que soy bien burguesa-, ese cuento no es para niños.
-Cómo no, cómo no, ahorita es cuando le sirve…
-Mejor cuéntale ese de “María La Voz” que es un cuento magistral…
-Ese me lo platicó Benita cuando compartía su petate, bueno, ella fue la que me dio la idea… (Y Juan se lanza; espantos, cuchilladas, duelos y gorgoritos, han pasado dos horas, y Mane y yo no sabemos ya ni cómo nos llamamos. Mane sólo pregunta cada vez que Juan cierra la boca, que es casi nunca: “Y luego ¿qué pasó?” Transcurren otras tres horas, a mí ya me duelen con las que me siento...)

Elena Poniatowska estaba más preocupada por las responsabilidades docentes que el propio Juanito.
 
-¿Ya no te vas a ir?
-¿A dónde?
-Pues a Chilpancingo…
-Ah sí, a Chilpancingo… Sí, sí, al ratito. Mira tú chiquillo, esa luz que cae en la barda se parece a la que caía en la casa de piedra del solar de mis padres… Oye niño, no vayas a dejar que te ensillen las gentes porque después las vas a traer siempre a cuestas, ensilladas.
Mane que es dócil, bueno como el pan, asiente: “¿Y tu casa?” Juan de la Cabada le describe todas las casas de Campeche, la casa de Diego, la casa de Lavalle; les va diciendo una a una, las construye en el aire, les barre la azotea con las manos, allí están sus manos en alto, para acá y para allá y su voz, toda enredada de Campeche, porque luego Juan se acuerda de otra cosa y da marcha atrás, para, un dedo en la frente y volver a la casa, convertido él mismo en una explosión de luz y de mar, su blanquísima sonrisa lista para zarpar en el primer barco. Y entre tanto, con las servilletas hace barquitos de papel. Todas las cosas de Juan dan a la calle, todas tienen balcones, todas, miradores, torres para ver el mar el mar y atisbar las embarcaciones que traían de Europa, sedas y tejidos que luego se iban a Nueva Orleans (llevándose en cambio el “palo de tinte”), ventanas sin cortinas, porque Juan nunca le ha puesto cortinas, ni siquiera de tarlatana, a ninguno de los actos de su vida.
 
Elena Poniatowska intenta imaginar la forma habitual en que trabaja Juan de la Cabada y allí aparecen singularidades que lo diferencian de muchos de sus compañeros de gremio.

Sí, sí, Juan de la Cabada es la pura calle. Me lo imagino escribiendo en los parques públicos o en las mesas de cantina, nunca jamás puedo visualizar su mesa de trabajo, creo que escribe en la bolsa de pan, en las orillitas de las grandes hojas de los periódicos, en la parte trasera de los sobres, porque a diferencia de muchos escritores mexicanos que conservan una copia de sus engendros en el Banco de México y otro en la caja fuerte del Banco de Londres, Juan de la Cabada va repartiendo sus escritos como papelitos de colores en todas las plazas de esta horrorosa, aterradora y entrañable ciudad. En realidad, los cuentos de Juan “Paseo de Mentiras”, “Cuentos del Camino” deberían pegarse en los muros de tezontle de las calles del centro, convertirse en volantes, saltar entre la gente, irse en la bolsa del mandado de Porfiria, en los bolsillos del pantalón de don Tarín el boticario y de su comadre Cachicha, porque los cuentos de Juan no son para leerse sino bailarse, cantarse, tamborilearse en la mesa, como él mismo lo hace, porque a él a cada rato se le olvida que la literatura (…) es un asunto grave, y a media conferencia o a media lectura de su obras, se levanta con los brazos como aspas, los pelos blancos todos por ningún lado porque él mismo se ha encargado de alborotárselos con la mano y grita de alegría:

Bomba

  ¡Tú eres manteca
  yo soy arroz
  Qué buena sopa
  Haríamos los dos!

o:

  Desde que te vi venir
  le dije a mi corazón:
  ¡Qué bonita piedrecita
  para darme un  tropezón!

Y Juan de la Cabada se echa a reír de pie frente al respetable público, porque a él todo lo distrae, como de niño cuando se sentaba en el patio para aprender la E, la A, la I, la U, la O y lo distraían las plantas que le hablaban: “Psssst, psssst, Juanito”, las hojas de parra, los pájaros, las azucenas, que solía recoger en el solar a las cinco de la mañana. (…)
De que Juan de la Cabada es mágico, todos hemos tenido pruebas. Platica risueño, platica bonito, sencillo y tierno, dulce y deshilvanado y uno tiene la sensación de estar en otro planeta, en algo así como la nebulosa de Andrómeda.

Por otra parte, Elena Poniatowska subraya la paradoja de que estos reconocimientos seguramente lo tienen muy sin cuidado. “No le importan ni la fama ni la prosperidad, ni fincar casa, ni establecerse en este mundo. Tampoco creo que le importe un rábano este homenaje; es más, creo que ni se ha dado cuenta de que éste es un homenaje.”
 
Y concluye su participación en este acto develando las dudas acerca del contenido de aquella tan misteriosa caja de este escritor que viaja ligero de equipaje.
 
Mañana, Juanito de la Cabada estará en alguna esquina esperando un camión imaginario para irse a Chilpancingo con su caja de zapatos bajo el brazo. (…) A pesar de las mil e inútiles conjeturas que nos hicimos Mane y yo, nunca supimos qué contenía, pero Ermilo Abreu Gómez sí, y me dijo: “¿Sabes lo que lleva en esa caja? Un calcetín y un cepillo de dientes.”

jueves, 2 de julio de 2015

Educación sexual /2


Desde inicios de la década de 1960 la educación sexual comenzó paulatinamente a dejar de ser un tema tabú y fue así que muchas escuelas desarrollaron propuestas de formación en este sentido.
En este entorno, Bill Adler reunió un conjunto de cartas enviadas tanto por alumnos, como padres y maestros lo que dio lugar a la publicación del libro Que opinan nuestros hijos de la educación sexual. Cartas recopiladas por Bill Adler (trad. Luis Bustamante). Barcelona, Granica, 1978. Señala Adler que “estas cartas son reales: lo único que hicimos fue cambiar los nombres”. Como se verá, algunos de estos testimonios no tienen desperdicio por lo que nos permitiremos transcribirlos.
En esta oportunidad seguimos con las cartas de los alumnos.
Estimado profesor:
Estoy enamorada.
Atentamente
Andrea J.
9º grado
P.S.: ¿Cómo puede una persona saber cuándo está enamorada?
Estimado señor Lyne:
¿Puedo hacerle una pregunta personal? Es la siguiente:
¿De qué le sirve a uno la educación sexual, si no tiene novia?
Atentamente
Miguel J.
Boston
Mi estimado profesor:
Mi novia Mónica se niega a tomar la píldora.
¿Es necesario que me consiga otra chica, o puedo echar una píldora en su  bebida cuando esté mirando hacia otro lado?
Mis mejores deseos
Luis G.
Louisville
Estimado señor Mason:
¿Por qué los chicos también tienen que estudiar control de la natalidad en las clases de educación sexual?
Los chicos no necesitan tomar la píldora, excepto aspirina cuando les duele la cabeza.
Atentamente suyo
Mauricio G.
8º grado
Estimada señora Guest:
Las películas sobre educación sexual me parecen cochinas, obscenas y perturbadoras. Me encantan.
Bárbara M.
Los Ángeles
Estimado profesor:
¿A qué se debe que los hombres solo se interesen en el cuerpo de las mujeres?
¿No saben acaso que las mujeres también tienen cerebro? (Casi todas lo tienen, menos mi hermana mayor).
Sinceramente suya
Alejandra M.
7º grado
Estimado profesor de sexo:
Mi cuerpo es un desastre. Soy demasiado gorda en los lugares que no debo y demasiado delgada en donde tendría que estar gorda. (…)
Respetuosamente
Carola W.
Atlanta
A mi profesor de educación sexual:
Gracias por habernos explicado los misterios del cuerpo humano.
Ahora que comprendo los misterios del cuerpo humano, ¿qué se supone que tengo que hacer?
Cordialmente
Paul J.
9º grado
Estimado profesor de educación sexual:
Las enfermedades venéreas son horribles. No estoy de acuerdo con ellas.
Sinceramente
Godofredo W.
8º grado
Estimada señorita Traube:
La educación sexual no tiene nada de particular. He visto cosas mucho más interesantes en las películas prohibidas para menores.
Un alumno
Roberto M.
9º grado