jueves, 30 de mayo de 2019

Mercedes Pinto/3


En el artículo anterior quedó en claro el carácter autobiográfico de la novela “Él” de Mercedes Pinto, así como el conjunto de conductas psicopatológicas que describe. Por supuesto que un trabajo de esta naturaleza necesariamente suscitaría el interés de psicoanalistas y psiquíatras que, desde diferentes perspectivas, propusieron sus análisis en torno a la novela.

Uno de estos estudios corresponde a Raquel Capurro que -con el título “Mercedes Pinto, una estrategia femenina ante la violencia doméstica”- fue presentado en el encuentro “Presencia de Mercedes Pinto en Uruguay” llevado a cabo en el Centro Cultural de España en noviembre de 2008 en Montevideo.

Mercedes Pinto se vio atrapada por su matrimonio en la relación a un hombre celoso, más aún a un hombre literalmente loco de celos, peligrosamente loco de celos. La violencia que ella relatará luego es la contra-cara de una violencia silenciada que necesitó recorrer y hacer pública cuando logra salir de esta "Cárcel de amor". 
Podemos preguntarnos por qué Mercedes Pinto no puso fin antes a esta prisión. Por qué diez años y tres hijos. No es fácil responder y ninguna psicología barata puede pretender dar una versión distinta a las que ella misma intentó construir. Para nosotros, se trata más bien de leer con rigurosidad aquello que ella escribió, pues si sabemos algo de los secretos de esa alcoba, si sabemos algo de la violencia familiar que reinaba en su hogar ello se debe a los movimientos, muy lentos quizá, pero eficientes al fin, que ella misma fue haciendo para poder pasar a otra cosa, a otra vida.

En el desarrollo de su novela queda de manifiesto el suplicio en que vive y para ilustrar la dimensión de los celos de su marido Capurro escoge una de entre tantas situaciones.

De esas escenas de celos locos, elijamos una para calibrar su entidad: Recién casados desde hacía seis días la pareja se encuentra en un hotel y tienen como vecino de cuarto a un inglés que tose con frecuencia, enfermo como está de tuberculosis. Esa tos, real, verdadera, es la materia de la interpretación que toma "Él" cuando escucha carraspeos de su mujer que se le antojan respuestas a un diálogo pautado por esos sonidos y del que queda excluido. Él hace el gesto de estrangularla, de cortarle la emisión de la voz y de la tos. Una noche se escuchan pasos y suspiros en la pieza vecina que llevan al paroxismo los celos de Él. Arremete entonces contra la puerta que separa ambos cuartos que lo enfrenta a la lúgubre sorpresa de una escena: está el inglés acostado sobre la mesa, muerto y amortajado, mientras lo velan la dueña del hotel y la sirvienta. (…)
Perseguidor, sí, pero Mercedes Pinto no deja de indicar hasta qué punto él mismo está perseguido. Campo de persecución en el que se instala la relación de ambos y en donde se sitúa la llegada de los hijos.

Capurro se detiene en la soledad con que la escritora enfrentó estos años de matrimonio, a lo que se refiere en “Él”.

Por momentos ella se juega a mantener las apariencias de un hogar normal, y busca disimular, por ejemplo ante su madre, la violencia de la que era objeto (p. 53-54). Admitir el fracaso de su matrimonio, abandonar la cuota de fascinación que Él ejercía sobre ella, son movimientos ante los cuales queda paralizada. Otras veces el terror mismo que la clava en ese lugar, la hace correr, sintiendo cerca el hálito de la muerte. Pide auxilio, pero en estas ocasiones la sociedad canaria de la época, muestra su duro rostro a la queja que esa mujer casada le presenta. Ya sea a través del abogado que le señala que no tiene testigos valederos ni heridas mortales (p. 70-71) o a través de los curas, Mercedes Pinto no encuentra salida.

Para poder llegar a esa “otra vida” que anhelaba debió elaborar un plan conformado por diversas etapas; continúa Capurro

El primer movimiento efectivo en esa estrategia fue la huida. Huir de su casa, poner distancia oceánica, irse a Madrid con sus hijos, pero previo a ello aprovechar la circunstancia del acmé mismo de la locura: el intento de suicidio de su marido. Ese "¡basta!", actuado del lado de él, bajo esa forma trágica, le permitió a ella pasar con él a otra escena: llevarlo finalmente a Madrid para una segunda internación psiquiátrica y, entonces, apoyándose en la autoridad médica, zafar de los deberes de conciencia que el catolicismo exigía de una mujer casada: la fidelidad hasta la muerte, en toda situación.
Tenemos la impresión que el acto de Mercedes Pinto, el de irse de su hogar e instalarse de incógnita con sus hijos en Madrid tuvo en ella un efecto profundo: la liberación de su capacidad de pensar y de hacer públicas sus ideas a partir de su experiencia.

A su arribo a Madrid se relacionó con integrantes de sectores vanguardistas, en particular en lo que hace a la liberación de la mujer, con lo que el proceso ingresa en otra etapa que describe Raquel Capurro.

Allí se encontró, en el Madrid efervescente de esos años, con un movimiento feminista en ebullición. Entre la casualidad y la apuesta intelectual se vio propuesta para reemplazar como oradora a una de las líderes del movimiento feminista, Carmen de Burgos, que se encontraba enferma. Según Alicia Llerena, Carmen de Burgos había sido invitada a cerrar un Mitin Sanitario en la Universidad Central de Madrid, organizado por el doctor Navarro, actividad que se había ido desarrollando en varios espacios culturales de la capital. Mercedes Pinto acepta reemplazarla: primer movimiento revelador, y luego, propone el tema.

Al igual que tantas veces aquí es posible observar que un pequeño acontecimiento –fortuito para ella- como lo fue la indisposición de Carmen de Burgos, Colombine, desencadenó o apresuró el desenlace del proceso.

La elección del tema fue clave dado que permitió unir la participación en el evento con su recorrido vital. Capurro resalta la importancia de situar al divorcio dentro de la perspectiva del higienismo.

Lo significativo para nosotros hoy es que con ese tema ella logra entroncar su trágica experiencia conyugal con el sentir y los reclamos sociales que el movimiento de mujeres estaba poniendo en el tapete. Propone: "El divorcio como medida higiénica" y aprovecha así aquello que el discurso médico promueve, a través del llamado higienismo, para engarzar el concepto mismo de higiene con el divorcio, en aras de la salud mental de los hijos como valor esencial a preservar, que justifica el divorcio de la pareja.
(…) en el caso de Mercedes Pinto la doctrina higienista le sirvió como dispositivo no sólo para justificar su huida del hogar sino para argumentar y reclamar un dispositivo legal, el divorcio, que diera a esa separación las garantías que la convivencia social debe asegurar a los ciudadanos. 
Su argumentación se apoyó, como ya lo señalamos, no sólo en la separación de un marido diagnosticado paranoico, sino en la salvaguarda de la salud mental de sus hijos. Con esta conferencia ella se embanderó públicamente con la causa de las mujeres e insertó su historia en una causa común.

Claro está que, en el entorno que vivía España en esos años, este paso le traería -como describe Raquel Capurro- nuevos problemas.

En efecto rápidamente fue llamada al orden por Primo de Rivera. Así relata ella su encuentro con quien, en ese momento, decidía el destino de España:
—¿Es usted la señorita que ha dado esta semana una conferencia sobre el divorcio, en la Universidad Central? —Sí, señor —respondí casi serenamente—. Sólo que soy señora y con hijos. ¿Y no sabe usted —continuó en voz más alta— que España tiene un concordato con el Vaticano? —No señor, no lo sabía —¡España es católica —gritó— Y no se puede consentir que se hable de cosas que Roma prohíbe! Y añadió, en voz más baja: —No lo puedo consentir, porque otros seguirían hablando de cosas, cada vez más prohibidas.... Comprendí, con su silencio repentino, que no tenía nada más que decirme, y me despedí con un leve saludo, marchándome convencida de que aquella sería mi primera y última entrevista con el que era el dueño de los destinos ¡y de la voz de España...! 
Sus amigos le aconsejan una rápida huida del país. Ya no está sola y, con aquel que será su marido cuando al llegar a Montevideo pueda legalizar su situación, Mercedes Pinto vuelve a huir, con sus hijos y a cruzar otra vez, pero en más largo viaje, el océano.

Sin embargo la huida –según Capurro- resultaría insuficiente para sanar heridas; será por medio de la escritura y la actuación que continuará su camino.

Estrategia de huida ante la persecución: ese primer movimiento que ahora repite en otro escenario se revela eficaz, pero, pronto también como insuficiente. (…)
Pero Mercedes Pinto pone de manifiesto que no se puede huir del pasado, no se puede huir de una persecución en la que se estuvo implicada.
Mercedes Pinto emprende un trabajo de escritura y publicación apenas novelada de su vida matrimonial. (…) ¿Por qué este retorno a través de la escritura a ese pasado angustioso? ¿Por qué no lo olvida todo y se forja una vida nueva sobre ese olvido?  (…)
Ni el divorcio, ni su nueva pareja, ni el Nuevo Mundo bastaron pues para quedar libre del pasado, en paz con su experiencia, y por eso la vemos emprender, con la escritura, un nuevo camino. Conjeturamos que intenta de este modo subjetivar y esclarecer su lugar en esa historia, su modo de haberse implicado en ella. Sólo así podemos situar que, luego de publicado "Él", algo se repita en 1930 cuando lleva al teatro su historia bajo el nombre de Un señor cualquiera. Accede allí a una mayor depuración sosteniendo la acción en personajes que sólo indicados por los pronombres, como mínimos apuntalamientos de identidades vacilantes. Pero tampoco esta obra fue suficiente y, en 1934, publica Ella. Trilogía pues que dice de sus retornos a la experiencia de la locura a la que se vio no sólo confrontada, victimizadas, sino a la que no vacila, con este giro en el título de esta novela, de situarse allí como implicada.

En el próximo artículo concluiremos con el tema.

martes, 28 de mayo de 2019

Mercedes Pinto/2


En el artículo anterior subrayamos el hecho que el matrimonio de Mercedes Pinto con Juan de Foronda la marcaría en forma decisiva; a ese respecto Juan Vera -siguiendo la investigación de Alicia Llarena- afirma: “Desde la misma noche de bodas descubre en su marido un extraño que intentará apartarle, excluirle de la sociedad y que desarrollará una paranoia celotípica que desencadenó, pronto, en episodios de vejaciones, humillaciones y maltratos.”

A consecuencia de ello, unos años después toma distancia de su esposo y con sus tres hijos (María Mercedes –que más adelante sería conocida en el mundo artístico como Pituka-, Ana María y Juan Francisco –muerto a muy temprana edad-) se establece en Madrid donde -continúa Vera- “conocerá a su segundo marido, el abogado madrileño Rubén Rojo, junto al que tiene un hijo (Rubén) y, embarazada del segundo (Gustavo, que nacería durante la travesía en el barco alemán “Cretel” que salió de Lisboa con destino a Montevideo). Años después, ambos hermanos también serán actores.

A partir de lo vivido en su primer matrimonio, Mercedes Pinto escribe una novela con claros rasgos autobiográficos a la que tituló “Él” (una versión sostiene que el título original fue “Pensamientos”), escrita en Madrid y publicada por primera vez en Montevideo (1926). En relación a esta obra dice Raquel Capurro

(…) inspirado en sus desavenencias conyugales y en la singularidad de los trastornos mentales de su ex cónyuge: el libro, muy exitoso, fue prologado por el psiquiatra español Gregorio Marañón y su colega uruguayo Santín Carlos Rossi. El diseño de portada correspondió al plástico, también uruguayo, Alfredo de Simone.

Después de su estadía en Uruguay (en la que abundamos en el artículo anterior), así como de breves estancias en otros países latinoamericanos, Mercedes Pinto y familia se radican en México.

Pues bien, hace unos días en una librería de viejo en ciudad de México tuvimos la agradable sorpresa de encontrar un ejemplar de esta novela (Mercedes Pinto. Él. Prólogo de Rubén Romero. México, Editorial B. Costa-Amic, 3ª. Ed., 1948). 




Era día de suerte porque resultó que además el libro tiene una dedicatoria -fechada en 1971- de la autora para Rosángela [Balbó], actriz italiana que radicara muchos años en México.




En las primeras páginas Mercedes Pinto realiza un sentido ofrecimiento de su obra.

Dedico este libro a la memoria de mi adorado Juan Francisco, el hijo que fue compañero de mi vida andariega y luchadora, sostén de mi espíritu, confidente de todos mis momentos, guardador de mis más íntimos secretos, y tortura taladradora y eterna de mis horas desde su desaparición, en los días cruentos de mi extraña odisea.
A ti, Juan Francisco de Foronda y Pinto, que fuiste para mí, amigo más que hijo, consagraré los aplausos y las bondades que la crítica y los hombres de la tierra, tengan en el curso de mi vida para mí.

Por cierto que el prólogo del reconocido escritor y diplomático mexicano J. Rubén Romero tiene algunas peculiaridades que ahora omitimos y que seguramente comentaremos en otra oportunidad.

Asimismo la autora añade un pequeño preámbulo.

Unas palabras necesarias
Este libro, escrito en Madrid y publicado por primera vez en Montevideo, llevaba en sus páginas un latido de rebeldía y un grito denunciador de opresiones y torturas en la carne y en el espíritu…
Fue concebido este libro en horas de dolor para mí y también para mi pueblo…
Por eso quise que apareciese como emparedado en opiniones diversas de sociólogos y psiquíatras, de místicos y liberales…
Las siguientes ediciones, efectuadas en varios países latinoamericanos, surgieron en épocas diferentes, en las que llegué a creer y esperar que una nueva vida más comprensiva y más buena para todos se extendería por la tierra.
En esta cuarta edición [cabe aclarar que según la portada se trata de la tercera edición] –que lleva un prólogo del gran escritor mexicano Rubén Romero, mi admirado y dilecto amigo, el mundo ha vuelto a tomar un extraño y desolado aspecto que presagia represiones, intolerancias y nuevos dolores, sobre todo para la mujer, que en tantos países continúa irredenta.

A los ojos de hoy llama poderosamente la atención que la novela quede emparedada –al decir de la propia autora- entre consideraciones del Dr. Santín Carlos Rossi (profesor de Psiquiatría de Montevideo) y el epílogo del Dr. Julio Camino Galicia (psiquíatra español e hipnotista). En el primer caso se trata de un profesional ampliamente reconocido mientras que en el segundo, tal vez por su trabajo como hipnotista, las opiniones se encuentran divididas entre quienes lo consideran un brillante médico y quienes lo tachan de hábil vendedor de humo. Como dato adicional digamos que el Dr. Camino Galicia (quien entre otros lugares trabajó en el manicomio de Ciempozuelos donde estuvo internado Juan de Foronda) era el hermano mayor del poeta León Felipe, de quien se encontraba totalmente distanciado. Según Aquilino Sánchez Nodal

León Felipe, publica “La Higuera Maldita”, incluye en el prólogo una especial dedicatoria a su hermano: -“Al doctor X que escudriña en las pobres cabezas enfermas y olvida, lamentablemente, el corazón. Al doctor X y a todos los hombres secos como él, que se alzan en la tierra sin caridad y sin amor, como este árbol siniestro, como esta higuera maldita, en el yermo”. En 1935 León Felipe publica su primera antología de “La Higuera”, en esta edición ya no se incluye el prólogo satírico de la anterior.

Pero volvamos a la novela de Mercedes Pinto. Esta tercera edición (y suponemos que lo mismo sucedió con la primera) se cierra con una serie de comentarios sumamente elogiosos hacia la obra realizados por personalidades de España, Argentina y Uruguay, de la talla de Gregorio Marañón, Alfredo Palacios, Fernán Silva Valdés, Juana de Ibarbourou, Jules Supervielle, Alberto Zum Felde y Orestes Baroffio. Ejemplifiquemos el tenor de ellos, transcribiendo el de Juana de Ibarbourou

Admirable tu libro, tan dolorido, tan impresionante. ¡Tan bien hecho! Originalísimo, además, es un triunfo en todo sentido, Mercedes.
Este libro ha de darte satisfacciones completas.

Seguiremos con el tema.

jueves, 23 de mayo de 2019

Mercedes Pinto/1


Ninguna vida es una vida cualquiera, pero es que la de Mercedes Pinto…

Nace el 12 de octubre de 1883 en Tenerife y años después un acontecimiento, al que alude Raquel Capurro, marcará definitivamente su existencia

(…) su primer matrimonio, allá en Tenerife, su ciudad natal, en donde se casó, en 1909, con el catedrático de la Escuela Náutica de Santa Cruz y capitán de marina mercante don Juan M. Foronda. La noche de bodas abrió ya un tiempo trágico de violencia que años después ella misma nos dará a conocer.
Digamos que aquello que se destaca en la violencia física y psíquica de la que fue objeto por parte de su marido son los celos enloquecidos que él puso de manifiesto.

De momento dejamos esta cuestión de lado que retomaremos en un próximo artículo.

Estando en Madrid un hecho fortuito la llevó a sustituir a Carmen de Burgos, Colombine (a quien ya hemos referido en este espacio) como oradora en un evento público; esto será una de las causas de su salida de España en 1923 tal como lo señala Eduardo Galeano.

Ella había cometido el sacrilegio de dictar una conferencia en la Universidad de Madrid cuyo título ya la hacía insoportable: El divorcio como medida higiénica.
El dictador Miguel Primo de Rivera la mandó llamar. Habló en nombre de la Iglesia católica, la Santa Madre, y en pocas palabras le dijo todo:
-Usted se calla, o se va.
Y Mercedes Pinto se fue.
A partir de entonces, su paso creativo, que despertaba el piso que pisaba, dejó huella en Uruguay, en Bolivia, en Argentina, en Cuba, en México...

¿Por qué elige Uruguay como destino? El documento de convocatoria al encuentro “Presencia de Mercedes Pinto en Uruguay” en el Centro Cultural de España en noviembre de 2008, da cuenta de ello.

La elección de Uruguay como destino se fundamentó en una red de amistades con intelectuales y pintores uruguayos iniciada en Madrid y, sobre todo, por la confianza en un país "modelo" en su desarrollo y que contaba, entre otros avances sociales, con la Ley de divorcio desde 1907. Este último punto le concernía en particular; puesto que durante casi diez años Pinto padeció una sostenida situación de violencia doméstica en su matrimonio sin solución jurídica.

A su arribo a Uruguay inmediatamente se relacionó con personalidades del ámbito cultural, encontrando de esa manera un lugar adecuado –tal como lo precisa el documento mencionado- para desarrollar sus actividades.

En Montevideo desarrolla una activa vida cultural desde su arribo, siendo -por ejemplo- la única mujer en la redacción del diario "El Día". En este medio escribirá sobre distintos tópicos incluída la crítica de arte (cabe destacar su interés por la obra de Rafael Barradas a quien conoció en las tertulias madrileñas) y, muy especialmente, sobre las actividades artísticas realizadas por mujeres (Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Susana Soca y otras).

Mujer de coraje e iniciativa fundó la Casa del Estudiante, importante centro cultural de gran incidencia en la formación de muchos artistas; de ello da testimonio Alberto Candeau, quien con el paso del tiempo se convertirá en una celebridad dentro del elenco de la Comedia Nacional.

Cuando me desprendí del cordón umbilical de mis veredas y esquinas, conocí la Casa del Estudiante, peña creada por una gran mujer llamada Mercedes Pinto, que, dejó una secuela cultural muy importante en nuestro país.
Su casa estaba ubicada en Minas y Guayabo; después de pasar el clásico zaguán, bordeado por dos puertas, se desembocaba en un patio de baldosas, allí hileras de sillas conformaban la platea donde nos sentábamos para escuchar a conferencistas, poetas, autores y actores de nuestro medio.
Ahí vi por primera vez a un joven delgado y elegante, que usaba corbata moñita, recitando con voz sonora y rica, eco que no parecía que saliera de esa figura estilizada y simpática, era nuestro querido amigo, Santiaguito Gómez Cou que iniciaba así sus primeros escarceos teatrales.

Al parecer la Casa del Estudiante tuvo dos locales y uno de ellos estuvo en la calle Minas (donde después se estableció la Comisaría 6ª). Allí se presentaron, entre otros intelectuales destacados, nada menos que Alfonsina Storni, Luigi Pirandello, Rabindranath Tagore y Ramón Gómez de la Serna. Este último -tal como era su costumbre y de acuerdo al relato de Manuel de Castro- no pasó desapercibido.

La visita de Gómez de la Serna fue realizada con desusada originalidad como correspondía a tan raro ingenio, quien se presentó vistiendo un traje albinegro, mitad de hombre y mitad de mujer, de sugerencias surrealistas. Los colores de tan extraño atavío hacían juego con el de las baldosas, de dominó, de la Casa del Estudiante. Allí el famoso autor de Automoribundia y Greguerías, hizo derroche de ingenio y donosura, revolucionando el ámbito tranquilo de aquel refugio de soñadores e intelectuales, con su lujo verbal, la audacia de sus conceptos y metáforas y la visión inédita y sorpresiva de seres y cosas, a través de una extraordinaria sensibilidad. Al terminar, fue asediado por el público y todos le rodearon para observar de cerca la arbitrariedad de su traje y también para gozar de su jocunda presencia.

El mismo Manuel de Castro comenta que Mercedes Pinto asistía frecuentemente a distintos eventos artísticos, “(…) los días de algún estreno importante en el Teatro Solís, aparecía por el Tupí Nambá, con su atuendo españolísimo, la escritora Mercedes Pinto, con toda su familia, siempre sonriente y dicharachera”. Y a continuación nos permite conocer el grupo de sus amigos.

Una vez (…) a la salida del Teatro Solís, y luego de detenerse en el Tupí Nambá unos instantes, dio en invitarnos para comer al día siguiente un “cocido” a la española en la Casa del Estudiante (…) Fuimos de la partida Alfredo y Esther de Cáceres, Felisberto Hernández, José María Podestá, Enrique Dieste, y el que suscribe, agregándose después Juan M. Filartigas y el pintor Alfredo De Simone. Era un día de verano excesivamente caluroso y nos instalamos en el patio del fondo, que resguardaba un tupido parral. Mientras se preparaba el “cocío”, Mercedes Pinto iba y venía desde la cocina al patio, cambiando frases con nosotros y descuidando la mayor de las veces el menester culinario a su exclusivo cargo. Resultado: la carne salió recocida en extremo y los garbanzos duros. Pero, de igual modo –vino mediante- le hicimos los honores al clásico plato español.

Al terminar la comida, la sobremesa se prolongó –continúa de Castro- con una tertulia en la que el sueño venció a Felisberto.

Al terminar el almuerzo, la dueña de casa nos instó para que escuchásemos una tragedia en tres actos y un prólogo que acababa de terminar, so pretexto de aquel ágape cordial que reunía a tantos amigos dilectos. Todos aprobamos su idea, a pesar del calor sofocante y del “cocío” ingerido. Pero hete aquí que, después de la lectura del primer acto, Felisberto Hernández, que estaba sentado a mi vera, se durmió ostensiblemente. De tanto en tanto, yo le propinaba algunos golpes por debajo de la mesa y entonces abría los ojos somnolientos, miraba a la lectora y (se) volvía a dormir. Entonces recurrí a los codazos para despertarlo y siendo sorprendido en tal actitud por Mercedes Pinto, esta me dijo, muy suelta:
-Puede usted dejarlo dormir. No lo incomode. Es la tercera vez que Felisberto escucha mi obra.

Seguramente el ambiente artístico en que crecieron fue fundamental para que en los hijos de la escritora también prendiera la vena artística. Cuenta Manuel de Castro

Bajo la influencia del ambiente de la Casa del Estudiante, cargado de electricidad lírica, he aquí que su hija Ana María de Foronda (proveniente de su primer matrimonio), en los albores de la juventud (…) dio a luz (…) un libro de cuño francamente ultraísta, modalidad poética que predominaba por aquellos tiempos (…)
De este modo, madre e hija, representaban en el propio hogar y por ende en la Casa del Estudiante, dos tendencias líricas dispares, sin que riñeran por ello, pues en poesía cada una rumbeaba por su lado, dada la liberalidad de Mercedes Pinto.

La obra de la escritora comprendió diversos géneros: entrevistas, poesía, ficción, drama, etc, tal como afirma Manuel de Castro.

(…) su novela Él (1926); luego, como derivación natural del interesante y vívido argumento de esta obra, compuso otra obra, Ella, que complementa su ciclo narrativo, sin contar algunos cuentos aparecidos en distintos diarios y revistas de la capital y su constante labor periodística. Además, trajo de Madrid un pequeño libro de poemas titulado Brisas del Theide (1924), de sensibilidad delicada y sobrio de expresión. Como buena española, era muy teatrera, haciendo algunas incursiones en tal género (…) Pero, su modalidad predominante fue la narrativa.

(Sospechamos una inexactitud al señalar 1924 como fecha de edición de Brisas del Theide porque si lo “trajo de Madrid” –como consigna- para ese entonces ya estaba viviendo en Uruguay; posiblemente ese libro haya sido editado unos años antes).

Por su parte Ana Sharife subraya el protagonismo que alcanzó como luchadora social. “Mercedes Pinto desarrolló una intensa actividad como oradora y dramaturga, manifestándose como una gran defensora de los derechos de las mujeres, la clase obrera, y la modernización de la educación.” Su labor fue respaldada por el gobierno uruguayo. “El país la nombra representante del Gobierno, convirtiéndose en la primera mujer oradora de un gobierno latinoamericano. La activista en defensa de los derechos de las mujeres y la innovación en la enseñanza de los niños recorre gran parte del continente ofreciendo charlas con las que conquistaba a su auditorio.”

Su lucha por la defensa de los derechos de las mujeres no se limitó a conferencias, presentación de obras y notas periodísticas. Al respecto Raúl E. Barbero recuerda que hacia 1930 Mercedes Pinto era la conductora de un programa radial en CX26: los monólogos de Sor Suplicio.

Seguiremos con el tema.

martes, 21 de mayo de 2019

El periodista en la guerra


Ya hemos citado en este espacio algunas crónicas de Egon Erwin Kisch durante su estadía en México   (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2015/11/controversia-del-peyote.html y http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2015/09/la-gastronomia-tortillacentrica.html), seguramente lo seguiremos haciendo ya que es uno de nuestros autores de referencia.

En esta ocasión las circunstancias son otras dado que se desempeña como soldado durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial; su texto lleva por título “¡Escríbelo, Kisch!” es de 1929, cabe señalar que la traducción y compilación corresponden a Francisco Uzcanga Meinecke.

Dicen que el periodismo nos puede llevar a cualquier parte en cuanto lo abandonamos. Yo abandoné el periodismo en 1914 para hacerme soldado, y  ¿adónde me ha llevado?
Al comienzo de la Gran Guerra, ya con las primeras tropas, fui directamente al frente como sargento del ejército austrohúngaro. (…)
Tenía por tanto una nueva profesión, aunque sólo fuera la de soldado provisional. Por primera vez vi desde dentro acontecimientos mucho más importantes que los que aparecían en la prensa. El hecho de que en la prensa no aparecieran los acontecimientos importantes sino más bien los insignificantes fue para mí, incluso en medio de aquel horror inconcebible, motivo de reflexión.

Kisch subraya la enorme diferencia entre vivir hechos desde fuera o desde dentro, entre ser testigo o protagonista.

Mi compañía había iniciado una ofensiva para tomar el espigón del río Kolubara. Ciento cincuenta pasos habían costado la vida a más de la mitad de los nuestros, muchachos con los que había convivido día y noche, y cuyos pensamientos y emociones conocía al dedillo. Con alguno de ellos había sellado amistad hasta la muerte. Hoy se ha cumplido el plazo.
Nos ha reemplazado una compañía de infantería. Estamos de nuevo, diezmados, en nuestra antigua posición, ya no en primera línea sino en el regimiento de reserva. La artillería enemiga sigue bombardeando el maizal de 150 pasos de ancho, cuya toma nos está costando tanto. 
Con la comida llega también el correo; para mí, un periódico. Cuando lo abro pasa por delante el alférez Frank en camilla: balazo en la tripa. Me acerco a él: “Saluda a Praga de mi parte”. “Yo ya no llego a Praga”, gime.

En ese periódico editado lejos de la línea de fuego había espacio para otros acontecimientos, otras miradas; pero para Kisch lo prioritario eran las terribles escenas de guerra que estaba viviendo.

Hojeo el periódico. “Parte de guerra del frente del norte…, del frente del sur…”. Editorial: “Contra la fuga de capitales hacia bienes tangibles”.
Dirijo una patrulla hacia la compañía vecina, a nuestra izquierda, y pregunto a un cabo que está un poco aparte, haciendo sus necesidades, por el comandante. Me indica la dirección con la mano. 
Casi al mismo tiempo se levanta la tierra, trozos de barro se me introducen en la boca, en los ojos. Cuando recupero la visión veo el torso del cabo en el suelo, del cuello mana sangre. La granada le ha atravesado la cabeza y se ha hundido en el fango: un proyectil sin estallar.
Estoy de nuevo en mi refugio, aún me tiemblan los brazos y las piernas, noto que mi pantalón está salpicado de sangre. Cojo el periódico. Rápido, a olvidar, a pensar en otras cosas.
“El legado del barón Vladimir Schlichtner incluía una tabaquera decorada con una atrevida estampa de Fragonard, que lógicamente alcanzó en la subasta de ayer…”. “El partido que disputarán el domingo los Camaradas Deportivos y el Club Alemán de Fútbol, cuyo último encuentro acabó, tras enconada lucha, en empate, ha despertado grandes expectativas…”.

La lectura de la crónica deportiva es interrumpida por el sufrimiento, por el dolor, por la muerte.

Unos sanitarios trasladan a un herido en una lona, lo acomodan en el suelo, justo delante de nuestro refugio, para tomarse un respiro. Contemplo el rostro: está lívido. Cojo su mano: está fría. Le quitan la placa de identificación, le vacían los bolsillos y lo llevan detrás del ciruelo donde reposan los muertos.

Para Kisch ya todo es distinto, el periodista y el soldado comparten la pluma, procurando que lo vivido no pase sin hacer historia.

Me he distanciado de mi antigua profesión. Ahora lo veo todo diferente. Mi mirada de periodista se funde con la del soldado y juntas crean una imagen plástica de las cosas.
Algo similar al “periódico” que redacté e imprimí sólo para mí cuando era niño es ahora mi diario. Todos los días taquigrafío mi vida y mis pensamientos, la vida y pensamientos de cientos de miles. Paso horas y horas escribiendo en mi cuaderno de notas. Los camaradas se burlan de mí: “¡Escríbelo, Kisch!”. La frase se ha convertido en una expresión fija repetida una y otra vez. Incluso cuando no estoy presente, los soldados rematan sus ocurrencias, sus improperios, sus amenazas, sus quejas con un “¡Escríbelo, Kisch!”. Kisch anota cuando se desprende el último botón, cuando la única pastilla de jabón cae al pozo, cuando la sangre salpica la escudilla. Anoto cosas de las que nunca habría tenido noticia como periodista. Cosas que tampoco habría escrito como periodista incluso si hubiera tenido noticias de ellas, porque me habrían parecido insignificantes. Cosas que nunca habría podido escribir como periodista; el periódico no las habría publicado. Mi diario personal lo sabe y lo puede todo.

Llega el momento en que Egon Erwin Kisch formula sus conclusiones que tanto tienen de aprendizaje y que incidirán en el resto de su trayectoria profesional. “Qué diferencia entre un enviado especial y un soldado, entre el periódico y el cuaderno de notas, entre el día que refiere el periódico y el que se sobrevive en las trincheras.”

jueves, 16 de mayo de 2019

Polémica en torno a los cuentos infantiles/4


Habíamos quedado en que para ver el tema que nos ocupa desde distintos ángulos, aún nos faltaba tomar en consideración la voz de otro de sus protagonistas: el testimonio del lobo en relación al cuento de Caperucita. Seguramente existen distintas versiones, la que vamos a transcribir es de autor desconocido, fue publicada inicialmente en una revista de Amnistía Internacional, Inglaterra y la hemos retomado de la revista Educación y Derechos Humanos (Montevideo, No. 33, marzo 1998).

El lobo maligno (la versión del lobo)
El bosque era mi hogar. Allí vivía y lo cuidaba. Trataba de mantenerlo ordenado y limpio.
De repente, un día soleado, mientras estaba yo limpiando basura que habían dejado unos paseantes, escuché pasos. Brinqué atrás de un árbol y vi a una niñita que venía por el camino con una canasta. Sospeché enseguida de la niñita porque se vestía de una manera muy chistosa: toda de rojo y con la cabeza cubierta, como si no quisiera que la gente supiera quién era. 
Naturalmente la detuve para saber quién era. Se lo pregunté y también le pregunté que a dónde iba, de dónde venía y todo lo demás. Me contó que iba a ver a su abuelita y que en la canasta llevaba el almuerzo. Parecía una persona honesta pero estaba en mi bosque y de verdad lucía sospechosa con este atuendo. Así que decidí demostrarle lo grave que puede ser atravesar el bosque sola, sin anunciarse y vestida de esa manera.
La dejé que siguiera su camino, pero me le adelanté hasta la casa de su abuela. Cuando ví a esa simpática ancianita, le expliqué mi problema y ella estuvo de acuerdo en que su nieta necesitaba aprender una lección.
La viejecita accedió a esconderse hasta que yo la llamara. De hecho, se metió debajo de la cama.
Cuando llegó la niñita, la invité al cuarto en el que yo me encontraba en la cama, vestido como su abuelita. La niña entró y dijo algo horrible sobre mis grandes orejas. He sido insultado antes, así que traté de sugerirle que mis grandes orejas me permitirían escucharla mejor. Lo que yo quería decirle es que la quería y que deseaba prestarle más atención a lo que ella me decía.
Pero ella hizo otro comentario insultante sobre mis ojos saltones, se pueden imaginar cómo empezaba yo a sentirme con esta niña que parecía tan mona, pero aparentemente era una mala persona.
De todas formas yo mantengo la política de poner la otra mejilla, así que le respondí que mis ojotes me ayudaban a verla mejor.
Su siguiente insulto realmente me sacó de mis casillas. Tengo este problema de los dientes grandes. Y la niñita hizo una broma insultante sobre ello. Sé que debí haber tenido mayor control, pero salté de la cama y le grité que mis dientes servirían para comérmela mejor. 
En realidad ningún lobo se comería a una niñita, todo el mundo lo sabe, pero esa niña loquita empezó a correr por toda la casa y a gritar. Yo la perseguía para calmarla. Ya me había quitado las ropas de la abuela, pero eso sólo pareció empeorar las cosas. 
De repente se abre la puerta y un leñador altísimo entra con su hacha. Lo ví y me dí cuenta de que estaba en problemas. Había una ventana abierta tras de mí. Brinqué y salí corriendo.
Me gustaría decir que allí terminó la historia. Pero la abuela nunca relató mi parte de la historia. Rápidamente corrió el rumor de que yo era un tipo egoísta y malo. Todo el mundo empezó a evitarme. No sé qué pasó con la niñita de rojo, pero yo no fui feliz para siempre.

Con la versión del lobo finalizamos esta serie de artículos sobre controversias en relación a los cuentos para niños.

martes, 14 de mayo de 2019

Polémica en torno a los cuentos infantiles/3


Prueba de que la controversia en relación a los relatos para niños no es algo nuevo es esta versión de Caperucita roja en lenguaje políticamente correcto que James Finn Garner publicó –con evidente sarcasmo y mordacidad- en 1994 (trad. Gian Castelli Gair).

Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevara una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.
Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.
De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja fue abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.
-Un saludable tentempié para mi abuela, quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió.
-No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.
Respondió Caperucita:
-Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial -en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y, ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia de pensamiento lineal tan propio de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.
Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:
-Abuela te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.
-Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.
-¡Oh! -repuso Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
-Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
-Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!…, relativamente hablando, claro está, y a su modo indudablemente atractiva.
-Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.
-Y… ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!
Respondió el lobo:
-Soy feliz de ser quien soy y lo que soy -y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras dispuesto a devorarla.
Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero, apenas había alzado su hacha, cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.
-¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.
-¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron establecer una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos, y juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.

Por otra parte, Paz Díez Taboada expresa su opinión sobre lo anteriormente transcripto.

Con gracia y gran sentido del humor, Garner ha ironizado sobre este estúpido afán de eliminar del mundo infantil no sólo aquello que resulte nocivo o perverso para unas mentes aún no formadas, sino cualquier aspecto tradicional, diferencial o personal que no responda a una concepción de la sociedad como masa uniforme, aséptica y deshumanizada, fácilmente manejable por el poder y sus esbirros. En Cuentos infantiles políticamente correctos, Garner reescribe algunos de los más famosos cuentos tradicionales para adaptarlos a esa moderna forma de hipocresía, oficialmente imperante y falsamente progresista llamada “corrección política”. En sus versiones, Garner evita cualquier palabra, expresión o referencia supuestamente “incorrecta”; y, como dice en el prólogo, con evidente sarcasmo, “deseo disculparme de antemano y animar al lector a presentar cualquier sugerencia encaminada a rectificar posibles muestras -ya debidas a error u omisión- de actitudes inadvertidamente sexistas, racistas, culturalistas, nacionalistas, regionalistas, intelectualistas, socioeconomistas, etnocéntricas, falocéntricas, heteropatriarcales o discriminatorias por cuestiones de edad, aspecto, capacidad, especie u otras no mencionadas”.

Pero aquí no acaba la cosa.

Aun nos falta por tomar en cuenta la versión diferente de Caperucita en voz de otro de sus protagonistas.

jueves, 9 de mayo de 2019

Polémica en torno a los cuentos infantiles/2


Con los criterios de extremar cuidados en las formas de los relatos para niños, la recopilación de cuentos populares que hizo Charles Perrault a fines del siglo XVII –como veremos- queda no sólo bajo sospecha, sino en franco proceso de condena.

Hace unos días en librerías de viejo di con un ejemplar de este clásico en el rubro de cuentos infantiles. Ya desde el título se pone de manifiesto su incorrección flagrante: “Cuentos de viejas” (en el prólogo, Ignacio Bauer apunta que el título original fue Contes de ma mère l'Oye y agrega “como si dijéramos Cuentos de viejas”). El libro fue publicado en Madrid por la Editorial Ibero-Africano-Americana y aun cuando no precisa fecha de edición es posible suponer que estamos ante una obra de comienzos del siglo XX. 

Refiriéndose a Perrault, dice Bauer

Él fue, si no el creador –porque la mayor parte de sus cuentos pertenecen al folklore (…)- el que dio carácter permanente y figura propia e inmutable a aquel mundillo de simpáticos personajes; el que los lanzó a correr aventuras y a divertir a las gentes, y el que les rodeó de esas hadas y esos silfos, brujas, gigantes y endriagos que –restos acaso de tradiciones antiquísimas o símbolos de misterios iniciáticos- pueblan ese país de ensueño que tiene plena realidad en la imaginación de la niñez, que la juventud recuerda con desdén, y al que, de vez en cuando, la edad madura torna los ojos con melancolía.

Perrault compiló esos cuentos tradicionales con la finalidad de entretener a sus hijos, sin embargo al paso del tiempo “no tardaron en hacerse populares (…) y atravesar las fronteras para extenderse por otros países (…)”.

Ignacio Bauer propone un breve análisis de estas narraciones.

En los cuentos de Perrault se mueven los personajes de dos mundos, el de la realidad y el de los ensueños. Los del primero son seres de carne y hueso, adornados de todas las maldades y todas las bondades de los que viven y se agitan a nuestro alrededor. Desde el rey al mendigo, todas las clases sociales están representadas en las narraciones del autor (…)

Y agrega Bauer un apunte significativo “(…) sin que, por cierto, sean las más altas las que mejor escapan de su pluma: que el pueblo siempre fue demócrata, por instinto de conservación”.

Ahora bien, si a los cuentos de Perrault se le aplicaran los criterios contemporáneos de corrección en las formas se verían en serios problemas. A manera de ejemplo va el inicio del primer relato del libro citado.

Riquet el del copete
Una reina dio a luz un niño tan feo y contrahecho, que se dudó si tenía forma humana.

Ante tan contundente arranque, enseguida Perrault proporciona una buena dosis de calma a los niños que escuchen o lean el cuento.

Un hada, testigo del nacimiento, aseguró que el niño, a pesar de la fealdad, sería muy simpático por su inteligencia y discreción, y le concedió la gracia de que pudiera trasmitir su ingenio a la persona que mejor le pareciese.
La soberana, afligida por haber echado al mundo un monigote semejante, se consoló mucho con estas predicciones. No tardó en verlas cumplidas.

El encuentro entre lo bueno y lo malo, lo hermoso y lo feo, está presente en muchos de estos relatos, tal como lo explica Ignacio Bauer: “(…) han llegado a constituir una especie de mitología infantil, y en los que se encarnan y simbolizan los vicios, las pasiones, las virtudes, las fuerzas naturales, la fatalidad y el destino”.

El triunfo del bien –concluye Bauer- forma parte del propósito educativo del escritor.

Ambos mundos se compenetran e influyen mutuamente: el superior rige y gobierna al inferior, y todo acaba del mejor modo posible, con el triunfo de la bondad, de la juventud y de la belleza (…) lográndose con ello el fin educativo de que la flor del optimismo florezca lozana en los corazones juveniles.

Hasta aquí respecto a Perrault.

En la próxima entrega transcribiremos una versión de Caperucita que cumple con los criterios de la corrección expresiva.

martes, 7 de mayo de 2019

Polémica en torno a los cuentos infantiles/1


Hace unas pocas semanas tuvimos una nueva oleada de la controversia respecto a la corrección política que, según algunas opiniones, debe imperar en los cuentos para niños. Es así que una escuela decidió expurgar de su biblioteca aquellos relatos que –a criterio de algunos padres y docentes- no cumplen con los requisitos mínimos de inclusión, perspectiva de géneros y educación en valores. Da cuenta de ello la nota de Ivanna Vallespín titulada “Vetada La Caperucita Roja por sexista”, publicada en El País el 11 de abril de 2019.

La escuela Tàber de Barcelona, cuya titularidad corresponde a la Generalitat, ha decidido someter a revisión el catálogo de títulos que forman parte del catálogo de su biblioteca infantil. Después de analizar los libros destinados a niños y niñas de hasta seis años decidieron retirar 200 títulos que consideran “tóxicos” porque reproducen patrones sexistas, lo que supone el 30% del fondo. En el 60% de los cuentos el problema es menos grave, mientras que solo encontraron un 10% que estaba escrito desde una perspectiva de género. Otros centros también trabajan en adquirir libros más igualitarios. (…)
Las situaciones más habituales que hallaron, abunda [Anna] Tutzó, es asociar la masculinidad a valores como la valentía y la competitividad. “También en las situaciones de violencia, aunque sean pequeñas gamberradas, es el niño el que la realiza contra la niña. Con ello se da un mensaje de quien puede ejercer la violencia y contra quién”, añade. (…)
La revisión del catálogo de infantil de la escuela Tàber se hizo el pasado año y ahora están abordando los que afectan a primaria. En este caso, asegura Tutzó, no se han planteado retirar ningún título.

La nota referida aclara que ello no es privativo de una sola escuela e informa de otras situaciones similares.

La preocupación por el tipo de libro que leen los pequeños se está extendiendo en muchas escuelas. En el colegio Montseny de Barcelona también van a empezar a revisar el catálogo, aprovechando el proceso de informatización. Y también anuncia que retirarán los que consideren sexistas.
En la escuela Fort Pienc, el AMPA [Asociación de Madres y Padres de Alumnos] también ha creado una comisión de igualdad de género que, entre otras cosas, mira con lupa el contenido de los libros. La escuela no tiene biblioteca, pero el curso pasado las familias compraron decenas de libros para crear un espacio tranquilo en el patio para que aquellos alumnos que quisieran pudieran cambiar la pelota por un libro. Entonces, miraron que ninguno de ellos fuera sexista. “Es muy importante el tipo de libros que leen los niños porque los libros tradicionales replican los estereotipos de género y está bien tener a disposición libros que rompan con ellos”, explica Estel Crusellas, presidenta del AMPA de la escuela Fort Pienc. Esta madre, además, defiende la importancia de cuidar el tipo de lectura cuanto más pequeño es el alumno. “Con cinco años los niños ya han consolidado los roles de género, saben qué es ser niño o niña y qué implica. Así que es esencial trabajar con perspectiva de género en la etapa infantil”.

No todas las opiniones coinciden con este punto de vista por lo que hay quienes consideran que se trata de una exageración. Aun reconociendo que hay muchas situaciones sociales que deben cambiar entienden que con la censura de libros no mejorarán el actual estado de cosas.

La polémica no es nueva, se ha venido dando en diversos países y diferentes ámbitos tal como lo señala Enrique Ortega Salinas

(…) El hecho es que una nueva versión musical de la obra de los hermanos Grimm, donde se cuenta la historia de una chica que es recogida por siete tipos en el bosque, ya no se llamará “Blancanieves y los siete enanitos”, sino “Blancanieves y sus siete amigos”. Para los iluminados de la productora De Montfort Hall, la palabra enano “no es una palabra con la cual la gente se sienta a gusto”; pero así como el término afrodescendiente ha sido rechazado por muchos negros y el término no vidente por muchos ciegos, actores enanos han saltado enardecidos. Warwick Davis (protagonista de Star Wars, Willow y Harry Potter) ha dicho que “esto no ayuda en nada a los actores pequeños y se trata de un paternalismo difícil de digerir”.

Ortega Salinas manifiesta su opinión al respecto: “La palabra enano no es un agravio; agravio es tratar de ocultar lo inocultable disfrazando la realidad con el piadoso manto de la cursilería.” A continuación cita a Marcello Giacherinni quien entonces -y en forma por demás irónica- propone rebautizar a algunos personajes de cuentos clásicos.

“El joven pato con otros cánones de belleza”: El patito feo.
“La muchacha que ayuda con la limpieza mientras es bullyniada por sus hermanastras”: La cenicienta.
“La señora de bien y el hombre que no tiene hogar estable y no quiere trabajar”: La dama y el vagabundo.
“La chica con altos estándares de belleza en coma”: La bella durmiente.
“El individuo con deformación de columna a la altura de los dorsales”: El jorobado de Notre Dame.
“Alicia en el país de las maravillas pero sin menospreciar a otros países que deben tener cosas buenas también”.
En el extremo del abuso deductivo, Sgalazzo propone otro cambio a un clásico: “Alí Babá y los 40 amigos de lo ajeno”, a lo que Charlieuy saltó diciendo que mejor sería: “Alí Babá y los 40 pobres desplazados de la sociedad con problemas de integración”. (…)

Seguiremos con el tema.

jueves, 2 de mayo de 2019

Encontrarse en el museo


Cada quien, de acuerdo a su sensibilidad y sus gustos, reacciona de diferente manera después de visitar un museo. Pero en algunos casos –tal como el que cita Juan José Millás- ciertos visitantes perciben que una de las piezas allí expuestas les trae un mensaje personalizado desde el pasado remoto.

Volvió un par de veces al Arqueológico, donde se había obsesionado con una humilde pieza prehistórica, hecha en barro, que parecía empeñada en transmitirle a través de los siglos un mensaje de su creador.

Pudiera suceder entonces que la persona de que se trate quede obsesionada con ese objeto portador de un mensaje que debe lograr descifrar. No sería extraño que, así las cosas, el sujeto visitara con mucha frecuencia el museo y permaneciera durante horas ante aquel vestigio del ayer perdido en sus elucubraciones.

Otro caso diferente es el de quienes pueden identificar un aire de familia con algunos personajes plasmados en las piezas expuestas; Adam Zagajewski ilustra este caso.

En el Louvre cuelgan de las paredes lienzos de maestros de diversas escuelas: italianos, holandeses, españoles. Por los pasillos de las galerías pasan multitudes de italianos, holandeses, españoles, de rostros que a menudo se parecen asombrosamente a los rostros de los cuadros.

Pero existen situaciones mucho más asombrosas en las que el visitante se reconoce en un cuadro determinado, ya no se trata de un parecido sino que es uno mismo quien se encuentra en esa pintura. Eso fue lo que le sucedió a José Manuel Caballero Bonald y que narra en entrevista de Ima Sanchis.

En una de mis primeras visitas a Barcelona me ocurrió un hecho definitivo. Fui a visitar el Museu d'Art Modern de Catalunya y descubrí un retablo maravilloso, el de san Vicente, de un pintor catalán de mediados del XV, Jaume Huguet. En él había un personaje leyendo un libro eclesiástico y, entre los oyentes, estaba yo.  (...)
Hice una foto, la amplié y descubrí que incluso tenía una mancha rosácea, que es una mancha superficial de nacimiento, idéntica a la mía.

Concluye Caballero Bonald: “Aquel personaje era tan igual a mí que me asusté y nunca más he vuelto. Temo que ese personaje haya envejecido tanto como yo.”