En el artículo anterior quedó en claro
el carácter autobiográfico de la novela “Él” de Mercedes Pinto, así como el
conjunto de conductas psicopatológicas que describe. Por supuesto que un trabajo
de esta naturaleza necesariamente suscitaría el interés de psicoanalistas y
psiquíatras que, desde diferentes perspectivas, propusieron sus análisis en
torno a la novela.
Uno de estos estudios corresponde a
Raquel Capurro que -con el título “Mercedes Pinto, una estrategia femenina ante
la violencia doméstica”- fue presentado en el encuentro “Presencia
de Mercedes Pinto en Uruguay” llevado a cabo en el Centro Cultural de España en
noviembre de 2008 en Montevideo.
Mercedes Pinto se vio atrapada por su
matrimonio en la relación a un hombre celoso, más aún a un hombre literalmente
loco de celos, peligrosamente loco de celos. La violencia que ella relatará
luego es la contra-cara de una violencia silenciada que necesitó recorrer y
hacer pública cuando logra salir de esta "Cárcel de amor".
Podemos preguntarnos por qué Mercedes
Pinto no puso fin antes a esta prisión. Por qué diez años y tres hijos. No es
fácil responder y ninguna psicología barata puede pretender dar una versión
distinta a las que ella misma intentó construir. Para nosotros, se trata más
bien de leer con rigurosidad aquello que ella escribió, pues si sabemos algo de
los secretos de esa alcoba, si sabemos algo de la violencia familiar que
reinaba en su hogar ello se debe a los movimientos, muy lentos quizá, pero
eficientes al fin, que ella misma fue haciendo para poder pasar a otra cosa, a
otra vida.
En el desarrollo de su novela queda de
manifiesto el suplicio en que vive y para ilustrar la dimensión de los celos de
su marido Capurro escoge una de entre tantas situaciones.
De esas escenas de celos locos, elijamos
una para calibrar su entidad: Recién casados desde hacía seis días la pareja se
encuentra en un hotel y tienen como vecino de cuarto a un inglés que tose con
frecuencia, enfermo como está de tuberculosis. Esa tos, real, verdadera, es la
materia de la interpretación que toma "Él" cuando escucha carraspeos
de su mujer que se le antojan respuestas a un diálogo pautado por esos sonidos
y del que queda excluido. Él hace el gesto de estrangularla, de cortarle la
emisión de la voz y de la tos. Una noche se escuchan pasos y suspiros en la
pieza vecina que llevan al paroxismo los celos de Él. Arremete entonces contra
la puerta que separa ambos cuartos que lo enfrenta a la lúgubre sorpresa de una
escena: está el inglés acostado sobre la mesa, muerto y amortajado, mientras lo
velan la dueña del hotel y la sirvienta. (…)
Perseguidor, sí, pero Mercedes Pinto no
deja de indicar hasta qué punto él mismo está perseguido. Campo de persecución
en el que se instala la relación de ambos y en donde se sitúa la llegada de los
hijos.
Capurro se detiene en la soledad con que
la escritora enfrentó estos años de matrimonio, a lo que se refiere en “Él”.
Por momentos ella se juega a mantener
las apariencias de un hogar normal, y busca disimular, por ejemplo ante su
madre, la violencia de la que era objeto (p. 53-54). Admitir el fracaso de su
matrimonio, abandonar la cuota de fascinación que Él ejercía sobre ella, son
movimientos ante los cuales queda paralizada. Otras veces el terror mismo que
la clava en ese lugar, la hace correr, sintiendo cerca el hálito de la muerte.
Pide auxilio, pero en estas ocasiones la sociedad canaria de la época, muestra
su duro rostro a la queja que esa mujer casada le presenta. Ya sea a través del
abogado que le señala que no tiene testigos valederos ni heridas mortales (p.
70-71) o a través de los curas, Mercedes Pinto no encuentra salida.
Para poder llegar a esa “otra vida” que
anhelaba debió elaborar un plan conformado por diversas etapas; continúa
Capurro
El primer movimiento efectivo en esa estrategia
fue la huida. Huir de su casa, poner distancia oceánica, irse a Madrid con sus
hijos, pero previo a ello aprovechar la circunstancia del acmé mismo de la
locura: el intento de suicidio de su marido. Ese "¡basta!", actuado
del lado de él, bajo esa forma trágica, le permitió a ella pasar con él a otra
escena: llevarlo finalmente a Madrid para una segunda internación psiquiátrica
y, entonces, apoyándose en la autoridad médica, zafar de los deberes de
conciencia que el catolicismo exigía de una mujer casada: la fidelidad hasta la
muerte, en toda situación.
Tenemos la impresión que el acto de
Mercedes Pinto, el de irse de su hogar e instalarse de incógnita con sus hijos
en Madrid tuvo en ella un efecto profundo: la liberación de su capacidad de
pensar y de hacer públicas sus ideas a partir de su experiencia.
A su arribo a Madrid se relacionó con integrantes
de sectores vanguardistas, en particular en lo que hace a la liberación de la
mujer, con lo que el proceso ingresa en otra etapa que describe Raquel Capurro.
Allí se encontró, en el Madrid
efervescente de esos años, con un movimiento feminista en ebullición. Entre la
casualidad y la apuesta intelectual se vio propuesta para reemplazar como
oradora a una de las líderes del movimiento feminista, Carmen de Burgos, que se
encontraba enferma. Según Alicia Llerena, Carmen de Burgos había sido invitada
a cerrar un Mitin Sanitario en la Universidad Central de Madrid, organizado por
el doctor Navarro, actividad que se había ido desarrollando en varios espacios
culturales de la capital. Mercedes Pinto acepta reemplazarla: primer movimiento
revelador, y luego, propone el tema.
Al igual que tantas veces aquí es
posible observar que un pequeño acontecimiento –fortuito para ella- como lo fue
la indisposición de Carmen de Burgos, Colombine,
desencadenó o apresuró el desenlace del proceso.
La elección del tema fue clave dado que permitió
unir la participación en el evento con su recorrido vital. Capurro resalta la
importancia de situar al divorcio dentro de la perspectiva del higienismo.
Lo significativo para nosotros hoy es
que con ese tema ella logra entroncar su trágica experiencia conyugal con el
sentir y los reclamos sociales que el movimiento de mujeres estaba poniendo en
el tapete. Propone: "El divorcio como medida higiénica" y aprovecha
así aquello que el discurso médico promueve, a través del llamado higienismo,
para engarzar el concepto mismo de higiene con el divorcio, en aras de la salud
mental de los hijos como valor esencial a preservar, que justifica el divorcio
de la pareja.
(…) en el caso de Mercedes Pinto la
doctrina higienista le sirvió como dispositivo no sólo para justificar su huida
del hogar sino para argumentar y reclamar un dispositivo legal, el divorcio,
que diera a esa separación las garantías que la convivencia social debe
asegurar a los ciudadanos.
Su argumentación se apoyó, como ya lo
señalamos, no sólo en la separación de un marido diagnosticado paranoico, sino
en la salvaguarda de la salud mental de sus hijos. Con esta conferencia ella se
embanderó públicamente con la causa de las mujeres e insertó su historia en una
causa común.
Claro está que, en el entorno que vivía España
en esos años, este paso le traería -como describe Raquel Capurro- nuevos
problemas.
En efecto rápidamente fue llamada al
orden por Primo de Rivera. Así relata ella su encuentro con quien, en ese
momento, decidía el destino de España:
—¿Es usted la señorita que ha dado esta
semana una conferencia sobre el divorcio, en la Universidad Central? —Sí, señor
—respondí casi serenamente—. Sólo que soy señora y con hijos. ¿Y no sabe usted
—continuó en voz más alta— que España tiene un concordato con el Vaticano? —No
señor, no lo sabía —¡España es católica —gritó— Y no se puede consentir que se
hable de cosas que Roma prohíbe! Y añadió, en voz más baja: —No lo puedo
consentir, porque otros seguirían hablando de cosas, cada vez más
prohibidas.... Comprendí, con su silencio repentino, que no tenía nada más que
decirme, y me despedí con un leve saludo, marchándome convencida de que aquella
sería mi primera y última entrevista con el que era el dueño de los destinos ¡y
de la voz de España...!
Sus amigos le aconsejan una rápida huida
del país. Ya no está sola y, con aquel que será su marido cuando al llegar a
Montevideo pueda legalizar su situación, Mercedes Pinto vuelve a huir, con sus
hijos y a cruzar otra vez, pero en más largo viaje, el océano.
Sin embargo la huida –según Capurro- resultaría
insuficiente para sanar heridas; será por medio de la escritura y la actuación que
continuará su camino.
Estrategia de huida ante la persecución:
ese primer movimiento que ahora repite en otro escenario se revela eficaz,
pero, pronto también como insuficiente. (…)
Pero Mercedes Pinto pone de manifiesto
que no se puede huir del pasado, no se puede huir de una persecución en la que
se estuvo implicada.
Mercedes Pinto emprende un trabajo de
escritura y publicación apenas novelada de su vida matrimonial. (…) ¿Por qué
este retorno a través de la escritura a ese pasado angustioso? ¿Por qué no lo
olvida todo y se forja una vida nueva sobre ese olvido? (…)
Ni el divorcio, ni su nueva pareja, ni
el Nuevo Mundo bastaron pues para quedar libre del pasado, en paz con su
experiencia, y por eso la vemos emprender, con la escritura, un nuevo camino.
Conjeturamos que intenta de este modo subjetivar y esclarecer su lugar en esa
historia, su modo de haberse implicado en ella. Sólo así podemos situar que,
luego de publicado "Él", algo se repita en 1930 cuando lleva al
teatro su historia bajo el nombre de Un
señor cualquiera. Accede allí a una mayor depuración sosteniendo la acción
en personajes que sólo indicados por los pronombres, como mínimos
apuntalamientos de identidades vacilantes. Pero tampoco esta obra fue
suficiente y, en 1934, publica Ella.
Trilogía pues que dice de sus retornos a la experiencia de la locura a la que
se vio no sólo confrontada, victimizadas, sino a la que no vacila, con este
giro en el título de esta novela, de situarse allí como implicada.
En el próximo artículo concluiremos con
el tema.